Por: Luis Armando González. 26/01/2023
En algunos ambientes de El Salvador –y quizás esto sucede en otras naciones— ha cobrado presencia una retórica que contrapone, en polos opuestos y en una batalla recíproca, a quienes tienen 60 años (o más) con quienes tienen una edad menor que esa. Arriba he puesto “jóvenes” entre comillas, pues esta expresión, como tantas otras, ha ampliado su alcance y significado, con lo cual, obviamente, ha perdido su capacidad para orientar el análisis y la comprensión de la realidad social.
Así, hay quienes, rondando los 40 años, no dudan en considerarse “jóvenes” y exigir los derechos y el trato correspondientes a esa condición. En El Salvador, esta “juvenilización” de la cultura y de las prácticas sociales comenzó a abrirse camino, en los años noventa del siglo XX, en los medios de comunicación y la publicidad comercial, y en el presente lo impregna todo (costumbres, prácticas y estilos empresariales e institucionales, y lenguaje). Pero no todas las personas pueden ser “jóvenes”, pues se trata de una noción relacional, es decir, se es joven respecto de quien no lo es.
En relación con los jóvenes están, por un lado, los niños, es decir, los preadolescentes; por otro, las personas adultas que, hasta hace relativamente poco tiempo (los años ochenta del siglo XX), eran las que tenían la mayoría de edad, es decir, 21 años. Después, esta mayoría se redujo a 18, pero, justo cuando eso sucedía, la juvenilización alzaba vuelo. Lo “adulto” comenzó a desplazarse hacia unos tramos de edad (30-35 años) que colindaban con los llamados “adultos mayores”, que en otros tiempos se calificaban como viejos y/o ancianos.
En la actualidad, una vez que se impuso la juvenilización cultural, sobran los que con cuarenta años e incluso un poco más se consideran, y son considerados, jóvenes, quedando ante ellos (hacia arriba en la pirámide de edades) quienes tienen o casi llegan a los cincuenta años y quienes siguen a estos (los adultos mayores). La edad de jubilación (55 años para las mujeres y 60 años para los hombres) se ha abierto paso como un criterio para demarcar a un grupo de otro.
Una cierta retórica ha convertido esa demarcación en un “conflicto generacional” (la “nueva generación” versus la “vieja generación”) en el cual la vieja generación –quienes deben jubilarse y no lo hacen, y quienes ya jubilados siguen trabajando) arrebata recursos y oportunidades a la nueva generación. En esa retórica no se habla y cuestiona la estructura laboral, que impide que haya empleos para jóvenes y adultos, ni el sistema de pensiones que no asegura un retiro digno de quienes han entregado lo mejor de sus energías y capacidades a empresas o instituciones. Al contrario, se les acusa de ser unos egoístas que impiden el bienestar de los más jóvenes.
Una autoridad pública –no interesa aquí su identidad, sino su argumento— insinuó en algún momento que las personas jubiladas que trabajan cierran la posibilidad de crear nuevos empleos. Obviamente que no, pues si a una persona jubilada se le despide y se contrata en su lugar a una más joven no se crea un nuevo empleo: se tiene el mismo empleo, con una persona distinta. Para decirlo con peras y manzanas: si hay 10 puestos de trabajo y se reemplaza a quienes los ocupan, sigue habiendo 10 puestos de trabajo. Si se contrata a 5 personas en lugar de 10, se pierden 5 puestos de trabajo. Y si, además de los 10 que existen, se crean 5 puestos de trabajo, sólo estos 5 son nuevos (no 15). Aritmética simple, que de ser simple se olvida.
Pero el problema no son las cuentas que hacen (o no se hacen bien), sino la visión de las relaciones sociales que se promueve cuando se habla (e insiste) en el “conflicto generacional”, conflicto en el cual los “agresores” son los adultos y los adultos mayores que quieren seguir “acaparando” ingresos y empleos en detrimento de los “jóvenes”. Quienes se creen esto no dudan en despreciar a las personas mayores, considerando indignos e inmerecidos –como privilegios injustos— sus ingresos y empleos. Asumen que, por adultas, son incapaces.
Asimismo, borran de un tirón las trayectorias de vida –de trabajo tesonero y de compromisos cumplidos consigo mismos, con sus familias y con la sociedad— para centrarse en lo que consideran que las personas viejas –eufemísticamente llamadas adultos mayores— les arrebatan.
No se les cruza por la cabeza que su problema no son las personas mayores; que estas no les están arrebatando nada; que lo que puedan estar recibiendo (que suele ser poco) lo tienen bien merecido; y que incluso merecen más atención, cuido y bienestar. Su problema –si reflexionaran lo sabrían— es la estructura de dominación social, económica, política y cultural vigente en el país. Su problema –otro— es creerse la retórica de un conflicto inevitable entre la generación joven y la generación vieja, ya que ese conflicto es un invento que, cual profecía autocumplida, está dando lugar a actitudes, entre jóvenes reales o presuntos, no sólo de desprecio y recelo hacia sus mayores, sino de un no reconocimiento de lo que esos mayores han hecho para que El Salvador no sea peor de lo que es. La retórica del “todo lo que hicieron los que ahora son mayores no sirve” es perversa e ingrata. Dejarse atrapar por ella es el mejor camino para torpedear la necesaria solidaridad intergeneracional que tan buenos frutos ha dado en la historia reciente de nuestra patria.
No puedo evitar cerrar estas líneas con uno de los cantos más hermosos –“Llegar a viejo”— de Joan Manuel Serrat:
“Si se llevasen el miedo
Y nos dejasen lo bailado
Para enfrentar el presente
Si se llegase entrenado
Y con ánimos suficientes
Y después de darlo todo
En justa correspondencia
Todo estuviese pagado
Y el carné de jubilado
Abriese todas las puertas
Quizá, llegar a viejo
Sería más llevadero
Más confortable
Más duradero
Si el ayer no se olvidase tan aprisa
Si tuviesen más cuidado en dónde pisan
Si se viviese entre amigos
Que, al menos, de vez en cuando
Pasasen una pelota
Si el cansancio y la derrota
No supiesen tan amargo
Si fuesen poniendo luces
En el camino, a medida
Que el corazón se acobarda
Y los ángeles de la guarda
Diesen señales de vida
Quizá, llegar a viejo
Sería más razonable
Más apacible
Más transitable
Ay, si la veteranía fuese un grado
Si no se llegase huérfano a ese trago
Si tuviese más ventajas
Y menos inconvenientes
Si el alma se apasionase
El cuerpo se alborotase
Y las piernas respondiesen
Y del pedazo de cielo
Reservado, para cuando
Toca entregar el equipo
Repartiesen anticipos
A los más necesitados
Quizá, llegar a viejo
Sería todo un progreso
Un buen remate
Un final con beso
En lugar de arrinconarlos en la historia
Convertidos en fantasmas con memoria
Si no estuviese tan oscuro
A la vuelta de la esquina
O simplemente, si todos
Entendiésemos que todos
Llevamos un viejo encima”
San Salvador, 25 de enero de 2023
Fotografía: Luis Armando González