Por: Sandra Chagas. Revista Anfibia. 03/06/2020
“Si nadie lo filmaba hubiera sido un negro muerto más.” Sandra Chagas mira la protesta afrolatina en Estados Unidos y el reclamo a un presidente que descarta sus vidas incluso durante la pandemia. No es que el activismo en el país de Martin Luther King estaba dormido: “es que cuando te matan un líder, cuesta rearmarse”, dice. Mientras, espera un fallo histórico para la comunidad afro local: 24 años después del crimen contra su amigo y líder José Delfín Acosta Martínez, la Corte Interamericana de Derechos Humanos dice que el Estado argentino fue responsable.
Mi amiga entra al supermercado de Balvanera, donde vive. El encargado de seguridad la sigue. La mira, no le saca los ojos de encima. Ella quiere comprar yerba. Siente la mirada en la espalda.
Esta escena la vivimos muchas veces en Argentina. Para nosotres, les afro, el racismo no es una sensación ni algo que pasa solo en Estados Unidos. Nosotres al racismo lo vivimos, lo sentimos, lo sufrimos y padecemos. El mundo está construido sobre la supremacía blanca, colonial, racista. Por eso no nos escuchan, en las agendas políticas no somos un tema prioritario, pero el racismo vive en todas las latitudes.
Nuestro movimiento tiene historia. Hacia adentro el gran cambio fue a partir de Durban Sudáfrica (2001) la Conferencia Mundial contra el Racismo a la que llegamos nombrándonos “negrxs” y salimos “afrodescendientes”. Esto significa que nuestros antepasados llegaron en barco, no como el colonizador sino contra su voluntad, esclavizadxs, somos el producto y la consecuencia de la Trata transatlántica esclavista. Fuimos la base de la construcción del capitalismo. Para el patrón, tener un esclavizadx era como tener una vaca. Él podía encerrar, matar o hacer lo que quisiera con sus vidas, millones de seres humanxs violadxs y sometidxs a los más infames tormentos que puedan visualizar.
La escena del policía Derek Chauvin asfixiando a George Floyd es un ejemplo de que esa construcción todavía es parte del imaginario colectivo. Muestra cómo las fuerzas de seguridad disponen de nuestra vida con total arbitrariedad. La primera vez que vi la foto, vi a un blanco sobre un negro, a un blanco apretándole el cuello con su rodilla. Cuando recibo el video, veo que hay otra persona blanca mirando, cómplice, y luego veo que Floyd tenía tres personas encima en realidad. ¿No podés preguntar antes de amarrar, de atar, de taclear, de derrumbarlo, de cortarle la respiración?
Este es el reclamo legítimo de un asesinato porque fue filmado y viralizado; si no, hubiera sido un negrx muerto más. La secuencia no me llama la atención. Hace unos días yo misma compartí una foto de algo que pasó acá, en Buenos Aires: la policía reprimiendo a quienes trabajan en la calle. Lo venimos denunciando desde hace años.
Para empezar: nosotres no somos minoría. Estamos conectades con personas de Austria que viven racismo, personas de España que viven racismo en toda América Latina vivimos las comunidades negras e indígenas, quienes no respondemos al colorismo de la blanquedad. En todo el mundo la estructura insertada en las instituciones es racista. Nuestra otredad es vista como inferior. Para nosotres los derechos humanos no existen; si no, éstas cosas no tendrían que seguir pasando. En Estados Unidos todo se hace más evidente con la política de un presidente como Donald Trump, un racista supremacista.
Pero no creo que cambien las cosas aunque se vaya Trump. No creo que nada vaya a cambiar, al menos no tan rápido. Esto tiene que ser una llamada de atención porque no es la primera vez que queda tan expuesta la diferencia entre la gente blanca rica y la gente negra pobre y la latina. Cuando fue el Huracán Katrina, en 2005, la población afro quedó ahogada, fue la que tuvo más víctimas. En esos días se tomaron fotografías de las personas llevando cosas en sus hombros, y mucha gente decía: “Ahí están los negrxs saqueando, robando”. ¡Siempre la estigmatización de la negritud!
