Por: Mariana Mastache, Karla Guerrero, Álvaro Vallarta y Paolo Sánchez, reporterxs; María Luisa López, mentoría. 15/09/2023
A pesar de la evidencia científica, persiste la idea errónea de que los humanos somos “superiores” y podemos ejercer maltrato animal.
Estudios científicos comprueban que las ratas utilizadas en experimentos de laboratorio, donde también padecen maltrato animal, son seres que se niegan a presionar un botón que les da comida, si eso provoca una descarga eléctrica en otra rata. Y también, que como nosotros, ríen.
Alina González, defensora de los derechos de los animales en la Ciudad de México mantiene fijo un hilo en su cuenta de Twitter (@Alina_Gag), donde incluye el link a un artículo publicado por la revista digital Aeon, que aborda la nula preocupación ética en la experimentación con ratas para investigación científica, roedores que también son capaces de liberar a otras ratas atrapadas sin importar lo difícil que pueda ser.
El caso de los chimpancés es diferente, aunque hubo un tiempo en que ellos tampoco tenían protección frente al abuso en estudios científicos. Esto cambió gracias, en gran medida, a los esfuerzos de la etóloga inglesa Jane Goodall.
La experimentación científica es una de las áreas donde se producen múltiples formas de maltrato animal. También una de las menos visibilizadas, en contraste con lo que ocurre en casos de perros y gatos, aceptados como “embajadores de otras especies” según María de los Ángeles Cancino, bióloga y doctora en Ciencias por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)..
“Hasta este momento, solamente faltan estudios contundentes para afirmar si son seres sintientes o no, en las esponjas y los corales. Nadie pide que los amemos. Pero exigimos respeto para todos los animales sintientes con las estructuras neuroanatómicas que permiten la experiencia de miedo, dolor, angustia y sufrimiento”, enfatiza Cancino.
La profesora de Bioética de la UNAM, detalla: los animales no deben ser clasificados por el uso que hacemos de ellos, si nos sirven o no, si podemos comerlos, si son “feos” o “hermosos” (que puede variar según el lugar del mundo en el que estemos); es decir, por cánones históricamente adquiridos y por no haber nacido Homo sapiens. Desde una “supuesta” superioridad de los humanos sobre otras especies.
“Cuando tratamos de discriminar a los demás animales porque nosotros somos más inteligentes, pues… ¿Inteligentes según quién? ¿El delfín necesita saber geometría analítica o interpretar un haiku? Lo que sí sabemos es que sienten dolor”.
Estos parámetros pertenecen al “especismo”: la discriminación normalizada hacia los animales por considerarlos inferiores a la humanidad.
La segmentación en función de las especies explica por qué algunas personas abandonan a los perros en azotea, les dan de comer sobras o los dejan por días sin alimentar; por qué golpean las peceras creyendo que los peces no sufren estrés, o por qué cualquier animal puede ser explotado y torturado en industrias como la de alimentos, la moda o el entretenimiento, así como en criaderos de mascotas o en investigación científica.
Una dura referencia sobre esto último es el documental Earthlings (2005), dirigido por Shaun Monson y narrado por Joaquín Phoenix, tanto que al inicio del filme se advierte sobre la inclusión de imágenes que pueden herir la sensibilidad del espectador y que “no muestran casos aislados sino las prácticas estándar” en dichas áreas.
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En 1978 la Liga Internacional de los Derechos de los Animales proclamó la Declaración Universal de los Derechos de los Animales, que desde entonces propone la limitar la experimentación en animales no humanos, que implica sufrimiento físico o psicológico, pero a la fecha de obligatoriedad.
Durante la reciente marcha ciudadana en contra de la violencia hacia los animales, en Ciudad de México, una de las consignas fue: “Todos somos animales“. Cierto. En la década de los noventa, Jaak Panksepp, considerado el padre de la neurociencia afectiva, defendió la existencia de emociones en animales no humanos, como sugirió Charles Darwin en el siglo XIX.
México, primer lugar en maltrato animal
Goliat fue un guerrero, como el homónimo personaje bíblico. Sobrevivió tras haber sido amarrado a un árbol, donde cortaron sus patas antes de prenderle fuego.
La Fundación Toby, dirigida por Samia Klimos, dedicada desde hace cuatro años a rescatar animales en situación de maltrato, rescató a Goli. A pesar de sus heridas, el canino también sobrevivió a una lucha contra el cáncer y vivió sus últimos años arropado y querido.
