Por: LA PESTE.org. 30/09/2020
La mayoría de los análisis que se han hecho desde que comenzó la revuelta el 18 de octubre han caído en concluir que toda la trayectoria de la violencia que se vivió esos días, toda su intensidad, toda su ruptura, su intempestividad y su misticismo, desemboca inevitablemente (y por sucesión lógica) en una Asamblea Constituyente, en donde el pueblo cambiaría la constitución del dictador Pinochet. Estos análisis, quizás sin darse cuenta de su encapsulamiento, se mantienen en la superficie de lo que acontece, y no ven que lo que está en juego en los momentos de insurrección es profundamente más abismal. Los intelectuales universitarios, pese a que quizás han dado en el clavo en algunas cosas claves, no han logrado romper la cápsula porque romper la cápsula de los análisis constitucionales significa acompañar el movimiento de la violencia. Y los intelectuales, en estricto rigor, no acompañan ese movimiento; sólo lo evidencian, lo rumian, describen su atmósfera y la suspensión que produce, hablan de “estallidos” producidos por excesos (de injusticia, de abusos, de robos) y no de revueltas producidas por contradicciones. Asimismo, los intelectuales no se adentran en la violencia porque eso significaría posicionarse en ofensiva, en ruptura y negación total con el actual orden de cosas. Y los intelectuales no son enemigos del actual orden de cosas. A diferencia del pensamiento que analiza con conceptos de la ideología capitalista y que piensa sobre la revuelta, el pensamiento revolucionario instala en el centro del conflicto los conceptos necesarios para demarcar los bandos y desplegar el ataque desde el conflicto mismo. El pensamiento que se propone acompañar la violencia callejera asume una posición que se precisa revolucionaria. Y este pensamiento, en específico, le interesa a todas aquellas personas que son enemigas del orden existente y que actúan efectivamente a partir de esta situación (Debord).
La mayoría de los análisis que se han hecho sobre la revuelta del 18 de octubre no precisan una perspectiva revolucionaria. No comprenden que el contenido invariante de la emancipación humana es la destrucción del Estado y el Capitalismo patriarcal, y es ese contenido de emancipación lo que conecta todas las luchas del pasado, y todas las luchas que se proyectan al futuro, porque trasciende idiomas, fronteras, espacios y lugares. Cualquier otra cosa que aparezca como la solución a nuestra agonía, a nuestra rabia, a nuestra revuelta, se presenta como contrarrevolucionario y como nocivo. Es este el caso de una asamblea constituyente.
La discusión sobre si votar o no votar vuelve a tomarse el protagonismo y a reavivar el antiguo y estúpido conflicto entre anarquistas y marxistas. En lo concreto, esa discusión tiene mucho de moral, poco de estrategia y ninguna evidencia histórica de efectividad en Latinoamérica o el mundo. Enfrentar el inminente plebiscito es algo que sucederá, y será en la experiencia misma que el pueblo se dará cuenta (otra vez) de que esa no es la vía, de que por ahí solo tropezaremos y de que nunca vamos a ganar. El plebiscito va a salir mal y eso significará un alto gasto de energía y tiempo que pudo ser utilizado en intensificar otras relaciones y potencias. También significará desilusiones profundas.
Los grupos de la socialdemocracia, el FA y cualquier partido de la escena política, apuntan y desgastan todas sus energías en un proceso cuya meta es estéril. Si bien es deseable que existan mejores condiciones materiales para dar una lucha (por ejemplo ciertas restricciones a FFEE, lo que la nueva constitución podría solventar), es igualmente peligroso que este proceso se realice por su inherente potencial apaciguador. Una asamblea constituyente es un elemento para dominar la revuelta. Y la revuelta, si no toma una dirección histórica pronto, no logrará desbordar el orden existente, quedando reducida y colocada en el estandarte polvoriento de las revoluciones frustradas.
¿Qué es lo que hay que pensar entonces? ¿Qué significa todo esto? ¿Cuál es el carácter y el nacimiento de esta revuelta? Es del todo evidente que en Chile el conflicto fue entre dos bandos marcados, y que la emergencia del “estallido” es producto de profundas contradicciones en el seno de la realidad social, aquella realidad desbocada y cubierta por la expansión del valor a todos los ámbitos de la vida humana. En ese sentido, las demandas superficiales que aparecen para intentar sintetizar lo que sucede no son suficientes para captar el fondo. “No más abusos”, “no más impunidad”, “no más privilegios de unos pocos”, etc…Si bien todo aquello es cierto, no alcanza para dimensionar la completa catástrofe que significa la vida en el capitalismo, y por lo tanto, la inmensa magnitud de una liberación coherente, consciente y total.
