Por: Louve Rose. 26/02/2025
Este texto de Louve Rose se publicó en la segunda edición de la Première Ligne magazine. Se encuentra disponible en The Anarchist Library en inglés en https://theanarchistlibrary.org/library/louve-rose-for-a-revolutionary-queer-movement. Traducción desde el original por Tía Akwa.
Contexto actual
La situación actual de las comunidades queer es, paradójicamente, una de las mejores y una de las peores que hemos visto en las sociedades capitalistas occidentales modernas. Sesenta años de movilización continua del movimiento queer (y del protoqueer antes, si consideramos todos los desarrollos de los movimientos gay y lésbico) han llevado a la legalización y casi total emancipación de nuestras comunidades dentro del sistema legal estatal burgués. Ahora podemos, como nunca antes, existir abiertamente dentro de la sociedad, mostrando nuestro verdadero rostro. Sin embargo, la violencia material contra las partes más marginadas de nuestras comunidades no ha hecho más que aumentar en la última década; entre ellas, nuestros hermanos negros, indígenas, trans, sin techo, trabajadores sexuales y alienados mentales.
Si bien Montreal y el resto de la provincia han sido bastiones del movimiento gay dominante, al menos desde los días de la redada del Sex Garage (julio de 1990), también hemos visto cómo el nuevo movimiento transfóbico extremo que surge del mundo anglosajón echa raíces aquí. Si bien hasta hace poco no nos vimos afectados por estos ataques[1], nuestros vecinos del sur se han enfrentado durante los últimos tres años a la aparición de una verdadera política de eliminación de las comunidades trans, que incluye elementos de recriminalización, la reaparición de un fuerte discurso de demonización, una nueva ola ideológica y violencia directa.
El panorama que surge es el de un fenómeno que parece contradecirse a sí mismo, con una creciente integración en el sistema legal y social que se desarrolla al mismo tiempo que una ola de fuerte reacción ignorada o incluso alentada por la clase dominante.
Contexto histórico
Esta situación paradójica de conquistas de derechos y aumento de la violencia en las sociedades norteamericanas no es en absoluto nueva.
Ya era evidente con el surgimiento de la crisis del SIDA, como resultado de la usurpación del liderazgo de los activistas radicales por parte de los asimilacionistas y la burguesía gay. Poco después de los disturbios de Stonewall (1969), las comunidades gay, cis, blancas y adineradas lideraron una campaña para expulsar a los miembros de las comunidades más marginadas y revolucionarias que habían surgido. Recordamos el tratamiento que el movimiento gay dio a Sylvia Rivera (1951-2002), activista revolucionaria trans y racializada, generalmente considerada como una de las madres de los movimientos gay, queer y transfeminista. De hecho, fue una de las cofundadoras del Frente de Liberación Gay y de la Acción Revolucionaria de Travestis Callejeros (STAR, por sus siglas en inglés).
“Todos me dicen que me vaya a esconder el rabo entre las piernas.
No aguantaré más esta mierda.
Me han golpeado.
Me han roto la nariz.
Me han metido en la cárcel.
He perdido mi trabajo.
He perdido mi apartamento.
Por la liberación gay, ¿y todos me tratan así?
¿Qué mierda le pasa todos?
¡Piensen en eso!”
Sylvia Rivera, haciendo una declaración durante la tercera «marcha del orgullo» anual (en aquel entonces conocida como la Marcha del Día de la Liberación de Christopher Street) después de ser abucheada por una multitud mayoritariamente cis y adinerada.
Los objetivos políticos del movimiento asimilacionista gay, entonces compuesto por los elementos más burgueses y reaccionarios de nuestras comunidades, se centraban en la legalización y la asimilación a la sociedad cisheteropatriarcal dominante. Esto es lo que caracteriza al asimilacionismo como movimiento político. Este movimiento, que es habitualmente la principal fuerza política en nuestras comunidades, aspira a la aceptación en la sociedad cishetera y a la obtención de un estatus legal similar al de las personas heterosexuales. En un nivel más profundo, lo que surge es la búsqueda de una vida heterosexual a pesar de la sexualidad gay. Sus estrategias suelen incluir el cabildeo, la acumulación de capital en empresas rosa, la sensibilización y la eliminación de elementos de nuestras comunidades que puedan ofender la sensibilidad de los heterosexuales.
