Por: Rafael Cuevas Molina. 06/02/2024
Si algo ha caracterizado a los guatemaltecos en su historia contemporánea, es decir durante toda la segunda mitad del siglo XX hasta nuestros días, ha sido el pesimismo. No se trata de una condición natural, sino del resultado de años y años en los que regímenes autoritarios, violentos y corruptos se han sucedido unos a otros sin solución de continuidad. En esas circunstancias, el futuro siempre parece peor, y quienes han asomado como eternos gananciosos han sido los pícaros, los malandrines y los mafiosos.
Lo que le corresponde hacer al ciudadano común en esas circunstancias es defenderse, parapetarse en algún rincón en el que no se le vea para no ser objeto de estafa, abuso o represión, dependiendo del momento y la coyuntura. De ahí a la apatía o al rechazo abierto a la política no hay más que un paso, y aún eso no es garantía de que en cualquier momento no se sea arrollado por la impertinencia y arbitrariedad de los poderosos que también tienen sus gradaciones y expresiones diversas, desde el agente de tránsito prepotente y abusivo que uno puede tener la mala suerte de encontrarse en cualquier carretera o calle del país, pasando por el funcionario guarecido tras una ventanilla que parece tener poderes de aquiescencia o veto sobre quienes se le acercan para algún trámite, hasta los ampulosos, los verdaderamente poderosos políticos, finqueros, bandidos exitosos, burócratas autocráticos y quienes se consideran racialmente superiores.
Guatemala ha sido el país del abuso, el lugar en el que pareciera que los villanos se salen con la suya y les restriegan a todos por la cara sus chanchullos y su buena suerte porque no los agarraron. Así, quién no va a ser pesimista, quién no va a sentir que se encuentra metido en un hoyo oscuro en el que no queda más que alejarse y, de ser posible, desentenderse de tanta porquería o irse, aunque sea jugándose la vida, en pos de un proyecto en la que se pueda vivir del fruto del trabajo propio y honrado y no haya algún vivo urdiendo artimañas para arruinarte la existencia.
Esa forma de existencia parece no tener fin, y se ha cernido sobre las cabezas de todos como un destino inexorable del que no se puede escapar. Por eso, mucha gente ha sentido que vive en el peor de los mundos posibles, como metida en una trampa que limita y asfixia y que cada vez que se vislumbra una posible salida resulta ser un nuevo espejismo que solo lleva a que se repita la farsa.
Así han desfilado por décadas como presidentes de la república, diputados, jueces o fiscales personajes grotescos y ridículos, ampulosos y autoritarios, cómicos y tramposos que no solo logran su cometido, sino se ufanan de ser lo que son.
Así que cuando se dice que la llegada del partido Semilla y de Bernardo Arévalo a la presidencia de la república es producto del hartazgo, no es metáfora ni menos ocurrencia. Es la descripción sintética y clara de lo que sucede en el país. Asimismo, su contraparte, la esperanza de que, por fin, las cosas cambien, es un estado de ánimo colectivo de una extensión como tal vez solo existió cuando se firmó la paz en 1996, después de más de treinta años de guerra interna.
A estas alturas ya sabemos en lo que terminó esa paz pactada a finales del siglo pasado, y esa frustración acrecienta la sensación de perpetua estafa e impotencia. De ahí la importancia de que esta nueva oportunidad cumpla con las expectativas que se ponen en ella. Es muy complicado, muy difícil; hay muchos obstáculos y las zancadillas están a la orden del día, pero es tal el deseo de un cambio real que no habrá que vacilar en apoyarse en quienes añoran un país distinto, y que ya han hecho escuchar su voz sin vacilar, llevando sus acciones al límite de lo posible cuando sobre el país se cernían las nubes de tormenta que parecían presagiar que los corruptos de siempre se saldrían con la suya y no habría transmisión de mando el pasado 14 de enero.
En Guatemala se ha entreabierto una puerta y a través de la hendija entra un rayo de luz. Después de tantos años, es un signo de esperanza.
* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica. Colaborador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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Fotografía: Sur y sur