Por: Karolina Almagia. Emakunde. 11/05/2018
Licenciada en Filología Moderna, Elena Simón (Alicante, 1946), además de ejercer durante muchos años de profesora de Secundaria, es experta en Coeducación, formadora de profesorado, analista de género y escritora. Autora de numerosos artículos y libros como “Democracia vital, ciudadanía plena”, “Guía para evitar amores que matan”, “La buena coeducación”, “Educación para la ciudadanía”, “Ciudadanía de las mujeres” o “El harén pedagógico”, defiende que la escuela debe servir para “igualar” y hacer posible que los niños y niñas “salgan del destino preescrito”. El pasado 17 de abril visitó Bilbao para participar en la tercera Jornada General del programa coeducativo Nahiko, organizado por Emakunde.
Enseñar para igualar. ¿En qué consiste esa idea?
En algo muy simple pero que, como todo lo referente al feminismo, no resulta fácil de ver porque para ver hay que mirar. La educación es obligatoria y gratuita hasta los 16 años y eso es un avance impresionante para cualquier país democrático. Pero el objetivo de la educación de una persona no debe ser distinguirse, sino igualarse a los demás. Si no, ¿para qué invertimos tanto en educación? Cuando no había educación obligatoria, las que estudiaban se distinguían de las demás; ahora deberíamos de tener en cuenta que entramos desiguales, pero el objetivo es igualarnos a lo largo de los años de escolaridad.
¿Qué hace falta para que ese objetivo se cumpla?
Lo primero sería que la coeducación estuviese generalizada en todo centro escolar, desde Infantil hasta el final de la Universidad. Es decir, que los años en los que estamos en un pupitre tuviéramos la oportunidad de aprobar Igualdad en el currículo oculto, por ejemplo, en el lenguaje que usamos, en las maneras gestuales que tenemos a la hora de relacionarnos hombres y mujeres… Hay muchos puntos en los que la coeducación tiene que hacer un esfuerzo específico. Si hiciéramos esto desde Infantil, estoy segura de que tendríamos un cambio cualitativo comparado al que tuvimos cuando pasamos de tener población analfabeta a no tenerla. Porque a lo largo de todos esos años se comparten cosas que se han aprendido. Hay que ir hacia la promoción personal, integral y social. Si tienes asegurado muchos años dedicados a la buena educación, tendrás más elementos para acceder a un aprendizaje crítico, para desarrollar tu creatividad, para cambiar de lugar si no te apetece el que te ha tocado al nacer, en definitiva, para elegir.
¿Qué entiende usted por buena educación?
No tiene nada que ver con las buenas maneras, si no con una educación cuyo objetivo es mejorar a la persona. Porque si la persona mejora, mejora su entorno y mejora la sociedad en la que vive.
¿La escuela y el sistema educativo en general trata igual a los niños y a las niñas?
Sí y no. La escuela que tenemos es mixta e igualitarista, más que igualitaria. Igualitarista es que no tiene diferenciales entre unos y otras. Con eso ya nos creemos que estamos educando para la igualdad. Pero la diferencia es que la educación para la igualdad, que para mí es la buena educación, tiene que tener elementos que incidan, por ejemplo, en estudiar la obra humana de las mujeres. Que es muy amplia, porque también es la obra reproductiva, lo que no se estudia. En el currículo obligatorio no tenemos integrada la educación afectivo sexual ni para la reproducción. No se enseña cómo cuidar a una criatura, por ejemplo.
¿Eso se debería enseñar en la escuela también?
Pues claro que sí. Si no, ¿dónde? Necesitamos una generación de chicos que sepan que su vida no va a ser sólo laboral, sino que tienen que aprender muchas otras habilidades, más allá del campo laboral.
Usted suele referirse al “currículo formal androcéntrico” y al “currículo oculto informal”. ¿Qué son?
El currículo formal androcéntrico es lo que estudiamos, el plan de estudios. Hay que preguntarse qué se estudia en en el currículo actual. ¿Se estudia algo de la obra humana de las mujeres? Pues prácticamente nada. Eso es el androcentrismo en el currículo. Y el currículo oculto informal es lo que, aunque no se enseñe, se aprende. Lo que se aprende por debajo, en las conversaciones de los patios, en los arcenes del currículo oficial. Por ejemplo, las relaciones entre hombres y mujeres. Hubo tiempos en los que eso se enseñaban en el seno de las familias, donde había reglas estrictas al respecto. Ahora esa información nos llega por otras vías: por el lenguaje, por los juegos, por las modas y los gustos…
Usted propone que la escuela tome una actitud activa ante el currículo oculto, ante el apabullante mensaje sexista que nos llega por otros medios.
