Por: Obsadmin. 24/04/2021
ENTREVISTA A NANCY FRASER, FILÓSOFA Y ACTIVISTA FEMINISTA (NEW LEFT REVIEW)
¿Qué tendencias van emerger de la crisis social, de salud y económica producida por el Covid-19?
Tanto la pandemia como la respuesta a ella representan la irracionalidad y la destructividad del capitalismo. La crisis de la atención ya era evidente antes del brote de la Covid, pero se vio agravada en gran medida por ella. La condición preexistente, por así decirlo, es el capitalismo financiarizado, una forma especialmente depredadora que ha prevalecido durante los últimos cuarenta años, erosionando progresivamente nuestra infraestructura de atención pública mediante la desinversión en nombre de la ‘austeridad’.
De hecho, todas las formas de la sociedad capitalista funcionan permitiendo que las empresas se aprovechen del trabajo de cuidado no remunerado. La subordinación de la atención a las personas a la obtención de ganancias, alberga una tendencia intrínseca a una crisis socio-reproductiva.
Esto también se aplica a la crisis ecológica actual, que refleja la dinámica estructural profunda del sistema capitalista que funciona expoliando la naturaleza, sin considerar su reposición y, desestabilizando los ecosistemas y las comunidades que sustentan.
Lo mismo ocurre con nuestra actual crisis política. El severo debilitamiento de los poderes públicos logrado por las mega corporaciones, las instituciones financieras, y las rebeliones fiscales de los ricos, ha dado como resultado en una inversión insuficiente en infraestructura crucial.
Aunque esto se ha agudizado por la neoliberalización, es una tendencia que es parte inseparable de la sociedad capitalista. La crisis del cuidado está indisolublemente entrelazada con otras disfunciones – ecológicas, políticas, raciales-étnicas – que se suman a una crisis general del orden social.
Los efectos de la Covid en los humanos siempre habrían sido terribles, pero se han agravado que el capital en este período ha canibalizado el poder público, las capacidades colectivas que de otro modo podrían haberse utilizado para mitigar los efectos de la pandemia. La respuesta sanitaria se ha visto obstaculizada en muchos países, por décadas de desinversión en infraestructura de salud pública. Existe una tendencia en Estados Unidos a culpar a Trump. Pero eso es un error. La desinversión ha estado ocurriendo durante décadas.
Parece que fue la administración Clinton, en los noventa, quien dio los primeros pasos hacia desinversión.
Sí, toda una serie de administraciones estadounidenses, tanto demócratas como republicanas, desinvirtieron en infraestructura esencial de salud pública. Recortaron existencias de equipos esenciales como ventiladores, máscaras, agotaron capacidades de vital importancia (almacenamiento y distribución de vacunas) y dejaron sin recursos a instituciones críticas como centros de investigación, hospitales públicos, unidades de UCI, agencias de salud gubernamentales.
Los científicos advirtieron que era probable que se produjera otra epidemia viral, pero nadie los escuchó. Entonces, cuando llegó el COVID, Estados Unidos no estaba preparado en absoluto. Después de un año, todavía no funciona el seguimiento de los contagiados. Las autoridades de salud pública simplemente carecen de la capacidad para organizarlo.
El colapso de los ya débiles sistemas de atención pública trasladó todas las obligaciones a familias y comunidades, especialmente a las mujeres, que todavía hacen la mayor parte del trabajo de cuidado no remunerado. Con el confinamiento, el cuidado infantil y la educación se trasladaron repentinamente a los hogares, dejando que las mujeres asumieran esa carga además de otras responsabilidades, y lo hicieran en pequeños espacios domésticos.
Muchas mujeres empleadas terminaron dejando sus trabajos para cuidar de sus hijos y otros parientes; y muchas otras fueron despedidas. Hay un grupo, lo suficientemente afortunado como para mantener sus trabajos y trabajar de forma remota desde casa, mientras tanto también realiza tareas de cuidado.
Otro grupo, los ‘trabajadores esenciales’, se enfrentan diariamente a la amenaza de infección, con el natural temor de llevar el virus a sus familias, mientras trabajan por un salario muy bajo, para los más privilegiados acceden a bienes y servicios sin moverse de sus hogares. Las mujeres se encuentran doblemente explotadas tiene mucho que ver con la clase y el color. El virus es como si alguien hubiera inyectado un tinte en el sistema circulatorio del capitalismo, iluminando todas sus fallas constitutivas.
En los Estados Unidos, el brote del COVID fue seguido por una impresionante ola de protestas, en su mayoría lideradas por jóvenes negros, contra la violencia policial racista. ¿El lema ‘Black Lives Matter’ adquirió un significado diferente durante la pandemia?
