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El mito de agroquímicos inocuos.

por La Redacción septiembre 9, 2018
septiembre 9, 2018
1,K

Por: Eduardo Gudynas. Alai. 09/09/2018

Las polémicas sobre los riesgos y efectos de uno de los herbicidas más usados en el planeta, el glifosato, no cesan. Cobraron un nuevo empuje al conocerse el veredicto de culpabilidad contra su más conocido productor, Monsanto, en un juicio entablado por un jardinero de 46 años que padece cáncer terminal. La corporación deberá pagar US$ 289 millones. Hay otras ocho mil demandas en marcha.

En los días siguientes el valor de mercado de la alemana Bayer, que acaba de adquirir a Monsanto, se derrumbó a su más bajo valor en cinco años, con pérdidas por US$ 18 mil millones, y sólo ahora se está recuperando. Si los próximos juicios siguen el mismo camino, la empresa deberá enfrentar indemnizaciones por US$ 5 mil millones. Paralelamente, países como Francia, Alemania e Italia anuncian que revisarán sus posturas frente al glifosato.

Todo esto también tuvo efectos en los países de América del Sur que usan intensivamente el glifosato, especialmente en los monocultivos de soja transgénica (Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay). Muchos grupos ciudadanos utilizaron aquel veredicto de Estados Unidos para reforzar sus críticas a ese herbicida. En esas naciones, el uso del herbicida y la soja transgénica habían recrudecido por razones tales como intentar superar los problemas económicos aumentando esas exportaciones.

Defendiendo el glifosato

En todos esos países, las defensas del glifosato parten de un amplio conjunto que incluye a gobierno y académicos, o agricultores y empresas de insumos agrícolas. Argumentan que es una sustancia inocua, sin riesgos si es bien usada, y proclaman que eso es una verdad “científica”. Agregan que las críticas y advertencias serían expresiones de charlatanes o ignorantes. Por ejemplo, en Argentina, el ministro de ciencia y tecnología ha comparado al glifosato con agua con sal, y en Uruguay desde el Ministerio de Ganadería y Agricultora se afirma que sería como una aspirina (1).

Desde el bando académico aparecieron slogans tales como sostener que el glifosato es menos tóxico que la cafeína, tal como sostiene un biotecnólogo español desde el suplemento Rural del diario Clarín de Buenos Aires (2). Esa imagen es poderosa: si el glifosato es como el café, no debería tener ninguna regulación, justamente como se vende una aspirina en cualquier farmacia.

De la mano de esa campaña, los empresarios rurales argentinos lanzan ahora la idea de la “sustentología” (3). Ese concepto se lo presenta como la fusión de ciencia, tecnología y sustentabilidad – un término que evoca el cuidado ambiental. Esta es una estrategia que sigue la misma lógica que la empleada por las corporaciones mineras con la llamada “minería sostenible”.

Estamos por lo tanto frente a dos argumentaciones: una que sostiene que el herbicida glifosato es inocuo, y que ello está demostrado científicamente; y la otra, como consecuencia, es posible tener una agricultura “sostenible”, la “sustentología”, que utilice ese agroquímico. Es necesario abordar estas concepciones para dejar en claro que no sólo son falsas, sino que además son peligrosas.

Herbicida y café: una comparación sin sentido

Las comparaciones del glifosato con café o aspirina a pesar de ser usada desaprensivamente por algunos académicos, en realidad no provienen del ámbito científico sino de las propias corporaciones. Desde hace años, tanto por Monsanto como los portales que apoya, como Genetic Literacy Project, han presentado esas comparaciones.

Formalmente es cierto que el café es más “tóxico” que el glifosato, pero esa imagen es una simplificación y deformación tan extrema que se vuelve imposible (4). Aclaremos en primer lugar que el glifosato no se “sirve” solo, sino que el “herbicida” es realmente un compuesto que incorpora otras sustancias tales como surfactantes, cada una con sus riesgos específicos y con efectos complementarios entre ellas. El estudio de los impactos debe considerar todo ese conjunto.

Una segunda cuestión clave, es que la comparación con el café se basa solamente en la toxicidad aguda y de ese modo desaparecen por un lado la toxicidad crónica, y por el otro lado la carcinogénesis, o sea, la responsabilidad de la sustancia en la ocurrencia de cáncer. No puede extrañar que esas referencias al café o al agua con sal sean calificadas por algunos toxicólogos como comparaciones “estúpidas”; es como plantear que el cigarrillo es poco tóxico ya que es muy difícil morir asfixiado por su humo, ocultando así que aumenta la incidencia de ciertos carcinomas en el fumador y en quienes le rodean.

