Por: JOSE DURÁN RODRÍGUEZ. El Salto. 17/06/2018
Convertida la escritura de canciones en su oficio hace tiempo, Nacho Vegas entrega ahora 18 nuevos títulos en un doble disco con el que sigue persiguiendo un objetivo igualmente dual: ser un eslabón más en la música popular y ayudarse a sí mismo a comprender de qué va todo esto.
Resulta bastante especial entrevistar a Nacho Vegas (Gijón, 1974) para estas páginas, a qué negarlo. Es suscriptor de El Salto —lo era también de Diagonal— y existe una cierta complicidad mutua entre el proyecto y el músico, públicamente declarada en varias ocasiones. Ambas circunstancias pueden inducir a juzgar que los motivos por los que ahora se produce el encuentro difieren de lo mucho que ofrece su nuevo disco, o que va a recibir trato de favor, o que la atención está injustificada. Reservas que, por una parte, se antojan lógicas pero que, sin duda, son erróneas.
Pierda cuidado quien se acerque a estas líneas: no hay caso. Además de las ganas de un cara a cara con el músico asturiano, tampoco hay que ocultarlo, Violética, el séptimo álbum a su nombre que llega a tiendas el 15 de junio vía Marxophone, sigue ofreciendo abundante materia prima sobre la que interrogar largo y tendido a un creador ya instalado, con aparente comodidad, en una posición de funambulista en la canción española del siglo XXI: sobradamente conocido para un sector de la audiencia, aún demasiado inaccesible para el resto. Y no parece que esto último vaya a cambiar ahora.
Aunque Vegas se muestre reacio a la idea, Violética es un artefacto a contracorriente en la música de hoy, que presenta la singularidad de ejercer como un recopilatorio de su obra, sin serlo. Las 18 canciones —todas de su puño y letra salvo una versión de Violeta Parra, una adaptación de un tema tradicional y otra en la que musica palabras de los Caxigales, dos hermanos del maquis en Asturias, con la que se abre el disco— son nuevas y en ellas se identifican varias de las causas que le han conferido un estatus especial prácticamente desde su estreno en solitario, en el año 2001 con Actos inexplicables (Limbo Starr).
Se escucha, pues, en Violética el viaje desde un autor que parecía conformarse con traducir a apellidos ilustres de la canción anglosajona —Dylan, Drake o Van Zandt— a otro que propone introducir en el molde lo aprendido de trovadores extraviados —Chicho Sánchez Ferlosio o Albert Pla— y mezclar todo eso con la rica herencia del acervo popular expresado en canciones no siempre registradas en un fonógrafo. En ese trayecto, Vegas dejó atrás definitivamente los confines de la música independiente en la que creció; flirteó con el lado más bestia de la vida; compartió discos con Enrique Bunbury y Christina Rosenvinge, dos estrellas residentes en planetas en principio muy alejados del suyo; y finalmente ha acabado dando forma a una suerte de nueva canción protesta, tan personal como coral.
Asimismo, Violética muestra la ampliación del campo de batalla que, en lo lírico, ha ido firmando progresivamente Vegas, desdibujando la linde entre la exhibición casi impúdica de interiorismo y la denuncia de malestares compartidos, en canciones —unas y otras— con madera de himnos para atizar las brasas del descontento.
¿Por qué Violética?
La razón auténtica es hacer un guiño a Violeta Parra. Quería titular el disco, como otras veces, con una frase que hiciera referencia a algún concepto que planeara de alguna manera por encima de las canciones del álbum, o de la mayoría de ellas, pero como este disco es un poco más heterogéneo, decidí nombrarlo como imagino se pone nombre a un hijo. Quería ponerle Violeta, como guiño a Violeta Parra, que está presente en el disco en una versión. Siempre admiré mucho de ella —y discutí con gente que no lo ve como una virtud, aunque a mí me parece maravilloso— su maestría para cambiar los acentos de las canciones y para jugar con aliteraciones e incluso convertir todas las palabras en esdrújulas, como en la canción “Mazúrquica modérnica”. Lo que hice fue convertir su nombre en esdrújula y titular el disco así. Pero es verdad que mucha gente me ha dicho que es una mezcla de la raíz de las palabras “violencia” y “ética”, “violencia” y “poética”.
Pues no lo sé. Dedicarse a esto y que tengas más o menos visibilidad, que te vaya bien o no, tiene mucho que ver con caprichos. Conozco a cientos de músicos que no tienen la menor visibilidad y que trabajan en condiciones precarias y siguen haciéndolo. Algunos sí tenemos esa visibilidad por cuestiones que son muy caprichosas, que tienen que ver con el mercado, con la suerte,… No sé muy bien qué tengo que aportar, si es que tengo que aportar algo. Sí sé que, para mí, hacer canciones se ha convertido en un oficio y que me lo tomo muy en serio, sabiendo que soy un pequeño eslabón en una cadena muy larga, que es la música popular, y que puedo intentar aportar algo aprendiendo de la música que me precedió y de la música contemporánea, y haciendo una mezcla personal con todo ello.
Me jode un poco este mantra que desde hace años dice que ya no hay tiempo para escuchar un disco completo, como si antes sí lo hubiera habido
Es muy contracultural: 18 canciones de rock de autor en un disco doble, en un momento en que ni los discos dobles ni el rock de autor parecen pintar mucho.
