Por: Egbert Méndez Serrano. 09/08/2024
Agradezco al Comedor Cultural “Lxs de Abajo” por el espacio que brindan para la presentación del libro, y me disculpo por las imprudencias que voy a decir a continuación, cometeré la travesura de pedir perdón antes que pedir permiso. Hay que recordar que con la misma intensidad con la que el sol ilumina, también quema, no todo es brillo. Empecemos.
En un divertido libro, Josefo Leonidas comenta que se atrevió titularlo Los escandalosos amores de los filósofos por razones publicitarias. En un mundo de sobreinformación, los títulos son más que relevantes, sobre todo para autores independientes que, sin padrinazgos institucionales, nos jugamos nuestro éxito (o fracaso) como escritores, empezando por ahí, por el título. Algo similar ocurre con la labor del periodista, un mal título puede dejar sin lectores el contenido de un artículo sobresaliente.
Ésto, por supuesto, suele ser desconocido en medios académicos, en donde la relevancia de los trabajos puede ser estrecha (o nula) y ¡qué importa el título! La beca del posgrado no depende de él, ni de tener más de tres lectores. Por desgracia, no todos tenemos la garantía de recibir becas, salarios exorbitantes, o siquiera dignos, para hacer investigación; y, aun así, desafiamos al mundo que nos niega, aquel que pone la escritura como privilegio de élites.
En ese mundo de privilegios existen códigos, ¡claro! No es una casa abierta para todas y todos. Metodologías, definiciones, maneras de citar (APA, MLA), relaciones sociales y hasta formas rimbombantes de nombrar las cosas se vuelven los filtros perfectos para evitar que los nadie, “los dueños de nada”, puedan entrar a su Olimpo. Desde su peldaño (artificial, como todo lo que produce la humanidad), vigilan y castigan a los desaliñados, resguardándose en el supuesto rigor intelectual que no es más que un eufemismo para su impostura. Si una coma es la candidata perfecta para desacreditar lo que a sus ojos es inaceptable, más aún si se trata de términos de mayor significación: “crónicas”, “historia”, “testimonio”.
El título de mi obra, Crónicas intempestivas, responde —sobre todo, aunque no exclusivamente— a los años de experiencia que adquirí en la redacción de notas y artículos para La Izquierda Diario México, apoyando diversas luchas de la clase trabajadora. Así que no esperen, las conciencias vigilantes, una gran disertación sobre el uso de la palabra “Crónicas”, ya que no es más que una “Narración histórica en que se sigue el orden consecutivo de los acontecimientos”, como define el diccionario de la Real Academia Española. E “intempestivas”, no esperen encontrar a Nietzsche, sino “Que es o está fuera de tiempo y sazón”. El autor es alguien que se identifica con el marxismo hegeliano, así que tampoco van a encontrar a Foucault cuando digo vigilar, mejor busquen en la Fenomenología del espíritu a Fausto (de Goethe) y a Karl Moor (protagonista de Los Bandidos de Schiller), como conciencias vigilantes.
Estos especialistas de la memoria, hacen su “activismo” desde el peldaño que les otorga la dominación burocrática y desde ahí desacreditan, silencian, censuran o ningunean a los de abajo. Para ellos, “Si fácil es abusar más fácil es condenar”, los legos no pueden aspirar a hacer historia; no pueden hacer análisis críticos, porque son resentidos y rencorosos sociales. ¿Qué está permitido decir sobre el pasado y qué no, quién y desde dónde se puede condenar esta labor? ¿Por qué el pasado remueve estas pasiones, si ya pasó? ¡Oh sorpresa¡, el pasado es una construcción desde el presente, y por lo tanto nunca está quieto, se encuentran nuevas fuentes, se mejoran las metodologías, etc., y eso que decimos que pasó, cambia, a veces radicalmente.
Algunos conocerán el cuento de la estética supuestamente proveniente de la antigua Grecia, donde aparecen las esculturas completamente blanqueadas, resaltando lo claro del mármol, hoy se sabe que el arte antiguo tenía color, pero de la mano de Winckelmann, Europa se construyó un pasado a modo.
En el fondo, de lo que decimos que es el pasado, también sirve para construir el presente, legitimarlo, vanagloriarlo. Y así, “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”, por eso, revolucionarios con los que me identifico, preferimos “que los muertos entierren a sus muertos” para decirle adiós al pasado. Peor aún, decimos que del pasado no se puede aprender nada, porque el pasado no se repite, y no se repite porque constantemente lo estamos cambiando, si hasta los dinosaurios los hemos cambiado repetidas veces según avanzan los programas de diseño y animación.
