Por: Raúl Prada Alcoreza. 17/12/2022
Constructores de derrotas, esta definición se usó en el debate político e ideológico, uno de los ideólogos que lo usó fue León Trotsky refiriéndose al papel de Joseph Stalin en la conducción de la revolución rusa institucionalizada. Nosotros usamos la figura cuando hicimos el balance crítico de la historia de la república de Bolivia, nos referimos a la conducción política y militar de la casta política y de la casta militar, tanto en los tiempos de paz, como en los tiempos de guerra. Ahora volvemos a la figura dramática para referirnos a la conducción política de la forma de gubernamentalidad clientelar del neopopulismo. Aunque ya lo hicimos cuando analizamos las contradicciones y paradojas dislocadoras del proceso de cambio, comenzando con la movilización prolongada (2000-2005), siguiendo con el proceso constituyente (2007-2008), continuando con las gestiones de gobierno, que comenzaron el 2006, pero se vuelven regresivas, restauradoras y decadentes desde la promulgación de la Constitución (2009). Lo que buscamos es volver al asunto, a una especie de condena o fatalidad, a una inclinación de las conductas de las élites por el fracaso, llevando al país a la permanente frustración.
¿Cuál es la interpretación del uso de esta figura dramática relativa a la construcción de derrotas? Cuando usamos la figura en cuestión develamos una fatalidad que contraen las revoluciones, todas las revoluciones cambian el mundo, pero se hunden en sus contradicciones. ¿Por qué? Decíamos que las revoluciones, paradójicamente, restauraban lo que destruían, que, al final, en la temporalidad larga, resultaba que la revolución servía para reproducir el círculo vicioso del poder. Que el Estado mejoraba su maquinaria fabulosa, sofisticando los engranajes de su institucionalidad, incluso haciéndose más represiva; peor aún, regresando a la condición y composición de Estado policial, retrocediendo de la condición y composición de Estado liberal, apariencia democrática institucionalizada en el Estado de derecho, democracia restringida, por cierto, empero buscando legitimidad en el teatro político de la representación y delegación. También decíamos que no son los mismos los que comienzan la revolución por así decirlo, las vanguardias, los que terminan dirigiéndola y, después, los que gobiernan. Estas modificaciones del perfil de los participantes van en detrimento de la misma potencia de la revolución, la misma que se va deteriorando, inhibiendo, hasta desaparecer como potencia, sustituida, por lo contrario, por la impotencia misma, que es la contra-revolución que se incuba en la misma revolución. Una vez roto el huevo de la serpiente, la contra-revolución asesina a la revolución, para después, convertirse en el monstruo del totalitarismo, ahogando a la sociedad misma.
En la historia dramática de Bolivia, república que perdió más de la mitad de la geografía política con la que se inició a la vida independiente, se observa, desde un principio, la usurpación de parte de los estratos oportunistas, que no estuvieron nunca a la altura de las exigencias histórico-políticas. No eran, por así decirlo, conscientes del acontecimiento, menos podían tener una concepción estratégica. Solo respondieron a sus inmediatos instintos políticos de “caudillos bárbaros”. Incluso, más tarde, después de la guerra federal, cuando se instauró una aparente institucionalidad liberal, aunque restringida, los gobernantes liberales firmaron el Tratado de 1904, entregando el litoral del Pacifico, el Atacama, al Estado de Chile, a cambio de un ferrocarril. Esta es la dimensión mezquina de la casta política gobernante. Este cambio de territorio por ferrocarril se volvió una costumbre, ya antes, después de la guerra del Acre, se hizo lo mismo con la República Federal de Brasil. Si bien con respecto a la guerra del Chaco no aconteció lo mismo, la conducción de la guerra fue desastrosa por parte de la casta militar.
En resumen, se puede decir, que los estratos mejor preparados fueron arrinconados por los estratos oportunistas e inescrupulosos. El perfil del demagogo, del astuto, se impuso, en detrimento de mejores políticos, de mejores oficiales, por lo menos en las circunstancias en que se daban las coyunturas críticas y las conflagraciones. A esto llamamos los factores de la construcción de derrotas.
