Por: Alejandro Galliano@BrunoBauer. 15/09/2023
El progresismo académico ante el capital
«Ideas fuera de lugar», llamó Roberto Schwatzer a los diferentes tipos de liberalismo que querían echar raíces en el suelo esclavista y clientelar de Brasil. «País sobrepensado y subejecutado» sentenció Martín Rodríguez sobre la desproporción entre la acción y la reflexión en la política argentina. Ambos denuncian un exceso de pensamiento, uno por desubicación otro por desproporción. ¿Un futuro automatizado? es una compilación de artículos sobre nuevas tecnologías editado este año por UNSaM a la que pareciera caberle el sayo: ¿qué pueden decir sobre IA, transhumanismo o criptomonedas un conjunto de investigadores de un país periférico y empobrecido en donde Tidal se cuelga por la pésima señal de internet? Mucho, a juzgar por la calidad de los textos. Pero el contexto político en el que le tocó salir al libro nos permite leerlo en otro sentido.
La mayor parte de los autores convocados pertenece, por sus trayectorias y sus marcos valorativos, a eso que podemos llamar progresismo académico: una espectro de ideas que van del populismo de centroizquierda hasta posmarxismos diversos, y que encuentra en las universidades y centros de investigación estatales una zona de confort para desplegarse, lejos de los rigores del mercado y las ingratitudes de la política partidaria. En Estados Unidos, la alt-right denomina «Catedral» a ese grupo, allá mucho más próspero e influyente, y lo define como su principal enemigo. Aquí los clivajes y la escala son otros pero es inocultable la inquina de las viejas y nuevas derechas criollas contra caricaturas de un Conicet diletante (que desarrolló el trigo hb4) o universidades públicas comunistas (que incluirían a cerebros del capital como FADU o Agronomía). Leer al progresismo académico discurrir sobre las formas más avanzadas del capital puede parecer una tarea fatua en medio de semejante crisis pero también nos puede indicar hacia donde conducir ese exceso de pensamiento que, como todo lo producido, es un capital. Sólo hay que saber invertirlo.
La mayor parte de los autores convocados pertenece, por sus trayectorias y sus marcos valorativos, a eso que podemos llamar progresismo académico: una espectro de ideas que van del populismo de centroizquierda hasta posmarxismos diversos, y que encuentra en las universidades y centros de investigación estatales una zona de confort para desplegarse, lejos de los rigores del mercado y las ingratitudes de la política partidaria
No voy a hablar de políticos ni elecciones en esta nota. Solo me gustaría decir que en estos 20 años en los que discutimos el precio del dólar o el verdadero rol de Montoneros, el capital global se transformó, la naturaleza humana cambió y el espíritu del mundo es otro. Ahora golpean a nuestra puerta.
Vivir en el software
La lectura de un ¿Un futuro automatizado? vale no solo por la calidad de sus artículos sino por su curaduría, a cargo de Hernán Borisonik y Facundo Rocca: cada texto se enlaza con el siguiente, retomando temas desde otro enfoque, en una armonía contínua y desafiante. Con la insolencia de un DJ cortando samplers, voy a alterar ese ritmo para llevarlo hacia donde me interesa.
El artículo que abre el libro, a cargo de Darío Sandrone, contrapone el autómata al cyborg. El autómata es un robot, una entidad artificial dedicada a ejecutar acciones que permitan reemplazar humanos con capital; el cyborg es un híbrido de humanidad y tecnología, una asociación que permite ampliar las capacidades de cada uno. Mientras la tradición automatista—que incluye a Marx—pensó a la sociedad en términos robóticos de capital versus trabajo; la otra línea, que va de Leibniz a Babbage y de allí a Turing, pensó en máquina abstractas basadas en el cálculo, capaces de integrarse al entorno humano. Es evidente que triunfó el cyborg: hoy vivimos en un entorno tecnológico que amplía nuestras capacidades. La posta de Sandrone la toma Javier Blanco, doctor en Informática por Eindhoven y secretario general de ADIUC, el gremio que nuclea a los docentes e investigadores de la Universidad de Córdoba. Para Blanco, ese ambiente tecnológico se entiende a partir del software: programas con instrucciones que a su vez pueden transformarse en datos de otros programas y así escalar en arquitecturas infinitas. La máquina abstracta se transforma en una ciudad.
