Por: GUILLEM MARTÍ. 08/05/2021
Formada en los movimientos sociales de Berga, ha militado en el movimiento estudiantil y juvenil, en el feminismo autónomo y, más recientemente, en el activismo en salud mental. Ha sido fotógrafa, profesora de salsa y acompañante de personas con diversidad funcional cognitiva en el Grupo Caliu. Actualmente, junto con Paula Castellsagué y Gemma Lapaz, forman Abilis, un espacio de investigación e intervención en torno a los malestares, el sufrimiento, las violencias, la muerte, el luto y la salud mental y comunitaria. Vinculan el sufrimiento a las condiciones sociales, culturales y económicas, y acompañan colectivos en la comprensión y la autogestión comunitaria de la salud a partir de metodologías expresivas y corporales.
¿Qué son los malestares?
Es un lugar dinámico por donde todas hemos pasado, pasamos o pasaremos. Según la Organización Mundial de la Salud, una de cada cuatro personas sufre un problema de salud mental a lo largo de la vida. Un 75% de estas personas, además, los empiezan a sufrir antes de los dieciocho años. Pero todas, en determinadas épocas, viviremos más o menos angustiadas. Nosotras preferimos hablar de malestares en vez de utilizar el término salud mental, porque es una idea mucho más abierta, que incorpora muchas más posibilidades de significación y de interpretación individual y es un concepto mucho menos estigmatizado.
Definís Abilis como un espacio desde donde pensar, intervenir e investigar en el campo de la salud comunitaria desde fuera del marco conceptual clínico. ¿Por qué es relevante esta crítica?
La cuestión de pensar el sufrimiento desde fuera de un marco clínico es precisamente porque solo se ha pensado desde el marco clínico. Y esto ha tenido toda una serie de consecuencias muy negativas y muy nocivas. Se ha construido el discurso médico y psiquiátrico como la única verdad, y, además, como una verdad, en teoría, científica, a pesar de que una de las principales críticas a la psiquiatría moderna es la inexistencia de marcadores biológicos para las supuestas enfermedades mentales. El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales que utilizan las psiquiatras en todo el mundo –el DSM versión 5– hace una clasificación de cada trastorno, y la prueba diagnóstica consiste a ver si la paciente cumple cierto número de ítems que la psiquiatría ha descrito como marcas o síntomas de un determinado trastorno. Por lo tanto, se está diagnosticando y se está medicalizando personas cuando no hay pruebas empíricas de que estén enfermas. Ante la inexistencia de estos marcadores biológicos, al final lo que acaba definiendo qué es patológico y qué es normal son criterios ideológicos. Es el orden social de cada época, de cada contexto determinado, de cada territorio y de cada momento histórico. A grandes rasgos, las características del modelo psiquiátrico son el biologismo y la individualización: hay un problema dentro de tu cerebro, dentro de tu organismo, en tu biología, y por tanto esto necesita un tratamiento psicofarmacológico independiente de tu entorno. Para nosotras, es muy importante entender que vivimos en un contexto donde estar sano es poder ser explotado y donde recuperarse es recuperar la capacidad de producir. Y que, en la mayoría de las ocasiones, estar enfermo o sufrir es producto directo de las condiciones de vida y trabajo. En este sentido, entendemos el discurso médico y psiquiátrico hegemónico como un encubridor de biografías traumáticas y de desigualdades sociales. A partir de esta premisa se empieza a desarrollar todo nuestro marco teórico y práctico.
¿Por qué proponéis el cuerpo como eje central para abordar los malestares?
Los malestares no se viven desde ninguno otro lugar que no sea el cuerpo. La experiencia de la angustia, por ejemplo, tiene que ver con un cambio en la respiración y la percepción corporal, y cada persona la vive de diferentes maneras: molestias estomacales, dolor de cabeza, dolor de espalda. Por lo tanto, los malestares se viven corporalmente, y es difícil poder abordar los malestares sin abordarlos desde el cuerpo. En nuestra cultura, constantemente intentamos trabajarlo todo desde el registro intelectual. Trabajar los malestares desde la racionalidad hace que no podamos llegar a su origen profundamente corporal. ¿Cómo queremos solucionar la depresión, la ansiedad o los trastornos de la conducta alimentaria desde la racionalidad cuando son vivencias corporales, el registro de las cuales es corporal? A menudo nos despista la idea, que se ha naturalizado en Occidente, de la división entre la salud física y la salud mental, como si fueran dos cosas diferentes que no tienen nada a ver.
Entonces, ¿es más fácil transformar los malestares desde el teatro del oprimido, desde el arteterapia o desde el baile?
Creemos que es la única manera. Nuestro abordaje parte primero de la conexión con el cuerpo. Es el lugar desde donde existimos, el vehículo de la experiencia, donde la mente, las emociones y los instintos están en un todo. Partimos de aquí para poder, primero, identificar qué malestares tenemos. Y a partir de aquí, a través de diferentes herramientas, la puesta en común en colectivo nos permite llegar, como último estadio, a la reelaboración cognitiva de lo que nos pasa y de lo que necesitamos transformar.