La crisis de la derrota de la guerra del pacífico desencadenó la guerra federal, la crisis de la derrota de la guerra del Chaco desencadenó la revolución nacional de 1952. Esta revolución repite el drama de la dramática insurgencia boliviana, que termina en derrota. Una desbordante insurrección popular, proletaria y urbana, después campesina, vence al ejército, lo destroza. Se imponen las milicias armadas mineras, populares y campesinas. La aplastante victoria nacional-popular lleva a la nacionalización de las minas, a la reforma agraria, al voto universal y a la reforma educativa. La revolución y las nacionalizaciones tienen efecto estatal, el Estado nación se materializa. Sin embargo, no se tarda en experimentar las contradicciones. Se paga veinte millones de dólares de indemnización a los Barones del estaño, descapitalizando a COMIBOL. Solo hay un año de cogobierno, COB-MNR, después el gobierno del MNR se va a ir distanciando de la COB, de las milicias obreras, incluso de la misma nacionalización, al boicotearla por dentro, sobre todo por corrupción y corrosión institucional, distanciándose, poco a poco, en un tiempo de las cosas pequeñas, como dice Sergio Almaraz Paz, de la misma revolución. Cruzó la línea, sin darse cuenta, y en 1963 se enfrentaba al pueblo, a las milicias mineras en Sora Sora.
La revolución de 1952 ya estaba mortalmente herida en 1956; el Plan Triangular, una especie de neoliberalismo anticipado, expresaba patéticamente esta derrota, al entregar la conducción de COMIBOL a ingenieros norteamericanos. Lo que ocurrió en 1964, el golpe militar, no era más que la culminación triste de una revolución arrodillada. Los conductores de la revolución de 1952 no estuvieron a la altura de una revolución hecha con el acto heroico del pueblo.
Más de tres décadas después del golpe militar de 1964 se desata la movilización prolongada (2000-2005). Los nietos de los milicianos, los herederos de la memoria social insurreccional, la corporeidad social nacional-popular, las naciones y pueblos indígenas, se levantan contra el costo social del ajuste estructural del proyecto neoliberal. Esta insurrección, que dura seis años, deriva en un proceso constituyente, que escribe una nueva Constitución, que contiene las proyecciones de un Estado Plurinacional, Comunitario y Autonómico. Sin embargo, los que llegan al gobierno no son lo más auténtico de la movilización prolongada, al contrario, responden, como antes, en la dramática historia política boliviana, a los estratos oportunistas, que aprovechan la confusión, se suben a la cresta de la ola de las movilizaciones sociales y se hacen cargo del gobierno. Desde un principio su conducción es sinuosa, empero, no se nota al comienzo, pues el entusiasmo obnubiló y enmudeció a la crítica. Las organizaciones sociales se confiaron, inocentemente, en el proceso constituyente, en una Constitución que, supuestamente, iba a iniciar las trasformaciones estructurales e institucionales, que nunca llegaron.
La paradoja de la Constitución es que, en la práctica, fue des-constituyente. No se aplicó la Constitución, no se ejerció lo que manda la Constitución, al contrario, se la vulneró. Se la puso en la vitrina para beneplácito propagandístico, empero, para encubrir la práctica expansiva e intensificada del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. El proceso de cambio murió temprano, con el incumplimiento de la Constitución, con el despliegue de la impostura política y la demagogia, que uso desbordantemente la propaganda y la publicidad, pretendiendo sustituir la realidad con la ficción publicitaria. Después de la promulgación del decreto ley Héroes del Chaco, que supuestamente nacionalizaba los hidrocarburos, los Contratos de Operaciones entregaron el control técnico de la explotación hidrocarburífera a las empresas trasnacionales, que nunca fueron expropiadas.
