Por: Javier H. Rodríguez. 11/06/2023
La artista y activista brasileira Bia Ferreira defiende que la música y la política son “tecnologías para la supervivencia” en un mundo que la ha colocado en la parte más baja de la pirámide. Hoy actúa en el XVI Festival Alternativo Millo Verde.
Bia Ferreira (Minas Gerais, Brasil, 1993) define su arte como música de mulher preta (música de mujer negra). Y es que la violencia estructural de su experiencia vital la ha convertido a la fuerza en una referente de la nueva ola del movimiento negro, feminista y queer del mundo lusófono. Con su música ha conseguido hacer una oposición cultural y transversal al gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro con un alcance con el que sueñan miles de representantes políticos. Ferreira no olvida de dónde viene y a dónde va. La vinculación constante a los movimientos sociales de su tierra y su fuerte impronta política brota en cada una de sus frases y en cada una de sus canciones. Este sábado 3 de junio, actúa como cabeza de cartel en el XVI Festival Alternativo Millo Verde (Redondela, Pontevedra).
¿Se puede separar la música y el arte de la actividad política?
Creo que no hay manera posible de hacerlo. Una de las principales funciones del arte es hacer una denuncia de su tiempo. Y cuando digo denunciar, no me refiero necesariamente a todas las cosas malas, sino contar lo que pasa en tu momento histórico. Esa es la función del arte. Los poetas y los escritores ya hablaban de la Revolución Francesa más de cincuenta años antes de que ocurriera. El arte tiene ese poder de difundir la revolución. Por lo tanto, creo que cualquier tipo de arte que no tenga esto como rumbo, que no tenga esto como objetivo, acaba cruzando esta línea tan fina entre el arte y el pan y circo, que se utiliza para manipular mentes. Entiendo que mi arte está hecho para generar la emancipación de las personas que se parecen a mí y quieren esta misma revolución social. El arte construye la sociedad.
En Cota Não É Esmola defendiste a ultranza y con gran alcance el sistema de cuotas raciales reforzado por Lula da Silva y amenazado por Jair Bolsonaro. ¿Qué sentiste cuando Lula volvió al gobierno?
Me alegro que me preguntes por esto porque creo que las opciones que teníamos en Brasil eran tan malas que Lula se convirtió en una decisión unánime como salvación para la salida de Bolsonaro. Pero ojo, aunque Lula haya vuelto, todavía tenemos muchos problemas que están sin resolver. Sabemos que los proyectos sociales del gobierno Lula volverán a trabajar por la emancipación del pueblo pobre, por ejemplo, por la inclusión de cupos en las universidades. Pero de nada sirve tener cupos en las universidades si no puedes garantizar un derecho mínimo para que estas personas permanezcan allí. Creo que ahora estamos en el momento de luchar no sólo por el mantenimiento de los cupos, sino por el mantenimiento de la vida de estos estudiantes que entran en la universidad por cupos. Así que creo que el gobierno de Lula es extremadamente importante porque es un gobierno que piensa en la población más pobre, que es la mayoría en Brasil.
¿Puede que lo afirmes con cierto escepticismo?
Tengo cierto recelo de que estemos depositando demasiadas esperanzas en una sola persona para cambiar Brasil y no en una acción colectiva de transformación. Fue importante que Lula entrara porque sacó a Bolsonaro con el que nos dirigíamos a un lugar de no retorno. Pero creo que también tenemos que traer a nosotros mismos la responsabilidad de la transformación y la reconstrucción de Brasil después de Bolsonaro y no dejar esto sólo en manos de Lula. Porque, sí, Lula está de vuelta y eso es bueno. Pero creo que podemos hacer esta provocación en la gente: no es Lula quien nos va a salvar. Si no nos movilizamos social y colectivamente no van a pasar cosas que nos salven. Tenemos un Congreso muy conservador en Brasil. Así que, para que se aprueben leyes que beneficien a la población, tenemos que hacer un trabajo colectivo muy grande para convencer a ese Congreso. Por eso trato de llevar esta narrativa a otro lugar. Si no nos unimos para hacer esta construcción intelectual de la educación popular, no vamos a conseguir esa transformación.
En ese Brasil en el que creciste, ¿Cómo se relaciona la música con los movimientos sociales?
