Por: Carmen García Bermejo. 01/05/2025
José Luis Solís Olivares, cineasta y escritor, circulaba lentamente en su auto por las calles del centro de su natal Monterrey cuando empezó a escuchar en la radio una noticia que lo impactaría e inesperadamente lo abatiría. Escuchó:
“Han descubierto una narcofinca con 72 cadáveres de migrantes ejecutados y abandonados a la intemperie en San Fernando, Tamaulipas”.
Eran los primeros días de agosto de 2010 y el hallazgo de los cuerpos lo atravesó como un relámpago.
–Esa noticia –recuerda José Luis– me hizo sentir inerme, dolido, frustrado, ofuscado. Me impactó de manera profunda porque mis padres son originarios de Tamaulipas. Pero, además, tenía demasiadas preguntas que la versión oficial no respondía. Las autoridades dejaban más dudas que certeza sobre lo que había ocurrido.
La guerra contra el narco que el expresidente Felipe Calderón desató desde 2006 había sacudido extensas del norte del país, rasgado violentamente la vida diaria y esparcido miedo, dolor y terror por ciudades, pueblos y ranchos.
Muchos años después del día en que escuchó la noticia, el cineasta estrenó en 2022 La alberca de los Nadies, una cinta en la que aborda los hechos que ocurrieron en San Fernando.
Reconocida con más de 35 premios nacionales e internacionales a mejor película, mejor guión, mejor ensamble actoral y mejor fotografía, la pelÍcula sigue el bautizo de fuego de un migrante secuestrado, a quien obligan a ser parte del cártel y a obedecer las órdenes del capo y sus subalternos; ese mismo día una migrante embarazada es arrastrada también a la vorágine de violencia, de trata de personas y de asesinatos que se cometen contra migrantes mexicanos y extranjeros.
Quince años después de la masacre de San Fernando, el hallazgo en Teuchitlán, Jalisco, de un centro de adiestramiento y exterminio de otro cártel, José Luis Solís reflexiona en entrevista con Fábrica de Periodismo sobre una realidad en el país que poco o nada ha cambiado.
–¿Qué sentimiento le generan los hechos que aborda en su película y lo que ocurre hoy en Teuchitlán?
–Me provoca una indignación muy fuerte. En 2024, apenas el año pasado, se exhibió La alberca de los Nadies en muchos lugares de México y entre más la presentamos, más nos damos cuenta de que esto continúa. Lo de Jalisco es horriblemente esclarecedor: las narcofincas allí están y proliferan dentro de lo que ahora se llama “capitalismo gore”; el ser humano se convierte en un objeto y si éste no tiene uso, es desechable porque no les sirve.
Pero también lo que revelaron las madres y padres buscadores en Teuchitlán es similar al reportaje de los esclavos que hizo el gran fotógrafo brasileño Sebastián Salgado. Él es una persona que tiene una influencia estética muy importante en mi trabajo. Admiro mucho su forma de retratar la realidad. Mientras iba preparando mi película, era una de las referencias inmediatas. Así logré hacer, por ejemplo, la toma metafórica de la alberca y los migrantes, el inframundo, el altar, los interiores de la finca, el ambiente.
–Cuando creemos que hemos visto todo en México, sale a la luz un suceso más terrible, como el rancho de Teuchitlán.
–Llevamos 15 años en medio de esta violencia y no se ve para cuándo se pueda cambiar esta terrible fractura social. Más allá del género de terror, que tiene sus trucos en el cine, muchas de las realidades en el país son pavorosas, dolorosas y difíciles de asimilar. Pero los artistas debemos contar hasta esas historias; sensibilizar para que algo se genere: ser mejores ciudadanos, crear comunidades, ser más empáticos.
–¿Qué lo impulsó a escribir y dirigir La alberca de los Nadies?
–En el norte del país experimentamos el fuerte embate de la guerra contra el narco. De diciembre de 2009 a febrero de 2010 todo había cambiado por completo. Se generó una fractura social que todavía tratamos de entender y de aliviar porque el combate al crimen organizado desató una serie de problemas que aún padecemos.
–Se supone que ya no estamos en esa guerra contra el narco, pero San Fernando se repite hoy en día.
–Todos los ciudadanos experimentamos esto desde hace más de tres lustros. No hay absolutamente ningún cambio. El rancho de Teuchitlán, en Jalisco, es horriblemente esclarecedor: las narcofincas han proliferado en el país. Todo sigue igual, llámale “guerra contra el narco”, llámale “abrazos, no balazos”. Estamos dentro de un sistema de consumo y en Estados Unidos es tan perfecto, tan avasallador, que es casi imposible frenarlo.
A los grandes consumidores de droga les conviene que haya países productores y que los problemas se queden allá y no en donde más consumo existe. Pero también estamos a merced de gobiernos conservadores que no atacan el asunto desde un problema de salud, de violencia y de explotación ilegal de personas.