Lo que ocurrió el 2019 fue la culminación de una implosión anunciada. No fueron 21 días de movilización urbana, sino una larga secuencia de resistencias que estallaron el 2010 con la movilización popular contra el “gasolinazo”, continuaron con la movilización indígena de tierras bajas, en defensa del territorio y de la vida, concretamente en defensa del TIPNIS. Siguieron con las movilizaciones sociales en torno al conflicto del Código Penal. Las tres movilizaciones derivaron en derrotas consecutivas del gobierno. La movilización en defensa del voto y del referéndum constitucional, que perdió el gobierno, derivó en una insipiente insurrección, labrada a lo largo de las resistencias sociales contra el “gobierno progresista”. Incipiente insurrección que fue detenida por el acuerdo político entre el MAS y la “derecha”: ambas expresiones políticas querían evitar la insurrección. Lo hicieron a través de un acuerdo. Que haya dos versiones mediáticas, contrastantes, de lo ocurrido, se debe a la pugna política de la casta política. Pero, en realidad, se ha mostrado, en sus comportamientos, su perversa complementariedad.
La primera derrota de la guerra del Pacífico fue militar, la segunda derrota de la misma guerra fue política y diplomática, la casta política liberar firmó el Tratado de 1904. La tercera derrota de esta guerra fue también diplomática, en La Haya, durante una de las gestiones del gobierno neopopulista de Evo Morales Ayma. Ahora se viene el diferendo internacional del Silala, que, científicamente, corresponde a la clasificación de aguas fósiles, que, sin embargo, el Estado de Chile define al Silala como río. La diplomacia del gobierno de Evo Morales y del actual gobierno neopopulista retornado de Luis Arce Catacora no supieron defender ni argumentar, como es debido, ante el organismo internacional. Su irresponsabilidad ha llevado a Bolivia a una probable derrota nuevamente. Vuelve a repetirse la lamentable historia de derrotas y frustraciones. Uno de los factores para que esto ocurra se debe al comportamiento de una casta política que no está a la altura de sus responsabilidades.
Pero, en todo caso, no se trata solo de unos, sino de todos. La casta política a lo largo de la historia política ha tenido un esquema de comportamiento perecido, el de constructores de derrotas. La pregunta es ¿por qué? ¿Por qué ha ocurrido esto? Ciertamente hay que salir de ese enfoque acomplejado de que solo a los bolivianos les ocurre y les ha ocurrido eso. Ya hablamos, en lo que respecta a las revoluciones, que se trata como de una regularidad paradójica. Que ocurra en el mundo de distintas maneras, con sus propias singularidades, es otra cosa, al mismo tiempo es la misma cosa. Pero, concentrémonos en la singularidad boliviana.
Les ha ocurrido a los “caudillos bárbaros”, les ha ocurrido a los liberales, les ha ocurrido a los del nacionalismo revolucionario, les ha vuelto ocurrir a los neopopulistas. No vamos a hablar aquí de las dictaduras militares, que, en si mismas son la expresión patente de la crisis. Ya lo decía Carlos Montenegro, el motín es expresión del vacío político, es decir, de la crisis. Claro que les ha ocurrido de manera distinta, en diferentes contextos y coyunturas. Pero, lo importante es este acaecer político que llamaremos explícitamente de la decadencia. Cuando se opta por las apariencias, por la especulación, por la demagogia, por el espectáculo, y se desecha la adecuación con la realidad, aunque esta adecuación sea aproximativa, incluso parcial, se evidencia la predisposición a la provisionalidad. En el fondo, psicológicamente, se cree que se puede sustituir la realidad por la astucia. Pero, se trata de una astucia muy restringida, una astucia poco astuta; un autoengaño.
La psicología de la “astucia criolla”, que comparten todos los perfiles de la casta política, desde los comienzos mismo de la república hasta ahora, que comparten los unos y los otros, criollos, mestizos e “indígenas”, mas bien, pretendidos “indígenas”, se sostiene en un halo de impunidad. Se puede hacer lo que se quiera hacer, con tal que no te descubran, con tal que los interlocutores te crean, con tal que seas hábil en el manejo de los asuntos. Lo importante es conseguir lo que se busca. Esta piscología tiene una imagen muy reductiva del pueblo. En realidad, poco respetuosa, pues lo considera objeto de manipulación. Cuando hablan de pueblo lo convocan, empero, para que los aplauda. Lo necesitan para ser reconocidos. Reclaman desesperadamente el reconocimiento. Esta psicología también es autocomplaciente. Se consideran elegidos.