“Goli fue un perro que nos inspiró, nos hizo valientes, nos enseñó que no importa qué tan jodido estés siempre puedes seguir luchando”, expresa Samia.
La bióloga María de los Ángeles Cancino destaca que no es fácil ser defensor de derechos en México, incluidos quienes ahora se dedican a la protección animalista.
El equipo de la Fundación Toby ha sido víctima de acoso, amenazas telefónicas y agresiones en redes sociales. A pesar de ello, continúan su labor de rescate y denuncia.
Sus integrantes, como los y las de otras organizaciones animalistas, realizan diversas actividades, entre ellas hacer y vender pays, que les permite generar recursos para continuar con su labor, proporcionar alimento, llevar a consultas y adquirir medicamentos para los animales que atienden.
También han presentado varias denuncias formales por maltrato animal ante las autoridades respectivas.
“Las autoridades de plano no quieren cooperar, en la capital existe la Fiscalía Especializada en Delitos de Maltrato Animal (Fidampo); nosotras hemos sido muchas veces a presentar denuncias ahí y no nos toman en serio”, relata Klimos.
Casos como el de Goli no son aislados en México. La Procuraduría de Protección al Ambiente del Estado de México, por ejemplo, ha recibido, entre 2018 y agosto de 2022, 4 mil 546 denuncias. Aunque sólo se han iniciado, durante ese periodo, mil 89 procesos.
Por su parte, el Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la CDMX atendió 17 mil 600 reportes por maltrato animal entre 2020 y julio de 2022.
De acuerdo con la organización Animanaturalis, México ocupa el primer lugar en América Latina en casos de maltrato animal.
Tan sólo en la Ciudad de México, según datos de la Fiscalía General de Justicia local, entre enero del 2019 y enero de 2023 se abrieron 859 carpetas de investigación por el delito de maltrato animal.
Siete de cada 10 animales domésticos enfrentan maltrato y aproximadamente 60 mil mueren por esta causa. El índice de castigo a quienes ejercen violencia contra animales no humanos: es menor a 0.01%
La Ley General de Vida Silvestre, establece que maltrato animal es todo hecho, acto u omisión del ser humano que pueda ocasionar dolor, deterioro físico o sufrimiento a los animales, así como poner en peligro la vida o dañar gravemente su salud.
Los marcos normativos que consideran a los animales en México son el Código Penal Federal, la Ley de Responsabilidad Ambiental, la Ley General de Vida Silvestre y Ley General de Equilibrio Ecológico.
Chiapas es el único estado de la República mexicana que no tipifica el maltrato animal como delito. En el resto del país las penas varían según la legislación de cada estado.
En Ciudad de México se castiga a quienes cometen el delito de maltrato con sanciones desde 6 meses hasta 6 años de prisión, y con 50 a 400 días de multa, mientras en el Estado de México, las penas van desde 6 meses hasta 3 años de prisión, con multas desde 100 a 200 días de salario.
El abogado Frank Ortíz González señala: “La legislación tiende a ser especista. La mayoría de las legislaciones son bienestaristas, es decir, se permiten algunos actos que lesionen su esfera de protección, sólo defienden el hecho de que los animales puedan gozar una mejor calidad de vida”.
Actualmente los activistas por los derechos de los animales en México, exigen que éstos sean aceptados como seres sintientes en la legislación federal para que puedan ser considerados como víctimas y mejorar el proceso de búsqueda de justicia para agresores.
Ortiz González, integrante de Abogados Animalistas México, señala al reconocer la sintiencia del animal se reconoce intrínsecamente el derecho que tiene a la vida, a la salud y a la protección de sus propios espacio, cuerpo y mente.
“En este caso, el tránsito hacia el concepto jurídico de víctima sí está lejos, pero creo que no está equivocado. Simplemente (hay que) tratar de generar este brinco, lo vamos a dar pronto”.
Entre las demandas ciudadanas que dieron pie a la pasada marcha ciudadana en contra de la violencia y por la defensa de los derechos de los animales, entre ellos el trato digno y el derecho a la vida, está la exigencia del cumplimiento de la promesa presidencial de enviar una iniciativa al Congreso legislativo para elevar a rango constitucional la protección de los animales.
