Por: Roberto González Villarreal, Lucía Rivera Ferreiro y Marcelino Guerra Mendoza. 22/05/2018
Escribimos este artículo antes del triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Hasta la fecha, a poco mas de un mes de las votaciones, su ventaja es abrumadora y nada parece detenerla. Sólo una catástrofe política inimaginable, un magnicidio, un fraude descomunal o un golpe violento podría impedir que sea el próximo presidente de México.
Ya será tiempo de analizar las características de una campaña que se volvió plebiscito sobre un régimen corrupto; un régimen, es decir, un entramado de instituciones, prácticas, personajes, fuerzas y concepciones políticas, económicas y culturales. Esto es importante reiterarlo: se volvió un referéndum sobre la continuidad de un régimen, no de un sistema económico, una ideología, una formación social o un modo de producción.
AMLO no es un reformista, como se pensaba antes en la izquierda, alguien que quiere reformar el capitalismo; AMLO se concibe como un limpiador de esclusas, un removedor de obstáculos; si acaso, un moralizador de los servicios públicos.
AMLO no promete grandes trasformaciones, sólo eliminar la corrupción. El AMLO de 2018 no es el de 2006, el de Primero los pobres; el de hoy, es Primero los mexicanos, un gobierno sin corrupción y una constitución moral de la república –con todos los asegunes que esto puede implicar.
Lo que pasa es que el funcionamiento del régimen está tan aceitado por la corrupción que cualquier intento de limpia aparece como un atentado a los fundamentos del sistema. De ahí las respuestas virulentas de políticos y empresarios, más distanciados que nunca de la población a la que explotan, representan o dicen servir.
Esa es la gran tensión de la campaña, que ha sido solventada por un cambio emocional de la multitud, producido por la acumulación de agravios, el umbral de la esperanza y la ilusión de un nuevo comienzo: ¡todo eso junto!
Sin embargo, el cambio cognitivo es el más relevante. Proviene del acervo de indignaciones de muchos años, pero que en este sexenio fueron escalando en las grandes movilizaciones del Movimiento por la Justicia y Dignidad, el 132, contra la reforma educativa, la presentación con vida de los 43 y todxs lxs desaparecidxs, el gasolinazo, la Casa Blanca y demás.
¿Cómo se expresa este cambio? En una colección de consignas digitales: #FueelEstado, #YaMeCanse, #QueSeVayanTodos; y, sobre todo, en esa rápida evolución que va de un detonante político a una reelaboración conceptual: por ejemplo, de un aumento en los precios de la gasolina, a la corrupción, la irresponsabilidad de la clase política y el contubernio de los partidos del Pacto por México. Lo mismo que ocurrió en los movimientos por los 43 de Ayotzinapa, el #YoSoy132 y la reforma educativa.
No, no se trata de un problema de legitimidad, se trata de una recusación del régimen político. Lo notable del ciclo de movilizaciones que se abrió en 2011-2012 y sigue hasta la fecha, es que todas las luchas terminan repudiando al régimen. Ya no hay intermediaciones, ni soluciones locales. Por eso hemos visto una y otra vez la rápida reversión de los discursos, desde #YoMero y #MientoComoAnaya, hasta la infinidad de contestaciones a los mensajes de miedo, odio y mentiras.
Este es el gran cambio emotivo y cognitivo que AMLO recoge; que intenta controlar y orientar. Él mismo encarna la transformación del régimen, entrelazando una constelación heterogénea de luchas, enojos, insatisfacciones y esperanzas.
Esa es su fuerza…y también su debilidad. La candidatura de AMLO ha servido para alinear une enorme energía crítica acumulada, muy dispersa y muy variada; para canalizar y hacer posible una revuelta ordenada y viable, dentro de los parámetros de una lucha electoral y pacífica.
Más aún: formada, consolidada y, hasta la fecha, inmune a errores, diferencias, excesos, exageraciones, pero también inmundicias, traiciones, contradicciones y limitaciones de todo tipo, desde la coalición con el partido de la ultraderecha religiosa (PES), hasta la incorporación de personajes impresentables y corrientes políticas deleznables.