Si los roles entre sexos no estuvieran tan marcados, todos esos chicos y chicas que se quieren cambiar de sexo no tendrían que pasar por ese calvario, les daría igual, porque se podrían adscribir a cualquier look y a cualquier actividad humana. En los proyectos educativos experimentales en los que se ha desarrollado un programa continuado se ha demostrado que disminuye la violencia.
¿Permite el actual sistema educativo que, especialmente en Secundaria, está repleto de asignaturas, exámenes y contenidos, desarrollar estos programas?
Sí, porque el profesorado es el grupo profesional que puede trabajar con mayor libertad dentro del aula. Es verdad que Segundo de Bachillerato, a causa de la Selectividad, es un curso de bastante histeria, pero hasta entonces, teniendo en cuenta que se escolarizan con 2 años, hay tiempo de sobra y posibilidades enormes para transmitir esos aprendizajes de manera transversal. Si yo estoy enseñando Ciencias, Historia, Matemáticas o Lenguaje, puedo claramente introducir materiales didácticos que compensen esa ausencia de la obra humana de las mujeres que existen el currículo. Pero, en mi opinión, además de esto, las autoridades educativas tendrían que dar un paso y establecer una asignatura que tratara de estas cuestiones. No sé si hoy en día es más importante saber Matemáticas que saber desenvolverse con igualdad. Las Matemáticas son importantísimas, pero también lo es la educación para la igualdad. La necesita todo el mundo para la vida y debería estar incluido en el currículo.
Se habla mucho de que, a la hora de elegir los estudios superiores, las chicas evitan las carreras más tecnológicas. ¿Qué importancia tiene la orientación para cambiar esta tendencia? ¿Se hace algo al respecto?
La orientación académica no sexista debería tener una labor importantísima, pero apenas se hace nada en este campo. En las facultades de Pedagogía y en Magisterio tendría que darse este tipo de formación. Las elecciones académicas y profesionales son claramente azules y rosas. En la Formación Profesional, esto ya es espectacular. ¿Cómo puede ser que tantos años después, en las FPs que dan lugar a oficios técnicos con buenas salidas laborales apenas haya chicas? Hay muchos talentos femeninos que se quedan diluidos en esos sectores en los que ellas “se ven”. También pasa con los chicos, pero es que ellos tienen más campos a los que acudir (en los que se ven), porque, hablando de feminización y masculinización de un sector, los hombres tradicionalmente han tenido más campos laborales. Esto sigue sin cambiar. En la Universidad hay más alumnas, pero están muy concentradas en determinados estudios, mientras los chicos eligen las carreras en las que pueden tener una imagen social de éxito, como las ingenierías. A mí me llama la atención que las chicas casi hayan desaparecido de las ingenierías superiores informáticas, algo que no pasaba cuando empezó esta carrera. Las chicas que triunfan en Matemáticas se convierten en profesoras, pero no usan ese talento para la ciencia. Y esto tiene mucho que ver con la exigencia en la crianza. Aunque las chicas que hacen carrera científica van abandonando por diferentes razones, una de ellas es la falta de un mentor, otra es el síndrome del intrusismo: se preguntan qué hacen en un sitio con tal nivel de exigencia en el que les ponen palos en la ruedas…
¿Cómo varía la forma de evaluar a las personas por parte de la sociedad según tengan un género u otro?
Pues se ve bien claro en la diferencia de salarios a igual trabajo, algo que parece increíble que no se haya resuelto todavía y eso que es una reivindicación de principios del siglo XX, como lo eran el acceso a la Universidad y el derecho al voto. Tenemos unas desigualdades importantes porque la vida laboral de las mujeres a día de hoy está mucho más interrumpida que la de los hombres y por lo tanto hay menos cotizaciones, menos derechos laborales y por nuestra condición de género a veces aceptamos peores condiciones que las de ellos. No hay manera de que la sociedad en su conjunto se mentalice de que esa es una injusticia de primer orden y que habría que abordarla en primer lugar. Porque de ahí se derivan otras desigualdades de trato. Cuando se valoran en las mujeres unas cualidades y en los hombres otras, se critican unas cosas de unas y otras cosas de los otros, algo que en los personajes públicos es muy evidente… está quedando claro que el sexo no es neutro a los ojos de la sociedad. Deberíamos preguntarnos si hay valor añadido por ser hombre o por ser mujer para realizar unas tareas u otras. ¡Fíjate qué bien funcionamos las mujeres en aquellos campos en los que no hay sesgo de género, como en las oposiciones públicas!
Se nos acusa de tener poca ambición, de priorizar la vida personal y de ser así un poco responsables del techo de cristal.