Es a partir de la catástrofe del capitalismo que aparece la revuelta como fuerza centrífuga y negadora al actual orden de cosas. Y no sólo en Chile, sino que en distintas regiones del mundo. La vida es invivible, y los cuerpos buscan sus potencias. Es natural. El tema es cómo intensificarlo, cómo avanzar, cómo lograr la victoria, cómo vencer al enemigo, cómo autoemanciparnos… “Nuestra preocupación es una lucha de clases que sea capaz de producir algo más que su propia continuación. ¿Hay una contradicción aquí, y una mayor? Sí. Pero la verdadera pregunta es si esta contradicción puede o no ser resuelta. (Dauvé, Capitalismo y comunismo)
Rodrigo Karmy en su libro El porvenir se hereda: fragmentos de un Chile sublevado, ofrece desde la academia Chilena, elementos interesantes para el análisis de lo que sucede, de la violencia, de la revuelta, de lo que viene. Sin embargo, cae en los errores propios de lo que apuntamos más arriba, es decir, en concluir que la trayectoria de la revuelta desemboca en una asamblea constituyente. Pese a aquello, respecto a la violencia seguimos al filósofo:
“…la defensa del pueblo es enteramente legítima porque ella no se inscribe al interior de la violencia sacrificial. La legítima defensa es tal porque revoca al poder, no porque lo reproduce incondicionalmente. El pueblo debe, ante todo, pensar. Porque el pueblo piensa. Y el 18 de octubre se puso en acción uno de los instantes más prístinos de una máquina de pensamiento que, sin embargo, carece de pensadores del mismo modo que la revuelta no tiene liderazgos.” (Karmy, El porvenir se hereda).
La violencia sacrificial es la violencia del Estado, la violencia “hobbesiana”, aquella que se mueve desde arriba hacia abajo. La violencia del pueblo es desde abajo hacia arriba, es resistencia, autodefensa, crítica y negación teórico-práctica del actual estado de cosas. La violencia del pueblo es hermosa y es el lugar (topos) del pensamiento compartido, de la inteligencia común. La revuelta es el pensamiento en acto de los pueblos y en ella las separaciones se rompen; el tiempo y la vida se conjugan en una sintonía que aumenta las potencias de quienes participan del conflicto. No por nada sentimos que vivimos, que todo adquiría otro sentido y que un mundo distinto a este mundo es posible. Es como una ráfaga, porciones de verdad nos encandilan. Esta superposición de sentidos, de encandilamiento y vitalidad es lo que tiene de intempestiva la revuelta:
“Una revuelta lleva a un pueblo a experimentar su infancia, justamente, la inactualidad consigo mismo, el extraño fragor de su intempestividad. Los espacios y tiempos habituales saltan en mil pedazos. Y la revuelta nos recuerda que el temblor más decisivo, el ajuste con nuestra historicidad no es más que un porvenir que se hereda” (Karmy, El porvenir se hereda)
En esta cita, que hace eco en algunas tesis del Comité Invisible, Karmy ofrece una idea lúcida sobre la atmósfera de una revuelta y toda la suspensión que ella produce. Quienes estuvieron al interior de la revuelta, atacando a la policía, saqueando mercancías, cortando avenidas, destruyendo cortinas, resistiendo la calle, corriendo en los pasajes, viviendo, pensando…. Concordarán con Karmy en el carácter intempestivo de la revuelta; es decir, en la disrupción violenta e intensa de una cierta temporalidad (la capitalista) producto de la aparición de una temporalidad atemporal (la revuelta). Esta disrupción es lo que nos coloca a la altura de la época, ya que nos hace ingresar en un tiempo en donde todo se decide a partir de nuestras propias acciones, en donde la historia se abre para escribirse y en donde son los grupos explotados quienes tienen el deber de cambiar la dirección hacia su horizonte histórico de emancipación: la absoluta destrucción del Estado y el Capital.
Desconocer el contenido invariante de nuestra emancipación ha traído profundos errores y degeneraciones de los procesos insurreccionales. Las revoluciones que han habido a lo largo del mundo, siguen siendo revoluciones pese a haber (todas) fracasado. Que en el globo terráqueo no quede ni un solo rincón que no esté sometido a la mercancía y a cualquier forma de autoridad es una muestra de aquello. Y este fracaso debe encontrar su catalizador y su superación al interior de él mismo y ser capaz de proyectar al mismo tiempo la liberación pendiente.