Aun así, estas décadas de política liberal moderada, incluso progresista, dieron lugar a avances, recuperando el impulso de los alborotadores de 1969 de diferentes maneras. A finales de los años setenta, la comunidad tenía más derechos y comodidades que antes de Stonewall. Sin embargo, la reacción conservadora ya estaba surgiendo, y cuando estalló la crisis del SIDA en los años ochenta, esta fuerza homofóbica descendió sin piedad sobre la comunidad. La violencia mediática, política, legislativa y física se intensificó hasta que resurgió un movimiento queer radical. Act Up fue, sin duda, el elemento más conocido. Con sus ataques simbólicos a las corporaciones, las iglesias y los organismos gubernamentales, este grupo adoptó un análisis sistémico y sociopolítico de la crisis del SIDA. Fue a raíz de los estallidos del grupo y de la repolitización de las cuestiones gays y lesbianas[2] que asistimos al surgimiento de nuevos movimientos políticos más radicales en los años 80 y 90. Fue en este contexto que nació la noción misma de movimiento queer. Al separarse de una comprensión puramente identitaria (movimiento homosexual masculino y femenino) al reposicionarse sobre todo en una opresión común dentro del cisheteropatriarcado, el movimiento queer se constituyó como una fuerza combativa, capaz de atacar tanto al sistema dominante como a los elementos opresores dentro de la comunidad. Sin embargo, el período de celebración posterior a la crisis del SIDA en los años 90 y la nueva protección legal de las comunidades pusieron fin a esta efervescencia política (también acompañada de disensiones estratégicas dentro de los movimientos) y vieron restablecerse el orden asimilacionista y el liderazgo de la burguesía gay.
Los años 1990 y 2000 han sido testigos de una importante proliferación de movimientos queer y gays radicales. En Montreal, podemos pensar en las movilizaciones que siguieron a la redada de Sex Garage (en 1990), las Panteras Rosas (2002 a 2007), el festival Pervers/Cité (desde 2008) o el primer P!nk Bloc (2010-2016). Estos diversos movimientos están creando un clima de aceptación mucho más fuerte en nuestras comunidades y están consolidando las cuestiones queer como un movimiento político de pleno derecho en el panorama quebequense. Estos movimientos han experimentado su propio agotamiento, disensión interna y/o deriva hacia el oportunismo burgués, el arribismo, el asimilacionismo, el legalismo y la expulsión de elementos radicales y doblemente oprimidos. A principios de la década de 2020, está claro que no hay ninguna fuerza queer a tener en cuenta en el panorama político quebequense.
En los Estados Unidos, otro movimiento importante de este período es Queers Bash Back, que surgió durante la campaña electoral de 2007. Esta red informal de grupos anarquistas radicales y antifascistas queer creó una tradición anarco-queer pluriforme y autónoma en América del Norte, que aunque extremadamente marginal, fue capaz de convertirse en la mala conciencia de los asimilacionistas. Funcionalmente extinto, el movimiento prefiguró los movimientos radicales queer y trans de hoy en muchos sentidos.
En el momento de la nueva ola de ataques reaccionarios actuales, la comunidad está, por lo tanto, en gran medida dominada políticamente por empresarios gays, académicos y todo un movimiento de burgueses y políticos que nos dicen que su posición de poder y privilegio es lo mejor que nos ha pasado colectivamente.
Sin embargo, durante años hemos estado sintiendo algo que retumba en la juventud queer. Más allá de los barrios gay, de las carreras de drags y de los maricas limpios de la televisión, en los rincones de Internet, en la calle o en los apartamentos y fiestas de homosexuales donde se reúnen los más marginales de los marginados, está tomando forma un nuevo movimiento, más furioso, más extraño y menos interesado en la legalidad. La cuestión ahora es cómo convertirlo en una verdadera fuerza política.