La ambición es una de esas palabras que no significan lo mismo si se aplica a ellos o a ellas. Pasa lo mismo con zorro y zorra. Todo eso viene inculcado desde casi el nacimiento. La socialización femenina en rosa, aunque hoy en día no sea tan evidente, está ahí. Como todavía no hemos llegado a un momento en que la corresponsabilidad en todas las tareas de la vida es paritaria, aceptamos el techo de cristal. Algunas por gusto y muchísimas con disgusto. Pero es que la sociedad nos pone difícil el aceptar esos puestos sin castigo, porque las madres y trabajadoras hoy día tienen un castigo social y laboral evidente: pierden cotizaciones, piden excedencias y a la vuelta sufren acoso laboral o pierden la comba. El perfil de madre ahora es el de alguien de más de 30 años que ha pasado gran parte de su vida escolarizada, que ha tenido tiempo para sí misma, para sus hobbies, para viajar… Ha tenido una vida bastante libre y rica, y en el momento en el que tienen hijos e hijas se convierte casi en madre las 24 horas. Eso también viene porque hay una moda de mucha exigencia en la crianza.
Supongo que habla de la denominada “crianza con apego”, una corriente adoptada también por muchas mujeres feministas. ¿Qué piensa de ello?
Me parece una fórmula del patriarcado para que las mujeres no continuemos una línea de reivindicación de la vida personal compaginada con la vida profesional. Para poder compaginar esas dos vidas, es preciso que los varones cambien sustancialmente su esquema de vida. Pero, si miramos las estadísticas, es como si hombres y mujeres viviéramos en planetas distintos: los varones dedican mucho tiempo al ocio y las chicas invierten ese tiempo en cuidados. La “crianza con apego” es una ideología de exigencia absoluta e insoportable para la madre, que tiene que estar 24 horas pendiente y que acabará dejando incluso secuelas físicas porque llevar a una criatura en brazos todo el día… Y dormir en la misma cama, dar el pecho hasta no sé cuándo… Todo eso me parece una exigencia disfrazada de mucha mística, una trampa en la que han caído muchas mujeres feministas que, además, les separa de otras mujeres, como si fueran superiores moralmente. Yo creo, ante todo, en la igualdad de los seres humanos y por todo eso me parece muy mal que haya tantas mujeres dedicadas las 24 horas a la crianza, como si no se pudiera hacer de otro modo. Es una ideología que paraliza a las mujeres en un momento de su vida crucial.
Asusta la tasa de violencia contra las mujeres en las capas de población más jóvenes. ¿Qué estamos haciendo mal?
Estamos no haciendo, más que haciendo las cosas mal. Todo lo que viene a través de la pantalla es sumamente sexista, porque lo que se vende es el escándalo. Y la escuela no contrarresta todo eso. Hay quien dice que eso hay que enseñarlo en el seno familiar pero, ¿cómo pescas a la familia? A los críos y crías los tienes en la escuela durante un montón de horas al día y todo el mundo pasa por ahí. Es donde hay que actuar.
Para escribir el libro ‘Hijas de la igualdad’ analizó a las personas nacidas entre 1970 y 1980, época de la plena expansión de las reivindicaciones feministas. ¿Qué se encontró?
Pues con mujeres metidas de lleno en un espejismo de la igualdad porque, aunque vivían en un mundo menos desigual formalmente, sin prohibiciones ni obligaciones estrictas como las de antes, se encontraron con una buena: una falta de corresponsabilidad familiar, discriminaciones por razón de género en el mundo laboral, etc., todo ello motivado porque no se había profundizado en las causas de la desigualdad.
¿Y cómo ve a las generaciones jóvenes, las mujeres que ahora tienen entre 15 y 25 años?
Pues las veo muy limitadas a ser sexys. Hay un claro mensaje de que van a triunfar más a través de su cuerpo que a través de su mente. Y es tan fuerte, tan poderoso ese mensaje que les bombardea desde todas partes, que muchas van a caer ahí. Así que lo tienen difícil, cuando deberían tenerlo más fácil que nunca. Como dice la profesora Ana de Miguel, ahora la alienación viene por el mito de la libre elección: lo hago porque me gusta. Hay que sospechar del hecho de que a tantas chicas les guste abrirse la blusa para ser la más popular del Instituto. Supongo que cuando estas mujeres tengan 35 años habrán cambiado las cosas, pero lo que yo veo ahora mismo es que están fuertemente enfocadas a sacarle partido a su físico.
Acaba de salir una sentencia del Tribunal Constitucional que asegura que la educación segregada por sexos no causa discriminación. ¿Qué opina?
Estoy absolutamente en contra y bastante desolada. Creo que representa, ni más menos, el apoyo desde las instancias públicas a la iglesia católica. Como tantas otras cosas que tenemos pendientes de resolver, como otros muchos privilegios que tienen. Además, articula un lenguaje que confunde a la gente cuando habla de libertad de elección. Eso no es libertad de elección, son privilegios de clase. Los colegios religiosos, segreguen por sexos o no, no deberían recibir fondos públicos.
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Fotografía: Jon Hernáez