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La metáfora del contagio.

por La Redacción marzo 30, 2020
marzo 30, 2020
1,1K

Por: Jorge Lozano. ctxt. 30/03/2020

La gripe, el bostezo o el pánico masivo se contraen por el contacto con el otro. Se trata de un incidente imprevisto, no intencional, pasivo.

N’avoir que des idées suggérées et les croire spontanées.

G. Tarde

“Mozart tenía sin duda dotes genéticas excepcionales si podía componer música a los cinco años, pero probablemente nadie se habría percatado de ello si hubiese nacido en una familia de pigmeos africanos en vez de pertenecer a una familia austriaca aficionada a la música”.

Así se expresa el prestigioso genetista Luigi L. Cavalli Sforza en su último libro, L’Evoluzione della cultura, donde prosigue con su analogía entre genes biológicos y genes socioculturales. La genética ha desarrollado la teoría de la evolución biológica, pero dicha teoría es absolutamente general, e incluye también la de la evolución cultural, dado que sirve para cualquier “organismo” capaz de autorreproducirse. Dicho rápidamente: el ADN en la biología, las ideas en la cultura.

Las ideas –aunque no se sabe exactamente en qué consisten– son objetos materiales en cuanto a que necesitan de unos cuerpos y un cerebro en los que producirse por primera vez y reproducirse en el proceso de transmisión; todo ello en clara analogía con el ADN.

A la hora de explicar, o mejor, de describir el problema de la transmisión genética o cultural, el profesor de Stanford distingue entre dos tipos fundamentales, la transmisión vertical, cuyo modelo más simple es la que tiene lugar de padres a hijos, y la horizontal, en la que la relación de parentesco o de edad tiene una importancia limitada cuando no nula. Estos dos tipos ya fueron usados anteriormente por los epidemiólogos, puesto que algunas enfermedades contagiosas se transmiten bien verticalmente, bien horizontalmente. La transmisión horizontal es muy semejante a las epidemias de enfermedades infecciosas transmitidas por contagio directo. Con esta analogía se pueden explicar fenómenos culturales como el “conformismo”, por ejemplo, y también la dificultad de penetración de nuevas ideas en un grupo homogéneo.

La epidemiología, como se sabe, estudia la distribución y transmisión de las enfermedades. En la mitología, según Detienne, eran los dioses migrantes quienes tenían relación con las epidemias. Apolo, que pasó largos meses en el norte, en la tierra de los hiperbóreos, provocó la epidemia de peste que asoló al ejército aqueo al pie de los muros de Troya. En el étim. o epidimíat, el verbo griego correspondiente significa “estar de paso”, con un matiz añadido de “ser cogido de improviso”, sufrir algo inesperado (F. Robert, La pensée hippocratique dans les épidémies, 1983).

En un artículo publicado en Revista de Occidente, “Epidemiología de las creencias”, Dan Sperber afirmaba drásticamente que “la cultura es el precipitado de la cognición y la comunicación en una población humana”. Sperber sostenía también que explicar las representaciones culturales –la acción de “representar” exige tres miembros: “algo representa algo para alguien”– supone explicar por qué algunas representaciones son ampliamente compartidas. Puesto que la mente humana es susceptible a las representaciones culturales del mismo modo que el cuerpo lo es a las enfermedades, nos encontramos con una epidemiología de las representaciones que permite interrelacionar los microprocesos de transmisión y los macroprocesos de evolución.

Como el mismo Sperber recuerda, la idea de un enfoque epidemiológico en el estudio de la cultura no es en absoluto nueva. Fue sugerida a finales del siglo XIX por el adversario de Durkheim Gabriel Tarde. En efecto, en Les lois de l’imitation (1895) Tarde afirma, por ejemplo, que si el hecho social es una relación (rapport) de imitación, el vínculo social, el grupo social, es a la vez imitativo y hereditario. Mientras Durkheim lo explicaría valiéndose de la expresión “mecánica social”, Tarde, por el contrario, hace uso de expresiones como “asimilar por contagio imitativo” o “epidemias de imitación”.

En los últimos años la metáfora (innovación semántica) del contagio se ha ido difundiendo bien con la esperanza de constituir un modelo heurístico adecuado para explicar los fenómenos de comunicación en general, bien para describir lo incontrolable, lo imprevisible, el carácter caprichoso o voluble de algunos fenómenos sociales.