Necesidad revolucionaria
Ahora nos enfrentamos a las consecuencias de este proceso. Tenemos más derechos, nuestras identidades están más aceptadas, pero nuestra capacidad para desafiar y atacar al poder y a los reaccionarios ha disminuido. La inclusión en el marco legal del liberalismo burgués va acompañada de una fuerte tendencia a la despolitización. Privados de espacios políticos queer, radicales y revolucionarios, nos hemos hundido en el individualismo y la atomización promovidos por los asimilacionistas. Trabaja, consume, chupa pollas si quieres, pero mantén la boca cerrada. La erosión de nuestra capacidad colectiva para actuar se ve disimulada por la creciente representación de nuestras identidades en los medios de comunicación: la popularidad del drag en la cultura dominante, el turismo en el barrio gay en los locales queer de moda, la presencia en la televisión y en el cine, etc. Toda esta representación sirve, sin embargo, en primer lugar y sobre todo, para resaltar nuestra identidad como queers. Toda esta representación, sin embargo, sirve sobre todo a los intereses de la burguesía gay y pinta un blanco sobre el resto de nosotros. Al inscribirnos en el imaginario colectivo sin abordar materialmente ninguno de nuestros problemas, esta representación nos convierte en un blanco ideal para las fuerzas reaccionarias. Nuestra existencia todavía perturba a muchos, pero esta representación da la ilusión de una fuerza dentro del sistema capitalista que nos convierte en un enemigo perfecto o un blanco para el fascismo.
La invención del tristemente célebre «lobby trans», un espantapájaros en horario de máxima audiencia en los medios de comunicación de derecha, parece emular las estrategias de la conspiración antisemita del siglo XX. La solución, por supuesto, no es oponerse a estas nuevas representaciones positivas de nuestras comunidades, que tienen su cuota de aspectos interesantes, ni por supuesto desafiar nuestros nuevos derechos legales, pero debemos admitir que necesitamos reemplazar el movimiento gay moderado e integrado por un movimiento queer revolucionario. Un movimiento que no sea simplemente radical, sino revolucionario, capaz de construir un análisis anticapitalista de nuestras condiciones, construir espacios políticos sólidos y decididos y tomar todos los medios necesarios para obtener nuestra liberación total y la de todos los oprimidos. Sólo el surgimiento de un movimiento queer revolucionario puede romper el ciclo mencionado y hacer frente a la actual ola de fascismo y eliminacionismo. Este movimiento debe ser revolucionario y anticapitalista porque, en la sociedad capitalista, los sujetos trans, no binarios y queer son errores reproductivos de la matriz de género. Son sujetos difíciles de integrar en la estructura familiar, esencial para la organización del trabajo y el consumo. Son aberraciones del orden social y disruptores de uno de los fundamentos ideológicos y estructurales del discurso dominante. En otras palabras, a pesar de las fachadas de tolerancia y aceptación, a pesar del trabajo de integración en la organización patriarcal de los cuerpos, siempre somos, en última instancia, objetivos a eliminar. Esta eliminación toma la forma de asimilación a una identidad u organización social que no es la nuestra, confinamiento en el silencio y muerte lenta del armario, o exterminio directo. No hay razón para creer que la liberalización de los estados burgueses seguirá extendiéndose y sosteniéndose; por el contrario, su carácter de crisis constante, acentuado por la catástrofe ecológica, significa que podemos considerar la posibilidad de retrocesos reales. Nuestros derechos serán de los primeros en caer cuando el capitalismo siga su deriva fascista para mantenerse frente a las crisis crecientes. No correremos el riesgo de confiar en los gobiernos y las clases capitalistas, gays o no, para defender nuestras vidas. Debemos organizarnos nosotros mismos y a nuestros aliados para asegurar nuestra propia supervivencia.
