Por: Ventura Alfonso Alas, Luis Armando González. 29/09/2023
En cualquier ámbito de la realidad social en el que se toman decisiones para incidir en su configuración intervienen unos determinados fines y medios, siendo estos últimos los que, precisamente, permitirán alcanzar los primeros. Por los primeros, cabe entender los propósitos, metas o resultados que se espera obtener de una intervención (acción o actividad); por los segundos, los procedimientos, instrumentos, herramientas o tecnologías a ser utilizados para alcanzar los primeros.
Obvio: cada fin específico requiere, para ser alcanzado, unos medios también específicos, lo cual quiere decir que un determinado fin no puede ser alcanzado por cualquier medio. Incluso, hay medios que pueden ser no sólo inadecuados para un objetivo, sino que pueden ir en contra suya. Asimismo, hay metas que sólo pueden ser alcanzadas de manera óptima si se utilizan distintos medios (distintos instrumentos, procedimientos o tecnologías), lo cual –excluyendo aquel o aquellos que pudieran ser poco o nada éticos— es totalmente razonable.
De hecho, sin esta capacidad y versatilidad para usar-combinar medios para alcanzar determinadas metas no hay manera de entender logros espectaculares –algunos perniciosos, como la industria armamentística— de la especie Homo sapiens a lo largo de su presencia, desde hace unos 300 mil años, en el planeta.
Como quiera que sea, la distinción entre medios y fines es de rigor si se pretenden lograr intervenciones eficaces en cualesquiera de los ámbitos de la realidad social. Confusiones conceptuales (o, peor aún, el desconocimiento) sobre lo que el carácter propio de uno y otro puede llevar a convertir los medios en fines, olvidándose de estos últimos, o a someter los fines que se persiguen al constreñimiento de determinados medios, haciendo que estos marquen la ruta de los primeros, cuando debe suceder lo contrario: los fines marca –deberían marcar— los derroteros de los medios.
En la práctica –es decir, cuando se trata de tomar decisiones de incidencia en ámbitos concretos de la realidad social— la confusión entre los medios y los fines puede darse por suponer que todos los involucrados entienden los fines que están en juego (o que se persiguen) y, por tanto, también visualizan, sin mayor complicación, cuál es el terreno de los medios. ¿Y si ese supuesto es equivocado? ¿Y si en algunos ámbitos los involucrados tienen dificultades para visualizar no sólo los fines y medios que están en juego, sino la subordinación de los segundos a los primeros? Cabe la sospecha de que en el ámbito educativo está sucediendo algo de esto.
Es oportuno destacar, como hemos hecho en otros escritos que hemos firmado juntos, que ambos llevamos bastantes años bregando en el quehacer educativo nacional. Eso, sin hacernos expertos, nos permite dar testimonio de nuestras vivencias actuales como docentes y también de nuestras vivencias pasadas –que se guardan en nuestra memoria— de cuando fuimos estudiantes.
Y aquí viene a cuento algo que dejó una huella indeleble en nosotros de cuando éramos estudiantes: que para alcanzar determinados propósitos educativos hay que hacer uso de la mayor diversidad de medios disponibles, usándolos con creatividad y libertad, y sin perder de vista la meta a alcanzar. Eso fue lo que aprendimos de, entre otras cosas, la libertad de cátedra: el uso creativo de una diversidad de medios –los necesarios y disponibles— para alcanzar objetivos educativos significativos.
De esa escuela venimos y, como tenemos la convicción de que eso es razonable –lo es ahora como lo fue en el pasado—, tratamos de seguir aplicando esa lógica en nuestro ejercicio docente. Se dirá que eso es de la “vieja escuela” y que, por “viejo”, ha perdido vigencia y utilidad. Se trata de un pésimo argumento, pues abundan las actitudes, comportamientos y concepciones “nuevas” que por irracionales no tienen ningún sentido y pueden resultar –o resultan— perniciosas cuando se las promueve.
La lógica de la que estamos hablando –esa que busca lograr determinadas metas educativas usando una variedad de medios— está siendo socavada en algunos ambientes, en los que se está tratando de constreñir los fines educativos (o por lo menos algunos) a medios (instrumentos, herramientas) específicos e incluso únicos. Un ejemplo quizás ilustre mejor lo que queremos decir. Es el siguiente:
Compartiendo café con un colega y amigo docente, este nos compartía una experiencia que estaba teniendo en estos días. Le pidieron de una universidad local que fungiera como asesor de un estudiante que estaba por preparar su anteproyecto de tesis de maestría. Dado que el tema le resultó interesante, y afín con sus preocupaciones académicas, aceptó. Desde la universidad le dieron la indicación de que tenía que dar su asesoría de manera virtual. Él preguntó si podía, además de ese vínculo virtual, reunirse con el estudiante de forma presencial. La repuesta que recibió fue tajante: la asesoría sólo podía ser virtual, utilizando exclusivamente la plataforma disponible en la universidad. Nuestro colega y amigo se sintió contrariado, pero, pese a ello, decidió continuar como asesor; así, pidió el correo electrónico del estudiante –ni se le cruzó por la mente pedir su número telefónico— y le escribió para presentarse e invitarlo a una reunión virtual. Le escribió dos veces sin obtener respuesta; decidió, no sin antes disculparse, presentar su renuncia como asesor de un estudiante con el cual nunca conversó ni se comunicó.