Es ante toda la necesidad histórica de emancipación del proletariado que aparece la Asamblea Constituyente como la panacea, como la herramienta de transformación (gradual, siempre muy socialdemócrata) de la sociedad existente, sin cuestionar el corazón de ella y del capitalismo mundial: la necesidad de crear y acumular valor a partir del trabajo asalariado. [1]
¿Qué hacer? Se preguntaba Lenin. ¿Cómo hacer? Se pregunta Tiqqun. Ante el escenario que se avecina, de ninguna manera promovemos el boicot o el rechazo generalizado al plebiscito. Sin embargo, no caemos en la ingenuidad. Es fundamental mantener la crítica constante, de manera total, a todas las aristas que sostienen la dominación. En tanto que somos el pueblo buscando su emancipación, es en los barrios y comunas en donde es importante mantener la actividad. Existen hoy en día acciones prácticas mediante las cuales nuestra clase prefigura el comunismo y la anarquía. Es allí en donde hay que catalizar la revuelta, desbordar la contrarrevolución (que ya está en marcha) y proyectar una lucha que no se detenga con un simple apruebo o rechazo. Al final de cuentas, no podemos olvidar las verdades éticas, esas que nos duelen y nos hacen salir a la calle a quemarlo todo. Ninguna constitución nos devolverá a compas asesinadxs, y mucho menos nos garantiza la liberación de nuestrxs prisionerxs. En este punto, vamos más allá de la justicia y apuntamos a la venganza resentida.
Quien quiera ir a votar que lo haga, pero que no olvide que el asunto no termina allí. Por nuestra parte, a diferencia de lo que dice Karmy, nos alejamos de las idealizaciones:
“…Pero la potencia popular sabe todo eso y se ha situado en una república imaginal que abre un lugar para contener el fragor de su pensamiento: la Asamblea Constituyente. Ella es el lugar sin lugar que puede contener a la potencia del pensamiento, el nuevo reparto de lo sensible provisto por esta inteligencia común. Sólo una asamblea constituyente- que por primera vez impida la imposibilidad de un pacto oligárquico- puede hacer justicia al carácter común de la potencia del pensamiento, solo ella puede proponerse como el lugar del pueblo, para cuya fiesta la oligarquía chilena sólo ha ofrecido migajas”
Esta es la conclusión de los análisis constituyentes. Empapados de socialdemocracia y dominados por una visión, al parecer, ahistórica y aviolenta del Estado, caen rendidos a la primera consiga que intentó sintetizar la rabia de Octubre y que se cocinó a espaldas del pueblo: la Asamblea Constituyente. No podemos estar más en desacuerdo. El despliegue de la revuelta en tanto pensamiento del pueblo y en tanto que contiene en su interior una potencia inconmensurable, es incoherente con la instauración de un Estado más amable y “democrático”[2] porque simplemente lo desborda. Todo el análisis de Karmy se desvanece porque cree que la Asamblea Constituyente es el telos de la revuelta, su inevitable entelequia. Todo el esfuerzo y la descripción para acabar en una conclusión derechamente socialdemócrata, conciliadora de clases, y en última instancia, contrarrevolucionaria. El análisis de Karmy no acompaña la violencia.
La emancipación total aún está en juego y depende de nosotrxs. A no soltar la calle, a fortalecer la autonomía de clases, a prepararse física y mentalmente para lo que se viene. Si bien el repliegue producto del Covid-19 ha sido evidente y necesario, no podemos olvidar que la guerra de clases, pese a ser asimétrica, es necesaria. La asamblea constituyente es sólo una piedra en el zapato. El enfrentamiento con nuestros enemigos históricos aún no termina.
Notas
[1] En esa misma línea, Karmy no se equivoca cuando dice que una revuelta siempre va a pérdida porque es aneconómica, ya que altera el normal funcionamiento de las instituciones y de la circulación de mercancías, en especial cuando a través del saqueo, por ejemplo, se pone en cuestión a aquella célula de la economía burguesa.
[2] Otro concepto que los intelectuales usan ignorando que no hay más democracia que esta, que ella no merece ni purificación ni reivindicación, y que simplemente es la dictadura del capital.
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Fotografía: LA PESTE.org.