Este movimiento revolucionario debe construirse no sólo como reacción a los ataques que sufre la comunidad, sino también como una postura ofensiva contra el cisheteropatriarcado, el capitalismo, el imperialismo, las fuerzas ecocidas y todos los demás poderes de opresión y explotación, que juntos mantienen este mundo en un estado inhabitable. Este movimiento debe construir su propia fuerza de movilización, organización, politización, educación y defensa. Una fuerza capaz de salir a la calle, imponer líneas políticas, construir y defender espacios sociales y políticos, emprender acciones antifascistas, desarrollar discursos y transformar materialmente la realidad de la sociedad circundante. Finalmente, este movimiento debe invertirse en un proyecto verdaderamente revolucionario para abolir el sistema actual y desarrollar un mundo nuevo, basado en la autodeterminación de los individuos y las comunidades en todos los aspectos de la vida humana, desde la economía hasta la cultura, desde la medicina hasta la educación, desde el amor hasta la ciencia, desde el sexo hasta la ecología. Nuestros cuerpos, nuestras elecciones, nuestra revolución. Estos proyectos, que pueden parecer cercanos o lejanos, solo pueden lograrse mediante la alianza de las revolucionarias queer y trans con el resto de los movimientos revolucionarios o liberadores. Entre ellos se encuentran los movimientos anticoloniales, antirracistas, feministas, ecologistas y anticapitalistas de todo tipo. En un sistema basado en la opresión y la explotación, tenemos todo que ganar con un frente unido entre los oprimidos, y nada que perder. Especialmente porque la naturaleza de nuestras identidades significa que todas estas luchas atraviesan y constituyen nuestras comunidades y sus luchas. Nuestra relativa unidad como comunidad, nuestra historia de lucha y politización, nuestro número y la vitalidad actual de nuestras comunidades, combinados con el lugar central en la política actual en el que nos han colocado las fuerzas reaccionarias, nos dan la capacidad (y la necesidad) de constituirnos como una de las principales fuerzas en estas luchas comunes.
Admitir la necesidad de la revolución es una cosa, entender cómo crear las condiciones adecuadas para la revolución, o al menos para un movimiento revolucionario fuerte, es otra muy distinta. La diversidad de condiciones en nuestras comunidades, aquí y en otros lugares, significa que la estrategia revolucionaria está destinada a ser multiforme. Nadie puede trazar con certeza un plan universal para la abolición del cisheteropatriarcado o el capitalismo. Por otro lado, si observamos cómo, a lo largo de la historia, ciertos grupos oprimidos han aprovechado su condición para constituirse como fuerza política, podemos sacar a la luz ciertas tácticas y estrategias para nuestras luchas futuras.
Hay una rica historia de organización revolucionaria que surge de grupos marginados por sus identidades, que construyen su propia defensa y adoptan un lugar ofensivo en las luchas. Sería imposible hacer una lista exhaustiva, que sería más bien irrelevante. Aquí, sólo mencionaré cuatro grupos y algunas de sus estrategias que me parecen particularmente interesantes. Estos grupos son STAR (Street Transvestite Action Revolutionary), el grupo trans callejero de Martha P. Johnson y Sylvia Rivera, el BPP (Black Panther Party for self-defense), los Young Lords y, más atrás, el Bund, el partido socialista judío de la Rusia zarista. Lo que estos cuatro grupos tienen en común es que se construyeron dentro de comunidades que experimentaron directamente la violencia además de la explotación capitalista: comunidades trans y no conformes con el género, afroamericanas, hispanas y judías, respectivamente. Estas cuatro organizaciones también se han involucrado, en diferentes niveles, en formas de autodefensa comunitaria frente al Estado represivo o a fuerzas reaccionarias, generalmente indistinguibles entre sí.