Sin embargo, el problema no queda ahí, pues todo esto no puede ocurrir sin la concomitancia de parte del pueblo. Hay como una complicidad del auditórium, del interlocutor, del pueblo convocado. En la medida que no es crítico, que acepta, que se deja manipular, en esa misma medida es cómplice de la construcción de derrotas. En la medida que oculta las derrotas, que no reacciona ante ellas, para corregir el curso de los acontecimientos, está también comprometido con la construcción de derrotas.
Arqueología de la ideología
¿Por qué ocurre esto de la concomitancia con la construcción de derrotas con parte del pueblo? Esta es la pregunta. Se ha usado, para explicar esta situación, esta complicidad en la derrota de la casta política con parte del pueblo, la tesis de la ideología. La ideología, la máquina fabulosa de la fetichización, afecta la consciencia social, de tal forma, que sustituye la realidad por una versión, una narrativa, hegemónica dominante. Pero ¿qué ideología era hegemónica durante la derrota de la guerra del Pacífico, en el contexto anterior y posterior a la conflagración? Después, ¿qué ideología era hegemónica durante y en el contexto de la guerra del Acre? Lo mismo, ¿qué ideología era hegemónica durante la guerra del Chaco y en el contexto de la preguerra y la posguerra? Siguiendo con la misma pregunta en recientes contextos, ¿qué ideología es hegemónica durante la tercera derrota de la guerra del Pacífico en La Haya?
Al respecto, es importante recordar que cuando se habla de ideología se hace mención a la polisemia de la palabra. Cuando Antoine-Louis-Claude Destutt de Tracy definió la ideología como estudio de las ideas lo hacía desde la pretensión científica. Lo que interpretó Destutt de Tracy, considerando sus investigaciones sobre ideología, es que el comportamiento humano está vinculado a las ideas y las ideas tienen un núcleo afectivo, sentimental. Según Michel Foucault hasta Destutt de Tracy funciona como zócalo y tejido de los saberes en la episteme clásica, la ciencia general del orden. Con Destutt de Tracy se genera un clivaje, por así decirlo, con la teoría de las representaciones y la ciencia de las ideas. Después, con la incorporación de la perspectiva histórica, las empiricidades y positividades, cuando se producen desplazamientos y rupturas epistemológicas, cuando hay una consciencia, por así decirlo, de la finitud y la mortalidad, cuando la filosofía se formaliza o se hace apofántica, las representaciones desaparecen y se ingresa a la lingüística, a la filología, al análisis estructural del lenguaje y de la cultura. Es Napoleón Bonaparte el que usa despectivamente el término ideología, para descalificar a Destutt de Tracy y a los miembros de la academia que enseñaban ciencia moral y ciencia política. Son Karl Marx Friedrich Engels los que retoman el término ideología para referirse a la filosofía alemana. Para las fuentes del marxismo la filosofía alemana es ideología, es decir, una especulación conceptual, algo parecido, por así decirlo, a una fantasmagoría teórica. En la Crítica de la economía política Marx habla de la economía como una ideología, no como una ciencia, sino como una interpretación que legitima la explotación del proletariado, poniendo como base de su narrativa el fetichismo de la mercancía.
La sociología de ideología la define como una masa ideacional que actúa como recurso interpretativo de la realidad, mejor dicho, el recorte de realidad, que se tiene a partir de una experiencia social circunscrita. Esta masa ideacional funciona como una provisional concepción del mundo, también circunscrita al mundo enfocado socialmente por determinado estrato social. En consecuencia, en este caso, la ideología tiene un alcance relativo, menos absoluto y abarcador de lo que se entendía por ideología en las teorías anteriores. Desde esta perspectiva podemos abordar las preguntas que nos hicimos, considerando más bien, un aparato interpretativo ideológico, improvisado, armado a partir de herencia culturales, de transmisiones valorativas o prejuiciosas de determinados estratos sociales en concurrencia.
Por otra parte, hay que considerar que, a pesar de la hipótesis subyacente de hegemonía, donde la ideología dominante juega un papel absorbente e irradiante, afectando a las otras concepciones e interpretaciones sociales subalternas, de todas maneras se dan, efectivamente, diferencias interpretativas. Por lo tanto, no tenemos un mapa homogéneo ideológico, sino, mas bien, un bricolaje ideológico, una gama de interpretaciones concurrentes.
