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¡Dejemos de idolatrar lo digital!

por La Redacción mayo 19, 2020
mayo 19, 2020
1,5K

Por: Olivier Doubre. Rebelión. 19/05/2020

Philippe Meirieu Profesor de Ciencias de la Educación de la Universidad de Lyon-II, se interroga sobre la enseñanza impartida actualmente a distancia y las dificultades que de ello se derivan para el alumnado menos favorecido. Antes de abordar los problemas de la futura vuelta a las clases …

Reconocido teórico y pedagogo progresista, Philippe Meirieu estudia desde hace tiempo la escuela y en particular las desigualdades entre niños, las cuales dificultan su misión emancipadora y educadora. Desde el cierre generalizado de los centros escolares en Francia a causa de la crisis de la Covid 19, analiza los problemas suscitados por la enseñanza a distancia via Internet. Frente a la “brecha digital” y a las desigualdades sociales, recuerda sobre todo el papel esencial para el desarrollo de niños y niñas, de la institución escolar, indispensable lugar de lo colectivo y de solidaridad.

Explica usted en un texto reciente que esta crisis del coronavirus ha mostrado descarnadamente “ la importancia de hacer/dar clase, o de hacer escuela” [1]que es indisociable de un “espacio-tiempo colectivo y ritualizado donde la palabra tiene un estatus particular”. Pero, sobre todo, cómo “las herramientas digitales de hoy parecen portadoras de una lógica individual y tecnicista”. ¿De qué pecan hoy esas herramientas digitales?

Philippe Meirieu; Me gustaría retroceder en el tiempo para recordar los fundamentos de la escuela republicana, según Jules Ferry pero también según la persona responsable de teorizar dicho proyecto: Ferdinand Buisson, que señaló en su célebre Diccionario de Pedagogia e instrucción primaria que la escuela no sólo es un lugar donde aprender, sino un lugar para “aprender juntos”. Y la palabra “juntos” es tan importante como la palabra “aprender”.

Desde el principio éste ha sido un proyecto claro y muy explícito de la República, que más adelante fue muy revitalizado tras la guerra de 1914-1918, momento en el que nació un gran movimiento de intelectuales, de universitarios y de obreros que se llamaba Los Compañeros de la universidad nueva y cuyo lema principal era que los hijos e hijas de quienes habían padecido juntos en las mismas trincheras pudieran aprender unos al lado de otros, en los pupitres de la misma escuela. Esta voluntad fue reafirmada más tarde de manera bastante extraordinaria por quien fue sin lugar a dudas el mejor ministro francés de la Educación Nacional, Jean Zay, durante los gobiernos del Frente Popular. Consiguió hacer de este encuentro entre individuos para construir lo común, el corazón de la escuela republicana. En resumidas cuentas, es este el proyecto que constituye la base del documento elaborado por el Consejo nacional de la Resistencia, el plan Langevin Wallon, que sigue siendo mítico en la materia para la izquierda: la idea de una escuela común que es una institución colectiva y , puesto que necesita un vínculo social, también es una institución de la sociedad.

Respecto a esos puntos clave, se ha visto durante estos últimos años que los medios digitales iban a poder sustituir a la escuela.

¿Cómo se manifiesta esto?

Cada año se desarrolla en Doha un gran foro, el World International Summit of Education (Wise), financiado por la tercera esposa del emir de Qatar, al que se invita a los grandes señores del mundo digital, en particular de los Gafam [2]. De año en año, se ve cómo aumenta fuertemente la influencia de este Wise, que ya va por la novena edición y que recientemente se ha descentralizado, sobre todo en Francia, con la participación de los más importantes periódicos del país.

La idea que ha ido avanzando poco a poco es que la clase, la escuela, sería una forma obsoleta de enseñanza que se debería sustituir por un sistema (que ya está en las entrañas de Google) en el que se realizarían test a los niños y niñas de una manera sistemática para saber cómo funcionan desde el punto de vista de su inteligencia. A partir de ahí, a cada individuo se le propondría un programa de enseñanza estrictamente personalizado que sería, evidentemente, vendido a las familias y que permitiría a los niños y niñas cursar en sus casas, en su ordenador, todas las asignaturas gracias a un servidor gigante potencialmente situado en la Islas Caimán ¡para evitar su control fiscal!