¿Qué quiere decir elaborar?
Quiere decir dar significado, entender. Si una situación no puede ser elaborada, porque mi estructura familiar no me lo permite o porque mi entorno cultural no me lo permite, se queda en el cuerpo y continúa generando síntomas corporales, emocionales, que se leen desde la individualización y la enfermedad.
A veces ¿da más miedo detectar que tenemos un malestar que el malestar en sí?
Es el que te digo de la importancia de la mirada cultural. Si yo hago un análisis de mis signos –que no puedo dormir por la noche, que a veces tengo taquicardias, que hay momentos en que tengo ganas de llorar, etc. – es una cosa muy vaciada de contenido interpretativo. Es cuando lo pongo en relación con el marco cultural en el cual vivo inmersa cuando choca con las significaciones que mi estructura familiar da a la vulnerabilidad, a la productividad, a los afectos, a ser autónoma, o con las significaciones que culturalmente se hacen de estos mismos términos a través de los medios de comunicación, las películas, la música, los libros. El choque de mi experiencia corporal con los ideales de nuestra época, muy relacionados con la productividad, con esta ficción de invulnerabilidad, es lo que genera sufrimiento, no los signos. A veces nos hace sufrir más toda la interpretación que hacemos de lo que nos pasa, que el que nos pasa. Y esto es la cultura.
¿Qué alternativas habéis encontrado a la relación vertical e individualizada de la medicina y la psiquiatría occidentales?
Parte de nuestra propuesta es recuperar lo que en antropología se llaman los saberes profanos, todo aquel campo de conocimiento y de epistemología que forma parte y ha formado parte de los pueblos y que permite acercarse a una autogestión de la salud y la salud mental. Parece que culturalmente la única manera de atender el sufrimiento es a través de la contención química (psicofármacos) o a través de los ingresos psiquiátricos involuntarios, que implican muchísima violencia y que convierten al paciente en un agente pasivo que tiene poco que decir sobre su proceso de recuperación o de curación. Cuando empiezas a buscar, encuentras otras mil propuestas, nacidas del activismo en salud mental o de la reformulación del modelo público de la psiquiatría, como serían los casos de la región italiana de Trieste o de Finlandia, a través de experiencias con la terapia Diálogo Abierto. En nuestro territorio tenemos los Grupos de Apoyo Mutuo (GAM), colectivos autogestionados formados solo por personas usuarias de los sistemas de salud mental. Han tenido un desarrollo realmente rico y coordinado, pero es una realidad muy desconocida, no solo por los movimientos sociales, sino por parte de los profesionales que trabajan en el ámbito de la salud mental. Empezaron a construirse después de que se formara la Red Mundial de Usuarios y Supervivientes de la Psiquiatría, que es un espacio de coordinación entre personas que han sufrido ingresos psiquiátricos involuntarios, en la mayor parte de los casos, y que se reconocen como supervivientes de un sistema violento y coercitivo. En todo Europa también existen las casas de crisis, que proponen una manera de gestionar, sin diagnósticos y sin medicación, el que dentro del mundo del activismo loco se denomina sufrimiento psíquico, personas en crisis o personas con creencias inusuales –lo que comúnmente conocemos como brotes psicóticos o esquizofrenias–, como la Runaway House en Berlín o la Drayton Park en Londres, que es una experiencia solo para mujeres y sensibilizada con cuestiones de género.
Habéis sacado una campaña a través de Instagram que se llama “Realidades invisibles del sufrimiento”, y que intenta recuperar el contenido social borrado por el discurso psiquiátrico hegemónico. ¿Qué relación hay entre el sufrimiento y la precariedad?
La relación es muy clara. Solo mirando cifras oficiales del Instituto Nacional de Estadística sobre la depresión o los trastornos de ansiedad, hay una prevalencia mucho más grande a medida que baja la clase social. Cuanto más vulnerabilidad social, más sufrimiento. A partir de aquí, si aceptamos hacer una mirada más cultural y menos médica sobre el sufrimiento, no hay que hacer muchas explicaciones para ligar cuál es la relación entre el sufrimiento, la vulnerabilidad y las estructures capitalistas, patriarcales y racistas. Por ejemplo, Drayton Park nació de la experiencia de una enfermera que, después de años de trabajar en una planta de psiquiatría y de ver como se trataba las mujeres, se empezó a dar cuenta que muchas de las pacientes habían escapado de situaciones de violencia machista. Las mujeres sufren de una manera específica, se las diagnostica de manera específica y se las medicaliza de manera específica. Las mujeres consumen más del doble de psicofármacos, sobre todo de ansiolíticos antidepresivos, que los hombres. También hay diagnósticos que son casi exclusivamente hechos a mujeres, como la bulimia y la anorexia. Pues algo debe tener que ver con la estructura social.
