Por: Miguel de la Guardia . 13/06/2021
Escribe Miguel de la Guardia que «se descalifica al contrario para esconder las propias debilidades y en lugar de asumir los errores de las propias filias se alude a las de otros partidos».
¿Se han dado cuenta de la frecuencia con que los términos fascista y comunista se emplean actualmente en medios políticos? Si es interpelado un político liberal, al que se le afea su falta de empatía con las personas que sufren las crisis sanitarias, políticas o económicas, se tilda al interpelante de comunista y se vuelven a levantar muros imaginarios de vergüenza. Si por el contrario se piden explicaciones a un responsable político que debiera haber potenciado la construcción de viviendas sociales en lugar de preocuparse por el nombramiento como asesores de amigos y correligionarios, la solución es tildar a quien exige la rendición de cuentas, en ejercicio de su deber parlamentario, de fascista o nazi, insultando en ambos casos al adversario político y a quienes le votaron.
La idea enquistada en nuestra política actual es que cualquiera que no comulgue con mis ideas merece ser insultado y desacreditado, poniendo de manifiesto esta actitud la pureza de mis principios. Esto sirve para esconder la propia ineficacia, ocultar información pública y, lo peor, crispar y dividir a la sociedad.
No es de extrañar que a fuerza de descalificaciones a los adversarios políticos se vaya creando una profunda desafección de la ciudadanía frente a su trabajo, dañando irremediablemente una de las profesiones que, entendida como servicio a la comunidad, es muy noble.
Si analizamos las razones para la crispación parlamentaria podremos encontrar, entre otras, el bajo nivel de preparación de muchos de los llegados recientemente a la política, la falta de ideas y proyectos para resolver los problemas diarios de los ciudadanos o la necesidad, y rentabilidad electoral, de apelar a los sentimientos por encima de la razón.
En general, se descalifica al contrario para esconder las propias debilidades y en lugar de asumir los errores de las propias filas se alude a las de los otros partidos. Poco ejemplarizante este ejercicio de destacar la paja en ojo ajeno para tratar de ocultar la viga que ciega la propia visión. Lo peor de todo es que, a fuerza de insultos y descalificaciones, nuestra clase política ha ido perdiendo la capacidad autocrítica.
No es de extrañar que la última confrontación electoral terminara pareciéndose más a un programa de telebasura que a una contraposición de argumentos, y lo peor es que acabó llevándose por delante a un personaje tan sensato como Ángel Gabilondo, arrojado en brazos de Unidas Podemos por los fontaneros de Moncloa. Menos mal que Más Madrid supo reconducir el debate hacia los temas de interés. Por lo demás, resulta edificante que quienes embarraran la arena política acabasen enterrados en ella.
Lo dicho, rechacemos calificativos sin sentido y hablemos de lo que importa.
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Miguel de la Guardia es catedrático de química analítica en la Universitat de València desde 1991. Ha publicado libros sobre green analytical chemistry, calidad del aire o análisis de alimentos. Próximamente publicará uno sobre smart materials en química analítica. Además, ha publicado doce capítulos de libros. Ha dirigido 35 tesis doctorales y es editor jefe de Microchemical Journal, miembro del consejo editorial de varias revistas. Fue condecorado como Chevallier dans l’Ordre des Palmes Académiques por el Consejo de Ministros de Francia y es Premio de la RSC (España).
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Fotografía: El cuaderno digital