Si se leen los informes anuales del WISE (por ejemplo, en Le Monde, que es promotor de esa “cumbre” y cuyas páginas para hacerle publicidad compra además Qatar), se darán ustedes cuenta de que los Gafam, sobre todo una sociedad como Microsoft invierten cantidades absolutamente colosales basándose en unas perspectivas como esas a corto o largo plazo. Los desafíos financieros son enormes y esos proyectos se retoman en Francia por parte de las llamadas “EdTech”, es decir, empresas que proponen nuevas “tecnologías de la educación” y quieren vender programas informáticos individuales.

Lo cual, según usted, sería fuente de un cierto número de problemas….

Una perspectiva así conlleva una serie de problemas extremadamente graves. En primer lugar, evidentemente, el hecho de realizar test a todos los niños y niñas a partir de una cierta edad y de considerar que el resultado dictaría inevitablemente su desarrollo futuro-como si no hubiera acontecimientos susceptibles de poder modificas su historia. Además, esta evaluación, – fijada en un momento concreto a partir del comportamiento del niño registrado en un ordenador o una tableta- permitiría la construcción de programas informáticos que supuestamente estarían adaptados a todo lo que se hubiera detectado en ese niño tal como aptitudes, preferencias, modos de funcionamiento, estrategias de aprendizaje, etc.

Los que alaban una propuesta como ésta explican que es imprescindible que los franceses se pongan a ello pues de lo contrario serán programas informáticos estadounidenses los que se llevarán este gigantesco mercado. Hay en esto intereses financieros colosales puesto que una de las claves de la crisis que atravesamos actualmente es saber si los Gafam van a verse reforzados y convertirse en superestados con inmensos poderes o si vamos a reapropiarnos de la informática en el marco de una economía colaborativa. Por ejemplo, e incluso si desgraciadamente no parece que se vaya a emprender este camino ¿Vamos a utilizar deliberadamente programas informáticos libres en vez de los de los Gafam? ¿Vamos a privilegiar la economía colaborativa, participativa, aunque sea incipiente, tipo Wikipedia, que es una enciclopedia colaborativa? ¿O los Gafam saldrán como grandes vencedores de esta crisis? Y en el propio funcionamiento de la escuela ¿Conseguirán desempeñar un papel cada vez más importante en lo que respecta a la relación pedagógica y a la tranmisión de saberes? Se trata de un desafío económico, societal y pedagógico enorme, pues, si se diera el caso, asistiríamos a una forma de homogeneización, de individualización, de fragmentación y sobre todo de financiarización de la educación.

¿Esta inquietud se extiende también al papel del propio docente?

Efectivamente. Hay que recordar que el docente no solo es un distribuidor y un corrector de clases y de ejercicios, de fichas y de programas. El docente es un experto en el aprendizaje; es una persona que toma informaciones en la clase, que observa, adapta, regula, que utiliza herramientas pero que las modifica también poco a poco y que es capaz de crear ayuda mutua, interacción, cooperación, es decir capaz de suscitar lo común.

Se habla hoy en día de solidaridad a ultranza y en efecto se descubre que todas las personas tenemos un destino común debido al virus. Pero la pregunta que se plantea es saber si la escuela será capaz de crear lo común, o si se limitará a yuxtaponer alumnado delante de ordenadores. Un modelo así, que se habría infiltrado con motivo del confinamiento, ¿no va a imponerse progresivamente en detrimento del carácter colectivo, instituyente de la escuela, y de su misión fundamental, que es permitir a los niños y niñas descubrir que el bien común no es la suma de los intereses individuales?

Acaba usted de esbozar lo que sería el peor escenario para la escuela. Pero, ¿qué escuela sería la deseable para usted?

Es incontestable que la enseñanza a distancia, a través de internet, ahonda las desigualdades. Sin entrar siquiera en la cuestión del acceso a internet como tal, éste incrementa las desigualdades ya que pone de manifiesto una cierta aculturación. Si cito algunos versos de un poema de Paul Valéry y quiero buscar a su autor, es evidente que ya tengo que conocerle de antemano. Si no lo conozco, no puedo buscarlo. Este es uno de los ejemplos más básicos que muestran que lo digital incrementa las desigualdades entre el alumnado.

