Por: Luciano Sáliche. 11/11/2024
El profesor canadiense, autor de “Después del trabajo” junto a Helen Hester, visitó la Argentina y conversó con Infobae Cultura. “Están floreciendo imágenes de alternativas del futuro”, sostiene
“Sudamérica siempre es una fuente de inspiración”, dice Nick Srnicek, recostado sobre un mullido sofá en el hall del Hotel NH. Del otro lado del vidrio, la calle Bolívar conduce directo a Plaza de Mayo donde una larga columna de jubilados con carteles y cánticos reclaman un urgente aumento en sus pisoteados haberes. La policía forma un cordón a su alrededor; ya tienen listos los palos y el gas pimienta. El ruido de esa escena cotidiana en esta Argentina empobrecida llega hasta el hotel. “Esa inspiración tiene distintas razones. En principio, hay tensiones que tienen que ver con redistribuir y rebalancear el poder entre el capital y las clases trabajadoras. También el ensayo de distintos procesos hacia el desarrollo. Hay, además, una historia de experiencias de otra calaña: los gobiernos más autoritarios. Y junto con eso, un empuje muy fuerte por cierta independencia tecnológica que, temprano, en los 60 o 70, tanto en Brasil como en Argentina, ya se detectan experiencias de búsqueda hacia esta independencia tecnológica. Por todas estas razones, para la izquierda, Sudamérica siempre es un lugar de inspiración donde aprender cosas”.
Es la primera vez que este académico canadiense de 42 años pisa, ya no Argentina, sino América Latina. Vive en Londres, da clases de Economía Digital en la King’s College y ha publicado varios libros sobre un axioma que podríamos definir como un futuro mejor. Su texto más famoso lo escribió en 2013 junto a Alex Williams y es el Manifiesto por una política aceleracionista. En Argentina lo publicó el sello Caja Negra en una antología donde varios autores reflexionaban sobre esta nueva corriente titulada Aceleracionismo. Estrategias para una transicion hacia el postcapitalismo. En 2016 publicó un ensayo breve y muy lúcido, Capitalismo de plataformas, donde analiza la supremacía de las empresas tecnológicas y por qué “el proceso laboral es cada vez más inmaterial” (habla de “cognitariado”). El último libro, publicado el año pasado en Londres y editado este año en Argentina (también por Caja Negra), se titula Después del trabajo: una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre. Lo escribió junto a su esposa, la filósofa británica Helen Hester, autora de Xenofeminismo.
Después del trabajo parte de un dato muy concreto: la tecnología no nos está alivianando el trabajo, de hecho “el trabajo contemporáneo, incluso en las regiones relativamente privilegiadas del Norte global, es cada vez más intenso, poco gratificante y precario”, escriben. Pero además el trabajo que más crece es el de cuidado de bebés, adultos mayores, enfermos y discapacitados: empleos que suelen estar mal pagos y asociados a cierta idea de “vocación”. El libro discute con la corriente conocida como postrabajo, que propone pensar un mundo donde el trabajo no esté en el centro de la vida. Adhiere en líneas generales pero complejiza el horizonte añorado: la realidad es más dura y, con una tecnología que no cumple las expectativas, “el futuro del trabajo no es la programación, sino el cuidado”. Mediante gráficos, datos, ideas y mucha historia, Srnicek y Hester vuelven a la pregunta esencial por la libertad: “La sociedad poslaboral no debe ser confundida con un utópico punto de llegada, sino que se la debe entender más bien como parte de un interminable proceso prometeico para ampliar el ámbito de libertad”.
“Después del trabajo: una historia del hogar y la lucha por el tiempo libre”, sobre “Capitalismo de plataformas”, ambos editados por Caja Negra (Crédito: Gustavo Gavotti)
—El libro explica la contradicción entre el inédito crecimiento de la tecnología, pero que a su vez no termina de impactar positivamente en la vida cotidiana, ya que el trabajo doméstico también creció muchísimo en el último tiempo. ¿Cuándo detectaron todo esto y cuándo decidieron desarrollarlo en un libro?