Luego de escuchar este relato, y en los días siguientes, pensamos que quizás se podía escribir algo al respecto. No teníamos claro cómo hacerlo, hasta que, conversando de nuevo, con el colega y amigo se nos ocurrió preguntarle –medio en broma— por qué diablos, en lugar de preguntar si podía reunirse presencialmente con el alumno –y amargarse—, simplemente no se había limitado a atenderlo virtualmente. Su respuesta fue esta: el fin de una asesoría de tesis es lograr que el estudiante haga una tesis decente, y para eso el asesor tiene que apoyarlo usando todos los recursos y medios que sirvan a ese propósito, y las reuniones cara a cara son un muy buen recurso de apoyo. Ahí estaba lo que teníamos que abordar: los fines y los medios en la educación.
La contrariedad de nuestro colega y amigo –de la vieja escuela, como nosotros— se debió a que el apoyo que él podía dar a un estudiante, para el logro de un fin educativo importante –elaborar una tesis de grado—, estaba siendo constreñido por un medio único en el cual debía canalizarse ese apoyo, cerrando las puertas a otro medio que también podía abonar al logro de aquél.
Es decir, se trata de una situación en la cual no sólo es evidente la subordinación de una meta educativa a un medio específico, sino que se excluye otro –uno importante, por cierto— en favor de la imposición de uno que, sin hacerse cargo de sus limitaciones, se considera suficiente para encauzar el apoyo que un asesor puede y tiene que dar a un asesorado. En este caso, quien iba a salir perdiendo era el estudiante, pues se lo estaba privando de recurso que, sin excluir lo que se pueden brindar desde la virtualidad, es clave en una labor de asesoría: el acompañamiento directo, personal y en persona, de un asesor a su estudiante. Una cosa es que ese acompañamiento sea imposible; otra cosa es que, siendo posible, se lo prohíba.
En suma, hay que recuperar la cordura en la educación. Y eso pasa por: a) tener claros los fines educativos que se persiguen; b) identificar todos los medios posibles que permitan alcanzar cada uno de esos fines; c) nunca confundir los unos con los otros; y e) ser conscientes de que, en muchas ocasiones, un fin puede ser logrado de manera óptima con varios medios, y no usarlos es poco razonable. En tiempos de pobreza conceptual como los actuales, lo mejor es no dar esto por establecido; o sea, hay que reflexionar sobre todo ello con quienes toman decisiones educativas y con quienes las ejecutan.
Finalmente, el ejemplo citado de nuestro amigo asesor de tesis es válido también y se extiende para todo el sistema educativo nacional; debe interpelarnos sobre nuestros roles y funciones, así como vernos en el espejo de la realidad y hacer balances críticos de resultados educativos, tomando como referencia la reforma educativa de 1995-1996. Sería interesante revisar la inversión pública y privada desde aquellos años para valorar el impacto en la sociedad salvadoreña, visualizada desde las lógicas, por un lado, de la relación costo-beneficio y, por otro, de los esfuerzos realizados y los resultados en cuanto calidad de los logros.
Claro está que llegar a donde queremos requiere de usar los medios adecuados y necesarios. Sirva para ilustrar esto el caso de los medios de transporte, que deben estar en función del lugar a donde pretendemos llegar. Si se trata de trasladar a muchas personas dentro de una ciudad pues los buses son los más adecuados; ir a la montaña requiere de un vehículo 4×4, pero si se trata de cruzar un lago será necesaria una lancha u otro vehículo acuático. Aire, tierra y agua condicionan los medios a usar para desplazarse, lo cual no puede perder de vista el fin que se persigue.
Cabe citar el artículo 55 de la Constitución de la República que declara que la educación en El Salvador debe: a) Procurar el desarrollo integral de las personas; b) Construir una sociedad democrática, justa y humana; c) Inculcar los derechos humanos; d) Combatir la intolerancia y el odio; e) Conocer la realidad nacional. Al someter a una revisión crítica los fines estipulados con las prácticas educativas no podemos dejar de preguntarnos: ¿estamos usando los medios adecuados y necesarios para conseguir esos fines educativos? ¿Las cantidades de dinero invertidas desde 1995-1996 hasta la fecha han contribuido –están contribuyendo— a la consecución de los fines educativos? Se trata de preguntas que a muchos les gustaría obviar, pero que es necesario hacerse una y otra vez.
San Salvador, 28 de septiembre de 2023
Fotografía: Alfabetización Digital