La pregunta que queda picando es cuál será el lugar del viejo ser humano entre esos rascacielos de software. El humanismo de las humanidades se aferra a nuestra capacidad semántica: sólo nosotros podemos encontrarle sentido a las cosas, los algoritmos son pura sintaxis. Blanco es lapidario: «la semántica que indudablemente experimentamos en nuestra vida mental es aparentemente un atajo evolutivo frente a la notoria dificultad de lidiar adecuadamente con formas sintácticas complejas. La cognición en sistemas digitales no adolece de esas limitaciones, por lo que la pregunta acerca de si es o no semántica es algo ingenua: no necesita serlo, puede lidiar mejor con la enorme complejidad del pensamiento preciso». Tanto Sandrone como Blanco señalan que el efecto neto de las nuevas máquinas abstractas es liberar al ser humano de tareas intelectuales repetitivas. Pero mientras Sandrone se preocupa por la recaptura de ese excedente de energía humana a manos del capital, el gremialista Blanco ya empezó a despedirse de la humanidad tal como la conocemos.
Solo me gustaría decir que en estos 20 años en los que discutimos el precio del dólar o el verdadero rol de Montoneros, el capital global se transformó, la naturaleza humana cambió y el espíritu del mundo es otro. Ahora golpean a nuestra puerta
El capital te da, el capital te quita
Las posibilidades políticas de esa nueva humanidad son el tema de Facundo Martín y Navarro/López Gabrieledis. Toni Navarro y Alejandra López Gabrieledis parten de la idea del cuerpo humano como conjunto de datos y entienden a la IA como ampliación de ese cuerpo a nuevas posibilidades y nuevas subjetividades. Pero lo cierto es que la IA hoy es gestionada por capitales privados poco confiables para administrar ese segundo cuerpo. Facundo Martín por su lado, salta el viejo alambrado entre naturaleza y cultura y nos cuenta la historia cultural del cerebro humano: un organo que evolucionó recibiendo los impactos del entorno social y técnico que la humanidad iba construyendo mientras tanto. Esa historia no terminó: el cerebro sigue coevelucionando con nuestro entorno, ahora enriquecido con nuevas sustancias y prácticas psicotrópicas. Pero, ay, esos psicotrópicos circulan a través del mercado.
El capital aparece una y otra vez para aguar la fiesta de la tecnología emancipadora. Navarro y Martín, ambos con militancias pasadas y presentes, y en trance de superar el aceleracionismo, comparten la tragedia de la izquierda ante el capitalismo 4.0: una enorme lucidez para detectar la potencia política de las nuevas tecnologías que se frustra ante el dato implacable de que esas tecnologías están motorizadas y empotradas en el capitalismo. Las soluciones son menos lúcidas que el diagnóstico: diferentes versiones de «regulación» y «socialización» de las tecnologías. El problema es que las formas de autogestión conocidas tienen una escala muy inferior a la máquina abstracta que pretenden administrar. La única institución «horizontal», peer-to-peer, que resiste esa escala es precisamente el mercado, o el blockchain, otra tecnología secuestrada por el capital. Por eso, y como la Historia se cansó de demostrarlo, al final del camino de la «socialización» está el control estatal y la burocratización. ¿Cuán emancipador puede ser confiarle al Estado nuestro cerebro y nuestro cuerpo de datos?.
Comparten la tragedia de la izquierda ante el capitalismo 4.0: una enorme lucidez para detectar la potencia política de las nuevas tecnologías que se frustra ante el dato implacable de que esas tecnologías están motorizadas y empotradas en el capitalismo. Las soluciones son menos lúcidas que el diagnóstico: diferentes versiones de «regulación» y «socialización» de las tecnologías.
Esa tragedia es evidente en los nuevos planificadores (Arboleda, Srnicek, Cockshott, Bratton), pensadores que buscan emplear la capacidad de cálculo virtualmente infinita de las nuevas tecnologías para reponer la planificación económica socialista que fracasó en el siglo XX y de paso solucionar la crisis climática que domina al siglo XXI. Facundo Rocca repasa todos esos proyectos y concluye que el solucionismo tecnológico de las propuestas no va más allá de adosar un dispositivo nuevo a tecnologías más viejas, como el Estado o la ley, obviando todas las otras variables sociales, que aparentemente se ordenarán solas bajo el imperio del algoritmo comunista. La propuesta de Rocca es incorporar en el Plan una tecnología aún más vieja que retenga ese plus no racional de cualquier sociedad: el lenguaje. Un arma de doble filo: por un lado, nos puede arrastrar de nuevo a las infinitas discusiones semiológicas de la doxa posmoderna; por otro, incorporar la irracionalidad semántica al cálculo infinito de nuestro entorno tecnológico suena atractivo y nos abre dos horizontes: el cuerpo y el dinero.
Vendimos tu cuerpo hace rato
Lucía Ariza y Julieta Massacese retoman la cuestión de la humanidad intervenida por la tecnología pero desde un lugar más preciso: la genómica. A principios del siglo XIX, en la soledad de su quinta de porotos en el monasterio de Brno, Gregor Mendel concibió al gen como unidad de transmisión de rasgos. Al siglo XX le tocó determinar qué es un gen. Primero por sus propiedades químicas, luego como portador de información. La naturaleza se redujo a biología; y la biología, a datos. Desde ese momento comparte las vicisitudes de todos los datos: decodificación, publicación (o no), acumulación, edición. Y comercialización.