—La primera idea surgió de una conferencia que dio mi esposa Ellen. Creo que fue en el año 2016. Recuerdo haber leído el borrador de esa conferencia y pensar: “¡Es genial! Hay un libro aquí y deberíamos escribirlo”. Entonces empezamos a trabajarlo juntos.
—A partir de esa tensión, el análisis se direcciona en torno al tiempo libre. Hay un viejo texto de la Escuela de Frakfurt sobre el tema, donde Theodor Adorno plantea que el tiempo es libre es la continuación del tiempo productivo. Supongo que esa idea no te deja del todo conforme.
—En efecto, la Escuela Crítica de Frankfurt aborda este tema y hace foco en las industrias creativas culturales y hacen una crítica sobre cierta forma de existencia del tiempo libre dentro del capitalismo. Pero también hay otra forma de existencia del tiempo libre que tiene que ver con estas otras lógicas. Lo que llamamos lujo público: otras formas de pensar el ocio o el tiempo libre que requieren una infraestructura que hace que ese ocio, ese tiempo libre, salga de las lógicas de consumo.
—Es ahí donde se enciende la idea de emancipación, ¿no? Ya no desde el trabajo sino desde el tiempo libre.
—Es que hay que pensar también en la libertad para trabajar, en la libertad del trabajo, en la libertad desde el trabajo: distintas maneras de pensar libertad y trabajo en consonancia. Yo propongo volver a Marx. Cuando habla de una sociedad postcapitalista, habla justamente del lugar central que tiene el tiempo libre en esa sociedad. Pensar la emancipación a través del trabajo asume como supuesto de que la esencia de lo humano es ser un trabajador, es trabajar y particularmente tener un sueldo, ser un trabajador asalariado. Lo que propone esta otra mirada no es que simplemente las personas no trabajen y sean vagas, sino expandir la idea de lo humano por fuera de la noción de trabajo asalariado, entendiendo que lo humano puede, debe y quizás quiere ser algo más que un trabajador asalariado.
—Esa perspectiva pone en cuestión los parámetros con que pensamos la clase social. Aún así, ¿sigue siendo el mejor blanco para dispararle al capitalismo la contradicción entre capital y trabajo?
—La respuesta corta es sí. Pero creo que es una dicotomía simple que omite algunas cosas importantes. De todos modos sigue explicando mucho sobre la sociedad contemporánea porque creo que sigue siendo útil pensar en el conflicto clásico como el motor fundamental de gran parte del desarrollo tecnológico y económico, y que superar ese conflicto es fundamental para ir más allá del capitalismo y borrar estas categorías de trabajo asalariado y empleador capitalista.En diálogo con Infobae Cultura, Srnicek consideró que “están floreciendo imágenes de alternativas del futuro” (Crédito: Gustavo Gavotti)
—¿Estamos un poco más cerca que antes de visualizar el fin del capitalismo antes que el fin del mundo?
—Sí. Creo que hoy es más fácil de imaginar un camino diferente al capitalismo, ya sea que conduzca a una catástrofe climática y una especie de demolición de las civilizaciones modernas. Sabemos que ese es un camino. Pero creo que también están floreciendo imágenes de alternativas. Hay muchas visiones diferentes de cómo podríamos reorganizar el mundo, ya sea una especie de idea posterior al trabajo, una idea de decrecimiento, una idea ecosocialista. Han surgido muchas visiones diferentes para el futuro en los últimos quince años aproximadamente.
—Quisiera preguntarte por la clase media, una categoría económica muy importante, que si bien implica no estar por debajo de la línea de pobreza ni tener grandes ingresos, por otro lado borra la idea de que uno es un trabajador, lo cual tiene un gran impacto en la identidad cultural. Y a su vez, hay cada vez más ricos y cada vez más pobres: podría decirse que la clase media está en vías de extinción. ¿Qué valor le das a esta categoría?
