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El desánimo. La izquierda chilena en clave de capitulación

por RedaccionA marzo 24, 2023
marzo 24, 2023
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Por: Mauro Salazar. 24/03/2023

La derrota de la izquierda reformista en 1973 y la sobreabundancia de mitos, leyendas y disputas hermenéuticas (11 de septiembre). La vía italiana y las lecciones extraídas desde la Unidad Popular. Enrico Berlinguer y su célebre Lecciones de Chile, advirtiendo que la «vía pacífica» carecía del «momento hegemónico». El ineludible tributo a la obra de Antonio Gramsci allende los andes. Los años del plomo en Italia y la caída del «compromesso Storico» tras el secuestro de Aldo Moro (DC) a manos de las “brigadas rojas”. La experimentación del Eurocomunismo y la irrupción de los teóricos del éxodo bajo el (post)operaismo -Negri y un largo exilio- para contrarrestar la crisis del obrero masa, y la debacle insalvable del marxismo vulgar. Todo en medio del Mayo Francés. El tercio Allendista y las luchas estratégicas, atrocidades en Praga, disputas hegemónicas y movimientos infraestructurales bajo el tercer Peronismo. Luego un tropel de Dictaduras en América Latina (Stroessner, Videla y Pinochet). Más tarde el periodo especial en Cuba tras las cenizas de la «guerra fría» y la caída del muro. 

Por aquellos años, la cadena de suicidas y la deriva de la razón metafísica. En 1979, Nicos Poulantzas (43), tras una serie de desplazamientos hacia un «socialismo democrático» y un «poder relacional» que derivó en un “marxismo de la indeterminación”, se lanzó desde el piso 22º de la Torre de Montparnasse de París abrazado a sus libros. Dentro del «martirologio de izquierdas», Poulantzas no habría podido superar su condición de «escombro ideológico». Cuando el marxismo abjuro de «lo cómico», la tragicidad capturó toda su potencia imaginal y devino un objeto escatológico. Roberto Bolaño solía decir que hay hombres que se sienten acompañados entre libros y requieren de bibliotecas. Cuando la “filosofía de la historia” colgaba de las cornisas y la «totalidad marxista» agonizaba, se precipitó el «reventón» historicista en las manos estructuralistas de Louis Althusser. Y así, estranguló a Hélene y fue encerrado junto al “materialismo aleatorio” en un hospital psiquiátrico de París. Luego de su muerte en 1990, vino el desbande de los viejos revolucionarios hacia un mundo de conversos. En otro registro tanático del pensamiento crítico, de “rizoma” y “multiplicidad”, en noviembre de 1995, acorralado por una insuficiencia pulmonar, el “filósofo de la fuga”, Gilles Deleuze (70) ponía fin a su vida. Poco antes que terminara el siglo XX, Michel Foucault, había calificado a Deleuze, como el “espíritu filosófico de Francia”. Antes, el propio Foucault, fue advertido del virus que circulaba por San Francisco a fines de los años 70’. Pese a estar bajo alerta -según reza la leyenda- hizo caso omiso y murió de sida en 1984.

Luego el eclipse de las grandes causas populares en América Latina. El debilitamiento de la estructura de clases, y la notoria apostasía neoliberal de la actual “Izquierda Parlamentaria” en menos de 40 años. Una sorprendente desarticulación cultural y política afectó a los actores históricos que habían emplazado el periodo de acumulación de mercancías en su fase desarrollista-fordista. El gran proyecto histórico de las militancias dirigido a transformar la arquitectura capitalista, luego del cese dictatorial (1964-1989), naufragó en todas sus experimentaciones. Tal desarticulación, como quiera que hayan sido los factores históricos, generó un flagelo de credibilidad respecto a la posibilidad de remover la arquitectura capitalista y los contratos modernizantes. Todo fue consumado en la célebre «década perdida» -años 80’- bajo las políticas devastadoras de los ajustes fiscales en la región.

Más tarde se precipitó la «renovación socialista» como respuesta al vacío de teoricidad de la Unidad Popular. El exilio fecundo y cruel se plasmó en un gramscismo elital de la demografía MAPU. De un lado, el boom de Von Hayek en tierras poscomunistas y, de otro, la penetrante traducción politológica de la deconstrucción en el campo de la hegemonía laclausiana. Todos estos aspectos, cuál más, cuál menos, afloraron para repensar la relación entre democracia y socialismo, sin sopesar los desbandes de la relación entre «democracia y mercado». 