En 1546 Fracastoro escribió De contagione et contagiosis morbis et curatione, donde sugería que la propagación contagiosa la realizaban pequeñísimos organismos, denominados seminaria, que penetran en el cuerpo y provocan la enfermedad (adelantando intuitivamente la existencia de gérmenes infravisibles que tenían la facultad de multiplicarse y de propagarse rápidamente). Al no poder validarse clínicamente esta teoría, hasta el siglo XIX sobrevivirían las teorías de Hipócrates y Galeno, que hacían del aire insalubre la causa desencadenante de las enfermedades que se extendían a amplias zonas de la población (de ahí también el nombre, por ejemplo, de malaria).

En todo caso la palabra contagio, que viene de cum tangere –tangere significa tocar–, guarda estrecha relación con contacto, lo que permite ver aquel como un “proceso de comunicación que corresponde a una lógica de la unión”. Sea la gripe o la risa contagiosa, el fou rire, ambas se contraen por el contacto con el otro. Se trata de un incidente imprevisto, algo “no querido”, no intencional, pasivo, algo que se sufre, como el bostezo, la tos de alguien en un concierto, el llanto que se contagia, el pánico en la masa. O el miedo, concebido como un estado de ánimo comunicativo (Landowski) en que a veces, antes de descubrir el preciso peligro que nos amenaza, basta ver el gesto de pavor o de horror en el rostro del otro para que el terror nos invada también a nosotros.

Fue Malinowski, en su descripción de las islas Trobriand, quien acuñó la expresión “comunión fática” –“un tipo de lenguaje en el cual los lazos de unión se crean por mero intercambio de palabras”– para referirse justamente al contacto a través de frases banales (¡Bonito día!, por ejemplo) “necesarias para despejar la extraña y desagradable tensión que los hombres sienten cuando se enfrentan a otro silencio”.

De Malinowski, Roman Jakobson tomó prestado el concepto para hablar de la función fática o de contacto en su esquema de la comunicación: existen mensajes cuya función primordial es establecer, prolongar o interrumpir la comunicación, para comprobar si el canal funciona (“Oiga, ¿me oye?”), para atraer o confirmar la atención continua del interlocutor (“¿Me escucha?”). Este contacto se puede desplegar utilizando un profuso intercambio de fórmulas ritualizadas por diálogos completos, con el simple propósito de prolongar la comunicación. Es, según Jakobson, la primera función verbal que adquieren los niños: están dispuestos a comunicarse antes de estar capacitados para enviar y recibir información que se lo permita.

Más allá de la función del lenguaje a la que está adscrito, lo fático ha permitido describir mejor fenómenos sociales como las denominadas “tribus urbanas”, que anteponen el “estar juntos”, la lógica de la unión, el contacto, a cualquier otra consideración; o los “suicidios en masa”.

Del mismo modo que contagio y contacto se encuentran en su etimología, ciertas derivadas consienten, como sucedió en medicina hasta el siglo XIX, confundir contaminación, contagio e infección. Si se acepta que cualquier definición semiótica de la cultura como entramado de significación la presenta contaminada, mezclada, criollizada, el concepto de contagio cobra sentido en cualquier tipología de las culturas (Lotman). Y en la explotación de la metáfora asistimos a su uso (y abuso) en los ejercicios de traducción intertextual (“cuando un texto se traduce en otro texto en alguna medida crece infecciosamente el significado”): así las citas, las alusiones, los pastiches, las adaptaciones o los doblajes, son vistos como ejemplos del contagio. ¿Y el plagio? Sería interesante asistir a la defensa de un texto plagiado en términos de texto infectado.

El cine de catástrofes ha recuperado hoy cada vez más como microgénero el difuso tema de la infección, el contagio, el virus, las pandemias, que por otra parte se encontraba ya en viejas películas como Nosferatu, de Murnau, hasta el punto de que también el vampiro de toda la vida habita con la peste y contagia a sus víctimas.

En todo caso, sí hay un campo en el que parece razonable el uso de esta metáfora; me refiero a la moda o, como hoy se diría, en plural, a las modas, o a la mass-moda (Calefato). Tradicionalmente, el principio de imitación y de emulación que ha caracterizado toda moda se basaba en el modelo “gota a gota” (trickle-down), según el cual la imitación se producía verticalmente, de abajo a arriba, mediante la difusión desde las clases superiores que habían creado la moda. Así ocurría al menos en el clásico texto de Simmel publicado en el primer número de Revista de Occidente, o en la Teoría de la clase ociosa de Veblen. Hoy, en cambio, se acepta que la difusión de las modas sólo puede explicarse horizontalmente, en una nueva sintaxis social, en definitiva, por contagio. Contagio que procura nuevas formas de sensibilidad, de percepción, de estesia. (presente en el étimo de estética). Si no hay moda sin observador, éste ya no es un sujeto cualquiera, sino alguien que también usa la lógica de la unión, del contacto, de la infección y de la afección. En suma, del contagio.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: ctxt.

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