Tanto Ariza como Massacese se ocupan del efecto clínico y bioético de la datificación de la vida. Pero en el contexto del «debate austríaco sobre la venta de órganos», también podemos pensar que nuestro cuerpo datificado, entero o a pedazos, tiene precio de mercado hace rato. Y eso no deja de afectar nuestra percepción de nosotros mismos y de los demás. La mercantilización de la vida datificada y la nueva subjetividad que eso procrea son procesos a la vez más abstractos y más reales que la discusión mediática sobre publicar un riñón en Mercado Libre. Votemos lo que votemos, ya estamos íntegramente comoditizados y pensamos desde ahí. El cuerpo no es una frontera para el capital.
Bitcoin no es dinero, es un sentimiento
Hernán Borisonik se ocupa del dinero. Tiene dos libros al respecto: Dinero sagrado (2013) y Soporte. El uso del dinero como material en las artes visuales (2017). Para Borisonik, el dinero emerge de la más humana de las hendijas: somos seres sociales que intercambiamos inevitablemente, pero ese intercambio nunca es perfecto. El dinero como equivalente general llena esa incompletud de manera sencilla: un número negativo o positivo. El dinero es algo tan humano que participó de todas las metafísicas que jalonaron nuestra historia: tiene un origen religioso, se naturalizó en la modernidad temprana y logró explicarse científicamente a partir de un modelo físico newtoniano (leyes invariables, flujos, inercia y equilibrio) que sigue hasta el día de hoy, a pesar de que hace un siglo que la física no es newtoniana. O mejor dicho, seguía. La crisis del patrón dólar de 1971 dio lugar a una financiarización de la economía que hizo del dinero algo más impersonal, abstracto y cuantitativo. Pero lo hizo sobre dinero fiat, papelitos firmados por alguien supuestamente confiable. El crash financiero de 2008 produjo una crisis de fe y las criptomonedas propusieron reponer y superar al viejo patrón oro con algo más duro, autónomo e inviolable que el oro: bloques de datos criptográficos conectados a una red descentralizada.
El dinero es algo tan humano que participó de todas las metafísicas que jalonaron nuestra historia: tiene un origen religioso, se naturalizó en la modernidad temprana y logró explicarse científicamente a partir de un modelo físico newtoniano (leyes invariables, flujos, inercia y equilibrio) que sigue hasta el día de hoy, a pesar de que hace un siglo que la física no es newtoniana.
A priori, las criptomonedas parecen una fuga hacia adelante: un dinero aún más impersonal, inmaterial y transparente sostenido por la máquina abstracta de Turing. Sin embargo, señala Borisonik, no es dinero: «Al no estar vinculadas con ningún valor externo y poder circular sin estar vinculadas a otras mercancías, las criptomonedas rompen con muchas de las concepciones que las preceden», pero sin poder superarlas. Un ejemplo sería la «confianza». En el mundo cripto, «consenso» no refiere a ninguna legitimidad interpersonal sino a un proceso no humano: la verificación algorítmica paralela y concordante de un bloque. Aún así, la volatilidad de las criptomonedas las hace extremadamente dependientes de la confianza humana: como toda red, depende de que las gente quiera conectarse. El fiat que sacás por la puerta entra por la ventana. Esa contradicción puede extenderse a todo el entorno social cripto. El recurso digital que promete barrer con bancos centrales y gobiernos enteros sobre la deshumanización plena de su funcionamiento, necesita alimentar (y alimentarse de) las pasiones y fantasías humanas más pueriles: ganancia sin esfuerzo, libertad infinita, la venganza de los nerds. Allí donde la exactitud impersonal del mercado o el software pretendió desplazar a la sociedad, ésta reaparece con su rostro más idiota.
Dentro del robot había un enano llorando, el cyborg es irracionalidad humana cableada a un entorno tecnológico abstracto, cuerpos de datos rellenos de mierda real y virtual. Tanto el capital como el sujeto social con el que contamos funcionan así. No se gobiernan ni con un excel ni con un abrazo, sino con una aún inexplicable mezcla de ambos. Acechada por las llamas de la furia colectiva, nuestra empobrecida Catedral nos deja un mensaje: Hay Otra Realidad. Ojalá los barones del realismo político puedan hacer algo con este exceso de pensamiento y dejar de hablarle a los fantasmas de 2001.
Hernán Borisonik y Facundo Rocca (comp.) Un futuro automatizado? Perspectivas críticas y tecnodiversidades, San Martín: UNSAM EDITA, 2023
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Fotografía: Panamá revista