Al respecto, usando este desplazamiento conceptual de la ideología, podemos suponer que, en el contexto de la guerra del Pacífico, si bien preponderaba una ideología conservadora en los ambientes estatales e institucionales, no necesariamente ocurría los mismo en otros estratos sociales, sobre todo en los pueblos que estaban distanciados del Estado y no accedían a esta institución nacional. Por así decirlo, en el medio del mapa social, lo que podemos llamar, con cierta reticencia, clases medias, combinaban interpretaciones locales, devenidas de tradiciones culturales barrocas, con interpretaciones en boga, ya sea conservadoras o ya sea liberales. Ciertamente se necesita una investigación histórica para responder a las preguntas, empero, mientras tanto, podemos sugerir hipótesis interpretativas que nos ayuden a bosquejar explicaciones provisorias. Sin olvidar lo que son prácticamente los hechos constatados. La casta política liberar se apresura a firmar el tratado de paz con el Estado de Chile, entregando el litoral por un ferrocarril. Esto habla del desprecio o, por lo menos, del desapego, de la casta gobernante por los territorios de la geografía política nacional. Sin embargo, esto también parece ocurrir en cierta parte de la sociedad, la que podía manifestarse, porque aceptan el tratado de 1904. Hay pues una concomitancia entre gobernantes y parte del pueblo en ratificar la derrota militar en la derrota diplomática y política.
El problema histórico político es que este comportamiento derrotista se repite a lo largo de la historia política y militar de Bolivia. Parece un arquetipo de una sociedad institucionalizada y de un Estado que han optado por construir derrotas, lejos de asumir sus responsabilidades. Un pueblo que no defiende sus territorios a muerte deja mucho que desear.
El comportamiento respecto al litoral perdido, también respecto al Atacama perdido, se ha repetido casi un siglo y medio después, 139 años. En el diferendo marítimo entre Bolivia y Chile. La Haya concluye que Chile no tiene obligación de negociar con Bolivia. Esto es indudablemente una derrota catastrófica, diplomática y políticamente. Sin embargo, la casta política gobernante se justificó, a pesar de haber conducido, desde un principio, pésimamente el pleito y el juicio diplomático y jurídico. Los gobernantes confundieron la demanda marítima, largamente reiterada, como si fuera una campaña política. Parte del pueblo, sobre todo el que apoya al gobierno, asumió la versión del gobierno, considerando que si se hablaba de derrota se apoya a la oposición. Como se puede ver, tanto Estado como sociedad, tanto gobierno como pueblo, evidenciaron su vocación derrotista. Cómplices en la tercera derrota de la guerra del Pacífico.
Este comportamiento perdura, de manera dramática, incluso diríamos enfermiza. Respecto a la demanda del Estado de Chile sobre el Silala, que es un manantial y fuente de aguas fósiles, el gobierno de Evo Morales Ayma y el gobierno de Luis Arce Catacora se comportaron de la misma manera, repitiendo la inclinación pusilánime de construcción de derrotas. Han aceptado la versión de Chile de que el Silala es un río. Nuevamente, como condena, se repite el comportamiento de desapego y decidía respecto a los recursos que cobijan la geografía nacional y los territorios, comprendiendo la diversidad de sus ecosistemas. ¿Cuál va a ser la respuesta social? ¿Cuál va a ser la respuesta del pueblo? ¿Va a repetir también su concomitancia con la construcción de derrotas?
En el contexto ideológico de la guerra del chaco, considerando la preguerra y la posguerra, se da lugar otro panorama ideológico. Las ideas anarquistas se articulan, temprano, en los comienzos de la historia del movimiento obrero y de las organizaciones sindicales, con las tradiciones comunitarias. El marxismo se difunde no solo en la intelectualidad crítica, sino de una manera colectiva, incluso dando lugar a la formación de partidos con vocación socialista. Por otro lado el nacionalismo revolucionario se expande en el continente, en parte como irradiación e influencia de lo que llega de la revolución mexicana, particularmente de lo que ocurre durante el gobierno de Lázaro Cárdenas con relación a las nacionalizaciones. En parte a la propia historia de resistencias, que constituyeron una memoria social rebelde, en este caso circunscrita a lo que llama René Zavaleta Mercado la formación de la consciencia nacional. Así mismo la ideología conservadora falangista es asumida por otros portadores de las clases medias, los que se oponen, precisamente, a las ideologías socialistas. Estamos claramente ante una lucha ideológica, en el sentido clásico de la palabra. Ciertamente, el ámbito ideológico o, dicho de mejor manera, el campo ideológico no se reduce a estas formaciones discursivas que, podríamos llamarlas modernas.