Y no conforme con esto que acabo de decir, diré algo más terrible aún. En cuestiones de historia, y sobre todo historia reciente de México, la dominación de clase actual, que muta sus formas, ora una verdad histórica, ora otra, ora una historia crítica, ora otra, lo que ahí se encuentra es que esa dominación administra, sin resolver, los agravios que el Estado mexicano y su Ejército han cometido contra las luchas de la clase trabajadora. Detrás de los enfoques de la élite académica, de los especialistas de la memoria, está la administración del pasado, para sellar las grietas de legitimación del régimen que se agravaron con los gobiernos del PRI-PAN-PRD. Hoy, Morena crea sus institutos de historia, para aceitar la maquinaria ideológica del capitalismo y usa un pasado, construido en torres de marfil, para terminar de sepultar a viejos retadores anticapitalistas y acabar con su referente. Se aprecia, pues, que el pasado está en disputa.
Es una disputa compleja, no solo entre la clase trabajadora y el capital. Entre organizaciones de izquierda también ocurren agravios, así como al interior de cada organización, problemas que, al conjugarse con los ataques del enemigo, pueden conducir a la catástrofe. Hay quienes quisieran que esos problemas nunca se nombraran, que los agraviados se mantuvieran en silencio o que hicieran su crítica a modo, porque en un bien superior lo único que se ocasionaría es darle armas al enemigo, hacerle el juego a la derecha —dicen—, en esa lógica nunca se podría decir nada, porque la ofensiva del capitalismo siempre está al ataque. Tras esa argucia, se va mutilando el pensamiento crítico.
Se sabe que la Revolución de Octubre se realizó sin romper un solo vidrio ni realizar un solo disparo, pero a veces se olvida señalar el final de la historia, que tras experiencias gloriosas y trágicas, esa Revolución concluyó su período a finales del siglo, sin romper un solo vidrio ni realizar un solo disparo. Se visibilizó que los problemas internos son tan graves como los externos. La pretendida unidad a toda costa, o los sacrificios por mantener la unidad en medio de serios agravios, terminó ensanchado los problemas internos, impidiendo desarrollar el sentido de comunidad de la Gran Izquierda, causando tanto daño como el asedió externo, así se consolidaron las infames dictaduras burocráticas del siglo pasado, enquistándose en los aparatos de Estado y puestos directivos en las empresas “colectivizadas” desde donde cometían sus fechorías contra la clase trabajadora que decían representar.
Por tal motivo, la crítica no se puede silenciar bajo ninguna excusa. En los hechos, esa situación solo ha beneficiado al burocratismo que pone candados para evitar desviaciones, pero que, en esa, su buena intención, por detrás de sus mejores deseos, poco a poco se va cancelado la democracia. Y un proyecto antidemocrático simplemente no puede ser el horizonte anticapitalista.
Tenemos que estar dispuestos a la crítica, por más descabellada o absurda que nos parezca, porque en un mundo disgregado, la verdad también lo está, fragmentada, o como dice un sabio proverbio popular: cada quien habla como le va en la feria. Superar el fragmento, la impotencia de lo meramente opinado, es su desafío. Es así que, enfrentándome a ese desafío, redacté el libro, sin evadirlo con novelas o cuentos idílicos, ni encargos a modo. Puede ser que no lo haya logrado, es el riesgo de la libertad: el fracaso.
El libro tiene la intención abierta de remover las pasiones y la razón, es un texto controvertido, que, a muy poco tiempo de su publicación, ha causado silencios, desprecios y alguno que otro elogio. Es un texto crudo, pensado para la gran izquierda, esperando que sirva en el empuje colectivo de superar las izquierdas neo ilustradas y neo románticas que somos, porque estas cualidades constituyen la modernidad capitalista, cualidades que nos han llevado a las purgas, a las suplantaciones, a las infames dictaduras burocráticas, a los totalitarismos políticos, las autocracias, etc., que nunca llegan como rayo en cielo sereno, sino que son producidos por entornos en donde reina la arbitrariedad que se asume como necesaria, por la buena intención de acabar con el capitalismo. Estos entornos son creados por todos y cada uno de los partícipes, no solo por los dirigentes, es la obra colectiva que se enajena de los actores.
Para concluir, tengo que decir de qué va el libro. El texto contiene información inédita, elaborada principalmente con las vivencias directas de quien alguna vez fuera el profesor Andrés, militante de las Fuerzas de Liberación Nacional de 1979 a 2008, responsable de fundar, en 1989, la escuela guerrillera del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en la Selva Lacandona y elegido para presidir la Subsecretaría Popular del Partido Fuerzas de Liberación Nacional, partido marxista que se creó en el Congreso Nacional de 1993, donde las comunidades indígenas neozapatistas decidieron el levantamiento armado del 1 de enero de 1994. A través de su testimonio, Crónicas intempestivas esboza procesos políticos que ocurrieron en la guerrilla entre 1987 y 1994.|
Fotos: Hilda Cruz Vázquez