Por: Alex Samaniego. 11/10/2023
Mientras la izquierda europea solo puede mitigar los daños de la derecha, la latinoamericana empieza a cuestionar la hegemonía del pensamiento neoliberal
l siempre polémico Slavoj Žižek en su reciente ensayo “The left must embrace law and order” comparte una gran preocupación sobre la izquierda política y su posibilidad de acción en la actualidad. La izquierda, según Žižek, no está en capacidad de capturar o liderar el momento político de inestabilidad violenta que está viviendo Europa. Ante esa incapacidad, la izquierda debe apelar al control y la ley, es decir, al status quo, para así evitar escenarios peores.
Por algunas des sus posturas teóricas, Žižek ha sido acusado de eurocentrista. Esto ha sido explorado por filósofos del sur global como Hamid Dabashi o Walter Mignolo. Es por eso que no sorprende que Žižek, a pesar de su brillante análisis, recaiga en un problema grave. Parece creer que lo que la izquierda europea puede hacer es todo lo que la izquierda global puede hacer. Las experiencias latinoamericanas pueden demostrar que la izquierda global no tiene las mismas limitaciones que la europea.
Desconfianza, decepción y miedo en Europa
Las protestas o levantamientos, tradicionalmente provenientes de la izquierda, ahora son expresiones de rebeldía de las derechas más reaccionarias. En su artículo Žižek analiza la situación de Francia, donde después del asesinato de un joven de 17 años, de ascendencia marroquí y argelina, se despertaron muchas protestas.
La narrativa izquierdista es que la policía es racista, que la “egalité” francesa es una ficción y que las protestas son un síntoma, pero no el problema. Aun así, quienes protestan parecen no tener una ideología clara, pues combaten a la policía, pero también atacan buses locales, cruciales en el transporte de trabajadores de los sectores más pobres de París. El resultado de las protestas es incierto. La impopularidad de Macron puede ser capitalizada por una presidencia de Marine le Pen, la candidata de la ultra derecha francesa.
Según Žižek, los liberales de izquierda, ven con envidia el mayor acto de rebeldía de los últimos años en EEUU, cuando seguidores de Donald Trump invadieron el Capitolio en Washington D.C. Algo que la izquierda no podría articular. Esta ineficacia hace que lo que más moleste a presidentes como Biden o a Macron sea la ultraderecha, no la izquierda.
Lo que hoy Žižek ve con decepción, Hannah Arendt ya lo percibió en su ensayo “Sobre la violencia” en los años 70. Ella notó cómo la rebeldía y la violencia se estaba separando de las izquierdas y de sus bases de pensamiento marxistas.
Para el marxismo la violencia precede, pero no causa los cambios en la sociedad. Estos aparecen por contradicciones históricas. El marxismo no es un llamado a cualquier violencia. La violencia que Arendt veía en los movimientos estudiantiles de la post-guerra no era guiada por la conciencia de clase, sino que encontraba su causa en la desconfianza de todo progreso tecnológico y la decepción de lo político.
La conciencia apocalíptica de desconfianza pura está más cerca de movimientos que luchan contra el marxismo cultural, las vacunas con chips tecnológicos o la tecnología 5g, que de movimientos de izquierda
Esto es entendible en una generación que vio la destrucción de dos guerras mundiales y dos bombas nucleares, como la de Arendt. Hoy en día se puede percibir el mismo ambiente. Esta conciencia apocalíptica de desconfianza pura, está más cerca de movimientos que luchan contra el marxismo cultural, las vacunas con chips tecnológicos o la tecnología 5g, que de movimientos de izquierda.
Bauman, acertadamente explica que esta desconfianza escaló exponencialmente por el fracaso del proyecto político neoliberal de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Al haber apostado por fuertes limitaciones del poder estatal, se esperó que los ciudadanos por su cuenta sorteasen las dificultades sociales y económicas de su tiempo. Esto provocó una reducción de derechos sociales y un crecimiento de miedos e incertidumbre.
Desigualdad, resentimiento y ascenso de la derecha dura
El sueño americano, al igual que la “egalité” francesa, fue algo ficticio. Sin importar cuánto se trabaje, las condiciones de vida no han mejorado. Michael Sandel menciona que, en EEUU, desde los años 70 la mayor parte de los incrementos de renta han ido al 10% más rico, la media de la renta anual de varones en edad de trabajar (36 mil dólares) es menor que hace cuatro décadas, el 1% más rico gana más que todo el 50% más pobre.