Esto es lo que más se recuerda de las actividades del BPP, que en su momento causó un escándalo al armar a la comunidad negra y alentarla a apuntar sus armas contra las fuerzas del Estado. A principios del siglo XX, al organizarse dentro de las comunidades judías de la Pale, el Bund innovó en este sentido: frente a las oleadas de pogromos, fomentadas en particular por la aristocracia y el clero rusos, la organización preparó grupos de jóvenes entrenados y armados para defender a su comunidad en caso de ataque. Estas respuestas armadas fueron más o menos efectivas, según el tiempo y el lugar, pero cambiaron drásticamente la dinámica dentro de la Pale[3]. Esta estrategia de defensa adoptó formas diferentes dentro de las actividades de los Black Panthers y los Young Lords, que se organizaron en un contexto urbano norteamericano. Sus estrategias de autodefensa se centraron en la violencia policial racista, en particular organizando patrullas armadas para seguir a los agentes de policía en los barrios obreros. Los Black Panthers también se enfrentaron a las fuerzas del Estado o a bandas racistas en tiroteos y otros altercados violentos. Vemos en las acciones de estos tres grupos una capacidad de organizar la violencia en una postura defensiva contra aquellos que atacan directamente a su comunidad. Por su parte, los miembros de STAR participaron en los disturbios que expulsaron a la policía de los espacios gay de Nueva York, poniendo fin a las redadas policiales y a los ataques a los gays. La leyenda dice que Riviera lanzó a la policía el primer o segundo cóctel molotov (o ladrillo, según la versión) al inicio de los disturbios de Stonewall. El uso de armas y la creación de milicias sería una escalada excesiva en el contexto actual, al menos en «Quebec», pero para constituirnos como una verdadera fuerza revolucionaria frente a una ola de violencia eliminacionista y reaccionaria, parece necesario tomar la defensa de nuestras comunidades. Es vital desarrollar una alternativa al Estado para nuestras comunidades frente a las amenazas externas.
Es en gran medida nuestra capacidad para enfrentar estas formas de violencia y luchar contra los movimientos fascistas o que se comportan como tales, queerfóbicos y transfóbicos lo que nos permitirá llegar a nuestros hermanos y desarrollar la legitimidad de nuestra política revolucionaria.
Otro aspecto importante de las prácticas de STAR y BPP fue abordar de manera directa, inmediata y autónoma las necesidades materiales urgentes de las comunidades. Durante varios años, STAR dirigió una casa en la ciudad de Nueva York que les permitió ofrecer alojamiento y espacio para vivir a personas trans que no tenían hogar y/o eran trabajadoras sexuales. Esto era aún más importante dada la discriminación en materia de vivienda y la pobreza extrema que sufría la comunidad trans y no conforme con su género. En cuanto a los Panteras Negras, su famoso programa de desayunos les permitió aliviar la inseguridad alimentaria de cientos de niños negros pobres en los barrios de clase trabajadora estadounidenses. Como el BPP era parte de una lógica de lucha de clases, también ofrecía almuerzos a niños blancos pobres (o racializados de otro modo) en los barrios donde estaba organizado. Esto les permitió, en varios momentos, romper la división racial creada por la segregación histórica. También podemos celebrar la alianza extracomunitaria del BPP, en particular la famosa Coalición Arcoiris del BPP de Chicago, que reunió al capítulo local de los Young Lords y a los Young Patriots, un grupo proletario blanco de los Apalaches.
A partir de estos ejemplos, podemos ver que es necesario que nuestros grupos identifiquen las necesidades materiales inmediatas de nuestras comunidades y desarrollen, dentro de los límites de nuestras capacidades, soluciones autónomas. Ayudar a nuestras comunidades a facilitar su supervivencia cotidiana en el sistema capitalista determinará, a largo plazo, nuestra capacidad de establecernos firmemente como una fuerza política dentro de ellas. No podemos esperar a que la revolución teja solidaridades, pero debemos construirlas de una manera que apunte a superar el capitalismo, no a mantenerlo. En otras palabras, los grupos revolucionarios queer necesitan construir una capacidad autónoma para satisfacer ciertas necesidades de nuestras comunidades sin depender del estado o del capital, de una manera que pueda desarrollar una imaginación poscapitalista. En esta cuestión de autonomía y solidaridad, los Young Lords tienen la interesante distinción de haber desarrollado una técnica de atención médica única para ayudar a su comunidad fuera de la red de atención médica dominante. Esta técnica, llamada acupuntura Nada (National Acupuncture Detoxification Association), se ha utilizado y se sigue utilizando para tratar los síntomas de la adicción, el trastorno de estrés postraumático y los trastornos nerviosos. En el contexto actual de discriminación médica y de disminución del acceso a la atención sanitaria basada en el género, desarrollar la capacidad de producir y/o distribuir hormonas independientemente del sistema de atención sanitaria sería una gran ganancia para nuestros grupos, movimientos y comunidades. En términos más generales, la creación de una capacidad revolucionaria (y extralegal) de atención, basada en una metodología científica y un espíritu experimental, representaría un medio extraordinario para ayudar a nuestras comunidades y demostraría la importancia de los grupos revolucionarios organizados.