La guerra contra las drogas empezó a finales del siglo XIX y ha sido el mayor fracaso de la historia. No se ha logrado nada, sólo impulsarla más. Es ingenuo pensar que no hay autoridades de todos los niveles y poderíos financieros involucradas en esto. Por eso es muy difícil llegar más allá de quienes aprietan el gatillo.
–¿La masacre de San Fernando, Tamaulipas, sólo se puede contar desde la ficción?
–La alberca de los Nadies es una película basada en un hecho real. Como no sabemos con certeza lo que pasó, recurro a la ficción para plantear lo que vivieron los migrantes centro y sudamericanos dos horas antes de que fueran abatidos en esa narcofinca en su tránsito hacia Estados Unidos. De esa manera, expongo un tema universal: la industria de la trata de personas.
Tomo como referente ese impactante hecho histórico de San Fernando para, desde la ficción cinematográfica, exponer cómo en tiempos de barbarie un grupo de seres humanos son obligados a cambiar radicalmente sus principios para poder sobrevivir.
Esta es la historia del vertiginoso caos del salvajismo actual donde los modernos campos de concentración se desarrollan en ranchos que han sido despojados a sus verdaderos dueños y convertidos en “fábricas” de sicarios, prostitutas y esclavos del tráfico de drogas.
Conforme investigaba sobre el tema, perfilaba el argumento. La película cada vez se fue alejando más de un thriller de narcotráfico para acercarse más a una película de migración. Se trata de una historia de sobrevivencia, de lazos afectivos, de seres humanos; una historia a partir de hechos reales porque es un problema que ocurre ahora mismo y porque la migración es un problema mundial.

–Después de conocer con detalle los hechos, ¿qué es lo que más le inquietó?
–Las preguntas se me agolpaban en la cabeza y una de ellas fue: ¿si el grupo criminal de Los Zetas ya había cavado fosas (cuando realizaba) otros crímenes, por qué dejaron tirados los cuerpos a la intemperie en la quinta? Tardé mucho tiempo en hallar la respuesta. Investigué muchísimo sobre el tema y llegué a una conclusión: la masacre de San Fernando fue el primer acto de narcoterror en nuestra historia contemporánea y nos avisaba cómo se iban a manejar las cosas. Pero ese mensaje prevalece, ha crecido y lo sufrimos en todo el país.
–¿Cuánto tiempo le llevó investigar el caso y qué descubrió?
–Me pasé tres años y conforme más indagaba, empecé a ver la proliferación de estas narcofincas como modernos campos de concentración. Descubrí que hay “quintas de engorda” para el tráfico de órganos, para la trata de blancas; ranchos de reclutamiento y de entrenamiento para convertirlos en sicarios, halcones, extorsionadores, vendedores de droga o “mulas” (trasiego de drogas). Así se moldea un sistema capitalista de explotación que participa de una terrible economía de mercado.
Por eso, el crimen organizado extorsiona y explota a sus víctimas en una moderna esclavitud. A los sujetos se les priva de identidad, de su cultura, de su espiritualidad, de su humanidad para convertirlos en objetos. Pero resulta que ese objeto es un ser humano: si no les sirve para mercar su cuerpo o para generar más violencia, pues no les sirve y, entonces, lo desechan.
–Aunque el tema es de alto impacto, ¿cómo evita la violencia en pantalla?
–En La alberca de los Nadies tenía un principio estético: cero violencia gráfica a cuadro. Como narrador audiovisual usé la técnica “fuera de cuadro”. Este recurso genera algo en el espectador y su capacidad de imaginar termina construyendo lo que pasa. Quería que fuera un impacto directo a la conciencia de la persona.
Por ejemplo, desde un punto de vista cinematográfico, las recientes imágenes del rancho de Teuchitlán, Jalisco, causaron un efecto similar al de mi película: no se muestran cadáveres. Vemos ropa, zapatos, tenis, objetos que pertenecían a las víctimas. El golpe visual es contundente, aunque también es un golpe emocional y textual, por los testimonios escritos que hallaron las madres y padres buscadores.

También tenemos el testimonio administrativo, al saber cuántos reclutados había en esa narcofinca, cómo se llaman, cuántos son hombres, cuántas son mujeres.
Teuchitlán nos confirma la maquinaria del sistema criminal: una fábrica donde hay reclutamiento, entrenamiento y exterminio. Yo, que investigué el tema mucho tiempo, me pregunto: ¿por qué guardaron los zapatos y tenis?, ¿por qué quemar los cuerpos?
–¿Esa estética le ayudó a centrarse en el sistema de explotación de la migración?
–Sí porque es una película fuerte. No es un melodrama, sino una cruel historia de los migrantes. Así es que ves a los victimarios fuera de foco para crear espectros, que son una metáfora en sí; tienen este efecto de la viñeta en el cuadro abierto para ir centrando al personaje y envolverlo en un ambiente asfixiante.
