Por. Dae-Han Song. 09/10/2023
Biografía del autor: Este artículo fue producido para Globetrotter. Dae-Han Song es responsable del equipo de redes del International Strategy Center y forma parte del colectivo No Cold War.
Fuente: Globetrotter
Recientemente, en Taiwán, el Gobierno presentó su primer submarino de fabricación nacional. En Japón, el Gobierno modernizará los aeropuertos y puertos marítimos civiles para darles un doble uso militar en preparación para el conflicto en Taiwán. Los Estados Unidos y sus aliados maniobran para contener a China, Rusia y Corea del Norte, mientras que estos últimos se unen contra las sanciones económicas y las amenazas militares de los primeros. Ambos bloques ponen a prueba la fortaleza y resistencia de la estabilidad de la región. Y aunque Corea del Norte ha sido “el coco” regional durante décadas, si estalla la guerra, probablemente será en Taiwán.
Mientras que China ha abogado por una “seguridad indivisible” en la que la seguridad dependa de la seguridad de todos, el discurso estadounidense se ha centrado en la contención de China y en disuadir de la guerra… preparándose para ella. Si se propone una escalada rápida y masiva de la capacidad militar y las alianzas de los Estados Unidos para que una invasión de Taiwán resulte costosa y fracasada (es decir, “la estrategia del puercoespín”), ¿qué impediría a China, que ha declarado su deseo de una unificación pacífica con Taiwán pero no ha descartado el uso de la fuerza, invadir antes de que los Estados Unidos logren su disuasión de hechos consumados? Aunque ambas potencias maniobrarán justo por debajo de los umbrales de la guerra, ¿qué impediría que un error de cálculo la desencadenara en la región?
Incapaces de imaginar un mundo más allá del centrado en los Estados Unidos, los medios de comunicación anglófonos apenas hablan de la transición pacífica hacia el mundo multipolar que emerge del creciente naufragio del mundo unipolar estadounidense. Así pues, cambiar el discurso hacia la paz requiere que los actores del Norte Global alcen la voz contra la guerra y la confrontación y hagan un llamamiento a la paz y la coexistencia.
Las primeras voces de este tipo surgirán de las líneas divisorias geopolíticas por parte de quienes son conscientes de la destrucción de la guerra. Entre ellos, un actor clave será el pueblo de Okinawa, cuya peligrosa ubicación en la “piedra angular del Pacífico” y cuya historia como cordero de sacrificio moldea su conciencia y lo posiciona para ayudar a liderar los movimientos por la paz en la región.
“Piedra angular del Pacífico”
Durante el Gobierno militar estadounidense (que duró hasta 1972, 20 años después de que Japón recuperara su “soberanía”), las matrículas militares de Okinawa llevaban el lema “Piedra angular del Pacífico”, en referencia a la importancia estratégica de Okinawa en las guerras de Corea y Vietnam. En la actualidad, Okinawa es una piedra angular de la estrategia estadounidense en Taiwán. Bases militares como la Base Aérea de Kadena (que alberga “la mayor ala aérea de combate de las Fuerzas Aéreas [estadounidenses]”) sirven de portaaviones insumergibles.
Por mucho que Okinawa sea un punto estratégico para la estrategia estadounidense contra China, también invita al contraataque chino. Más allá de la realidad geopolítica, el miedo de los habitantes de Okinawa a convertirse en corderos de sacrificio está arraigado en su conciencia histórica. Como señala Hideki Yoshikawa, director del Proyecto de Justicia Medioambiental de Okinawa, quienes vivieron la Batalla de Okinawa de la Segunda Guerra Mundial aprendieron que “los soldados, especialmente los japoneses, no te protegen”. De hecho, “tener bases militares… significa atraer ataques militares”. Como era de esperar, un estudio de 2022 reveló que el 83% de los okinawenses creían que las bases de Okinawa serían un objetivo durante un conflicto.