Las resistencias indígenas tienen su propio itinerario, desde el Taki Unquy, que corresponde al retorno a las huacas, a través de la recuperación de ceremonias, en lucha abierta contra la religión cristiana, hasta el sitio de ciudades en septiembre del 2000, retornando al levantamiento panandino, sobre todo al sitio de Túpac Katari sobre la ciudad de La Paz, pasando por la lucha de los apoderados por las tierras comunitarias, así como por los levantamientos en Jesús de Machaca, se tiene una contra-genealogía del contra-poder indígena.
Durante la movilización prolongada (2000-2005) aparecieron expresiones interpeladoras de las nuevas generaciones de luchas sociales, que se pueden datar con el levantamiento zapatista de 1994 en la Selva Lacandona de México. Estas expresiones interpeladoras son, a la vez, indígenas, comunitarias, autogestionarias, autónomas y de autogobierno, además de ecológicas. Otorgándole a la lucha contra el capitalismo un carácter de clausura de la civilización moderna.
Ciertamente, en estos panoramas, en distintos contextos históricos, la guerra del Chaco, la revolución de 1952, la de la movilización prolongada, no se pueden obviar otras concepciones del mundo, circunscritas y provisorias, sobre todo heredadas del latente conservadurismo. Este conservadurismo no es como el que se dio en el contexto de la guerra del pacífico, a fines del siglo XIX, tampoco como el que aparece en su versión falangista, sino adquiere una amalgama discursiva entre herencias liberales, neoliberales, desarrollismo y regionalismo.
Fuera de esta clasificación perentoria, no hay que olvidar que también se dan fragmentaciones difusas ideológicas, en tanto prácticas y habitus de ramificaciones sociales en desplazamiento, sobre todo considerando la movilidad social y las migraciones rural-urbanas. Así como se dan fragmentaciones difusas ideológicas en gremios, de distintos tipos de asociaciones, también cooperativas. Lo mismo pasa respecto a ciertas castas institucionalizadas, como las relativas al ejército y la policía. Entonces, estamos ante un conglomerado complejo de lo que podemos llamar el espectro enmarañado ideológico.
Antes de finalizar este boceto de la nueva reflexión crítica de la ideología, en el contexto de una interpretación arqueológica y genealógica de los constructores de derrotas, vamos a configurar los rasgos, perfiles, contenidos y expresiones de la situación actual, donde se evidencia el alcance de la decadencia política e ideológica generalizada, particularmente del llamado neopopulismo.
En ensayos anteriores definimos al neopopulismo, a diferencia del populismo, distinguiendo populismo ruso y populismo latinoamericano, el primero campesinista, el segundo barroco, no como una ideología sino como un bricolaje ideológico, una especie de traje de aparapita hecho de fragmentos ideológicos y discursivos de toda índole. Dijimos que el neopopulismo cose retazos del populismo heredado, pedazos del discurso socialista, mal comprendido y asimilado, trozos del simbolismo, la alegoría simbólica y la interpelación indígena, mal comprendida y mezquinamente asumida. Además de reunir otros cortes de tela maltrecha del discurso desarrollista.
Con este traje seudoideológico no se puede esperar algún aparato discursivo con pretensiones interpretativas de lo que ocurre, mucho menos puede esperar una comprensión del acontecimiento. Solo se trata de la emisión de un discurso Frankenstein, que se difunde por inercia, para acompañar auditivamente lo que se hace, las prácticas del clientelismo en expansión intensiva, las prácticas de la corrosión institucional y de la corrupción galopante. Aunque de alguna manera se pretende aparentar ser la sombra perdida de los héroes renombrados, hasta el cansancio, en la reiteración de ceremonias cívicas de carnaval político. O, en su caso, una pretensión mayor, de arlequines del teatro político, ser evocaciones oficiales de una revolución que nunca se dio, que brilla por su ausencia. A lo mucho que llegan es a ser “revolucionarios” de pacotilla.
