Por: FERNANDA SÁNDEZ. 03/10/2021
Fue descartado como proyecto por Monsanto hace años y retomado por la empresa argentina Bioceres. El trigo transgénico HB4 es el último «evento biotecnológico» aprobado en nuestro país y, definitivamente, el más cuestionado. Fue diseñado en un laboratorio para resistir un agroveneno llamado glufosinato de amonio, prohibido en Europa desde hace diez años y quince veces más tóxico que el glifosato: es neurotóxico, afecta el sistema reproductivo y además es genotóxico. El riesgo de perder mercados.
Hace rato ya que Argentina no es lo que fuera, aquel “país del trigo y de la carne” que en tiempos de Evita despachaba barcos cargados de alimentos para una España famélica. Eso se acabó. El paisaje campero de los cuadernos de nuestra infancia (el trigal, el molino, la vaca caminadora y criada a campo abierto) parece cada vez más al dibujo de un manual antiguo.
Somos, sí, el país de la soja: del poroto de soja, de la harina de soja, del aceite de soja. La última campaña sojera implicó millones de hectáreas sembradas y millones de dólares en divisas: 22.000 millones de hectáreas, para ser precisos. El trigo, exportado mayoritariamente a Brasil, sin dudas ganó superficie y hoy ronda los 38 millones de hectáreas. ¿A qué entonces la noticia que desde hace dos años sobrevuela los medios hegemónicos y habla del “trigo resistente a la sequía” como un gran logro argentino con proyección internacional? ¿Necesitamos realmente un trigo como éste, que además de tolerar la falta de agua fue diseñado en un laboratorio para resistir un agroveneno llamado glufosinato de amonio, prohibido en Europa desde hace diez años y quince veces más tóxico que el glifosato? Porque, aunque el dato se escamotee detrás de su resistencia a la sequía, este nuevo trigo es tolerante a un biocida que es neurotóxico, que afecta el sistema reproductivo y que además es genotóxico. El dato de esa resistencia figura en la resolución que lo autoriza (la 41/2020 de octubre del año pasado).
En nuestro país el trigo se sembró desde siempre en las privilegiadas pampas, en las que ese cultivo encontró las condiciones ideales de suelo y lluvias. Pero -cambio climático y expansión de la frontera agropecuaria mediante- hoy el escenario es otro. En 2018, dicen algunos especialistas, las lluvias fueron tan escasas que la mitad de la cosecha de trigo se perdió. En este contexto, la sola idea de un trigo capaz de resistir el llamado “estrés hídrico” (para nosotros, falta de agua) luce tentadora. Para lograr esta planta-prodigio se empleó la ingeniería genética, que usó un gen de girasol (más tolerante a la falta de agua) y lo insertó en el cereal. Las empresas a cargo de este desarrollo fueron la argentina Bioceres y la francesa Florimond Desprez.
Pero, ¿por qué ningún otro de los “gigantes” de la agroindustria como Bayer o Syngenta apostaron a este proyecto? Bueno, en realidad sí lo hicieron. La empresa Monsanto –luego absorbida por Bayer- hizo su intento con el trigo transgénico en 2004, pero terminó descartando la idea por las enormes resistencias que un trigo como éste genera entre los consumidores. ¿Las razones? Sobran. Y a la vez faltan, porque medios hablan de este nuevo “evento” transgénico como lo que es: un ensayo peligroso que implicará consecuencias ambientales, sanitarias y económicas en las que nadie parece querer pensar.
Al pan, pan
El doctor Walter Pengue es ingeniero agrónomo, consultor de la Organización para las Naciones Unidas en temas agroalimentarios, autor de libros y papers, docente de la UBA y de la Universidad Nacional de General Sarmiento. Pero, y sobre todo, un estudioso del campo, de los cultivos y de las empresas que sobrevuelan la tierra con mirada depredadora. Desde ese conocimiento, asegura que “la calidad panadera de los trigos argentinos, como la de los trigos canadienses, es reconocida en todo el mundo. Justamente por eso a nuestros trigos se los llama “trigos mejoradores”. El mejoramiento del trigo tiene una enorme historia aquí y en el mundo. Justamente por eso, la llegada de un evento transgénico relacionado con un herbicida conflictivo como el glufosinato de amonio puede afectar nuestros mercados. Otros, como Europa y Estados Unidos, ni siquiera lo están pensando. Lo que se está tratando de hacer acá es de imponer un cultivo transgénico, cuando está claro que desde Argentina no se le va a poder “marcar la cancha a los mercados globales. Por otro lado, el glufosinato de amonio nos va a complicar el tema en Europa”.
¿La razón? Este poderoso herbicida creado en 1982 está prohibido en la Unión Europa desde hace más de una década por razones que van desde su poder para afectar el sistema reproductor humano hasta sus efectos neurotóxicos, sin dejar de mencionar su potencial contaminante de suelos, aire y agua, ni su capacidad para contaminar genéticamente a otros cultivos. Porque eso es algo que tampoco se dice lo suficientemente fuerte y claro: cuando las 25.000 hectáreas hoy sembradas de trigo transgénico HB4 se conviertan en millones, ya no habrá cómo impedir el flujo genético entre plantas “de diseño” y cultivos convencionales. Y esa situación es algo temido hasta por los mismos productores porque puede implicar la devolución completa del cargamento, como ya ha sucedido en otras oportunidades.