Además, hay una forma de manejar el color: todos los interiores de la finca donde aprisionan a las víctimas son cálidos y se van tornando hasta dar la imagen de un país nauseabundo, enfermo, como lo es hoy México.
–¿Por qué decidió incluir a migrantes reales dentro del elenco?
–Cuando se conoció la masacre de San Fernando, casi toda la información periodística se concentró en el grupo delictivo y la negligencia de las autoridades. Para mí, ese no es el principal problema. El asunto es dónde quedan los migrantes, los sin nombre, los “Nadies”, como dice Eduardo Galeano en su poema.
La película se desarrolla en una quinta (rancho) que también le fue arrebatada a sus dueños por el narco. Así es que decidí que los actores de método representaran a los reclutadores y que los migrantes fueran realmente migrantes porque ellos han vivido en carne propia el peligro en su intento por llegar a Estados Unidos. Su actuación en el filme se torna natural.
Su participación es algo que agradezco. Conocí lo que viven los migrantes y también aprendí hasta dónde llega su anhelo por escapar de su realidad y vivir “el sueño americano”, sin saber que se convertirán en víctimas del crimen organizado que los extorsiona y explota. Las personas no saben qué es lo que les espera al emigrar de sus países de origen.
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto
la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la
buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en
lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de
escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica
Roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.
Eduardo Galeano
Antes de convertirse en cineasta, José Luis Solís Olivares escribió poesía y cuento. En Monterrey, donde nació en 1968, no existían escuelas de cine. Entonces se hizo dramaturgo, fotógrafo, abogado, sociólogo y director de teatro, aunque nunca abandonó su sueño de dirigir sus propias películas.
A partir de entonces, no se apartó del cine. A pesar de la falta de infraestructura, decidió quedarse en Monterrey para contar historias cinematográficas desde el norte del país. En 2004 estrenó su cortometraje “Mañana, sí; le siguieron Los amorosos (2006); Alameda; Endless Valero (2009), La estancia (2011) y El hombre bueno (2016).
En 2010 todo México, pero particularmente Tamaulipas, se sacudió con la violencia desatada por la guerra contra el narco. Decidió entonces hacer una trilogía de largometrajes. Primero rodó Gringo (2016); después, La alberca de los Nadies (2022) y ahora escribe el guión de Balada para un hombre y sus muertos, un western también situado en Tamaulipas sobre otro caso real ocurrido en 2010.
–En Gringo aborda otro caso que ocurre también en el Tamaulipas de 2010.
–Esta película muestra la historia de una pareja que regresa a Monterrey, después de haber estudiado en Quebec durante cinco años. Ya nada es igual y el esposo no encuentra trabajo, hasta que le ofrecen laborar en la Universidad de San Antonio, Texas. Hay un viaje físico y un viaje mental, ético, de tener que abandonar la ciudad donde impera la inseguridad. Se trata de un exilio forzado.
Existe otro aspecto que se entrelaza en esta película. En noviembre de 2010, integrantes de un grupo criminal llegaron al rancho San José, ubicado a 15 kilómetros de Ciudad Victoria, Tamaulipas, y le dieron 24 horas a su dueño, don Alejo Garza Tamez, para entregarles su propiedad y marcharse.
Al siguiente día, solo, sin nadie más, se atrincheró y combatió a los victimarios, quienes lo atacaron con armamento de alto poder y hasta con granadas de mano. El rancho se convirtió en una zona de guerra. Los delincuentes nunca le quitaron la finca, pero eso le costó la vida a don Alejo.
–¿Cómo va a cerrar la trilogía sobre Tamaulipas?
–Escribí el guión Balada para un hombre y sus muertos. Es una película que esperamos producir en 2026. Será un western basado en el abandono de Ciudad Mier, Tamaulipas, donde sucedió algo parecido a la masacre del municipio de Allende, Coahuila, a manos del crimen organizado. Aquí narro cómo es que las autoridades de todos los niveles dejaron completamente abandonada a la comunidad. Ciudad Mier es muy pequeña, pero de tener 32 mil habitantes, sólo se quedaron 400 porque grupos delictivos empezaron a pelearse la plaza.
En este western hablo de cuando pasamos de la cultura del trasiego a la cultura del salvajismo. Este abril cumpliré 57 años y me tocó crecer en esa época. No era la cultura de la extorsión, ni del cobro de piso, ni de los asesinatos masivos, ni de los descabezados, ni de los asesinatos a migrantes. No existía eso.
Incluso en Nuevo León hubo un fenómeno en el cine que se conoce como el Cabrito western: los héroes eran los pistoleros, que tenían como estelares a los hermanos Almada, y los mafiosos eran los policías federales. Todos los corridos narraban la forma en que los delincuentes eran quienes mantenían la paz laxa. Ahora ya no existen los pistoleros, son sicarios.
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Fotografía: Fabrica de periodismo