Todo esto provocó un resentimiento masivo hacia las élites de la derecha conservadora, que prometieron meritocracia y solo entregaron malestar. Sin embargo, esa indignación no pudo ser capturada por la izquierda que, en palabras de Pablo Stefanoni, fue perdiendo radicalidad, abrazando la democracia representativa y el Estado de bienestar o alejándose de una imagen histórica de rebeldía.
El mismo Stefanoni menciona que la izquierda se ha limitado ha intentar frenar al capitalismo de todo lo malo que puede ser y no se ha dedicado a construir un futuro alternativo que pueda ofrecer como moneda de cambio a todas las personas indignadas con esas élites conservadoras. Otro factor que ha debilitado ese potencial de construcción de la izquierda, es la intelectualidad que habita en ella.
La derecha alternativa no ve necesario tener que comprobar lo que menciona y da rienda suelta a todo tipo de demagogias.
La izquierda es, en muchas ocasiones, académica y esto significa que sus discursos van a ser intelectuales. Esto supone un desafío comunicacional importante y limita dichos discursos a lo que puede ser comprobado. La derecha alternativa no ve necesario tener que comprobar lo que menciona y da rienda suelta a todo tipo de demagogias. Sus discursos están llenos de odio a migrantes, feminismo o de negacionismo científico con teorías de conspiración. Esta nueva derecha se aprovecha de toda la desconfianza de la sociedad para declararse en rebeldía de todo tipo de autoridad, incluida la científica.
¿Y la izquierda latinoamericana?
El análisis de Žižek parece sostenerse bien. Sin embargo, cuando se compara el escenario de la izquierda europea con la latinoamericana, ese mismo análisis entra en conflicto. Mientras que Macron (centro-derecha) tiene cada vez más dificultades para gobernar y le Pen (ultra-derecha) se perfila para llegar a la presidencia, en América Latina la mayoría de gobiernos son de izquierda. Lula en Brasil, AMLO en México, Alberto Fernández en Argentina, Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile, Luis Arce en Bolivia y Xiomara Castro en Honduras. Estos políticos, en diferente medida, son absolutamente relevantes. Estas izquierdas aun tienen poder de conexión con la gente que sigue votando por ellos.
Incluso en escenarios de protesta y rebeldía, América Latina ha podido coordinar y manejar desde la izquierda, masivas manifestaciones. El 2019 fue uno de los años más violentos de la región. Miles de personas, cansadas de ajustes estructurales y medidas económicas neoliberales, inundaron las calles. En Ecuador las protestas fueron lideradas por la población indígena y su máxima organización, la CONAIE, en Chile fueron los estudiantes, en Colombia varios sindicatos y movimientos sociales llamaron a las calles. A diferencia de lo ocurrido en Francia, en todos estos casos, ante el nivel de protesta, los gobiernos de derecha tuvieron que echar para atrás sus planes de acción.
Incluso en términos democráticos, la izquierda latinoamericana tiene un poder de acción que no se ve en Europa. Stefanoni recuerda casos de referendos populares absolutamente instrumentalizados por la derecha. En Suiza en 2009 se utilizó un referendo para prohibir los minaretes de las mezquitas y en 2010 se utilizó otro para la expulsión de extranjeros considerados peligrosos. Esto sin mencionar lo que fue el Brexit, una de las mayores expresiones de democracia directa de la derecha.
Pero mientras que en Europa la izquierda no puede redirigir ese poder democrático, en América Latina es la derecha quien teme los referendos. El caso más reciente se dio en Ecuador cuando todo el país decidió prohibir la explotación petrolera en dos de los lugares más biodiversos del planeta.
El escenario político europeo es claramente distinto al latinoamericano. Ahí donde la izquierda europea solo puede mitigar los daños de la derecha, en Latinoamérica se están construyendo proyectos políticos que hacen cuestionar la hegemonía del pensamiento neoliberal. Teniendo a la cabeza a movimientos populares y sociales como la CONAIE, puede ser que América Latina esté a la vanguardia de la rebeldía mundial.
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Fotografía: Open democracy