En consecuencia, el bricolaje ideológico neopopulista es el síntoma pestilente de los alcances de la decadencia política e ideológica. Útil para acompañar con ruido a la destrucción y clausura de los ciclos histórico-políticos anteriores, sobre todo, del último, el de la grotesca comedia de la dramática insurgencia, que derivó en sorna.
Conclusiones
La construcción de la derrota supone condiciones de imposibilidad histórica, por así decirlo. Nos referimos a lo contrario a las condiciones de posibilidad histórica, que son las que permiten el acontecimiento histórico y político. Hemos hablado antes de condiciones de imposibilidad, tanto en lo que se refiere al acontecimiento histórico, así como en lo que se refiere al acontecimiento político. Incluso, alguna vez, de una manera indirecta, hablamos de condiciones de imposibilidad epistemológica. Un enunciado derivado de la tesis de obstáculos epistemológicos. Las condiciones de imposibilidad de la construcción de derrotas tienen que ver con la ausencia de voluntad para construir, para abrir horizontes, para proyectarse en el porvenir.
Las castas gobernantes de la república no tuvieron voluntad para construir precisamente la república, se contentaron con nombrarla, con tenerla como fantasma, de tolerarla en la Constitución, pero, de ninguna manera estaban dispuestos a llevarla a cabo, a materializarla. La república ha tenido que hacerse, poco a poco, abriéndose camino, dándose cuerpo por intervención de la rebelión social. Los derechos democráticos fueron conquistados por el pueblo insurrecto.
Cuando se escribió la reciente Constitución, Plurinacional, Comunitaria y Autonómica, que establece un Estado compuesto por los tres ejes fundamentales – que no deja de ser república, pues la república es cosa pública -, la nueva élite gobernante hizo lo que hicieron las anteriores, de desentenderse de la realización del Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico. Prefirieron colocar en la vitrina la Constitución y optar por el realismo político, el pragmatismo y el oportunismo. Construyeron derrotas, asesinaron el proceso de cambio.
Hay algo que comparten todas las élites gobernantes, las de todas las gamas políticas e ideológicas, que han pasado por el palacio de gobierno, es que, en el fondo no creen en el país, tampoco en el pueblo. Respecto a sí mismo tienen una imagen rimbombante, son los que mandan y enseñorean, empero, tampoco se lo toman tan en serio, pues, en la práctica se comportan como canallas.
El problema es, como dijimos, que el pueblo, parte de éste, es condescendiente con estas élites, con sus comportamientos, que terminan siendo tolerados, incluso justificados. Parte del pueblo sufre de lo mismo, de la ausencia de voluntad. Toma con resignación lo que ocurre, lo que se repite como condena y fatalidad, la larga secuencia de derrotas, que terminan frustrando al sujeto social que los padece. Entonces, se da una complicidad perversa entre casta política y pueblo. Ambos son responsables de la derrota. El pueblo es corresponsable, porque no se rebela y no se levanta contra este destino, impuesto por las estructuras de poder, las que reproducen la subordinación y la dependencia.
Cuando el pueblo se rebela, se insurrecta, como que recupera su voluntad de existir, libera su potencia social. Empero, esto dura lo que dura la fiesta, lo que dura el desborde, mientras el control se los sucesos están en sus manos. Cuando el control vuelve a la casta política, aunque cambie el perfil de ésta, todo vuelve a los causes anteriores, al orden, al Estado. La revolución se institucionaliza y, al ocurrir esto, la revolución muere.
La condena y fatalidad de esta construcción de derrotas ha de continuar sino se detiene este viaje nihilista por el despeñadero hacia el abismo. Si no se crean las condiciones de posibilidad históricas, políticas, sociales y culturales para abrir alternativas, sobre todo si son alterativas. Hay que desandar el camino y comenzar de nuevo.
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Fotografía: Pradaraul wordpress