Por: Roberto González Villarreal, Lucía Rivera Ferreiro y Marcelino Guerra Mendoza. Contacto: [email protected]
Después de cuatro años de lucha contra la reforma educativa; de cuatro años de declararla muerta, fallida y fracasada una y otra vez, solo para ver que sigue ahí, que se afirma y desarrolla, quizás sea el momento de ver lo que hemos hecho para llegar a esto.
Quizá sea tiempo de preguntarnos por qué, a pesar de miles de acciones individuales y colectivas, de decenas de muertos, centenas de despedidos, miles de maestros heridos, profesoras maltratadas y normalistas vejados, no hemos logrado abrogar, descarrilar o suspender la reforma educativa.
Pareciera que ha ocurrido lo contrario. A juzgar por el modelo transexenal de educación, los cambios en el estatuto jurídico-administrativo de los directivos escolares o las nuevas convocatorias a la evaluación de desempeño, la reforma está más viva que nunca. Y peor: más agresiva, más determinada y determinante; contrasta con las muy pocas, aisladas, ralas y desorganizadas protestas desde octubre del 2016.
Es tiempo de analizar cómo hemos llegado a esto. Sin miramientos y sin contemplaciones. No para renegar del pasado, menos aún para conceder algo a los discursos derrotistas y los llamados al ajuste de cuentas, sino para localizar lo que no funciona, lo que nos bloquea, lo que nos impide relanzar la ilusión y acometer lo que parece imposible.
Desde luego, esto implica un debate colectivo en muchos frentes. Ninguna explicación es fácil, sencilla ni monocausal. Siempre es compleja, por lo que debe procederse por partes.
Intentaremos colaborar con algunos textos, analizando varias dimensiones de esta cuestión. Por ahora, una que nos preocupa mucho y es responsable del menosprecio y la infravaloración de la reforma, es lo que hemos denominado la trampa cognitiva de las resistencias; o cómo el poder trabaja y modela la información, los conceptos y los marcos analíticos de las mismas resistencias. En otras palabras, cómo hasta los críticos terminaron por velar los propósitos de la reforma y convertirse en sus cómplices.
Es un tema que pocas veces aparece en los comentarios, por su supuesta carga teórica, pero es la clave de los posicionamientos y las estrategias de lucha.
Empecemos. Una y otra vez, los comentaristas, asesores y hasta las dirigencias magisteriales han señalado la ausencia de una política de Estado en educación; una y otra vez han denunciado la reforma como parcial, laboral y hecha al revés; han insistido que es una política educativa mal hecha, a tropiezos, sin legitimidad y con muchos problemas de implementación, al grado de asegurar que falló porque no va a alcanzar a evaluar a todos los maestros o por que el modelo educativo iniciará hasta el 2018.
Así, con esta forma de pensar, se ha pretendido combatir la reforma educativa. Pues bien, ese es el enfoque de la política pública. Ese es el enfoque del poder. ¡Hasta los críticos piensan como el poder! Quizá por eso nos va como nos va. ¿Cómo escapar de la reforma educativa si reproducimos en el pensamiento lo que queremos derribar?
Las políticas públicas son parte del poder; forman parte de su discurso, de sus técnicas, de sus encubrimientos. No es un saber neutral o un saber técnico: es el poder en acción. ¿Por qué? Muy sencillo: la lógica de la argumentación es secuencial: del diagnóstico al diseño, luego la implementación y la evaluación. ¿Quién habla? El poder. ¿Quién diseña? El poder. ¿Quién implementa y quién evalúa? El poder. En este enfoque, las resistencias sirven para advertir problemas, para localizar fallas, para facilitar encuentros, para acelerar programas, para remendar, para cumplir, para desbloquear.
En el caso de la reforma educativa, las críticas han servido para incorporar nuevos elementos (como el caso de las fases de la evaluación, al hacerla más integral y contextual); para destrabar cuestiones (como el caso de las evaluaciones en estados de alta conflictividad); para evitar dificultades (como los nuevos avisos de notificación); para completar procesos (como el Nuevo Modelo Educativo). Cuando se comparte el modo de pensar de la reforma, la crítica se convierte en su cómplice. Es su asesora; o su escort, según el caso.
La reforma triunfa donde se ha naturalizado; donde ha encarnado; donde se ha vuelto práctica, costumbre, institución e, incluso, crítica. Ese es el poder cognitivo; ese es el noopoder (según Lazzarato, de noos, o noûs que designa en Aristóteles la parte más alta del alma, el intelecto), el que trabaja directamente sobre los modos de información, reflexión y concepción.
Un poder sinuoso, no reconocido, casi imperceptible, pero que funciona transversalmente, de arriba abajo y de derecha a izquierda. El poder que forma los marcos de referencia; el poder que selecciona, edita y compone la información que se recibe, los valores que se proponen y que se jerarquizan, los que se convierten en instituciones, en modos de vida, en prácticas, en identidades.
No debemos olvidarlo: la relación de poder se solidifica cuando el verbo se hace carne, modo de pensar y forma de vivir. Y de eso trata, a final de cuentas, la educación, de producir sujetos, ¿no? Pero sujetos, es decir, personas sujetadas por múltiples técnicas y tácticas del poder. La mayor de ellas: su propia identidad. ¿Recuerdan al maestro-apóstol, a la maestra-funcionaria, al profesor–trabajador, a la militante sumisa?