Es una pregunta importante. ¿Por qué el resurgimiento de la actividad antirracista militante en los EEUU coincidió con la pandemia del COVID? Los asesinatos policiales de personas de color han estado ocurriendo durante mucho tiempo, al igual que las luchas contra ellos. Entonces, ¿por qué las protestas se volvieron tan grandes y sostenidas en ese momento, en medio de una terrible crisis de salud?
Algunos han sugerido que los meses de encierro crearon una intensa presión psicológica, que encontró una salida en las calles. Pero, creo que hay razones más profundas, forjadas en la crisis, que provocaron chispazos importantes de percepción política. La constatación de que estas dos expresiones aparentemente distintas del racismo estructural – la vulnerabilidad por el virus y la vulnerabilidad por la violencia policial – en realidad estaban vinculadas.
Cuando estallaron las protestas en mayo de 2020, ya estaba claro que los estadounidenses de color, se estaban muriendo desproporcionadamente a causa del COVID. Recibieron peor atención médica y tenían una mayor tasa de afecciones subyacentes, vinculadas a la pobreza y la discriminación: asma, obesidad, estrés, presión arterial alta. Se enfrentaron a mayores riesgos de exposición, sus trabajos de primera línea no se podían realizar de forma remota y sobreviven en pisos hacinados. Todo esto le dio un nuevo significado a ‘Black Lives Matter’.
El lema estaba circulando desde 2014, con el asesinato de Michael Brown en Ferguson. Desde entonces ha habido una gran cantidad de organización, incluidos grupos de sensibilización y estudios, formando una nueva generación de activistas antirracistas, especialmente jóvenes activistas de color.
Este fue el contexto, la atmósfera, en que se procesaron los informes sobre el impacto racializado del COVID. Además, se produjo el asesinato de George Floyd, que todo el mundo lo vio en las pantallas. Así se encendió la mecha. En otras palabras, el momento no fue casual.
La convergencia de la protesta contra la violencia pandémica y contra la policía profundizó los contenidos del movimiento ‘Black Lives Matter’. Con la pandemia llegó a significar: las vidas de los negros no deberían perderse por una combinación letal de exposición a infecciones y problemas de salud preexistentes, lo que también apunta a condiciones estructurales subyacentes.
El impacto electoral de Black Lives Matter fue enormemente positivo, claramente en Georgia, que dio sus votos electorales a Biden y cambiando dos escaños en el Senado, dando el triunfo a un afroamericano y a un judío, por lo tanto, entregando a los demócratas el control del Senado.
Esta dinámica incluyó un rechazo blanco contra Trump, así como la participación masiva de negros, impulsado por Black Lives Matter.
La derrota de Trump en las elecciones fue sentida como una victoria, pero no parece que la victoria de Biden haya despertado el mismo entusiasmo. ¿Cómo lees el resultado de las elecciones estadounidenses?
Permanecemos, para usar los términos de Gramsci, en un interregno, donde lo viejo está muriendo, pero lo nuevo no llega a nacer. En esa situación, se tiende a tener oscilaciones políticas, vaivenes entre alternativas que se agotan y otras que no pueden tener éxito.
La derrota de Trump fue posible por un acuerdo entre el extremo centro neoliberal, del ala Clinton-Obama, y la oposición populista de izquierda, el ala Sanders-Warren-AOC.
Los centristas neoliberales eliminaron a Sanders en las primarias con el fin de despejar el camino para que el entonces tambaleante Biden se convirtiera en el candidato nominado. Pero a diferencia de 2016, las dos alas se unieron para las elecciones generales. La facción de Sanders brindó un apoyo a Biden contra Trump y, a cambio, ganó más voz en la política del partido.
El resultado es que los populistas progresistas y los neoliberales están ahora en coalición. Los populistas son la parte más débil de esta alianza y no están representados en el gabinete de Biden. Sin embargo, su influencia ha crecido.
Sanders ahora encabeza el poderoso Comité de Presupuesto del Senado y es entrevistado con frecuencia en la televisión nacional, lo cual es nuevo: nunca antes se lo trató como un comentarista importante. Luego, también el caucus de Ocasio-Cortes a duplicado sus números, ganando contiendas importantes en las elecciones de 2020.
En política interior, los centristas se han movido hacia la izquierda. Los demócratas de ambas Cámaras votaron unánimemente por el proyecto de ley de ayuda COVID de 1,9 billones de dólares , que contiene varios elementos del programa de los “populistas progresistas”. Ese paquete refleja la fuerza y la influencia de Sanders.
Los asesores económicos de Biden que, aunque ciertamente no son ‘de izquierda’, al menos han roto, circunstancialmente, con los economistas de Goldman-Sachs que dirigieron el Departamento del Tesoro durante décadas y nos trajeron la financiarización. Dirigido por Janet Yellen, la orientación del nuevo equipo es neo-keynesiana; aunque están comprometidos con el «libre comercio», han renunciado al menos temporalmente a la lógica de la austeridad y han priorizado el pleno empleo sobre la baja inflación.