Desde hace semanas ya, las encuestas sólo muestran lo que se percibe en el ánimo popular: la posibilidad de que ahora si no nos robarán la esperanza; de que ahora si se podrá iniciar una transición dentro del mismo sistema político, sin alterar sustancialmente las instituciones nacionales.
AMLO lo ha repetido una y otra vez: se trata de moralizar el armazón institucional; no de construir uno nuevo. No se contemplan grandes iniciativas, ni reformas de gran alcance; sólo acabar con la corrupción. Eso dice él; pero, las contradicciones entre sus apoyos; las diferencias con sus detractores; la jerarquización de agendas y su profundización; incluso la mera implementación de algunos programas, desatará conflictos cuya dinámica es impredecible.
En ese momento aparecerán los límites de acción del gobierno, que se encabalgarán con los límites del sistema. Ahí se definirá el sexenio: ir mas adelante, detenerse o regresarse. Es el sino de todos los gobiernos que plantean mover las condiciones del sistema, aunque sean las de operación, ya no las de estructura.
Sabemos bien que históricamente AMLO siempre contiene la movilización popular; la desata, para luego mandarla a casa. Eso ocurrió en el 2006. Y se ha repetido una y otra vez. Hoy todavía lo celebra, diciendo que el plantón de Reforma fue para canalizar la irritación social, que no se rompió ni un solo vidrio.
Así consuela a quienes quieren consolarse. Nosotros sabemos que, en el plano de las virtualidades históricas, ese vidrio preservado devino centenas de miles de vidas perdidas, decenas de miles de desaparecidxs y otros cientos de miles de heridxs, desplazadxs y precarizadxs en la guerra con, no contra, el narcotráfico y las industrias criminales.
No es un problema de explicaciones, no s un problema académico, son los caminos que se abren siempre en la política. El que se escoge es uno de los muchos posibles. La coyuntura siempre es una multiplicidad. Las opciones son diversas y son muchas. El hecho de que no se tomen no significa que no sean reales. Están ahí: sólo falta que se actualicen. Esa es la diferencia entre el plano virtual y el actual. Ambos son reales, aunque no fácticos. (Disculpen otra vez las referencias a la filosofía de los acontecimientos, pero más vale que nos vayamos acostumbrando, eso será moneda corriente en los próximos meses. ¿Qué caminos tomar? Uno u otros. Las opciones estarán ahí; vale la pena tenerlo en cuenta, porque no hay caminos únicos ni senderos inexorables).
El asunto es que hay momentos en la historia de los gobiernos, de los movimientos o de las revueltas, en los que se va hacia adelante (como en la expropiación petrolera), o se regresa (como en las elecciones de 1940). Eso ocurrirá en los próximos meses. Afectará a AMLO y a todas nosotras. Una y otra vez. Le pasó a dirigentes mas formados ideológicamente, como Mitterrand, o más curtidos en la lucha popular, como Lula. Para qué hablar de otros.
Mas vale que estemos preparados, para la lucha o para el desencanto. Eso sucederá más temprano que tarde, después de un período de gracia muy corto. La acumulación de agravios es tan grande y tan disímil, que sólo una andanada de acciones heterogéneas en poco tiempo, mayor que la de las reforma estructurales, podrá contener la desesperación y mantener la ilusión popular.
Lo que ocurra con el magisterio y con la educación serán los primeros indicios de la profundidad del gobierno de AMLO. Lo primero, en el imaginario de lxs profesorxs, son las afectaciones laborales. ¿Hasta dónde llegar? ¿Cuál es el problema y cómo resolverlo?
Con las Redes Sociales Progresistas ya firmó los Acuerdos de Zacatecas, con un tufo restaurador inocultable. Con el magisterio democrático, el Decálogo de Guelatao, más amplio en su perspectiva y menos claro en sus determinaciones, aunque por primera vez mencione las facultades del Ejecutivo para detener afectaciones y resolver entuertos producidos por la reforma.