Creo que los movimientos sociales han acercado a los artistas entre sí porque entienden el lugar de marginación del arte durante estos últimos cuatro años. Los movimientos sociales han sido extremadamente importantes para mantener vivos a los artistas que hacen un arte como el mío. Creo que lo que decimos es importante y entiendo que si no fuera por los movimientos sociales, no habría un festival con propietarios blancos racistas que nos contrataran para hacer este tipo de trabajo. La relación entre los movimientos sociales y el arte está estrictamente ligada a la facilidad que tiene el arte para introducir temas de educación popular.
¿Es más útil que las aulas?
El arte consigue atravesarlo todo. A veces vas a una clase de educación política y no eres capaz de entender algo que una canción de dos minutos y medio te puede explicar. Por eso creo que el arte, y especialmente la música, es utilizado como herramienta de educación por los movimientos sociales, sobre todo en Brasil. Es realmente una herramienta para la emancipación de personas en mundos rurales, en las favelas… de una manera más lúdica, de una manera más didáctica que simplemente hablando un montón de palabras difíciles, porque la mayoría de personas no han tenido acceso a la universidad o no tuvieron acceso a una educación de calidad hasta el punto de ser capaces de procesar informaciones académicas. Así que creo que el arte y los movimientos sociales hicieron esta unión para poder popularizar temas que son importantes para nuestra lucha.
Si no fuera por los movimientos sociales, no habría un festival con propietarios blancos racistas que nos contrataran para hacer este tipo de trabajo”
¿Dónde nace tu discurso político y qué relación tiene con la música que haces?
Vengo de una familia muy cristiana. Mis padres son misionarios evangélicos protestantes. Vengo de un lugar muy conservador que propaga ideas racistas y xenófobas. Aunque mi familia es totalmente negra, es una familia que abrazaba discursos racistas en nombre de la Iglesia. Así que, para deconstruir este proceso, necesitaba entender quién era yo. Tenía 13 años y comprendí que era lesbiana. Y desde el momento en que lo verbalicé, ese ciclo social de la Iglesia dejó de ser un lugar en el que yo pudiera estar. Esas personas me excluían de esa socialización. Así que, después de eso, empecé a entender y a estudiar de verdad. Sobre lo que es ser un cuerpo negro en la sociedad, sobre quién era yo. Entré en el Sindicato de Estudiantes de la escuela, por lo que tuve que hacer algunos cursos de formación política, tuve contacto con algunos procesos de formación política y en este lugar comprendí que vivir en Brasil, ser mujer negra y lesbiana tenía un recorte social que me colocaba en la base de la pirámide. Y que la mayoría de las personas que se parecían a mí también estaban en la base de esta pirámide. No sabían que seguían reproduciendo ese lugar para mantener los privilegios de los demás.
¿Hay un giro en tu pensamiento cuándo identificas esa violencia estructural?
Claro. Empecé a entenderlo todo, empecé a querer hablar de las cosas que estaba aprendiendo a gente que venía de donde yo venía, que no tenía acceso a esta información. Así que a partir de los 16 años empecé a escribir más sobre el tema. Y a los 20 decidí que solo iba a hablar de las cosas que escribía, que solo iba a cantar mi propio trabajo, que ya no iba a cantar la música de otros. Quería difundir el mensaje en el que creía como mi principal proyecto en la vida. Ahora tengo 30 años, hace 10 que elegí trabajar haciendo arte y política para la emancipación de la gente y también para mi emancipación. Porque creo que todos los lugares, todas las puertas por las que entré, todos los países que visité fue gracias a mi arte. Fue el arte lo que me llevó a este trabajo de educar a la gente a través de la cultura y a través de la política. Creo que fue una buena decisión. Intentar mostrar a la gente que la música brasileña es algo más que mujeres negras desnudas hipersexualizando sus cuerpos. Es más que carnaval y fiesta y borrachera y turismo sexual. Que se nos respete fuera de Brasil, presentando el arte brasileño, la cultura brasileña, con este sesgo político y que se nos reconozca por ello, para mí es un honor y una honra, sí.
