Por: Carsten T. Charlesworth Henry T. Greely Hiromitsu Nakauchi. 08/05/2025
¿Por qué oímos hablar de avances médicos en ratones, pero rara vez vemos que se traduzcan en curas de enfermedades humanas? ¿Por qué tan pocos fármacos que entran en ensayos clínicos reciben la aprobación reglamentaria? ¿Y por qué la lista de espera para el trasplante de órganos es tan larga? Estos problemas se deben en gran parte a una causa común: la grave escasez de órganos humanos obtenidos de forma ética.
Puede resultar incómodo hablar del cuerpo humano en términos tan comerciales, pero lo cierto es que los materiales biológicos humanos son un recurso clave en la medicina. Y la escasez constante de estos materiales se ha convertido en un gran obstáculo para seguir avanzando.
Este desajuste entre la oferta y la demanda está en el centro de la actual crisis por la falta de órganos. En Estados Unidos, más de 100.000 personas siguen en lista de espera para recibir un trasplante de órgano sólido. Esto también nos obliga a depender en gran medida de los animales en la investigación médica, una práctica que no puede reproducir aspectos importantes de la fisiología humana y hace necesario infligir daño a criaturas sensibles. Además, la seguridad y eficacia de cualquier fármaco experimental debe confirmarse en ensayos clínicos con seres humanos vivos. Estos costosos ensayos suponen un riesgo para los pacientes, pueden tardar una década o más en completarse y menos del 15 % de los casos llegan a obtener la aprobación.
Puede que exista una forma de salir de este callejón sin salida, tanto moral como científico. Los avances recientes en biotecnología abren la posibilidad de crear cuerpos humanos vivos sin los componentes neuronales que permiten pensar, tener conciencia o sentir dolor. A muchos esta idea les resultará inquietante, pero si la comunidad científica y los responsables políticos logran coordinar el desarrollo de estas tecnologías, quizá algún día podamos fabricar cuerpos «de repuesto», tanto humanos como no humanos.
Esto podría revolucionar la investigación médica y el desarrollo de fármacos, reduciendo en gran medida la necesidad de ensayos con animales, rescatando a muchas personas de las listas de trasplantes de órganos y permitiéndonos producir medicamentos y tratamientos más eficaces. Todo ello sin traspasar los límites éticos de la mayoría de la gente.
Reunir tecnologías
Aunque pueda parecer ciencia ficción, los recientes avances tecnológicos han llevado este concepto al terreno de lo posible. Las células madre pluripotentes, uno de los primeros tipos celulares que se forman durante el desarrollo, pueden dar lugar a todo tipo de células del organismo adulto. Recientemente, los investigadores han utilizado estas células madre para crear estructuras que parecen imitar el desarrollo temprano de embriones humanos reales. Al mismo tiempo, la tecnología del útero artificial avanza con rapidez y es posible que se estén abriendo otras vías que permitan el desarrollo de fetos fuera del cuerpo.
Estas tecnologías, junto con las técnicas genéticas establecidas para inhibir el desarrollo del cerebro, permiten imaginar la creación de «bodyoids», una fuente potencialmente ilimitada de cuerpos humanos, desarrollados totalmente fuera del cuerpo humano a partir de células madre, que carecen de sensibilidad o capacidad para sentir dolor.
Aún quedan muchos obstáculos técnicos para hacer realidad esta visión, pero tenemos motivos para esperar que los bodyoids transformen radicalmente la investigación biomédica al abordar las limitaciones críticas de los modelos actuales de investigación, desarrollo de fármacos y medicina. Entre muchas otras ventajas, ofrecerían una fuente casi ilimitada de órganos, tejidos y células para trasplantes.
Incluso podría llegar a ser posible generar órganos directamente a partir de las propias células de un paciente, clonando su material biológico para que los tejidos trasplantados sean una coincidencia inmunológica perfecta, eliminando así la necesidad de tratamientos de inmunosupresión de por vida. Estos bodyoids, desarrollados a partir de células del propio paciente, también podrían usarse para probar medicamentos de forma personalizada, permitiendo a los médicos evaluar directamente el efecto de distintas intervenciones en un modelo biológico que refleje fielmente la genética y la fisiología del paciente. Incluso podríamos imaginar el uso de bodyoids animales en la agricultura, como alternativa al uso de especies animales sensibles.
Por supuesto, que algo suene emocionante no significa que vaya a pasar. Todavía no sabemos si los modelos de embriones creados a partir de células madre podrían llegar a convertirse en personas vivas, o siquiera en ratones vivos. Tampoco sabemos si alguna vez se va a encontrar una técnica realmente eficaz para desarrollar un cuerpo humano completo fuera del útero. Y no está claro si estos cuerpos podrían sobrevivir sin haber desarrollado un cerebro —o al menos las partes del cerebro relacionadas con la conciencia—, ni si, sin esas funciones, seguirían siendo modelos válidos para estudiar el cuerpo humano real.
Incluso, si todo lograse funcionar, puede que no sea práctico ni económico «cultivar» bodyoids, posiblemente durante muchos años, hasta que puedan estar lo suficientemente maduros como para ser útiles para nuestros fines. Cada una de estas cuestiones requerirá mucho tiempo e investigación. Pero creemos que esta idea es ahora lo suficientemente posible como para justificar el debate tanto sobre su viabilidad técnica como sobre sus implicaciones éticas.
