Por: Andrea Zhok. 15/02/2025
Pido disculpas de antemano por el estallido, pero es francamente insoportable escuchar otra discusión remilgada o escandalizada sobre el brazo extendido de Elon Musk.
Es francamente deprimente descubrir (redescubrir, por enésima vez) que la intelectualidad progresista (pero no la única) del país es totalmente incapaz de analizar la realidad tal como es, de mirar la historia actual tal como es, sin fantasmas artificiales.
Lo que Elon Musk pretendía hacer o decir con sus incómodas gesticulaciones en el escenario NO ES PROBLEMA.
No porque se trate de buscar excusas, justificaciones o cualquier otra cosa. Incluso si Musk hubiera decidido, con perfecta claridad, premeditadamente y sin alteraciones debidas a sustancias psicotrópicas, evocar un saludo romano con intenciones nostálgicas, esto es UN FALSO PROBLEMA.
Es verdaderamente descorazonador comprobar la pobreza categórica de una gran parte de la «inteligencia política», que por milésima vez sólo se muestra en alerta cuando se utilizan pequeñas palabras de hace un siglo («fascismo», «nazismo», «Shoá», etc.).
Dios mío, vivimos en otro mundo, en otra época, con otros problemas, con supuestos sociales y materiales que son completamente incompatibles con aquellos en los que surgieron las dictaduras de los años 1920 y 1930.
¿Cómo es posible que todavía estemos aquí discutiendo con estas categorías cadavéricas?
No es posible seguir fingiendo vivir como si estuviéramos en las secuelas de la invasión de Polonia, el bombardeo de Guernica o los atentados contra los trenes con destino a Auschwitz.
La historia enseña muchas cosas, pero la más importante es que nunca se repite.
Musk es un personaje preocupante, pero no por sus travesuras humorísticas, ni por sus supuestos o reales saludos romanos. Es porque, junto con muchos otros, desde Zuckerberg hasta Soros, pasando por Bill Gates, Larry Fink, etc. etc. – representa descaradamente la metamorfosis de las democracias liberales en oligarquías de base económica.
El hecho de que alguien como Musk sea decisivo para el suministro de sistemas bélicos de última generación, decisivos durante cualquier conflicto, debería despertar terror.
El hecho de que el sistema de medios y las redes sociales occidentales -y con ellos el acceso a lo que se considera «verdad pública»- estén en manos de un puñado de estos personajes debería causar angustia.
El hecho de que lo que define el destino de nuestras supuestas y moribundas democracias sean las necesidades de la guerra, la energía, las corporaciones farmacéuticas o, más en general, las necesidades financieras, es la tragedia al aire libre en la que vivimos.
La tragedia es que la política europea sea un juego de grupos de presión autorreferenciales y absolutamente insensibles a los intereses de los ciudadanos. Pero nada de esto despierta realmente la indignación de los analistas oficiales, hombres y mujeres en el gobierno, intelectuales «progresistas» y «conservadores».
Seguimos jugando al juego de los difuntos contrastes del siglo XX con perfecta mala conciencia.
El antifascismo está agitado y, mientras tanto, florecen los autoritarismos neoliberales más descarados; el anticomunismo está agitado y, mientras tanto, prosperan las peores formas de cientificismo economista; Se conmemora el genocidio cometido por los nazis y, mientras tanto, los genocidios florecen en todo el mundo en el silencio más ensordecedor.
Hablamos y pensamos en otras cosas, continuamente, obstinadamente, para impedir que la gente «salga de la matriz», que comprenda cuáles son las verdaderas amenazas, que vea quiénes son los verdaderos enemigos, aunque sea por un minuto.
La construcción sistemática de la mentira mediante la distracción, de la falsedad mediante el disimulo, éste es el verdadero juego del poder contemporáneo.
Quien, teniendo los medios intelectuales para comprenderlo, no escapa a él, es cómplice.
Aquí, ahora puedes seguir jugando con los restos que te ponen en la mano, debatiendo si Musk es y en qué medida es la nueva cara del peligro fascista.
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Fotografía: El viejo topo