Veneno en tu mesa
Ante la noticia de la llegada de esta planta inquietante, el lobby del agronegocio salió a tratar de calmar las aguas con los argumentos de siempre: que habían sometido al cultivo a un riguroso proceso de evaluación, que todo resultó como se prevía, etc. Argenbio –autodefinida como la Cámara Argentina de Biotecnología y portavoz de semilleras, fabricantes de agrovenenos y otras firmas del agronegocio- sentenció: “La aprobación de la autoridad regulatoria argentina se da luego de varios años de estudios experimentales y evaluación basada en ciencia por parte de las agencias y comisiones que integran el marco regulatorio para organismos genéticamente modificados. Estas concluyeron, en particular, que los riesgos derivados de la liberación de este organismo vegetal genéticamente modificado (OVGM) al agroecosistema no difieren de los riesgos inherentes al cultivo convencional y que el trigo HB4 es tan seguro para el consumo humano y animal, y no menos nutritivo que el trigo convencional”.
Frente a esto, organizaciones científicas y sociales hicieron oír su disidencia. Trigo Limpio, por caso, es un colectivo que reúne a científicos, científicas y activistas sociales de todo el país que se creó justamente para alertar sobre el proceso en marcha y todas las amenazas que encierra una planta de laboratorio como ésta. En octubre de 2020, y ante las restricciones que impuso la pandemia, realizaron una audiencia pública virtual y auto convocada llamada “Con nuestro pan no” en la que médicos, biólogas, ecotoxicólogos, químicos ambientales, campesinos y activistas de distintas organizaciones fundamentaron el porqué de su resistencia a este nuevo evento que –por lo inconsulto y secreto de su proceso de aprobación- a muchos les recordó lo sucedido en 1996 con la soja RR1, la primera soja transgénica liberada en Argentina. Tampoco aquella vez había información confiable e independiente (sólo la proporcionada por los creadores de la “semilla mágica”) ni estudios hechos localmente. Para subsanar ese déficit de datos que vuelve a repetirse con el trigo HB4, científicos y científicas se encontraron en el ciber espacio para analizar las implicancias del nuevo trigo y las conclusiones fueron aplastantes.
“Estamos ya en un modelo transgénico que cada año ingresa al ambiente cerca de 500 millones de litros de formulados, de plaguicidas. Y el glufosinato tiene mayor toxicidad que el glifosato tanto para anfibios como para mamíferos”, dijo Damián Marino, experto en química ambiental, doctor en Ciencias Exactas y docente de la Universidad Nacional de La Plata. “Al momento de la liberación de un nuevo transgénico no hay datos científicos serios que garanticen su inocuidad”, dijo a su turno el doctor Damián Verzeñassi, médico y creador del dispositivo conocido como Campamento Sanitario, quien después de haber estudiado la salud de 40 localidades expuestas a las fumigaciones adelanta que la aprobación de este trigo no hará más que empeorar un panorama ya preocupante.
Las voces de alarma también se alzan desde Brasil, que ya rechazó dos veces la autorización del trigo transgénico made in Argentina. Según explica el investigador Leonardo Melgarejo, de la FIAN, “lo que dicen los científicos es cierto: con este trigo habrá residuos de un veneno genotóxico y neurotóxico en pastas, panes, galletitas y tanto más. Pero eso no parece ser importante para el agronegocio”. Quienes sí están alarmados, y mucho, son tanto los consumidores como los molineros, que- en un documento oficial aportado por Melgarejo- explican que en caso de que el HB4 finalmente se apruebe en Brasil, ellos suspenderán las importaciones desde Argentina.
Cabe entonces preguntarse para qué. Para qué aprobar un evento transgénico como éste, capaz de unir en el rechazo a ambientalistas y productores, a campesinos y molineros, a argentinos y brasileños, a investigadores y activistas. ¿Para qué? ¿Cuál sería el verdadero y profundo objetivo de semejante apuesta? “Creo que el verdadero motivo de este trigo genéticamente modificado no es la tolerancia a la sequía, aun no probada, sino la introducción de la tolerancia al glufosinato de amonio”, asegura Melgarejo. En el mismo sentido, Pengue marca algo interesante: con una verdadera horda de malezas ya resistentes al glifosato, hay que probar con nuevos agrovenenos y el glufosinato va en ese sentido. Un dato más: China –principal compradora de la soja argentina, principal productora del glifosato que se usa en la soja argentina- está montando gigantescas fábricas de glufosinato de amonio en su territorio. “El otro día recibí un informe de la agroindustria china y están justamente potenciando esas plantas, posiblemente porque están atentos a que aparezca demanda en otra parte del mundo”, explica Pengue. En el artículo de Agnews que figura a continuación no sólo se habla de eso sino que se precisa que es “cuatro veces más efectivo que el glifosato y dos veces más efectivo que el paraquat”. En cualquier caso, se está hablando de un veneno más poderoso. Más letal.
Aunque quizá, para entender mejor de qué se trata todo esto, haya que escuchar la voz de Federico Trucco, presidente de Bioceres, la empresa detrás del HB4. En declaraciones al diario El País, de España, Trucco afirmó: “Hay un consumidor con un alto poder adquisitivo que busca comer cosas sanas y por algún motivo, lógico o emocional, asocia los OGM (Organismos Genéticamente Modificados) a cosas no sanas. Ese sujeto tiene un prejuicio contra el transgénico, contra la agricultura industrial y hasta no quiere consumir harinas. No apuntamos a ese tipo de consumidor, sino al que busca alimentos baratos y a toda la parte usada como piensos o para sustituir hidrocarburos».
Lo dicho: alimentos baratos pero envenenados para un consumidor que no puede comprar alimentos sanos y seguros. Un pan pobre para pobres y capaz de empobrecer cada cosa que toque (salvo a los dueños del negocio) no importa si ecosistemas, mercados o cuerpos. ¿Qué podría salir mal?
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Fotografía: Nuestras voces