Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 15 de julio de 2023
Delfín (Gaspar Scheuer, 2019)
Resulta hasta lógico que después de más de 50 películas centrado en la construcción sonora -tanto en grabación en directo como en postproducción- en la apenas corta carrera como director de Gaspar Scheuer llegase un momento en que la constitución de su estructura narrativa se ciñese a través de la cadencia musical, tanto en pretexto como en desarrollo. La armonía de este, su tercer largometraje como conductor, está cimentado en el anhelo y el dolor, en la incomprensión o más bien incomprensiones primeras del crecimiento. En la lozana visión de aquel que intenta descifrar los misterios de la vida, aquellos para los que nadie tiene a bien una respuesta, pero de los cuales no se puede escapar al llamado de su padecimiento y aflicción. Su personaje, un niñato a punto de cumplir los doce años, habrá de intentar abrirse al mundo, de hacerse notar en él a través de un improvisado soplo que habrá de aspirarle a él, en sus ansias y sus ambiciones; conceptos que no tiene claros sino como una vía de salida ante la inadvertencia del verdadero escape.
El niño en cuestión es el Delfín del título, un pre-adolescente que ha hallado en los sonidos de un Corno Francés un pedazo de razón ante su rutina diaria: repartir pan, asistir a la escuela, regresar a su apenas construido hogar a esperar la llegada de su padre mientras improvisa su instrumento con una vieja manguera. Una usanza que si no lo abruma del todo eso se lo debe al despertar de ciertas incipientes curiosidades: la dispersa y contrastante amistad con algunos de sus compañeros de aula, la inocente atracción por una de las profesoras de su colegio y, sobre todo, la posibilidad de pertenecer a una orquesta juvenil que a días está de escuchar en una audición libre a todo espirante. Un anuncio que le despierta la ilusión y le dará la lógica al encadenado de las acciones. La apuesta de Scheuer es, entonces, clara, concisa y directa, no trata de matizar mucho las cosas, sino que a manera cuasi de radiografía nos introduce en la muy humilde vida de esta pareja de Padre-Hijo, sobre el peso, claro, de la madre fallecida y la precariedad como escenario/cautiverio.
Si bien algunos de sus elementos terminan por ser irregulares y no cerrar del todo, si bien se puede decir que algunos de sus lineamientos pueden llegar a ser flanqueables; predecibles hasta cierto punto, el objetivo del propio realizador no es el de mantenernos del todo en vilo, sino de guiarnos por caminos comunes en el dubitativo campo de la pubescencia. Con una mezcolanza entre lo áspero y lo
tierno que resulta en un vaivén que ocasionalmente pierde algo de consistencia, pero no del todo su frescor. Con buenas y orgánicas actuaciones es como se sostiene esta trama que gira en torno al melodrama, cuasi la road movie y diversos fundamentos extras que a bien podríamos a llegar a concluir como una cinta para toda la familia, pero con una madurez inusitada dentro de esta etiqueta.
Delfín, aquel niño nombrado en pro de las guías de aquel que se pierde en el vasto océano, hace aquí su labor y enfrenta la desidia de los adultos que se encuentran cegados, errantes y apartados del camino de ensoñación. Si bien el tono estético que impregna Scheuer es hosco, duro e inflexible no deja de hallarse en las líneas paralelas un poco de animosidad y amable y cariñoso onirismo. El ruedo está corroído, pero sí a bien los desvíos son parte de la curvatura de la experiencia, aquí forman parte cardinal del andador moderno, de la lucha constante por obtener lo no asequible; ¿hay esperanza en lo imposible? Hay que caminar para saberlo. Al final de cuentas, si la gallardía no ha de encontrar en los golpes la solución, quizá sí nos haga comprender que una de las pocas salidas es mantenerse siempre, siempre, en movimiento.

Delfín de Gaspar Scheuer
Calificación: 2.5 de 5 (De Regular a Buena).
Fuente:
Fotografía: zonadeobras.com