Por Güris J. Fry. ECO’s Rock. 18 de enero de 2025
Juror No. 2 (Clint Eastwood, 2024)
Con 94 años a cuestas Clint Eastwood ha circundado el mundo del cine, su paso por delante y por detrás de las cámaras cuenta con un variopinto abanico de pinceles y brochazos; asimismo de resultados e interpretaciones. Su multifacética carrera nos ha dado tanto momentos brillantes como mostrado el lado opuesto de dicha arista. Si bien en su más reciente etapa ha intentado resarcir ciertos códigos personales que fue zurciendo a lo largo de su carrera dotando de un tono melodramático el periodo crepuscular de personajes que, si bien no dejan de mirar con cierta esperanza el horizonte venidero, aún velan y se hacen responsables de su pasado en producciones como “Mule” (2018) y “Cry Macho” (2021), los resultados en realidad fueron más que irregulares. Si bien hace años optó por darle finiquito a su personaje de la saga de Dirty Harry en la brillante “Gran Torino” (2008) para posteriormente seleccionar a diversas “personalidades” a manera de revisitación, tributo y/o crítica –“Jersey Boys” (2014), “J. Edgar” (2011), “Invictus” (2009), “American Sniper” (2014), “Sully” (2016)– las calidades fueron igualmente intermitentes. Es, pues, en esta su más reciente entrega que regresa al campo que más temple le ha dejado: la amoralidad franqueada a través de la mirada estadounidense.
Sobre ello podemos rememorar su poderosa historia de amor sazonada al compás del blues y el jazz, “The Bridges of Madison County” (1995) donde la infidelidad se torna como la única vía de escape a la felicidad, o su road movie donde la villanía recompensa el asedio de la fe; “A Perfect World” (1993). Ni se diga “Mystic River” (2003); la amistad como la original sentencia de tragedia y abandono, así como la pasmosa “Letters from Iwo Jima”; convirtiéndolo aquí en uno de los pocos realizadores de su país que se ha enfocado cien por ciento en el campo rival de un momento tan glorificado por su nación como la batalla del pacífico en el marco de la segunda guerra mundial.
Con Juror No. 2 Eastwood se centra en el dicotómico interés de la justicia, en el extravió del supuesto valor universal de la imparcialidad legal, en su ambiguo atributo de ceguera y realza el factor humano de la conveniencia. La probidad aquí no asoma y cada una de las piezas que se ponen en juego (por más pequeña que sea) arremeten tan sólo por sus propias metas y gratificaciones; el futuro está construido de nuestras intenciones, de lo que nos hagan hacer con tal de no borrar el objetivo; llegue o no llegue este. La utilidad y el beneficio personal está antes que la impartición de equidad.
Si bien el tono melodramático antes descrito sigue presentándose en algunas secuencias, sobre todo dentro del hogar del protagónico, la edad no flaquea en el incansable director y logra equilibrar las fuerzas para no perder el blanco de su lienzo: la disyuntiva de la rectitud. La madurez y experiencia de su hechura se nota al no tratar de llevar su encadenado a un sorpresivo final, no nos niega la verdad de los acontecimientos y sobre ello; la revelación de lo que en realidad sucedió desde el primer acto, cimienta un entramado de acciones que apuntala el impúdico y liviano sistema de juicios orales en los Estados Unidos de Norteamérica.
El soporte es simple y conocido: la actuación. Los intérpretes en este caso, si bien no brillantes, sí que mantienen de manera eficaz el cavernoso laberinto de posibilidades: aprensión, nervio, tensión. El sobre-pensamiento se expone al tiempo que una maquiavélica estrategia se va edificando enfrente nuestro. El espectador, claro, no queda fuera de la ecuación y se nos da el poder de conocerlo todo: ¿qué hacer con toda esa información?, ¿cómo validarla? Las interrogantes son obvias y las respuestas aún más: depende la silla en que nos haya tocado sentarnos. El juego de la ceguera, usado desde el primero plano de la obra, abraza toda situación y nos enturbia al intentar mirar hacia nuestros adentros: ¿qué haría yo en tal o cual rol? ¿Actuar con la razón?, ¿la personal o la utópica requerida y solicitada? Todo es más un cuestionamiento que una solución.
La justicia en esta pieza de Clint Eastwood es una paradoja; si bien es una de esas nociones con las que los estadounidenses no han podido del todo crear una industria en torno suyo, sí que la han redirigido al negocio del espectáculo. La práctica del litigio les ha servido como un sello con el que exportar sus valores –ocasionalmente cursis y patrioteros– del derecho. La sistematización mediática de la discreción resulta absurda y aún en la crítica les es de ayuda para generar una función de servicio y distracción. Clint Eastwood pone un dedo sobre una de sus llagas, pero esta no sangra, al menos punza y nos permite ver uno de los pequeños puntos de discernimiento que existe en todo valor de construcción social, sitio donde hemos siempre de fallar.
Juror No. 2 de Clint Eastwood
Calificación: 3 de 5 (Buena a secas)

Fuente: https://www.facebook.com/share/p/1B417jqNAw/?mibextid=wwXIfr
Fotografía: posterspy.com