Por: Federico Reyes Heroles. Excelsior. 02/08/2017
Pasen ustedes. Qué gusto verlos. Por favor, siéntense. Es la casa del personaje, así logra un ambiente más cálido y personal. ¿Una copa? Lo imagino con la sonrisita que nunca se desprende de su rostro, un ser humano en busca de la paz, de un México gobernado por el amor, así inicia la conversación
Los invitados son empresarios fuertes que le hacen la corte, no sea que vaya a ganar. Apuestan unas fichas al rojo, otras al negro. Así lo han hecho muchos de ellos en las últimas elecciones. Creen poner a salvo sus inversiones y sus negocios coqueteando con el personaje, lanzándole un guiño, no asumiendo ninguna confrontación, creen engañarlo, cuando en verdad son los engañados. Ellos son, en buena medida, responsables de su supervivencia, son cómplices indirectos de toda la trama nacional.
El tres veces candidato a la Presidencia se muestra afable, todo un defensor de la sencillez, la honestidad y la sinceridad. Ustedes, como yo, también están hartos de la corrupción —pregunta el tabasqueño—, ¿verdad? Por supuesto —contestan los otros. Pues ése es el motivo de mi lucha. Ya ven, ustedes y yo estamos del mismo lado. De eso se trata, quieren otra copa, permítanme servírselas. La placidez lo acompaña, nada de agresión en contra de los capitales, puras preguntas de sentido común. ¿Qué tal lo del socavón, verdad que es inadmisible? Claro —responden los otros. Qué les queda, pues eso es lo que está acabando con México —remata el anfitrión. Cuando llegue a la Presidencia, porque voy a ganar —va advertencia—, eso lo vamos a cambiar, todo lo demás va seguir igual. Los empresarios, según lo platican, no tienen cómo objetar tal sensatez.
Pasan a la mesa, convencidos o fingiendo que todos están en el mismo barco. El tabasqueño desaparece unos minutos para supervisar lo que ocurre en la cocina. Regresa, no tengan miedo, para ustedes todo va a ir bien —lanza, sin más—, pero el pueblo demanda, exige un cambio y la opción que ha tomado se llama Morena. Yo he servido para canalizar el enojo —casi insinúa que le agradezcan sus buenos oficios. El anuncio-amenaza de su victoria llega justo antes de que aparezcan las quesadillas elaboradas personalmente por el político. Algo popular, algo del pueblo que él dice representar en exclusiva. Así transcurre la conversación, entre mutuas amabilidades, nada de fricciones, todo es y será atención de él a sus problemas, no como EPN, que se tarda meses en recibirlos.
Son los mismos empresarios que están aterrados de la llegada de AMLO al poder, los mismos que están dispuestos a sacar sus capitales por temor a sus medidas radicales, los mismos convencidos del caos predecible. Pero y ustedes, ¿qué le preguntan?, les pregunto yo. Él habla, dice que la gente está muy cansada, que el cambio será bueno para el país, que él gobernó el DF y que nada grave ocurrió, que su gestión fue ejemplar. Pero, ¿le creen?, inquiero, de verdad alguien que amenaza con suspender la construcción del nuevo aeropuerto de la capital de la República, que ha mandado y manda, un día sí y otro también, al diablo las instituciones, el mismo que bloqueó el Paseo de la Reforma por meses causando a México un daño terrible, ¿a él le creen?
Se miran entre ellos, quieren creerle por miedo. Acuden a las amables invitaciones para comprar un seguro de vida, acobardados, no asumen una posición política, no le respingan, no le reclaman, se comen las quesadillas con el ánimo de fumarse una pipa de la paz. Y qué de los Bejaranos y de Ayotzinapa y de Tláhuac, de los ocultamientos en la construcción del segundo piso, todo relacionado con personas cercanas a él, qué hay de la Reforma Energética que está siendo un éxito y que él considera un acto de traición a la patria que debe ser revertido. Se comen las quesadillas y guardan un sepulcral silencio.
Atrapados en sus temores, no hacen política sino grilla barata, de estilo quesadillas, ésa que no compromete. Fingen ante él y fingen ante sí mismos, de nuevo, pretenden engañarlo, pero son los engañados. Todo transcurre entre amabilidades, pero al día siguiente el tabasqueño sale a decir otra barbaridad sabiendo que los empresarios son unos timoratos que no darán la batalla y cuyos miedos le pavimentan el camino.
En ese juego de complicidades, los empresarios pierden su mejor carta: defender públicamente sus intereses y los principios de una sociedad abierta, de libre mercado, actuar sin deudas con el poder. O quizá allí es donde me equivoco: no enfrentan a AMLO porque dependen de los favores del poder, andan tras de un nuevo acomodo que les permita seguir en lo mismo, acuerdos indirectos o directos que no pueden ser públicos. Por eso se comen sus quesadillas sin respingar ante las sandeces y extorsiones veladas del aspirante perpetuo. Con ese silencio cómplice son parte de la degradación política de un México, todo en un “quesadillas style”.
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Fotografía: lopezobrador