—Creo que la clase media es más un significante cultural que una categoría económica. En el Reino Unido y en los Estados Unidos probablemente sea bastante similar aquí. Todos se piensan como clase media. Lo digo en un doble sentido: en algunos casos porque quieren diferenciarse de esas clases trabajadoras con una mirada despectiva, pero también con una mirada de separación de las personas que tienen más poder en la sociedad, más decisión, más riqueza, etcétera. Entonces, de una forma u otra, la clase media se convierte en una categoría que se usa para diferenciarse. Dicho esto, quiero utilizar un término técnico: la proletarización del trabajo. En un contexto de desigualdad y diferenciación crecientes, muchas personas que se consideran de clase media o trabajos que históricamente son de clase media se están proletarizando. Y esto es observable en distintas profesiones y oficios como profesores y abogados. Incluso gerentes y programadores.
La clase media alta sobre todo, que tenía cierto tipo de trabajo que los inscribía en el sistema capitalista con ciertos beneficios, con ciertos distintivos, como por ejemplo salarios ligeramente más altos, cierto estatus, ciertos títulos que los separaban de estas clases trabajadoras más razas si se quiere, progresivamente van viendo que todos estos distintivos se van disolviendo, desarmando, y cada vez están menos presentes. El caso de los maestros y las maestras: cada vez están peor pagos, reciben salarios inferiores. El caso de los programadores: sufren la amenaza inminente de la automatización de sus tareas. Abogados.: con el tema de las inteligencias artificiales generativas parecería ser que su trabajo cada vez pasa a ser un poquito menos especializado, menos valorado, casi como un trámite. Entonces, para todo este tipo de trabajadores y trabajadoras, estos distintivos de los cuales antes se beneficiaban, empiezan a verse más desdibujados. De pronto, empiezan a estar mucho más cerca de esa clase de la que intentaban separarse.“En un contexto de desigualdad y diferenciación crecientes, muchas personas que se consideran de clase media o trabajos que históricamente son de clase media se están proletarizando” (Crédito: Gustavo Gavotti)
—¿Sos partidario de la renta básica universal?
—En teoría no. En la práctica, hay que ver. Hay algunas cuestiones vinculadas a la renta universal básica que son interesantes porque justamente salen de la lógica del trabajo asalariado, pero no están dadas las condiciones, quizás sociales y económicas, para poder imponer ese cambio o sostener los cambios que eso implicaría.
—¿Cuánto se modificó el capitalismo de plataformas que analizaste en tu libro, del que ya pasaron casi diez años?
—Bastante. Hay dos diferencias fundamentales. Una tiene que ver con las plataformas, con la nube, con todo lo que está en la nube de internet, que ha crecido enormemente y se ha desarrollado mucho, especialmente con estas cuestiones que tienen que ver con la inteligencia artificial generativa, etcétera. Y por otro lado, las plataformas tuvieron que hacerse de una extracción más efectiva del valor de sus trabajadores. Entonces, por ejemplo, con Uber o con cualquiera de estas, han tenido que meter mano de manera mucho más expansiva sobre el valor que producen esos trabajos. Ya no dependen tanto, como era en su momento, de estos inversores externos que financiaban el desarrollo y el crecimiento de las de las plataformas.
—En las plataformas sociales, en las redes sociales, circula una idea muy fuerte amparada por quien hoy es presidente de Argentina, por ejemplo: la del libre mercado extremo, la del anarcocapitalismo. Esa idea, que indudablemente beneficia a los multimillonarios, sobre todo a los dueños de esas plataformas, permeó en la clase trabajadora y muchos trabajadores la militan como propia. ¿Cómo analizás ese fenómeno?