El estado actual de la administración Biden representa una formación de compromiso. Su política fusiona con algunos elementos del New Deal, pero con los dogmas del libre comercio de la economía política neoliberal. Por otra parte, su política de reconocimiento incluye elementos tanto meritocráticos como igualitarios.
Hay muchas tensiones inherentes en la “coalición”, y es probable que estallen tarde o temprano. Queda por ver cuándo y en qué forma, se resuelva y en qué términos. En general, las alianzas de la izquierda y los liberales son inestables y no duraran mucho tiempo. Pero no está claro qué lo reemplazará exactamente.
Una variable clave es si las políticas de Biden lograrán satiscer a una población conmocionada no solo por las consecuencias económicas y de salud provocadas por la pandemia, sino también por las ‘condiciones preexistentes’. Cuarenta años de desindustrialización y deslocalización, financiarización, desarticulación de sindicatos, deterioro de la infraestructura, violencia policial, devastación ambiental, destrucción de la red de seguridad social ha empeorado brutalmente las condiciones de vida de los pobres, la clase trabajadora, la clase media baja y media.
Este fue el proceso que provocó la deserción masiva de los partidarios del ‘neoliberalismo progresista’, en 2016. Unos se volcaron por Trump, otros por Bennie Sanders. Y ambos movimientos continuarán, mientras continúe este proceso de declive del sistema. Por tanto, el futuro del compromiso con Biden depende de su capacidad para hacer suficientes concesiones a favor de la clase trabajadora para mantener a los populistas de izquierda a bordo y mitigar la fuerza de los populistas de derecha. Además, también debe mantener contenta a la clase inversora. No es un trabajo fácil.
La elección de Kamala Harris ha provocado reacciones encontradas en la izquierda, hay quienes subrayan la importancia de tener una mujer negra como vicepresidenta y hay quienes critican sus posiciones sobre la pena de muerte y su encubrimiento de los abusos policiales como Fiscal General de California. ¿Cuál es su análisis?
Nunca he sido un gran admirador de lo que Anne Phillips alguna vez llamó la ‘política de la presencia’ o la idea de que elegir a alguien que se parezca a ti, por ejemplo, una mujer o una persona de color.
Nadie realmente feminista apoyó a la Thatcher. Creo que en Estados Unidos tenemos esto más claro ahora, después de haber elegido a un afroamericano en 2008. Mucha gente emitió ese voto con tremendas esperanzas de un cambio importante, que el candidato cultivó deliberadamente a través de su retórica de campaña.
El resultado con Obama ha sido una profunda decepción. Una vez en el poder, abandonó rápidamente el discurso y gobernó como un neoliberal. Después de esa experiencia, nadie siente mucha emoción por el ascenso de Harris a la vicepresidencia. Tenemos un viejo dicho: ‘Si me engañas una vez, la culpa es tuya; Si me engañas dos veces, la culpa es mía’.
En cualquier caso, Harris, a diferencia de Obama, no es una política desconocida ni una buena oradora. Tiene un largo historial como fiscal y administradora. Es una ambiciosa operadora política. Habría que ser deliberadamente ciego para pensar en ella como un faro de «esperanza y cambio».
Por otro lado, es muy flexible, es buena para “leer las hojas del té” y ajustar su discurso en consecuencia. Posiblemente podría moverse un poco hacia la izquierda si ese curso sirviera a sus ambiciones, que incluyen la Presidencia para lo que está siendo preparada. Pero, ella es alguien que va con la corriente.
Cuando el compromiso de Biden se hunda, cuestión que ocurrirá sin lugar a dudas, los liberales atacarán a la izquierda y tratarán de resucitar el neoliberalismo con alguna nueva apariencia, al igual que las fuerzas de Trump intentarán resucitar su alternativa reaccionario-populista.
En ese punto, la izquierda enfrentará un cruce de caminos. Un escenario, sería insistir en políticas de identidad superficiales que impulsan el fetichismo de la diversidad. El otro, hacer un esfuerzo serio para construir una tercera alternativa, articulando una política inclusiva de reconocimiento con una política igualitaria de redistribución.
La idea sería escindir los elementos pro-clase trabajadora de cada uno de los otros dos bloques y unirlos en una nueva coalición anticapitalista, comprometida con las luchas de toda la clase trabajadora, no solo de la gente de color, inmigrantes y mujeres que apoyaron a Sanders, pero también a quienes desertaron del apoyo a Trump.
Esta coalición podría ser una nueva versión del populismo de izquierda. No la veo como un punto final sino como una etapa de transición, en el camino hacia una organización y un programa más radical: una transformación estructural profunda de todo el sistema. Eso requiere no solo una política un populismo de izquierda, sino algo más parecido al eco-socialismo democrático.
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Fotografía: Jacobin América Latina