Por: Rivelino Rueda 05/12/2023
La cada vez mayor participación de mujeres en grupos del crimen organizado en México no necesariamente se da por la búsqueda de dinero, sino que esta incursión representa una forma de protegerse de la violencia de género y adquirir poder y respeto de los que carecen en la sociedad, afirma Angélica Ospina-Escobar, investigadora de la organización International Crisis Group.
“En esta incursión de mujeres a organizaciones delictivas, que se da entre los 12 y los 15 años, hay una búsqueda muy importante de pertenencia, de sentirse valoradas. También hay una búsqueda de protección, en un contexto que es muy violento contra las mujeres, en particular las jóvenes, y además la posibilidad de la venganza, en un escenario donde es muy difícil acceder a la justicia”.
En entrevista con El Sol de México para hablar sobre su más reciente trabajo de investigación titulado «Socias del crimen: el ascenso de las mujeres en los grupos ilegales mexicanos», que publica este martes la organización International Crisis Group, Ospina-Escobar menciona que de acuerdo con diversos testimonios que recabó en este trabajo, así como de informes oficiales, se desprende que buena parte de las mujeres que se unen a estos grupos tienen la característica de ser “pobres, jóvenes, de familias rotas y usuarias de sustancias ilegales”.
Debido a que las mexicanas suelen desempeñar roles tradicionales como cuidadoras primarias, expone, “su participación en las organizaciones criminales también tiene un impacto multigeneracional, cuando las mujeres madres terminan en prisión, desaparecidas o asesinadas es más probable que sus hijos adopten una vida delictiva, especialmente cuando carecen de cuidadores alternativos”.
“En otros casos, los hijos ven el estatus y los salarios que sus madres obtienen trabajando en organizaciones criminales y siguen sus pasos”.
Cuando los grupos delictivos prestan protección y apoyo a las mujeres que incursionan a sus redes, dice, “saben quién eres, cuántos hijos tienes, cuándo se quedan solos, y entonces es muy difícil para las mujeres salir de estas organizaciones”.
La investigadora anota que la creciente incorporación de mujeres a los grupos criminales en México “tiene consecuencias de gran alcance”, sobre todo porque “este reclutamiento sistemático ha resultado en organizaciones delictivas más fuertes y arraigadas en las comunidades donde operan”.
¿Cómo se da esta incursión?
Principalmente por dos vías. Las mujeres inician sus carreras criminales por parejas románticas involucradas en actividades ilícitas o conexiones que forjan en lugares de tráfico y consumo de drogas en comunidades empobrecidas. Estas rutas no se excluyen mutuamente y a menudo se refuerzan entre sí, llevando a las mujeres y a sus hijos a la órbita de los grupos criminales que dominan los barrios en los que viven.
Las jóvenes entrevistadas para este trabajo sufrieron de manera casi uniforme abusos en sus hogares y comunidades. La mayoría señaló que el respaldo de los grupos criminales y el estatus que adquieren dentro de ellos les ofrece protección, reconocimiento e incluso dignidad; además, por supuesto, de ingresos.
En tu investigación mencionas que las mujeres tienen distintos escalafones que van desde robo de vehículos hasta jefas de plaza, ¿cómo se da este fenómeno?
Esos ascensos son circunstanciales, no es que las mujeres quieran pertenecer a una organización criminal e incluso ser jefas de plaza. Son decisiones que ellas toman muy temprano, entre los 12 y los 15 años. Y mientras más jóvenes empiezan su reclutamiento, muestran habilidades muy tradicionales a los roles femeninos, sobre todo ser muy responsables y leales. Pero ascender supone estar dispuestas a ejercer violencia, porque así es el mundo criminal, y mientras más temprano inician estas actividades, implica que más temprano tengan que ejercerla.
Expone que el mundo criminal ha cambiado en los últimos años. Para este trabajo entrevistó a dos mujeres mayores de 40 años, quienes “comentaban que la violencia que ejercieron cuando pertenecían a estos grupos era menos atroz, por ejemplo, asesinar a alguien y ya”.
En cambio —indica—“las jovencitas de entre 19 y 25 años decían que no era suficiente con asesinar a alguien, sino que en ello va implícita la tortura, el desmembramiento o la desaparición de cuerpos”.
Ospina-Escobar detalla en el informe que los escalafones para mujeres en las organizaciones criminales son “ladronas de autos”, tenderas (narcomenudeo en áreas asignadas), checadoras (supervisoras del narcomenudeo y encargadas de recolectar el dinero), sicarias y jefas de grupo o plaza.
“No debe ser menor para nadie que los grupos criminales estén reclutando a niñas y adolescentes”.
En el informe propones soluciones a este tema, ¿cuáles serían?
No hay varitas mágicas, sino una diversidad de proyectos y de actores. El Ejército solo no va a acabar con el crimen organizado. Llevamos 16 años pensando eso y solo se ha visto un recrudecimiento de la violencia (…).
¿Consideras que habrá más sensibilidad en este asunto en el caso de que una mujer sea la próxima presidenta de México?
El hecho de que llegue una mujer no garantiza nada, pero la sociedad civil sí debe emprender procesos de exigencia al Estado, independientemente de quién sea él o la presidenta, sobre todo para que se entienda que esta estrategia militarista nos está desangrando. Se necesita pensar en procesos de reconciliación local.
“Hay que ser autocríticos. A veces se piensa que hay ideas muy buenas, como el programa de Jóvenes construyendo el futuro, que supuestamente iba a desincentivar la participación de los jóvenes en el crimen, y lo que estamos viendo es que no, porque se comprobó que no necesariamente ingresan a las filas de la delincuencia por el dinero”.
Ospina-Escobar destaca que en este asunto “se necesita una visión mucho más local, sobre todo porque México es un país muy complejo y diverso, y si bien a nivel federal se tiene una idea de cómo funcionan las cosas en las comunidades, en los barrios, cuando uno va al territorio se da cuenta de que es muy distinto a lo que se piensa”.
“Se necesita mucha voluntad política para impulsar esos procesos locales. A lo que sí aspiramos con este reporte y con el relato de las mujeres es que pueda un poco desvanecerse esta idea de que quienes están en los grupos criminales son unos monstruos. Son personas común y corrientes con circunstancias de vida muy particulares, y que estas circunstancias las y los van llevando”.
La investigadora enfatiza que “es fundamental despertar una empatía para ofrecerles cosas y no arraigar la idea de que tienen que pagar por lo que hicieron en la cárcel por el resto de su vida”.
Según la investigación, la proporción de mujeres acusadas de delitos relacionados con el crimen organizado aumentó de 5.4 por ciento en 2017 a 7.5 por ciento en 2021. Además, representan entre cinco y ocho por ciento de la fuerza de estos grupos.
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Fotografía: El sol de México