Consideraciones éticas e implicaciones sociales
Los bodyoids podrían resolver muchos problemas éticos de la medicina moderna, ofreciendo formas de evitar el dolor y el sufrimiento innecesarios. Por ejemplo, podrían ofrecer una alternativa ética a la forma en que actualmente utilizamos animales para la investigación y la alimentación, proporcionando carne u otros productos sin sufrimiento ni conciencia animal.
Sin embargo, si hablamos de bodyoids humanos, las cosas se complican. Muchos encontrarán el concepto grotesco o espantoso. Y con razón. Tenemos un respeto innato por la vida humana en todas sus formas. No permitimos que se investigue ampliamente con personas que ya no tienen conciencia o, en algunos casos, que nunca la han tenido.
Y, sin embargo, al mismo tiempo sabemos que se puede sacar mucho provecho del estudio del cuerpo humano. Aprendemos mucho de los cuerpos de los muertos, que hoy en día se utilizan para la enseñanza y la investigación con previo consentimiento. En los laboratorios estudiamos células y tejidos extraídos de los cuerpos de muertos y vivos.
De hecho, recientemente se han empezado a utilizar para experimentos los «cadáveres animados» de personas declaradas legalmente muertas, que han perdido toda función cerebral pero cuyos demás órganos siguen funcionando con asistencia mecánica. Se han conectado o trasplantado riñones de cerdo modificados genéticamente a estos cadáveres legalmente muertos, pero fisiológicamente activos para ayudar a los investigadores a determinar si funcionarían en personas vivas.
En todos estos casos, nada era, legalmente, un ser humano vivo en el momento en que se utilizó para la investigación. Los bodyoids humanos también entrarían en esa categoría. Pero sigue habiendo una serie de cuestiones que merece la pena considerar. La primera es el consentimiento: las células utilizadas para fabricar los bodyoids tendrían que proceder de alguien, y tendríamos que asegurarnos de que ese alguien diera su consentimiento para este uso concreto, probablemente controvertido. Pero quizás el dilema más profundo es otro: el riesgo de que los bodyoids terminen rebajando, de alguna manera, el valor que le damos a las personas reales que hoy, por distintas razones, no tienen conciencia ni sensibilidad.
Hasta ahora, nos hemos guiado por una regla bastante clara: todos los seres humanos que nacen vivos deben ser tratados como personas, con derecho a la vida y al respeto. Pero los bodyoids —que no nacen de un embarazo, ni de padres con expectativas, ni siquiera de padres— ¿podrían desdibujar esa línea? ¿Llegaríamos a considerar a un bodyoid como un ser humano con los mismos derechos y respeto? Y si lo hiciéramos, ¿sería solo porque se parece a nosotros? Un maniquí bien hecho también podría pasar esa prueba. ¿O porque se parece a nosotros y está vivo? ¿Porque está vivo y tiene nuestro ADN? Son preguntas complejas, que no tienen respuestas obvias, y que van a requerir mucha reflexión antes de que podamos decidir con claridad.
Un llamado a la acción
Hasta hace poco, la idea de crear algo parecido a un bodyoid habría quedado relegada al ámbito de la ciencia ficción y la especulación filosófica. Pero ahora parece ser posible y potencialmente revolucionario. Es hora de explorar esta idea.
Los beneficios potenciales, tanto para los pacientes humanos como para las especies animales sensibles, son enormes. Gobiernos, empresas y fundaciones privadas deberían empezar a pensar en los bodyoids como una posible vía de inversión. No es necesario empezar con seres humanos: podemos comenzar a explorar la viabilidad de este enfoque con roedores u otros animales de investigación.
A medida que avanzamos, las cuestiones éticas y sociales son al menos tan importantes como las científicas. Que algo pueda hacerse no significa que deba hacerse. Incluso si parece posible, determinar si debemos crear corpóreos, humanos o no, exigirá una reflexión, un debate y una discusión considerables. Parte de ello correrá a cargo de científicos, especialistas en ética y otras personas con intereses o conocimientos especiales. Pero, en última instancia, las decisiones las tomarán las sociedades y los gobiernos.
El momento de empezar a debatir todo esto es ahora, cuando la ciencia ya muestra un rumbo lo suficientemente claro como para dejar de lado las especulaciones sin base, pero antes de que nos enfrentemos a una sorpresa que nos tome desprevenidos. Cuando en los noventa se anunció el nacimiento de Dolly, la oveja clonada, hubo una reacción casi de película: miedo, exageraciones y hasta teorías sobre ejércitos de clones esclavos.
Tomar buenas decisiones implica prepararse. Y eso empieza por hablar de estas cosas sin miedo, con información y con conciencia de lo que está en juego.
El camino hacia la realización del potencial de los bodyoids no estará exento de retos; de hecho, puede que nunca sea posible llegar a ese punto, o incluso que, aunque sea posible, nunca se emprenda ese camino. Es necesario actuar con cautela, pero también con una visión audaz; la oportunidad es demasiado importante como para ignorarla.
Carsten T. Charlesworth es becario postdoctoral en el Instituto de Biología de Células Madre y Medicina Regenerativa (ISCBRM) de la Universidad de Stanford.
Henry T. Greely es catedrático de Derecho Deane F. y Kate Edelman Johnson y director del Centro de Derecho y Biociencias de la Universidad de Stanford.
Hiromitsu Nakauchi es catedrático de Genética y miembro del cuerpo docente del ISCBRM en la Universidad de Stanford y distinguido profesor universitario en el Instituto de Ciencias de Tokio.
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Fotografía: Technology review