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Morir de no morirse. Zao Wou-ki y Rolando Sánchez Mejías

por RedaccionA julio 27, 2022
julio 27, 2022
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Por: YOAN MIGUEL PARRA. 27/07/2022

La lectura de este libro es sin lugar a duda la transcripción en lenguaje y sintaxis del cuadro de Zao Wou-ki. A través de pequeños fragmentos de una especie de diario de viaje se nos va revelando ese Dasein cubano y su no- tiempo

El espectador está frente al cuadro. La obra en cuestión: 6 de enero de 1968 de Zao Wou-ki. No hay nada figurativo. No hay perspectiva. Un espectáculo de grises y negros sobre el fondo blanco que constituye el lienzo. Un baile de sombras que no son otra cosa que la abstracción más pura de lo siniestro. La forma de la forma. No importa la posición del que lo mira. Tal parece que la pintura nos tragará en cualquier momento y nos devolverá otra vez sin previo aviso. Somos perseguidos por ella, casi diluidos, nosotros, quienes al final, desde el punto de observación somos nada más la extensión de ese juego contemplativo de lo siniestro. La gran tela, cínicamente, impide todo el tiempo establecer una relación estable de miradas, de comunicación, de certidumbre. Es la angustia sin objeto. El miedo sin objeto. Y sobre todo un miedo que, al no ser localizable, va escalando todos los niveles posibles e invadiendo las dimensiones de lo visible y lo invisible, donde nosotros, los espectadores, al igual que los hermanos de Casa tomada de Cortázar, terminamos exiliados de nuestra vida para fundirnos al interior de tal conjunto inquietante sin cuerpo. Por momentos las líneas horizontales del cuadro resultan cálidas y las líneas verticales frías. Pero sólo por momentos. La obra entera es una apariencia que se debate entre la posibilidad esperanzadora (y aberrante) del nacimiento de algo y por otro lado la imposibilidad de dicha posibilidad. Y todo eso es al mismo tiempo, como expresara Merleau-Ponty, la plena realización de una verdad. Resulta pues, inevitable la analogía.

El Dasein cubano flota, en un ensueño sin duración mientras va arrullando (y sólo arrullando) su inseguridad ontológica.

Cuba sigue representando, probablemente más ahora que antes, la heterotopía de Latinoamérica. Y el término lo debemos entender desde su significado literal etimológico: algo irregular e inquietante, algo puesto ahí y que no encuentra su lugar en el mundo, su lugar de acogimiento. Es decir, un fenómeno otro, totalmente perturbador y contradictorio, un espacio que es algo así como una entidad alucinada y que también representa tan sólo el suspiro, la fina espuma, casi irreal, de una utopía. Los pensamientos no habitan los espacios, las palabras parecen no hallar su lugar, en varias noches se va la luz de las casas y el sexo, como siempre pasa en el trópico, termina siendo la premisa y el resultado, la única medida de todas las cosas. Y en este sentido, la nueva generación de la explosión tecnológica no logra (ni le interesa) la distinción entre el ayer, el hoy y el mañana. No hay, pues, escape de un hermoso paisaje marino. El término Dasein (ser-ahí) usado por el conocido pensador Martin Heidegger, así como una parte de sus ideas son aplicables aquí. Dice Heidegger que el horizonte del ser es el tiempo. Sin embargo, para Cuba no hay duración. Ni tampoco el tiempo como acontecimiento, como esa flor que se despliega. No hay autenticidad ni inautenticidad. El horizonte de Cuba más bien circunda el tiempo. El Dasein cubano flota, en un ensueño sin duración mientras va arrullando (y sólo arrullando) su inseguridad ontológica.

Las calles están vacías. Como una película distópica de bajo presupuesto. El calor y la humedad lo impregna todo. La gente ya ni siquiera anda por aquí o por allá. Solamente te llega un poco de humanidad cuando los ves al fin, algunos más callados que otros, en las filas kilométricas para conseguir una ración de alimentos. Morir de no morirse, decía Santa Teresa de Ávila. Y esa es la vida del cubano.  Y quizá del exiliado. Todo eso es lo que pretende enseñarnos también la prosa contenida en la novela Cuaderno de Feldafing (Siruela, 2003) del escritor cubano en el exilio Rolando Sánchez Mejías. La lectura de este libro es sin lugar a duda la transcripción en lenguaje y sintaxis del cuadro de Zao Wou-ki. A través de pequeños fragmentos de una especie de diario de viaje se nos va revelando ese Dasein cubano y su no- tiempo, así como las formas más puras del miedo tanto del lado más allá del mar como del lado más acá del mar donde se sitúa la voz del protagonista. Y nos vamos dando cuenta de que hay cosas que la gente no quiere entender simplemente porque no quiere, o pueden hacerlo, pero no les interesa, y ni siquiera es un problema para ellos.

La lectura de este libro es sin lugar a duda la transcripción en lenguaje y sintaxis del cuadro de Zao Wou-ki. A través de pequeños fragmentos de una especie de diario de viaje se nos va revelando ese Dasein cubano y su no- tiempo…

Un cuaderno compendio de impresiones fenomenológicas entre Alemania y La Habana donde se encuentran y danzan filósofos, madres, leñadores, lagos, trenes, escritores, perros y gatos y en última instancia peculiares bestias del trópico que hablan de la nieve, escriben sobre la nieve y se masturban en la oscuridad de algún cine marginal con la nieve, pero siguen siendo bestias del trópico que no pueden vivir sin el calor. Todos los personajes del libro y la manera en que se narran los hechos y las diferentes situaciones, algunas imaginadas y otras no (al parecer), flotan también en un presente eterno donde terminan diluyéndose los participios, los pretéritos y los futuros. Cada personaje se encuentra suspendido en ese único presente y da la sensación de que se hallan condenados a ser los mismos infinitamente.

La obra también es una reflexión sobre el propio oficio de escribir y su vínculo estrecho con “el viaje”. Un viaje, ya sea objetivo o subjetivo, que siempre resulta algo vano, donde la meta es sólo un punto ciego y el mero hecho de viajar no tiene nunca un efecto y cuando lo tiene, no es un efecto positivo. Así nos dice una de las voces: “he huido al centro de mí mismo y no he encontrado nada”, pero justamente en ese punto ciego el texto y el acto de escribir adquieren su génesis y su acabamiento incluso, porque las palabras, para Sánchez Mejías, no designan cosas, ellas son la materia misma de la realidad; en donde debemos saber, en una especie de guiño a lo Jacques Derrida, que en última instancia no estamos en presencia de ninguna necesidad interior ni exterior. Y ese mismo vacío agencial es lo que habita ahora en Cuba.

Gracias al Cuaderno de Feldafing uno pudiera situarse como cualquier buen lector/espectador frente al cuadro de Wou-ki, y sobrevenirle la pregunta típica sobre el origen de la luz. ¿A la derecha, detrás, frente a nuestros ojos? ¿Desde qué ángulo o lugar hace su aparición?

¿Hay una luz?

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: Dialektika

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