Un tercer error es la ceguera frente a la diversidad de ámbitos afectados. No sólo están los efectos directos del herbicida sobre quienes los aplican, sino que también cuentan los impactos indirectos, como por ejemplo sobre los vecinos fumigados, y más allá de ellos, lo que sucede con todas las personas que consumen alimentos o bebidas contaminados por esos químicos.

Una cuarta consideración es que tampoco puede excluirse las discusiones sobre los impactos ecológicos de estos herbicidas, incluyendo la fauna y la flora.

El mito ante las alertas científicas

Paralelamente se insiste en que no existe evidencia científica sólida sobre efectos crónicos o cancerígenos sobre la salud. Es cierto que algunos estudios indican eso. Pero no lo que no se dice es que hay muchos otros reportes científicos que señalan impactos concretos o posibles en la salud, sean por observaciones directas como por ensayos en laboratorios. Se indican desde daños renales a alteraciones en el funcionamiento endócrino y hepático, aunque la mayor preocupación está en que sea cancerígeno, otros que incluso plantean que es teratogénico (induce malformaciones en recién nacidos), y finalmente que algunas consecuencias se expresarán no necesariamente en el sujeto afectado sino en su descendencia (5).

Por ello, cuando el biotecnólogo José Mulet afirma en Clarín que “el debate científico no existe” al defender su inocuidad, está profundamente errado. La controversia científica es enorme, muy intensa, y ahora se admite que las regulaciones actuales están basadas en una ciencia anticuada y que por ellos son necesarios nuevos estudios epidemiológicos y nuevos estándares (6).

Toda esta situación se vuelve más complicado al saberse que Monsanto operó sobre la comunidad científica para defender a su producto, simultáneamente atacar a las personas y reportes que advertían sobre sus efectos negativos, y actuar incluso sobre técnicos de la agencia de protección ambiental de Estados Unidos (EPA por sus siglas en inglés) (7). Esto debe generar una enorme preocupación en los países del sur, ya que es común que se tomen como referencia a las decisiones de la EPA para los propios controles.

Los promotores de la mitología del glifosato inocuo no son científicos. Ellos no dudan y lo saben todo, una actitud muy distinta del científico, que siempre duda. Es por ello una retórica más propia de un tecnólogo que defiende su herramienta preferida. Eso no puede extrañar ya que Monsanto al fin de cuentas es una proveedora de tecnologías.

En tanto promotores tecnológicos tampoco comprenden las implicaciones en las políticas públicas. Una vez más, la comparación entre café y glifosato desnuda esa limitación. Es que al fin de cuentas, la decisión de tomar café siempre es personal, y la cantidad de tazas que se tomen determinarán las consecuencias tóxicas en el propio cuerpo. Pero en el sector agroalimentario, las empresas y los gobiernos no han despojado de esa capacidad de decidir a cada uno de nosotros sobre los tipos de alimento o bebida que preferimos, ya que casi todo está contaminado por glifosato. Por todo esto, la imagen que compara glifosato con café o agua con sal, sólo sirve para calmar a la ciudadanía frente a una imposición autoritaria de una tecnología que es incapaz de contenerse a sí misma y contamina todo lo que tiene a su alrededor. Simultáneamente, se erosiona una ciencia que sirva para alimentar un debate democrático.

Sustentología: astrología para los agroquímicos

En ese contexto es que se inserta la idea de la “sustentología”, como síntesis de la ciencia, tecnología y sustentabilidad. Como ya vimos arriba, el componente “ciencia” si es tomado en serio, requeriría retirar al glifosato de la agricultura intensiva. Del mismo modo, las ideas originales de sustentabilidad provienen de las ciencias ambientales, incluyendo las tempranas denuncias contra los agroquímicos por sus impactos en los ecosistemas. Por ello, si ese componente se toma en serio, se convierte en otra razón para impedir el uso del glifosato. En cambio, la “sustentología” lanzada desde Argentina es usada en sentido contrario, para justificar a los agroquímicos y los monocultivos.

De un modo u otro, queda en evidencia que estamos ante creencias, que más allá de las intenciones o sinceridad de cada uno, es casi una religión. Nos alejamos de la ciencia en sentido estricto pero se la usa en sentido inverso, asignándole toda la carga de la prueba a aquellos que perciben los riesgos de ser contaminados por el glifosato u otros químicos, debiendo demostrar la peligrosidad de esos productos. Cuando alguno puede hacerlo ya es demasiado tarde, tal como el caso del jardinero que demandó a Monsanto, quien solo tiene una esperanza de vida de dos años según los médicos.

El mito del glifosato más inocuo que el café nos sumerge en un campo que es más propio de lo que podría ser una astrología agropecuaria productivista. A esos creyentes, que no dudan en decir que glifosato rima con aspirina, les respondo que sustentología rima con astrología.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ.

Fotografía: ecoosfera.com

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