Lo digital es útil para quienes pueden ser considerados como “regulares” o “buenos” (con todas las comillas posibles) y “aplicados” o “concienzudos” Se les dan ejercicios para hacer o se les proponen textos que leer, se les sugieren actividades para realizar… Y en general lo hacen y esto puede serles provechoso. Por el contrario, el problema aparece claramente para sus compañeras y compañeros menos “dotados”, es decir, aquellos para los que ya no están motivados por el trabajo, los que no saben organizarse y no saben hacer las distinciones elementales entre lo que es más útil y lo que es más fácil. Porque la característica de un “buen alumno” es que a menudo va a empezar por lo más difícil porque sabe que es lo más útil. Y lo más fácil no lo hará porque ya sabe hacerlo. Mientras que el alumnado con dificultades empezará por lo más fácil y lo que ya sabe hacer y no hará lo más difícil o lo que no sabe hacer o lo que le parece más difícil. En esto se bien que el mero hecho de proponer la realización a distancia de ejercicios estandarizados ahondará las desigualdades.

El propio presidente Macron ha hablado de la necesidad de luchar contra las desigualdades, reconociendo así que la enseñanza a distancia las aumentaba, y es la razón por la que decide la reapertura de las escuelas el día 11 de mayo. Evidentemente uno puede preguntarse sobre los verdaderos motivos de esta medida, que podrían ser en primer lugar económicos en la medida en que permitirán a los padres y madres volver al trabajo.

¿Sabemos en qué medida se han incrementado las desigualdades?

Jean-Michel Blanquer[3] ha indicado que entre el 5% y el 8% del alumnado se ha “descolgado”. En este momento, tenemos una idea imprecisa del número de alumnado con quienes se ha podido establecer contacto por teléfono o internet o entregándoles los deberes en papel, lo cual ha empezado hace dos semanas. Si mis informaciones son exactas, (a través sobre todo de un sondeo de France Info realizado en algunos institutos) la proporción de alumnado bien sea que se habrían descolgado completamente, o que no son atendidos regularmente por los profesores, o que no han entregado puntualmente los ejercicios alcanzaría alrededor de 40% en los Institutos de Formación Profesional y llegaría a un 20 % en otros centros escolares. Lo cual dista mucho de ser desdeñable. Por eso digo que debemos dejar de idolatrar lo digital. De hecho, esto sólo resuelve problemas para quien no tiene problemas, es decir quienes tienen ganas de aprender, son ya autónomos y tienen un entorno familiar favorable. Para los demás ¡nunca se podrá competir con los videojuegos y las series de Netflix!

Entonces, ¿lo digital sólo tiene aspectos negativos?

Se constata que tanto el profesorado como el alumnado se refieren a la necesidad de lo colectivo. Esta colectividad es muy complicada de construir a través de lo digital, pero hay colegas que lo logran. Se observa igualmente que algunos docentes llegan a crear relaciones entre su alumnado, es decir a promover escritura colectiva. He visto a algunos que hacen incluso teatro por internet. Pero sigue siendo muy difícil de construir y la inmensa mayoría del profesorado no está formado para ello. Además, las herramientas de las que disponemos no invitan a ello espontáneamente. No son realmente elementos de una economía colaborativa, donde las nuevas tecnologías serían un instrumento de cooperación. Las nuevas tecnologías hoy siguen estando guiadas por intereses financieros que hacen de ellas esencialmente una herramienta de consumo. Ahora bien, nuestros niños y niñas, para aprender, pero también para su equilibrio personal, necesitan lo colectivo.

¿Se alegra usted de la vuelta a las clases anunciada para el 11 de mayo?

A pesar de todo lo que acabo de decir, tengo sentimientos encontrados. Como la mayoría de los docentes, estoy muy preocupado por un rebrote de la pandemia, de la llegada de una segunda ola. Tengo miedo de que, con ausencia de preparación, sin desinfección completa de las escuelas, con la falta de mascarillas, vuelva la epidemia. Pero al mismo tiempo observo que hay muchos niños cuya soledad escolar es muy grande, aunque sean varios hermanos y hermanas, que viven muy mal esta situación y que necesitan de lo colectivo. Todos los psicólogos lo dicen desde hace tiempo: un niño o una niña no se desarrolla sin un contacto con el grupo. Además- y yo ya tenía esta convicción antes de la crisis- un niño o una niña no se desarrolla bien si no es en cooperación con los demás.

La escuela que yo anhelo es una escuela de la solidaridad. La competencia será suplantada por una solidaridad mayor, donde el alumnado (y los profes, por otra parte) no tendrán sistemáticamente que ser evaluados en permanencia sobre contenidos estandarizados sino contribuir a realizar proyectos colectivos. Espero que sea hacia ahí hacia donde vayamos, pero aún no se ha llegado a esto…. Existe el riesgo de que se escoja por el contrario la vía de un individualismo exacerbado y de un deseo cada vez mayor de un arribismo individual.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Educainternet.

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