Por José Eduardo Celis Ochoa Cordero. Insurgencia Magisterial. 31 de mayo de 2019
En el “team back” de la comida en Tokio, previa a la salida de nuestro siguiente destino o más bien, nuestro primer sitio de interés saliendo de la capital nipona, nos dimos cuenta de que habíamos sido muy ambiciosos en los recorridos que habíamos establecido previamente y ya con los hoteles reservados, así que la solución para poder abarcar todo, implicaba un esfuerzo, levantarse muy temprano para maximizar el tiempo y de esta manera tener una calma relativa en cada destino.
Así que al día siguiente, muy temprano y sin desayunar, nos dispusimos a trasladarnos a la ciudad de Nara.
Nos fuimos a la estación Tokio del JR, en donde compramos las famosas cajas de alimentos, pero como no había cajas abiertas, no supimos lo que habíamos comprado, incluso, una de ellas no nos la comimos porque tenía una especie de pescado que olía a rayos, para trasladarnos a Osaka y de ahí enlazarnos por tren local hacia Nara, este último trayecto dura alrededor de 45 minutos y no fue nada cómodo ya que había tanto turismo que los vagones estaban atestados, a lo largo del trayecto vas pasando por algunos pueblecitos japoneses que se ven interesantes. Me llamó mucho la atención un matrimonio de japoneses que al parecer iban acompañando a otro matrimonio no sé si de alemanes, eso porque el señor japonés vestía muy elegante, con saco y corbata de moño, su esposa, además de elegante ¡era igualita a Yoko Ono! ¡Vaya, por poco y le pido un autógrafo!
La estación de Nara es muy bonita, afortunadamente el hotel estaba muy cerca de dicha estación, así que nos dispusimos a ir a dejar el equipaje.
Comenzó nuestro recorrido, bajo un calor un tanto cuanto fuerte, pese a ser alrededor de las 10 am tiempo local, me llamó la atención ver a una persona trabajando arreglando los jardines de las calles.
Solo estaríamos una noche en Nara, así que había que sacarle jugo al tiempo.
La historia nos dice que antiguamente Nara fue capital de Japón, eso fue durante lo que se conoce como el período Nara (710-784) y su nombre era Heijō-kyō. Actualmente Nara es una ciudad pequeña que alberga alrededor de 365 mil habitantes (cifras del 2015), pero hay muchísimo turismo.
Uno de sus principales atractivos es su parque, porque ahí convives con los venados sika, se trata de una especie de venados que tienen unas dimensiones no muy grandes, en estado salvaje llegan a desarrollar cuernos largos y grandes, pero con la finalidad de que la gente pueda convivir con ellos los japoneses, seguramente del gobierno, le cortan los cuernos a fin de evitar que alguno de ellos te lesione, es más, es aconsejable tomar algunas precauciones cuando estás con ellos porque, lo más probable es que se te acerquen en busca de comida. Los lugareños preparan una galletas que te cuestan 150 yenes (alrededor de $25 MXN) para que los alimentes, pero esos animalitos son tan canijos que no solo se comen las galletas, sino que también se comen el papel que las envuelve, inclusive si no te pones “buzo” te puedes llevar una desagradable sorpresa, ya te comentaré el anécdota de Miyajima.
Una vez que terminamos de estar con los venados, acariciándolos, dándoles de comer y con la foto obligada, nos dispusimos a trasladarnos al templo Todaiji el cual es muy famoso por la estatua del Gran Buda y por la gran puerta Nandai-mon. El templo es espectacular, ya que efectivamente su Buda Vairocana (llamado dainichi en japonés) significa “Buda que brilla a lo largo del mundo como el sol”), también es conocido simplemente como daibutsu (Gran Buda).
Por ahí te topas con una maqueta que tiene toda la estructura del área, ahí tomé una foto que me gustó mucho, pues de alguna manera pude captar al Buda que ahí se encuentra.
¡Ah! Antes de que se me olvide te diré la razón de la presencia de los venados, por si piensas que es un simple atractivo turístico, en realidad son considerados como mensajeros de los dioses por el sintoísmo. El sitio es uno más de los patrimonios de la humanidad de acuerdo a la UNESCO.
Hay veces en las que piensas que una palabra no es suficiente para describir un lugar con estas características, lo cierto es que recibes una gran impresión cuando estás ahí, al entrar y deambular alrededor del gran Buda, de repente te encuentras con gente que está amontonada alrededor de uno de los pilares del templo, la tradición dice el agujero en su base tiene las mismas dimensiones que los orificios nasales del Buda; así que todo aquel que pueda pasar por el agujero será bendecido, no obstante en realidad quienes pueden pasar sin mucha dificultad por el agujero son los niños, seguramente el detalle es que los niños serán bendecidos.
El hambre apretaba, así que nos dispusimos a ir a comer a un restaurante que tenía como especialidad la carne del kobe y wafles, la verdad de las cosas muy sabrosos, aunque yo cometí el error de no revolver el wasabi de la carne debidamente con el arroz, así que por momentos sufrí un poco con ese raro picor del wasabi.
Una vez comidos y re hidratados, entonces nos fuimos al pequeño museo que se encuentra aledaño al parque, es un museo en donde no te permiten sacar fotos, pero ya sabes, mi apple watch combinado con mi iphone.
¿Qué seguía? Subir a la colina del parque de Nara, para llegar santuario shinto Kasuga-Taisha el cual fue fundado en 768 y reconstruido varias veces a lo largo de los siglos, su interior es famoso por sus muchas linternas, tōrō, de bronce, así como por las de piedra que iluminan el santuario.
Vas deambulando por el Parque del Ciervo (donde manadas de ciervos pastan libremente), te encuentras con una espectacular estatua y fuente con un gran venado y también todo el trayecto estás flanqueado por miles de linternas de piedra que se alinean a los lados del camino, existe un Jardín Botánico antes de llegar al templo que se llama Man’yo pero dada la hora, decidimos mejor continuar hasta el templo.
El regreso al hotel, lo hicimos caminando, un largo recorrido de regreso que nos permitió conocer toda el área –en algunas partes peatonal- de Nara, así como un lago pequeño pero muy bonito, en hotel nos encontramos con un detalle que me agradó mucho, una tarjeta con mi nombre escrito a mano ¡pero sin la e de José!, con una leyenda en inglés.
Como te dije líneas arriba, al día siguiente teníamos que madrugar nuevamente, porque nos iríamos a otro lugar, no menos espectacular. La isla de Miyajima.
Fotografías: José Eduardo Celis Ochoa Cordero