Por: Lylia Palacios. Académic@s de Monterrey 43. 04/12/2020
“¡Oh, pereza, apiádate de nuestra larga miseria! ¡Oh, Pereza, madre de las artes y de las nobles virtudes, sé el bálsamo de las angustias humanas!” (Paul Lafargue)
De las recientes iniciativas del presidente de México que impactan en el mundo del trabajo destacan dos: la reforma al sistema de pensiones y la que “pondrá orden” al outsourcing o subcontratación. Es innegable la nobleza de ambas iniciativas enfocadas a dos particularidades de la vulnerabilidad laboral: empleos precarios y pensiones miserables. Sin embargo, la buena intención ya es insuficiente, pues la informalidad[1], los bajos salarios, la subcontratación, el trabajo sin fin, el subempleo/desempleo, la descolectivización ya son características estructurales del mercado de trabajo capitalista.

Estamos ante el resultado de una larga lucha de clases, la clase que vive del trabajo perdió esta batalla. La pobreza y subordinación de los más nos parece tan normal, como normal nos parece el lujo y el poder de los menos. El descanso, el ocio, el tiempo libre, perdieron valor frente a la necesidad de trabajar, producir, ahorrar. Sin el horizonte de la jubilación para la joven fuerza de trabajo, sea obrera, profesionista o “emprendedora”, se inhibió la capacidad de soñar un futuro donde trabajar deje de ser necesario. Estrés forever.
Y perdimos porque la otra clase, la del capital, fue perseverante en su objetivo de extraer la mayor riqueza al menor costo. Su constancia no se basó en el mero ejercicio de la fuerza (leyes contra la vagancia, vigilancia en el trabajo, etc.), logró inculcar el trabajo como deber, como equivalente de honorabilidad y sentido de vida de quien no nace con riqueza propia.
Hay dos lecturas que especialmente me atraen para intentar provocarles el repensar la relación construida con el trabajo productivo y en contraparte el lugar que tiene en nuestras vidas el ocio “improductivo”. Son El derecho a la pereza de Paul Lafargue publicado en 1880 y Elogio de la Ociosidad de Bertrand Russell publicado en 1932, (ambos textos son accesibles en versión electrónica). Acompañaré mi “provocación” con fragmentos de la revista Trabajo y Ahorro que desde 1921 se encargó de transmitir los valores de la ética del trabajo criticada por los autores citados.

Ambos autores rechazan concebir el trabajo como deber, comprenden que como moral cristiana o laica, el propósito es el mismo, el de someter el espíritu del asalariado a intereses particulares: “El deber, en términos históricos, ha sido un medio, ideado por los poseedores del poder, para inducir a los demás a vivir para el interés de sus amos más que para su propio interés.” (Russell)
En la fábrica de cerveza regiomontana promotora de Trabajo y Ahorro[2], el trabajo como deber era fuente de toda virtud y ensalzado como el summum de la calidad de hombre (como género):
“El trabajo no es tan solo trabajo para el hombre, pues vigoriza sus músculos, fortalece su cuerpo, fluidifica su sangre, sutiliza su mente, perfecciona su criterio, estimula su inventiva, aviva su ingenio, le incita a la porfía de la vida, espolea su ambición y le advierte que es un hombre y como tal debe portarse en todas ocasiones. Nadie puede sentirse hombre si no lleva a cabo tareas de hombre.” (TyA, #9, 1922)
Lafargue despotrica contra la ya avanzada internalización de la ética del trabajo entre los asalariados, que en lugar de rebelarse contra la explotación, demandan su “derecho al trabajo” ante la vista complacida del capitalista:
“Trabajen, trabajen, proletarios, para aumentar la riqueza social y sus miserias individuales; trabajen, trabajen, para que, volviéndose más pobres, tengan más razones para trabajar y ser miserables. Tal es la ley inexorable de la producción capitalista.”
Y efectivamente, a los de Monterrey se les incitaba a trabajar sin descanso con la promesa de la prosperidad, dividiendo con la devoción al trabajo a los obreros laboriosos de los obreros perezosos:
Trabaje, compañero, que el alba lo sorprenda en el trabajo y que la noche lo encuentre ocupado. Los holgazanes, los ineptos, los incapaces para el trabajo que se queden atrás. Que se arrebañen, que se amontonen, que se cobijen todos con el ropaje de la pereza y que sientan después los resultados tremendos y desastrosos de su inercia. (TyA, #655, 1936)
La dedicación al trabajo implicaba inhibir o censurar actividades lúdicas y festivas que gastaran improductivamente la mano de obra. La moral de la sencillez y la templanza proletaria se fue imponiendo, estigmatizando el derecho al disfrute de lo ganado:
“La moral capitalista, lastimosa parodia de la moral cristiana, anatemiza la carne del trabajador; su ideal es reducir al productor al mínimo de las necesidades, suprimir sus placeres y sus pasiones y condenarlo al rol de máquina que produce trabajo sin tregua ni piedad.” (Lafargue)