Décadas más tarde fueron aplastadas las fuerzas de la marea rosa, Rafael Correa, Dilma Rousseff, Evo Morales, y Cristina Fernández penden del lawfare conservador. Hoy vuelve la Uribe noche -Colombia- y en horas furiosas el paramilitarismo asedió a Petro en las últimas semanas. Hace casi un mes el fascismo Bolsonarista rompió el acuerdo institucional en Brasil. Tres décadas antes la «transición pactada» en Chile cultivó un infinito ethos de liberalización y “lumpen consumismo”, exportado para toda la región como un «milagro de crecimiento» centrado en abrazar la «austeridad fiscal» (1990). De un lado, el inevitable y fatídico apego a la institucionalidad Pinochetista mediante el paradigma de la gobernabilidad (realismo y modernización) y, de otro, el ritual populista de élites sin «retrato de futuro’ que masificaron un mundo de accesos, consuelos simbólicos y consumos culturales. Tal diagrama fue implementado por un «progresismo anfibio» que tenía como misión expulsar las subjetividades indóciles -cogniciones rebeldes- y borrar toda huella de «inadaptación ontológica» u obstinación dialéctica. En la fervorosa racionalidad chilena, la tenacidad por liberalizar los gravámenes regulacionistas de cualquier prevención estatal, precipitó un «consenso managerial» donde todos los agentes de la postdictadura abrazaron el contrato de las mercancías (estética de accesos). Esto era un proceso de época que se podía mitigar o exacerbar; la segunda opción fue la elegida. Años más tarde vino la irrupción de una generación (2011) que entremezclaban discursos napoleónicos, «memorias fugitivas» y “mesocracia reformista”. En su liturgia proponía un horizonte crítico que pondría fin a los vicios modernistas, jacobinos y testimoniales heredados del pequeño siglo XX. Tal convivencia, inicialmente transformadora, se dió en llamar Frente Amplio. Finalmente, y apremiados por los semiólogos de la economía (focalización, mercado de capitales, acuerdos de libre comercio) y el peso de Estados post-soberanos, se impuso un tiempo de afasias, que abandonó para siempre los pecados de la «dialéctica», abrazando el hedonismo estetizante de los 30 años de Concertación -espectro Alwynista- bajo un nuevo contrato de realismo. El frenteamplismo representa la última coalición del XX chileno -en sus formas institucionales y culturales- aunque no goza de tropos, relatos, ni ideologías. La abdicación mediante El Acuerdo para un “nuevo texto constitucional” -ralea de expertos- habría puesto la lápida a la insurrección imaginal de 2019. Ante la facticidad de los «concertacionismos múltiples», y luego de la devastadora gestión de Sebastián Piñera, la tecnificación de la experiencia, la ausencia de metáforas ciudadanas (públicas) y la erradicación de “lo político”, parecen ser el testamento realista de la nueva generación. 

En plena noche, el movimiento octubrista-derogante (2019) se debate entre los indultos y las incertezas de sus desbandes fetichistas, entre la rabia erotizada y el mito de un campo popular que nos empapó de una irrefrenable “cultura del rechazo” que nadie se explica. Aún no sabemos si fuimos aprendices de brujas bajo el establismentt de la revuelta. En suma, persiste en vilo una duda, a saber, si el «coro destituyente» abonó puntos para la restauración higienizante del reciente «acuerdo constitucional» (diciembre de 2022) entre guardianes de la modernización y transitologos resurrectos (socialistas y mundo conservador en una nueva axiomatización del portalianismo). En horas álgidas, donde la insurrección imaginal expresaba masivamente sus anhelos por un texto constitucional de vocación popular, la clase política se blindó tras un movimiento restaurador reflejado en El Acuerdo por La Paz (2019) «timoneado» por el círculo del presidente Boric-Font y los escoltas del «buenismo neoliberal». Al final del proceso, la movilización popular (2019) fue desterrada -reducida a crimen e inteligencias delirantes- a nombre de una comunión de expertos que se han revelado como cadáveres cognitivos. Ante la hostilidad de la época, y nuestra permanente expulsión del presente por derechas golpistas y progresismos laxos, solo nos queda un gesto mordaz. Un rictus o una mueca que en este caso sería la risa como “espasmos del diafragma” que son -vaya teología- “espasmos del alma”.

Luego de las “sucias manos materialistas”, ningún lenguaje es literalmente literal. La idea hilarante es responder al exilio fomentado por el culto californiano hacia el nuevo cuerpo político, con un gesto de infinita ambigüedad. Por fin, el Frente Amplio, soltó los pecados trascendentales de la dialéctica -risa socialista- y abrazó el tiempo lúdico de las porcelanas. Hoy la risa carnavalesca y el consuelo de una socialdemocracia -blanda- sin poemas políticos, es la comodidad del presente para una semiótica de los 50 años de la Unidad Popular. Finalmente, los borregos del esteticismo, y los personajes de la comedia, que abjuraron velozmente de lo trágico-dialéctico, no responden a ningún obrerismo de la esperanza. Todo se agudizó en Palacio -incluido el sublime histérico- con la caída de la Convención Constitucional el 04 de septiembre (2022).

Más tarde, una tormenta cultural llamada “body positive”, ha perpetrado sus códigos y lenguajes, en un presente sin narrativas.

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Fotografía: Lobo suelto

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