Más allá de estas estrategias de desarrollo autónomo, estos grupos, como la mayoría de los grupos revolucionarios, también aseguraron una presencia en las calles a través de manifestaciones, acciones y movilizaciones múltiples. Como mencioné anteriormente, nuestros movimientos deben poder salir a las calles e inscribir allí nuestras cuestiones. Esto se puede hacer de muchas maneras, pero es necesario que los movimientos revolucionarios queer asuman un papel de liderazgo en las movilizaciones. Sin buscar controlar el discurso o luchar contra otro tipo de iniciativas, no podemos permitirnos el lujo de esperar a que las organizaciones y los movimientos institucionalizados tracen líneas y finalmente se pongan en movimiento para pasar a la acción. Tenemos que asumir la responsabilidad de crear momentos de lucha, puntos de convergencia y presencia pública política. Al crear nuestras propias manifestaciones, contramanifestaciones, acciones, bloqueos y contingentes, aportamos un dinamismo importante a las luchas y demostramos a nuestros hermanos su capacidad de acción.
Nuestros movimientos también deben crear de manera autónoma plataformas para difundir nuestro discurso y estrategia. Estas plataformas, ya sean en papel, virtuales o presenciales (festivales, formaciones, debates, etc.), deben estar llenas de un caudal de pensamiento y de palabras que puedan inspirar y guiar a nuestras comunidades en las luchas que tenemos por delante. Nuestra capacidad de promover nuestros ideales y de confrontarlos con las diversas realidades inmediatas de nuestras comunidades determinará nuestra capacidad de seguir siendo relevantes y de tener una relación orgánica con ellas.
En resumen, lo que extraigo de la historia de estos grupos y de sus prácticas para nuestro movimiento es la necesidad de construir un movimiento pluriforme y organizado; un movimiento capaz de defender a nuestras comunidades, de participar e instigar diversas luchas y movilizaciones, y de asegurar una capacidad autónoma de solidaridad y de ayuda mutua.
Comentarios finales
La necesidad de construir un movimiento revolucionario dentro de nuestras comunidades debe ser, en muchos sentidos, evidente para muchos de mis hermanos queer y trans. La eterna lucha que enfrentamos en este mundo capitalista nos hace darnos cuenta de su imperfección, su crueldad. Esta constatación nos plantea un enorme desafío: el trabajo por hacer parece interminable y nuestros medios ridículos. Y, sin embargo, todos los grandes cambios sociales comienzan en algún lugar, a través de la acción y el trabajo de grupos determinados de individuos. Es difícil imaginar cómo derrocar un sistema entero, ¡pero es fácil empezar! Encuentra gente a tu alrededor que comparta tus valores y sentimientos. Forma un grupo organizado y empieza a actuar a tu propia escala (haciendo carteles contra la transfobia, creando y difundiendo contenido, teniendo presencia en manifestaciones, encontrando otros grupos con los que colaborar, organizando eventos públicos, etc.). Al encarnarte en el espacio público, permites que otros resuenen con tus acciones, te comprendan y se unan a ti. Desarrolla tu propio poder para actuar, desarrolla tus propias estrategias y formas de hacer las cosas, y estudia las de los demás. Un puñado de personas coordinadas y listas para actuar pueden formar la base de un poderoso colectivo que, en relación con otros, puede crear un movimiento fuerte.
Amor y rabia.
Louve Rose
[1] Quien escribe proviene de Quebec, Canadá [Nota de la traductora].
[2] En ese momento, hablábamos del movimiento gay y lésbico, de la noción del movimiento queer que nació en esos años y del movimiento trans que en gran medida fue borrado o suplantado en ese período.
[3] El Bund no fue la única fuerza judía de izquierda que organizó tales esfuerzos, pero fue por lejos la más significativa.
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Fotografía: Portal oaca