Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 16 de noviembre de 2024
The Substance/La Sustancia (Coralie Fargeat, 2024)
Si bien la codificación del terror en los tiempos actuales asesta sobre la aprensión que las nuevas generaciones exudan en temas como la responsabilidad, el encasillamiento y la falta de singularidad dentro de un entorno globalizado que lo torna irónicamente en quimérico, con La Sustancia no vamos más lejos de ello, la vacuidad contemporánea se expone ante el podio estético; la urgencia del halago que naturalmente se torna en un cariño hipócrita: la sujeción predominante de los presentes días. El escenario elegido para el encadenado que presenta la realizadora francesa en su segundo largometraje formal, no es para nada fortuito, compromete –y se mofa– del corporativismo de la banalidad total del espectáculo: Hollywood (la industria por excelencia de la trivialidad, el lenocinio y la codependencia); la fábrica del cliché y la espectacularidad que construye y reconstruye a modo y conveniencia, aquella que grita en un tubo resonante para que el eco deconstruya su reglas inciertas y pueda lavarse las manos de manera cuasi virginal. El terreno es fértil, claro, allanado para que la falsedad termine por ser un bien necesario.
Ante un campo expresivo, buscando plenamente la reacción antes que el sigilo durante largos tramos del metraje, el concepto de belleza predomina como el eje temático; dado que aquí la beldad se representa como una prisión temporal, la trama se transmite en una especie de anti-cuento de hadas donde la heroína no anhela la felicidad, sino en que va en contra del reloj para sobrevivir ante el monstruo de la notoriedad mediática. Ante el proceso gremial, hay plazos por llenar y plazos por vencer, fechas que habrán de llegar y términos que se intentarán negar; presiones, todas, cuyos resultados son el pleno artificio: una máscara vital que la propia directora ya había explorado en su cortometraje “Reality+” (2014). La paranoia, pues, es una derivación que se despliega ante el mito de la eterna juventud, trastocado aquí hacía el reflejo del espejo de la celebridad. La voz que nos habla del otro lado no es más que el llamado de la enajenación. En una analogía plena del filtro, tapiz con el que nos encubrimos en la virtualidad, el mayor temor expresado aquí –la incipiente raíz de esta disertación de horror– es el enfrentamiento ante la persona real y el personaje creado. Ya no existe una frontera fehaciente entre los deseos/fantasías y el pulso de la autenticidad (caso de la propia película). El horizonte es, entonces, palpable para cualquiera: perderse en un desdoblamiento que nace ingenuamente de la banalidad.
Cual Frankenstein, Fargeat edifica su esperpento sobre el mandamiento de la fastuosidad y tras el sello de la manufactura empresarial: la fábrica de monstruos contra la volatilidad del atractivo (físico, sexual o estético) genera el aborto a decisión de a quien se le ha solicitado: bajo su regulación, convenio y prescripción. Su elección/selección: cuando ya no le sirve tu estética ya no le eres útil; los secretos más preciados se encuentran en los recovecos menos lógicos y placenteros. En este laberinto la madurez se cocina destazando… Y todo ello, claro, con reverberaciones geometrico-kubrickianas en el decorado, con dejos del Cronenberg más orgánico en las mutaciones física y psicológicas y un muy sutil guiño al Vértigo de Hitchcock; dotando el desdoblamiento de tópicos fantasmagóricos y criminales: la partición, queda claro, es la esencia del show. Y el show siempre debe continuar; auto-enorgullecerse hasta perder el sentido original.
La historia, como todas, ya ha sido contada en múltiples ocasiones. La substracción de la identidad en pro de la fama y la atención personal, así como sus consecuencias, la encontramos en disertaciones más profundas –patológicas y filosóficas– como en “Persona” (Bergman, 1966) y en procederes más melodramáticos como en “All About Eve” (Mankiewicz, 1950). El ejercicio presente claramente se separa de estas aproximaciones desde su código para abocarse a un estilo más grotesco, áspero y virulento. Las armas apuntan bien y de manera clara: ante una cultura de alto consumo, el auto-consumo es la expresión máxima del amor y el dolor propio. La auto-alabanza es la ensoñación; lo que da es lo que quita. Quizá la metáfora más indiscutible en este panorama es que todo tiene su momento, que las cosas habrán de sucederse tan de repente que ni siquiera puedan ser paladeadas. El viaje no será tan rápido como el olvido sino tan sólo como la aparición de algo supuestamente novedoso que prontamente caducará; una vendimia más. El poder, claramente, no existe pues no lo conocemos; ni lo vemos ni lo controlamos. La pregunta es obvia: ¿puede ser gobernado?
La Sustancia de Coralie Fargeat
Calificación: 3 de 5 (Buena a secas).
Fuente: https://www.facebook.com/share/p/GTb22khZqY7bysJE/?mibextid=WC7FNe
Fotografia: postercinema.eu