La razón que desató la protesta social en Estados Unidos no es un fenómeno nuevo. Esto viene pasando desde hace mucho tiempo. Tengo una amiga que vive en Chicago, una ciudad con altísima población negra: representan el 30% de la población y concentran el 70 por ciento de los casos de coronavirus. Mi amiga se sumó a las manifestaciones. Ella es blanca, tiene 70 años. Me contó que salen todes a la calle, que las protestas son genuinas. Que hay muchos jóvenes: vienen con una mejor conciencia de su etnicidad y eso les da más determinación para luchar por sus derechos.
Desde la muerte de Martin Luther King no había toque de queda en tantas ciudades de Estados Unidos. ¿Por qué el movimiento afro no se sostuvo con fuerza desde entonces? Es que cuando matan a un líder, después cuesta rearmarse. Nos pasó a nosotres cuando asesinaron a José Delfín Acosta Martínez (1963-1996).
En Argentina venimos hablando de racismo y violencia policial desde hace 24 años. José Delfín Acosta Martínez fue asesinado por la policía en 1996. Lo detuvieron en la esquina de Maluco Beleza, en el barrio de Congreso, un boliche al que iba mucha gente de la comunidad negra. La policía maltrataba a dos afrobrasileños, y José Delfín, que sabía cuáles eran sus derechos, intervino.
Unos vecinos habían denunciado ruidos molestos, pero el baile ya había terminado. Celebraban un encuentro de cultura afro. Todavía existían las contravenciones en la ciudad de Buenos Aires. Esa noche, a José Delfín se lo llevaron a la Comisaría 5ta. de Lavalle y Pueyrredón. Lo esposaron y torturaron entre varios, lo desnudaron y lo castigaron a golpes de palos y patadas que le provocaron convulsiones. Cuando llegó al Hospital Ramos Mejía, a menos de una hora de la detención, lo dieron por muerto diciendo que se había autoflagelado.
José Delfín Acosta Martínez era mi compañero de Candombe, un amigo de la infancia. Era un activista del Grupo Cultural Afro del cual yo también fui parte integrante. Desde entonces, Ángel Acosta Martínez, su hermano, busca justicia. El 11 de marzo el caso llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos en Costa Rica. La audiencia fue el 10 de marzo, y ahí estuvo presente su hermano dando testimonio. La CIDH adjudicó la “responsabilidad internacional del Estado Argentino por la detención y posterior muerte de José Delfin Acosta”. Concluyó: “La detención fue ilegal, arbitraria y discriminatoria. Las detenciones terminan siendo utilizadas arbitrariamente y con base en prejuicios y estereotipos respecto de ciertos grupos históricamente discriminados, como lo son las personas afrodescendientes. Y dado que la muerte de José Delfin Acosta ocurrió bajo custodia del Estado, tanto las lesiones como la muerte deben presumirse de su responsabilidad”. La corte lo reconoció: el Estado argentino es responsable de su asesinato.
Hace 24 años que pedimos justicia. Desde ese momento denunciamos el racismo estructural e institucional asentado en la conformación el estado-nación. Esa lucha es compartida en la unión de lo afro y lo indígena para defender la identidad y recuperar nuestra historia. El racismo está en las instituciones educativas, judiciales, de salud, de seguridad. La policía siempre está buscando a la gente pobre, al negro, al indígena, al bolita, al peruano, al diferente, al otro.
En Estados Unidos pasa lo mismo.
En 1955, Rosa Parks no quiere dejarle su asiento en el colectivo a un hombre blanco, y detiene todo el sistema de transporte de Estados Unidos. En esa época comienza el activismo por la lucha de los derechos civiles, que encabezó Martin Luther King. Este es otro momento: el estallido social que vive Estados Unidos demuestra que las comunidades negras, afrolatinos y afroindígenas seguimos sufriendo racismo. ¿Por qué sale tanta gente a la calle? Para reclamarle al presidente a quien esas vidas no le interesan. El 60% de las víctimas del Covid 19, a nivel país, son de nuestra comunidad, la comunidad negra. Y el 34% de los muertos en Nueva York son latinos.
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Ilustración: Sebastián Angresano. Revista Anfibia.