—En primer lugar, hay que recordar que uno de los efectos más fuertes del neoliberalismo fue justamente introducir esta idea de que las personas se autoperciban como emprendedores. Y esta idea del “hacerse uno mismo”, de autosuperación, penetró fuertemente en las clases trabajadoras: levantarse temprano, trabajar un montón de horas, darlo todo, romperse el lomo, como si eso fuera realmente lo que te va a sacar de la situación en la que vos estás. Por otro lado, el anarcocapitalismo, aunque más no sea en su retórica y no tanto en su práctica, tiene esta idea de defender los pequeños negocios, las empresas chicas, e ir en contra de cualquier tipo de concentración de poder o monopolio, ya sea político, económico, etcétera. Si se combinan estas dos corrientes, la defensa de los pequeños negocios e ir contra el monopolio de del poder económico, sumados al emprendedurismo como imbuido del neoliberalismo, todo lo que culturalmente implica, no es tan difícil entender por qué estas ideas juntas funcionan y son de interés o son convocantes para los trabajadores.
—Decís que es una retórica, y es cierto: acá permeó un anarcocapitalismo que defiende la formación de monopolios. Si el monopolio se impone es porque lo hace naturalmente y eso va a ser beneficioso para la sociedad, dicen los oficialistas argentinos. Además, ven a cualquier ley antimonopólica como forma de regulación e intervención estatal.
—Hay que remontarse también a los orígenes del neoliberalismo, donde esta discusión ya sucedió. Ya hubo una gran discusión sobre si permitir o no la aparición y el sostenimiento de monopolios. La verdad que no es muy anarco permitir que haya grandes concentraciones de poder, pero entiendo que quizás acá ese fue el desarrollo y ese es el lugar donde está la conversación.“Quiero ofrecer visiones optimistas, pero no creo que haya mucho optimismo sobre el futuro” (Crédito: Gustavo Gavotti)
—¿Qué lugar ocupa hoy el comunismo? En Argentina, y en gran parte del mundo, se construyó como un enemigo. Pero no me refiero a los socialismos existentes, a la Unión Soviética, a Cuba, no; me refiero al concepto de comunismo. De alguna forma lo abordás en el libro hablando de elementos comunales.
—Es la razón por la cual hablo de postcapitalismo y no tanto de comunismo. Sí, efectivamente, comunismo tiene todo este bagaje histórico y político que conlleva un montón de lecturas y sentidos adentro. Además, históricamente, en términos de sistemas políticos efectivos que han existido, siempre se piensa en algún tipo de sociedad con un estado de planificación centralizada, donde de una forma u otra se intentan abolir los mercados. En algunos casos, con resultados de recesión o parálisis económica, en otros verdaderos colapsos como quizás fue la Unión Soviética. Entonces también es importante entender que el comunismo como significante tiene una circulación y una historia que le es propia. No es una palabra que elijo tanto. Por eso prefiero postcapitalismo. Aunque en un espacio académico podría perfectamente usar la palabra comunismo.
—En todo esta maraña de conceptos e ideas, ¿qué posibilidades tiene el aceleracionismo?
—En primer lugar, el término aceleracionismo ha sido utilizado por distintos y muy diversos actores. De momento, por ejemplo, hay un grupo muy específico de personas que están en el ecosistema de Silicon Valley que han tomado el término. Ese es un grupo, por ejemplo. Más allá de lo que haga ese colectivo con esa palabra, para mí el aceleracionismo viene de otra reflexión. Yo retomo el análisis que hace Gilles Deleuze, donde mira el aceleracionismo como la expresión de una forma económica que viene a deshacer ciertas jerarquías y restricciones del orden feudal. Entonces, el aceleracionismo, al desarmarlas y constituir un espacio nuevo, también propone sus propias jerarquías y estructuras y limitaciones. Por esta razón, lo que hace el aceleracionismo es tomar esta misma noción de que el capitalismo construye sus propios límites y tiene que resolver eso saliendo de ahí. Justamente, una de las formas de hacer eso es abolir el trabajo asalariado, esta manera de estructurar y limitar dentro del sistema capitalista.
—Supongo que pensar tanto estas cuestiones te han vuelto una persona optimista. ¿Lo sos?
—Probablemente no. Quiero ofrecer visiones optimistas, pero no creo que haya mucho optimismo sobre el futuro.
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Fotografía: Infobae. Gustavo Gavotti