Por: Franco Berardi (Bifo). 19/11/2024
Me pregunto si es correcto, si es legítimo seguir diciendo la verdad cuando la verdad es tan horrible que podría disuadir de intentar vivir
inistro rumor di silenzio (Clemente Rebora)
Joker: folie à deux
Caminando hacia el cine Medica donde se proyectaba Joker 2, le susurré a Billi, que me acompañaba, lo siguiente: «Me temo que esta segunda parte nos va a decepcionar». ¿Recordáis el Joker de 2019? Era el otoño de la convulsión que precedió a la psicodeflación pandémica: ciudades de medio mundo, de Santiago de Chile a Hong Kong, de Teherán a Quito, estallaban en una insurrección convulsiva carente de estrategia común y Joker se me antojó entonces como el símbolo del sufrimiento psíquico rampante, de la depresión social y del deseo de explotar que se difundía por doquier. Reaganismo y trumpismo, liberalismo y nazismo, locura psicótica y culto al individualismo competitivo, aceleración del ritmo de la infosfera: todo eso estaba en la risa demente de Arthur Fleck y en el baile sinuoso de Joaquin Phoenix. No creía que la nueva película pudiera continuar ese encantamiento distópico, esa inyección de verdad dolorosa. De la secuela había visto un tráiler y temía que me decepcionara con un final feliz hollywoodiense. Me equivoqué. Salí del cine convencido de que Todd Philipps es un príncipe del imaginario contemporáneo, un intérprete del Zeitgeist oscuro que acogota la época en la que vivimos: una época de genocidio en la que Auschwitz es un espectáculo al que nos invitan a diario los torturadores israelíes.
La voz de Lady Gaga duele como una esquirla de cristal puro. La danza de Phoenix transmite la elegancia dolorosa y deformada del cuerpo atormentado por la crueldad metropolitana. No hay esperanza salvo en el entertainment [entretenimiento], dice ella. Sólo en la ficción podemos enamorarnos, sólo en la ficción podemos vivir. De hecho, Arthur Fleck y Harley Quinn son enamorados felices en las escenas imaginarias del musical. En realidad, son prisioneros, depresivos crónicos atiborrados de psicofármacos indispensables. Cuando Joker declara en el juicio que Joker no existe, que él es Arthur Fleck y que su vida está destrozada para siempre por la memoria y el ser, su amante se marcha, ha dejado de estar enamorada de él. Sólo en la ficción del entertainment podíamos ser felices, le dice. Yo amaba a Joker, no puedo amar a Arthur Fleck.
Este Joker 2 termina de un modo muy doloroso, cualquier cosa menos un final feliz de Hollywood. Es una película realista sobre la irrealidad de la vida o, mejor, sobre la imposibilidad de la vida en la realidad. Es una película sobre la ironía, pero se trata de una ironía tan triste, tan desesperada, que me pregunto si es correcto, si es legítimo seguir diciendo la verdad cuando la verdad es tan horrible que podría disuadir de intentar vivir.
¿Qué estoy haciendo?
¿Qué sentido tiene? Fue entonces cuando me encontré pensando en mí mismo, en lo que estoy haciendo.
La repetición del horror de Auschwitz me hace daño como le hace daño a cualquiera que no se haya vuelto totalmente insensible al dolor del mundo
¿Para qué sirve? Desde hace siete u ocho meses me ocupo de este blog, que llega a unos cuantos miles de lectores y lectoras. Pero, ¿qué sentido tiene? La primera respuesta que se me ocurre es la más sincera: escribo este blog para curar mi angustia, mi sensación de desconcierto e impotencia ante el precipicio, que se está tragando toda forma de vida y de lenguaje. La repetición del horror de Auschwitz, esta vez en las pantallas de todo el mundo, me hace daño como le hace daño a cualquiera que no se haya vuelto totalmente insensible al dolor del mundo. Pero me he preguntado: ¿no podría curar mi angustia en privado, en silencio, tal vez tomando unas pastillas, sin mostrar públicamente mi dolor y mi abatimiento? ¿No corro el riesgo de perjudicar a quienes me leen, sobre todo a los lectores y lectoras jóvenes, a quienes hay que animar a no dejarse vencer por la desesperación?
He reflexionado sobre estas preguntas y me he dado las respuestas correspondientes. ¿Qué estoy haciendo? Intento dibujar un mapa del abismo que nos vemos obligados a explorar. Saber dónde nos encontramos es mejor que no saberlo y dibujar un mapa del abismo puede ser útil para quienes deben habitarlo, constituyendo una condición necesaria para vivirlo felizmente en la medida de lo posible. Intento cartografiar el territorio de lo inevitable para que alguien pueda esconderse en los recovecos asfixiantes y tortuosos de lo imprevisible. Desde que el 11 de septiembre de 1973 el general Pinochet mató la democracia chilena para complacer a sus amos liberales yanquis, la democracia se ha convertido en una farsa y la vida es más triste para todos. Desde que el internacionalismo obrero ha sido derrotado, la guerra ha vuelto a todos los ámbitos. La guerra que estalla en muchos lugares del mundo es ante todo una guerra colonialista y genocida, y Gaza es su símbolo y su centro.
La guerra que estalla en muchos lugares del mundo es ante todo una guerra colonialista y genocida, y Gaza es su símbolo y su centro
Mientras que el organismo social se encuentra en un estado de impotencia, reducido a la pasividad y a la depresión, Occidente está preso de un marasmo senil, que, sin embargo, posee la potencia que puede cancelar la vida en el planeta. La historia del siglo pasado demuestra que el fascismo y la guerra pueden funcionar como una cura para la depresión. La agresión actúa sobre el organismo deprimido como las anfetaminas. Pero es una cura suicida. Las anfetaminas permiten al organismo deprimido pasar una noche eufórica, pero a las cinco de la mañana ese organismo se tira de un décimo piso. Esta cura suicida se repite hoy en día a una escala mucho mayor. La guerra moviliza las energías deprimidas y las arroja a un vórtice destructor. ¿Qué estrategia psicopolítica puede sacarnos de este agujero negro?
Quizá la condición para que emerja una subjetividad autónoma radique en asumir consciente y colectivamente el síntoma depresivo
La corriente más fuerte presente en la psicosfera contemporánea es la pasividad depresiva. Quizá la condición para que emerja una subjetividad autónoma radique en asumir consciente y colectivamente el síntoma depresivo. Prescribir el síntoma es a veces una cura eficaz. En el inconsciente colectivo hay una tendencia a desinvertir la totalidad de la propia energía, a retirarse del propio juego social. Esta desinversión, este deseo de abandono, esta pasividad, pueden convertirse en una fuerza inmensa, si se viven de forma consciente y sistemática. Cuando los asesinos llaman a la defensa de la patria, muchos piensan: no quiero morir, ni quiero matar para obedecerles. Desertar no es fácil, pero es necesario desertar. En las condiciones sociales del naziliberalismo contemporáneo cada esfera de la vida social es una esfera de guerra: la competencia es guerra y la competencia está en todas partes.
Es necesario, pues, desertar en todas partes.
Recomendamos leer Franco Berardi, Bifo, «Thomas Matthew Crooks», Diario Red, El tercer inconsciente (2022), La segunda venida (2021) , Futurabilidad (2019), Fenomenología del fin (2017) y Quarant’ anni contro il lavoro (2017).
Artículo aparecido originalmente en Il disertore y publicado con permiso expreso del autor.
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Fotografía: Diario red. Istubalz 2019: La convulsión — Il Disertore