La mayor desobediencia civil que podemos tener es mantenernos vivas”
Eres es una de las muchas artistas y activistas que dan forma al movimiento negro, feminista y queer en el gigantesco mundo lusófono. ¿Tuviste opción a no serlo? ¿Es un privilegio poder hablar del cielo azul y del bosque, como te leí en otra entrevista?
Hace tiempo, yo no podía hablar de esa forma. Estaba en un lugar de “tengo que hablar de política, tengo que hablar de política” y eso me llevó incluso a enfermar. Porque creo que cuando tienes acceso a informaciones crueles sobre la sociedad, sobre la humanidad, sobre el mundo, acabas volviéndote loca. Tu cerebro empieza a desesperarse. Cuando empiezas a ver lo degradante que es la forma en que hemos estado viviendo y cómo se ha construido la sociedad, pierdes un poco la esperanza. He dicho basta a ese lugar. Hoy en día, sí creo que es un privilegio poder hablar de cielos azules, de amor, de afecto, pero más allá de este privilegio, creo que también es una tecnología de supervivencia para nosotras. Creo que entendí que hablar de afecto, que hablar del imaginario de la vida es revolucionario en un mundo donde una necropolítica se impone a cuerpos como el mío. Viviendo en Brasil, que es el país que mata a un joven negro cada 23 minutos, que es el país que más mata a la población queer en el mundo, hablar de amor, hablar de mantener la vida, hablar de cómo ser feliz, construir este imaginario es revolucionario. Porque la mayor desobediencia civil que podemos tener es mantenernos vivas.
La idea de no poder hablar del afecto formaba parte de la colonización de mi mente para que no siguiera viva”
¿Por eso le hiciste espacio a estas emociones en tu último disco?
Sí. En mi último disco, que se llama Faminta (Hambre), traje estas dos cosas. Claro que tengo una segunda parte, que es una parte que hace un análisis de la situación política de los últimos cuatro años en Brasil, pero la primera parte es sobre el afecto. Es sobre el cielo azul, es sobre sentarse en una hierba verde, hablar y charlar, es sobre la tecnología de supervivencia a través del afecto. Creo que antes de este disco tenía una idea muy de “no puedo hablar de ello, no puedo hablar de ello”. Pero esta idea de no poder hablar de ello también formaba parte de la colonización de mi mente para que no siguiera viva. Así que, entendiendo esto, quería decirle a la gente que pensaba que no podíamos hablar de ello, pero en realidad hablar de ello es la mayor revolución que podemos hacer. Porque es para ellos que estamos vivos y buscando maneras de permanecer así, vivos, felices, sonriendo. Creo que en mi construcción de vida y de arte fui cambiando algunas formas de pensar, fui entendiendo que hay varias formas de mantenerse vivo y el afecto, este imaginario de vida, es muy importante para que nos mantengamos así.
¿Qué le dirías a una niña brasileira que, como tú hace quince años, está tratando de arrancar su proyecto artístico?
Ráfagas de cultura para hacer latir el corazón. Eso le diría. Con arte y conocimiento, venceremos. Trae una ráfaga de cultura, una inyección de poesía, porque el arte salva y cura y lo hace en muchas vidas. Resistir con arte es revolución. Quieren idiotas con armas en la mano, pero el arte es revolución. Tenemos nuestra voz, tenemos el corazón para mantener las cosas desgarradas, para abrir mentes más fuertes que cañones. La música es el dulce de la vida. Así que creo que una chica de 15 años es bueno que entienda que hacer arte es revolución, que hacer arte es la emancipación de las mentes, la emancipación de sí misma. Creo que se trata simplemente de creer. Y también hacer arte sin esperar tener mucho dinero. Digo esto porque creo que mucha gente se mete en el arte porque piensa que es algo que da dinero. Pero los que hacen arte por dinero pierden la verdadera conexión con el arte. Porque el arte se hace para curar. Claro que vivimos de ello, claro que tenemos facturas que pagar. Pero creo que lo que tendría que decirle a una chica es: “No soy rica, no tengo casa propia”. Pago alquiler. Mis padres pagan un alquiler, utilizo el sistema público de salud, pero puedo pagar mis facturas y puedo poner la cabeza en la almohada sabiendo que lo que hago está en consonancia con lo que creo.
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Fotografía: El salto diario