Sin embargo, ¿hasta dónde llegará, con una legislación afianzada en la Constitución y con varias resoluciones de la Suprema Corte, además de la activa intervención del Cártel de la Reforma?
Más aun, cuando tiene miembros del cártel en su propio gabinete y en su círculo más cercano, ¡para qué hablar de los aspirantes a asesores, responsables de una interpretación de la reforma equivocada y funcional al poder? ¿Siquiera llegará a reformular la Ley General del Servicio Profesional Docente (LGSPD)? ¿Alcanzará con eso? ¿Cómo, si las características de la evaluación están en la Constitución?
Vayamos más lejos: se ha dicho que ahora si se va a desarrollar una verdadera reforma educativa, con la participación de magisterio, padres de familia y especialistas. Muy bien. ¿Cuándo, para discutir qué, con qué compromisos? ¿Una reforma educativa o una reforma laboral, porque lo que nunca se discute es el qué, cómo, dónde, hasta cuándo y como se educa en estos tiempos, frente a las revoluciones tecnológicas y antropológicas del siglo XXI?
Algunos asesores de la CNTE han dicho que son minimalistas, que con reformas a la LGSPD es suficiente; ¡entonces se deja toda la reforma de este sexenio, la reforma neoliberal, porque estarían dispuestos a dejar los aspectos educativos y sólo atender los laborales!
Se revelará, por fin, que esa interpretación de la reforma es totalmente funcional a Mexicanos Primero y a todos quienes han sostenido que el problema es de calidad y que la evaluación es la piedra de toque para transformar el Sistema Educativo Nacional (SEN)!
A ver, clarito, clarito: los críticos oficiales han generado una interpretación de la reforma (parcial, laboral y mal hecha), para que AMLO atienda solamente eso –si acaso, y dentro de los parámetros constitucionales-, pero ¡dejando de lado los aspectos organizativos, financieros, pedagógicos, subjetivos y organizacionales de la Reforma!
Hay que ser muy francos: en la lógica de lo firmado por AMLO en Guelatao y Zacatecas, las grandes movilizaciones del magisterio ¡serían utilizadas para afianzar los aspectos educativos e institucionales de la reforma!, cambiando –en márgenes muy estrechos- algunas cuestiones laborales, pero dejando inalterado el espíritu , la dinámica y la operación de la reforma neoliberal en todo el sistema educativo.
En esta perspectiva se revelan todas las engañifas de los críticos funcionales al poder: ¡sedujeron al magisterio con las voces indignadas de las afectaciones laborales, para dejar pasar todos los efectos económicos, financieros, organizativos, y sobre todo, subjetivos de la reforma!
Como siempre ocurre con los presuntos reformistas dentro del régimen, ¡los críticos solo sirven para remover los obstáculos de implementación y llevar hasta el fondo los objetivos estratégicos de la reforma neoliberal!
No es solo un problema de diferencias de opinión, es el compromiso y el efecto de realidad que producen las engañifas: al identificar la reforma como laboral, entonces lo que hay que cambiar –si acaso-, es solo eso, dejando de lado todas los efectos de la reforma, como el drenaje del presupuesto publico al sector financiero; la penetración de contenidos y valores religiosos en la autonomía curricular; la subjetivación de la competencia, el mercado y la financiarización; el aprender a aprender a resolver exámenes; y todos los efectos escolares, subjetivos, financieros, formativos, pedagógicos e institucionales de la reforma.
Lo hemos dicho una y otra vez: el quid de la reforma es el problema que plantea; la calidad como fetiche del sistema educativo; mientras eso permanezca indiscutido e inalterado, todas las tácticas y demandas opositoras serán deglutidas, serán utilizadas para que la reforma se afiance, solidifique en las instituciones y encarne en el magisterio
Eso es lo que hay que analizar, lo que hay que discutir, lo que hay que denunciar y sobre eso construir otra problemática educativa para crear una revolución y una constituyente educativa.
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