Cordero del sacrificio
Librada en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, la batalla de Okinawa fue la más sangrienta del Pacífico y la única que se libró en tierra japonesa. Según Satoko Oka Norimatsu, directora del Centro de Filosofía de la Paz de Vancouver (Canadá), más de 120.000 okinawenses (entre un cuarto y un tercio de la población) fueron sacrificados para frenar el avance militar estadounidense hacia el Japón continental. Chicos y chicas de secundaria y bachillerato fueron movilizados como soldados y enfermeras. Teniendo en cuenta la anexión forzosa y la asimilación cultural por parte de Japón del reino independiente de Okinawa, Ryukyu, en 1879, Norimatsu señala sin rodeos que el Ejército Imperial Japonés sacrificó “su colonia del sur para proteger la tierra principal del Emperador”.
Fue sacrificada de nuevo después de la guerra. El Tratado de San Francisco de 1951 con los Estados Unidos devolvió la “soberanía” a Japón, pero entregó Okinawa al ejército estadounidense, que nunca la abandonó. Durante otros 20 años, los okinawenses vivieron bajo la ley estadounidense, necesitando pasaporte para ir a Japón y sufriendo las indignidades y peligros de la ocupación militar extranjera: en 1955, una niña de seis años fue violada y asesinada, a lo que siguió otra violación una semana después. En 1972, Japón volvió a adquirir Okinawa, prometiendo que las bases militares estadounidenses se reducirían a un nivel proporcional al del territorio continental. En lugar de una reducción, la proporción aumentó. Aunque “el menor gasto en defensa debido a la presencia militar estadounidense en Okinawa” permitió el auge económico japonés de posguerra, Okinawa siguió siendo la prefectura más pobre de Japón.
Incluso bajo el Gobierno japonés, persistieron los atroces crímenes de los soldados estadounidenses: el secuestro y violación en 1995 de una niña de 12 años por tres soldados estadounidenses; la violación y asesinato en 2016 de una mujer de 20 años por un contratista militar estadounidense; los (al menos) ocho delitos sexuales de 2017 a 2019 que se reveló que habían sido investigados y mantenidos en secreto por el ejército estadounidense.
Los habitantes de Okinawa sufren los peligros e indignidades de albergar – en una densa zona urbana – la Estación Aérea Futenma del Cuerpo de Marines, calificada como “la base más peligrosa del mundo” por el ex secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld. En 2017, un helicóptero en vuelo dejó caer una ventana sobre una escuela primaria hiriendo a un niño. En 2004, un helicóptero se estrelló en el campus de la Universidad Internacional de Okinawa. A todo esto se suma el ruido incesante de los aviones que vuelan bajo sobre las zonas residenciales.
Promover la paz
En un referéndum no vinculante celebrado en 2019, el 72% de los okinawenses se opuso a la construcción de una nueva base en la bahía de Henoko-Oura para sustituir a la base de Futenma. Sin embargo, según Yoshikawa, el bombardeo de “propaganda sobre la amenaza de China, la contingencia de Taiwán y las amenazas de Corea del Norte” por parte de los medios de comunicación dominados por el Gobierno ha hecho que algunos sean más proclives a aumentar la presencia militar. En contraste con la isla de Okinawa, algunas de las islas del sur de la prefectura, inexpertas en guerras u ocupaciones, están más abiertas al estacionamiento de las Fuerzas de Autodefensa japonesas.
Yoshikawa afirma que los movimientos pacifistas están respondiendo trabajando para “crear un movimiento pacifista más amplio y cohesionado” que está organizando actos y concentraciones a los que se invita a grupos pacifistas del Japón continental y del extranjero. La creciente alianza trilateral entre los Estados Unidos, Japón y Corea del Sur ha “provocado una contraalianza entre los movimientos pacifistas” de cada país. Si Okinawa es un portaaviones insumergible para que los Estados Unidos hagan la guerra, también puede convertirse en un bastión para los movimientos que luchan por la paz.
Fotografía: Globetrotter