A pesar de la impronta de la estructura social, ¿podemos asumir responsabilidades y tomar decisiones?
Creemos que explicar por qué sufrimos es una de las cosas más políticas que podemos hacer ahora mismo. Y más después de lo que hemos vivido durante el último año a escala mundial. Politizar los malestares es colectivizarlos y organizar la comunidad para transformarlos. Metafóricamente creemos que el sufrimiento tiene un potencial revolucionario enorme, y es el que intentamos despertar y avivar tanto en los talleres como en las formaciones. Cuando hacemos intervenciones en institutos, siempre que empezamos detectando malestares acabamos hablando del capitalismo.
¿Falta una mirada más sensibilizada con la politización de los malestares dentro de los movimientos sociales?
Después de la campaña también hemos hecho una encuesta. Hay una franja de edad, desde los 20 hasta los 31 años, en que destaca un consumo de terapia muy diferenciado respecto de otras franjas de edad. Creo que esto tiene una parte positiva y una parte muy peligrosa. La gente que estamos a los movimientos sociales, al final, el que nos agrupa en torno a los diferentes espacios es el sufrimiento. La gente que está en la lucha por la vivienda tiene un malestar compartido. Las personas que formamos parte del movimiento feminista tenemos un malestar compartido. En realidad, los movimientos sociales se pueden leer como espacios de construcción de salud mental colectiva, en cuanto que parten de malestares compartidos, los politizan e intentan transformarlos. Pero a pesar de que estamos organizadas en torno a estos malestares, seguimos sin espacios de abordaje colectivos dentro de los movimientos sociales de las cosas que nos atraviesan y seguimos consumiendo exclusivamente terapias individuales que siguen reproduciendo la individualización y la relación de dependencia hacia el profesional.
Por ejemplo, en clave de abordaje colectivo para procurar bienestar y abordar malestares, hace tiempos que se habla mucho de asambleas de cuidados o espacios de cuidados…
Sí, pero qué son los valores que están presentes dentro de estos espacios de cuidados? Cuál es el objetivo? Cuál es la mirada y el discurso que sobrevuela de alguna manera estos espacios? Porque seguramente, si no ha habido una reflexión y una formación previa profunda sobre la salud y la salud mental, el discurso será el hegemónico. Y continuaremos hablando de enfermos mentales, continuaremos hablando que esta está loca porque tiene un trastorno y continuaremos reproduciendo la misma opresión.
¿Es importante reconocer las vulnerabilidades?
Reconocerse vulnerable es reconocerse como ser humano. Somos frágiles, somos interdependientes y, en algún momento de nuestra vida, seremos dependientes: lo hemos sido en la infancia, quizás lo seremos durante la juventud o la vida adulta si nos ponemos enfermas, o si sufrimos un accidente, o si desarrollamos una diversidad funcional, y lo seremos en la vejez. La ficción de invulnerabilidad y de independencia no es real. Esto lo ha construido el capitalismo. Y hacer un proceso personal y colectivo para asumir esto es una cuestión de responsabilidad política. Un tema que tiene que ver con el discurso hegemónico, y que actualmente es efervescente dentro del movimiento feminista, es asociar la vulnerabilidad a la debilidad o a encadenarse a la identidad de víctima. Son cosas que no tienen nada a ver. Reconocerse vulnerable es también reconocer la responsabilidad que tenemos de manera individual y colectiva de hacernos cargo de gestionar esta vulnerabilidad. Y esto quiere decir construir estructuras sociales populares y públicas de atención a la salud y a la salud mental que no dañen más las personas, que sean verdaderamente universales y gratuitas. Y tiene que ver con toda una serie de cuestiones que surgen de repensar el sufrimiento desde la cultura, como son el trauma cultural, la reparación y la recuperación. Es empezar a abrir la puerta a pensar desde otra mirada.
¿Cuál es la potencialidad de abordar los malestares de forma colectiva?
Hay momentos en que te puede parecer que tú sola tiras, que justo has encontrado un trabajo de puta madre, que has cogido un piso con tu pareja, etc. Pero habrá un momento en que las cosas no te irán bien y necesitarás otras personas. Reconocer la vulnerabilidad y asumir que somos seres sociales y que necesitamos a las otras es un ejercicio de humildad y de responsabilidad política que tenemos que hacer continuamente. Siempre que participamos en espacios tenemos que intentar socializar esto. En el movimiento por la vivienda se ve muy claro cuando una persona se acerca al colectivo y después, cuando su situación está resuelta, se marcha. El trabajo pedagógico a hacer es que la gente que se ha acercado en un momento de necesidad se quede allá. Esto es lo que es realmente transformador.
27 octubre 2020
Artículo original en catalán publicado en el número 510 de la Directa
Traducción Viento Sur.
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Fotografía Viento sur