En el magisterio lo sabemos bien. Es lo que pasó con el corporativismo; el SNTE y los charros ganaron porque su régimen de control fue político y subjetivo; ganaron cuando sus prácticas, sus conceptos, sus reflexiones se volvieron modos de pensar, de vivir, de concebir la escuela y los fines de la educación, en todos los maestros, incluso en los padres de familia. Triunfaron cuando se volvieron hábitos. Y peor aún: también triunfaron cuando quienes se rebelaron, luego de indignarse, ganar delegaciones y secciones sindicales, adoptaron sus prácticas, sus modos de relacionarse, sus reflexiones y sus instituciones.
Diríamos más: esto lo sabe el poder. ¡Y muy bien! Por eso no se detiene en recetas, aunque se las haga tragar a los demás (como eso de que primero fue la evaluación docente y al final la reforma curricular). Sabe muy bien que su secreto es la capacidad de incidir, de afectar, de corporizarse, de volverse práctica, costumbres, usos, valores, subjetividades. Por eso opera directamente sobre la mente, los corazones, las vidas y las expectativas de los demás.
¡Sin afectación no hay poder que valga! De ahí que trabaje directamente sobre los modos de analizar, sobre los modelos, los discursos y los marcos de referencia. ¡Y más en estos tiempos del capitalismo cognitivo!
Este es el asunto: si queremos dinamitar las afectaciones de la reforma educativa, si queremos causar cortocircuitos en los regímenes de poder, ¿cómo podremos hacerlo si seguimos presos de sus formas de pensar, de imaginar y de actuar?
Eso es lo que ha pasado en los últimos tiempos. Mientras la reforma se despliega en cambios constitucionales, legislativos, institucionales y programáticos, que afectan vidas, cuerpos, expectativas y formas de subjetivación, quienes resisten se le enfrentan con su misma lógica, con sus mismas herramientas. Así tenemos a críticos que dicen que la reforma es parcial, que está desfasada, que primero era el modelo curricular, que los cambios son técnicos, que la evaluación es punitiva, es decir, todo lo concerniente al ciclo de políticas públicas -y mal usado, además, pero esto no importa ahora-.
La crítica acompañó a la reforma. Sus análisis nunca se salieron del marco establecido por ella misma. Por eso en muchas ocasiones el INEE y la SEP le hizo caso: se cambiaron procedimientos, fechas y mecanismos; se aceleraron programas, procesos y se incorporaron nuevos elementos.
Por eso, insistimos una vez más: la reforma nunca estuvo más viva que cuando los críticos y didácticos la declararon muerta: fue entonces cuando se apresuraron evaluaciones, se avanzó en la reclasificación de directivos, se estableció un cronograma transexenal de aplicación del nuevo modelo educativo y ¡se velaron todos los efectos meta-laborales y subjetivos de la reforma! Todos los que se encuentran en los programas microescolares, como la normalidad mínima, calendarizaciones escolares, Escuelas al Centro, escuelas al CIEN, etc.
Por eso decimos: cuando la crítica no rompe con los marcos analíticos establecidos por el gobierno, termina volviéndose cómplice. Lo sigue, lo apoya, le reclama hasta la ignominia: como los amores despechados, como los amantes resentidos.
Quizá esta sea una de las grandes enseñanzas de cuatro años de resistencias. ¡No se pueden enfrentar los procesos de subjetivación -recordemos que este es el fin último de la reforma-, con los mismos instrumentos del adversario!
La reforma cambió las reglas del juego. La problematización, los medios e instrumentos, los objetos y objetivos de la reforma educativa son distintos a los anteriores. ¿Y pretendemos enfrentarlos con los instrumentos del pasado? ¡Con los mismos instrumentos del Pacto por México y la OCDE!
Nada le servía más a los reformadores que cuando la crítica les exigía el modelo curricular, les pedía contexto e integralidad en las evaluaciones, les urgía aplicaciones más eficientes y eficaces, tiempos razonables, reactivos más pertinentes, etc.
La reforma se les metió en la cabeza hasta a los críticos. ¿Cómo sucedió? Muy sencillo: porque nunca cuestionaron ni la racionalidad ni los conceptos de la reforma, sólo su aplicación, sus tiempos, sus partes. Porque siguieron la narrativa y la tecnología de la reforma, es decir, el enfoque de las políticas públicas. De ahí no se sale. Por más que tengan buena voluntad, siguen atrapados por la lógica, los conceptos y el konw how de la reforma. ¡Por eso Mexicanos Primero, la SEP y el INEE siempre van un paso adelante!
Llevemos el argumento un poco más lejos. Mientras el poder cambia su racionalidad y su dinámica, la crítica se le enfrenta con los instrumentos del pasado. La crítica se hace en nombre de lo que se pierde, de lo que se abandona, ¡aunque ello mismo fuera efecto del viejo régimen!
Peor aún: ¡se embellece un pasado nefasto, un pretérito de sujeción! Lo mejor que se tiene ahora, desde la perspectiva crítica, parece ser el regreso al pasado infame o la atemperación y dulcificación de la reforma. Un asesor de la CNTE lo dijo con todas sus letras: ¡estábamos mejor con Elba Esther!
¡Por eso nunca salimos! ¡Por eso siempre perdemos!
Es necesario darnos cuenta de este bloqueo político-epistémico de las resistencias. No vamos a llegar a ninguna parte si seguimos utilizando las herramientas conceptuales del pasado. ¡Son las del poder! Nunca vamos a triunfar si seguimos cognitivamente presos del adversario.
Fotografía: nvinoticias