Por: Andrea Cegna. 15/05/2025
Un letrero rojo del EZLN sobre fondo negro permaneció en la puerta principal de la Secretaría de Gobernación, en la calle Bucareli de la Ciudad de México. No es el único cartel que dejó la iniciativa para denunciar el grave allanamiento de los domicilios de José Baldemar Sántiz Sántiz y Andrés Manuel Sántiz Gómez, bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), quienes además fueron detenidos y despojados de su dinero, coche y moto. Las varias decenas de personas que participaron en la manifestación criticaron la actuación de las fuerzas armadas y de seguridad, pero también el silencio del Estado. Exigieron verdad y justicia, respeto a la paz pactada (y reiteradamente incumplida por los políticos) con los zapatistas en los Acuerdos de San Andrés, y que se devuelva a José y Andrés lo robado durante la detención.

“Respeto a la autonomía”, “si tocan a uno tocan a todos” y otras consignas se escucharon en demanda de justicia para el EZLN. El ataque a la autonomía zapatista es grave, hace retroceder el reloj de la historia a finales de los 90, principios de los 2000. Como se dijo desde el micrófono, esta violencia “no se había visto desde la época de Zedillo, son muy parecidos aunque digan que son diferentes”. Hablaba una decena de personas que representaban a las comunidades en resistencia de la capital, pero también estaban el Partido Comunista de México, Tor y la Asamblea Nacional del Agua.

La Ley Cocopa, a pesar de su tergiversación, establece, sin obligar al Estado, un límite moral y político al diálogo, pero lo que se hizo el 24 de abril al entrar a la comunidad y casa de los compañeros del EZLN rebasa este límite, que aunque no fuera formal, existiría. Esto hace aún más grave la acción del ejército, la Guardia Nacional y el grupo Pakal, y más insostenible el silencio de Claudia Sheinbaum.
En un momento de la marcha estuvo también una funcionaria de la Segob con camisa oficial que, al sentirse fotografiada, se marchó, saludando a algunos policías antes de volver a su despacho. Todo transcurría de la manera más tranquila, con niños y niñas jugando y correteando mientras los adultos hablaban y los artistas coloreaban las paredes.

Otro mundo es posible, y en Bucareli había dos mundos, el del sueño de un mundo justo, inclusivo, sin privilegios ni violencia, y el del poder clasista, sexista, colonialista y racista que el capitalismo impone cada día. El primero estaba en la calle, el segundo encerrado entre muros y verjas con la policía defendiéndole.
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Fotografía: Desinformémonos. Gerardo Magallón