A los obreros cerveceros además se les imbuía que del salario nada se dilapidaba pues debían ahorrar. Todo placer o gusto familiar o compartido sería un gasto superfluo y frívolo, mal visto:
“No hay que disponer de nuestros ahorros por el mero gusto de tener dinero en la mano o por darnos al placer o lujo de gastar o por el placer de irnos a pasear o de tomar un descanso o de preparar una fiestecita casera o de bautizar al niño de un amigo, etc., etc.” (TyA, #125, 1925).
Lafargue y Russell vieron en sus respectivas épocas el avance de la técnica aplicada a la producción. Con miradas distintas concluían lo mismo: la mayor tecnificación crea condiciones para reducir la jornada de trabajo. El francés sigue atosigando al obrero que en lugar de buscar el descanso “redobla su actividad, como si quisiera rivalizar con la máquina. ¡Qué competencia absurda y mortal!” Al inglés le sirve para reflexionar acerca del porqué la tecnificación no ha servido para trabajar menos tiempo y acabar con el desempleo. Russell plantea que de reducirse la jornada a cuatro horas al día [con el grado de tecnificación en 1932!!], todos podrían trabajar. Pero el tiempo libre es un riesgo para la estabilidad de un sistema clasista: “Esta idea escandaliza a los ricos porque están convencidos de que el pobre no sabría cómo emplear tanto tiempo libre.”
Así se mantiene la ilusión que sólo el que cuida su trabajo (puntual, laborioso, colaborador y no conflictivo) merece una mejor vida, mientras que los que no trabajan (aunque sobrevivan forzosamente de las actividades más infames) son catalogados como holgazanes o conformistas.
Frente al cansancio y embrutecimiento del trabajo subordinado el activista y el filósofo anteponen la alegría y el descanso. Lafargue sostenía: “Los proletarios antes de ser embrutecidos por el dogma del trabajo (…) Tenían tiempo libre para disfrutar de las alegrías de la tierra, para hacer el amor y divertirse; para hacer banquetes jubilosamente en honor del alegre dios de la Holgazanería.”

Russell también observa: “Antes había una capacidad para la alegría y los juegos que, hasta cierto punto, ha sido inhibida por el culto a la eficiencia. (…) Los placeres de las poblaciones urbanas han llevado a la mayoría a ser pasivos: ver películas, observar partidos de fútbol, escuchar la radio, y así sucesivamente.”
El enemigo era claro y en Monterrey se repetía: “Combate la pereza como si fuese una culebra que se enroscase en tu cuerpo. Si se apodera de ti, ya no podrás sacudirla.” (TyA, #195, 1927)
Qué ganaríamos si trabajáramos menos y descansáramos más? Un protoambientalista Lafargue concluye: “la Tierra, la vieja Tierra, estremecida de alegría, sentiría brincar en ella un nuevo universo…”
Russell apunta a la importancia política del ocio: “Aun la liberación de los oprimidos ha sido, generalmente, iniciada desde arriba. Sin la clase ociosa, la humanidad nunca hubiese salido de la barbarie.”
Y ganaríamos en felicidad: “El buen carácter es, de todas las cualidades morales, la que más necesita el mundo, y el buen carácter es la consecuencia de la tranquilidad y la seguridad, no de una vida de ardua lucha.”
Hemos perdido una gran batalla, así que, va siendo hora de darnos tiempo para volver a ganar la vida.
17 de noviembre de 2020
**Imagen de portada: El baile nupcial de Pieter Brueghel el Viejo, año 1566.
[1] Empleos sin contrato registrado ni prestaciones de Ley. Al cierre de julio de 2020 había 27.8 millones de empleos informales de los 49.8 millones de Población Ocupada.
[2] La publicación sostenida por la empresa Cervecería Cuauhtémoc nació en 1921 como órgano de la Sociedad Cuauhtémoc y Famosa, organización interclasista fundada por el empresario Luis G. Sada en 1918. La revista se sigue publicando.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Académic@s de Monterrey 43.