“Vamos a presentar una iniciativa para la reforma al artículo 4o.” en busca de garantizar un “trato humano, respetuoso, a los animales”, señaló en su conferencia mañanera el presidente Andrés Manuel López Obrador, el pasado 19 de junio, una semana antes de la realización de la marcha contra la violencia hacia los animales.
En este contexto jurídico en relación con el maltrato animal en México, esta semana, el 16 de agosto, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) atrajo el amparo promovido por la Organización en Defensa por los Animales Va por sus Derechos, que busca que la elefanta Ely sea trasladada del Zoológico de Aragón a un santuario en Brasil, por considerar que el espacio no le ofrece las mejores condiciones de vida.
Invisibilizamos la violencia
En 2012 un grupo internacional de especialistas en neurociencias, donde se encontraba Jaak Paansepp, firmó en presencia de Stephen Hawking, la Declaración de Cambridge sobre la consciencia de los animales no humanos. En el documento se afirma:
“La ausencia de un neocórtex –área del cerebro responsable de la capacidad de razonamiento y pensamiento lógico–, no parece impedir que un organismo pueda experimentar estados afectivos”.
Por tanto: “La evidencia indica que los humanos no somos los únicos en poseer la base neurológica que da lugar a la consciencia (desde la perspectiva de las neurociencias, es como la ‘luz’ en el cerebro que nos permite saber que estamos aquí, la sensación de estar despiertos y conscientes de nuestro entorno y de nosotros mismos)”.
El conocimiento científico ha despejado algunas dudas: ¿Los elefantes lloran las pérdidas por un duelo y los perros buscan brindar consuelo a los humanos? Sí. ¿Las cucharachas necesitan amigos? Sí.
Cancino coincide con Carl Safina, etólogo y ecólogo, quien señaló a National Geographic: “Tratamos de mantenernos con vida, conseguir comida y refugio y criar algunos jóvenes para la próxima generación. Los animales no son diferentes a nosotros en ese sentido y su presencia en la Tierra es tremendamente enriquecedora”.
Uno de los grandes pendientes para ir cambiando nuestra mentalidad en relación con el trato que damos a los animales no humanos está en la educación, enfatiza Cancino.
Entre las cosas que hay que cambiar está “el grave problema de seguir comprando animales”, que hace que las hembras sean “esclavas”, especialmente en el caso de las perras.
“Detrás hay una hembra explotada, que normalmente no es tratada como un animal sino como una incubadora de cachorros adorables para la venta, y que sólo está para parir, donde muchas veces ella no acepta ser montada. ¿Qué se hace entonces? Obligarla y eso tienen un nombre: se llama violación.
“Hay un lema que he adoptado para mi vida y se lo agradezco a mis amigas y conocidas feministas y antiespecistas, que es: ‘ni oprimida ni opresora‘. Es muy poderoso para nosotras, y muy fuerte, porque también oprimimos a otras hembras y oprimimos a otros animales”.
En palabras de Cancino, en México aún “vivimos en la invisibilización de la violencia animal”. Por eso, la educación y la discusión son lo más importante.
“En cuanto alguien, o un texto, una película, una conferencia, un libro, una revista, un artículo, nos permite abrir los ojos por primera vez, entonces hay que posicionarse, la decisión debe ser personal y autónoma, pero ya no será desinformada.
“Todos somos animales. Humanos y no humanos somos muy parecidos. Hay mucho, mucho que aprender”.
En términos éticos y bioéticos, el cuestionamiento infalible frente al maltrato animal, es: ¿Es capaz de sufrir? ¿Sienten dolor como nosotros?
“A mi no me interesa que mi perro o que los caballos tengan capacidades matemáticas, como pretenden los que los entrenan para dar patadas en el piso preguntando ‘¿dos más dos?’ para que pise cuatro veces. ¡Qué barbaridad! Y todo el público aplaudiendo. Detrás hay maltrato, castigo, violencia”.
La también integrante de la Comisión de Ética Académica y Responsabilidad Científica de la Facultad de Ciencias de la UNAM, considera que los argumentos antropocéntricos –que parten de que los humanos somos el centro de todo– son sumamente engañosos, sesgados, y muy reproducidos por la gente, “cuando queremos sentirnos superiores”.
Pero no. No somos superiores.
“Las especies no son superiores. Todas las especies que estamos coexistiendo en este momento en el mundo, estamos en evolución. No hay nadie que haya evolucionado más. No somos la especie más evolucionada. No somos superiores. Todos esos conceptos son erróneos”.
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Fotografía: Corriente alterna