Sí, pero no había ninguna intención gamberra de ir a contracorriente. Me jode un poco este mantra que desde hace años dice que ya no hay tiempo para escuchar un disco completo, como si antes sí lo hubiera habido. Como las redes sociales nos imponen un ritmo determinado, parece que ya no tengamos tiempo de sentarnos a escuchar un disco, ver una película, leer un libro o ni siquiera el periódico. Y yo creo que estamos igual que antes, aunque ahora la gente más joven escucha la música en streaming, lo que en realidad remite a la época del single, cuando los álbumes existían solamente como recopilatorios de singles.
Yo crecí con la cultura del álbum, y escuchando muchos, y por eso me gusta darles a los míos una cierta unidad, cuidar mucho la secuenciación. A mí, además, me sirven como álbumes de fotos que me recuerdan dónde estaba en tal año, lo que me interesaba, lo que me obsesionaba, qué punto de vista tenía… No había ninguna intención contracultural, la verdad, sería muy ingenuo pensar que es contracultural sacar un disco largo.
¿Se puede entender como un resumen de tu trayectoria?
No sé si tanto como un resumen pero es verdad que en este disco intenté hacer confluir aspectos de la música popular que me venían interesando desde hace muchos años y que mucha gente tiende a ver como aspectos compartimentados. Lo íntimo y lo social no tienen por qué estar separados por una línea divisoria, una canción puede partir de lo íntimo y acabar teniendo una dimensión social muy potente. Las canciones que hunden sus raíces en el folclore pueden ser canciones que acaben siendo muy vanguardistas. Este tipo de contrastes me interesaban mucho para el disco.
Algo que me ha interesado mucho desde que publiqué el segundo disco [Cajas de música difíciles de parar, Limbo Starr, 2003] es intentar buscar diferentes perspectivas. Quienes nos dedicamos a la canción de autor empezamos siempre utilizando la primera persona confesional, de manera un tanto abusiva a veces, y creo que el secreto está en buscar diferentes distanciamientos, diferentes primeras personas, algunas en las que no seas tú sino un personaje a través del que hablas, utilizar terceras personas, recuperar la idea de las canciones como crónicas negras de nuestra época. Esto está más presente en este disco que en los anteriores, hay más puntos de vista. En este sentido sí que puede resumir mi manera de hacer canciones.
Si no hiciera canciones, dispondría de otro mecanismo para intentar comprender de qué va todo esto o para intentar aliviar algunas tensiones vitales
¿Qué necesidades te ha satisfecho la creación de este disco?
[Duda] No sé si se hacen discos para satisfacer necesidades… Si no hiciera canciones, dispondría de otro mecanismo para intentar comprender de qué va todo esto o para intentar aliviar algunas tensiones vitales. Supongo que con la música lo consigo pero esa no es la naturaleza ni la esencia de la música, que tiene más que ver con poner enfrente de ti aquellas cosas que resultan reveladoras pero que a veces son incómodas y no puedes verbalizar de manera lógica y racional, tienes que cantar.
Por eso hablo en la nota de prensa de reivindicar la infelicidad. Hay veces que parece que vivimos en esto que Alberto Santamaría llama capitalismo afectivo en el que algunas empresas miden cuánto les cuesta la infelicidad de sus trabajadores y se dedican, con estos rollos motivacionales y de coaching, no a crear felicidad, porque el capitalismo no puede hacer eso, sino a cambiar la respuesta de la gente ante la infelicidad. Y, en realidad, creo que la música lo hace de una manera mucho más pura: reconocer esa infelicidad, ponerla enfrente y de este modo saber que estamos vivos y necesitamos combatirla.
¿Qué parte del oficio de hacer música consiste en buscar?
Una muy importante. Hay tanta música y tan poco tiempo… Siempre que hablo con compañeras y compañeros que se dedican a esto, salvo alguna gente muy inmovilista que no se sale del rock and roll, acabamos tirando del hilo y encontrando un montón de música diferente y maneras diferentes de entenderla. Yo me considero un poco limitado a la hora de escuchar, no intento abarcar demasiado sino simplemente cuando encuentro un hilo, que últimamente tiene que ver con cancioneros tradicionales y música popular, trato de tirar de él y aprender lo más posible. Y esa parte de búsqueda se acaba reflejando en tus canciones y se incorpora a lo que has aprendido de la música contemporánea que escuchas y de la versión moderna de la música popular. Y acabas creando algo que esperas que sea personal.
¿Estás satisfecho con tu carrera?
[Se lo piensa mucho antes de contestar] No lo sé, la verdad. No con toda… Últimamente confío más en la gente. Antes decía mucho esto de que la única manera de respetar al público es no darle poder sobre lo que haces y que tienes que seguir tus instintos y no hacer caso de lo que te pida. Pero es muy soberbio y presuntuoso pensar que sabes lo que quiere el público, que es lo que dicen muchas veces los divos y divas de la canción. Sin caer en eso, sí me he dado cuenta de que hay gente que me dice lo importantes que han sido mis canciones para ellos y eso hace que sienta que hay algo que es bonito y que tiene que ser un motivo de satisfacción. Pero, en conjunto, siempre creo que hay algo que falla y eso es lo que me hace seguir haciendo discos, supongo.
Yo diría que has hecho de la necesidad virtud.
Sí, puede ser [duda]. Desde el momento en que me planteo que escribir canciones es una forma de expresarme pero también es algo que necesito para afrontar algunos aspectos de mi vida y para que no se desborden otros un poco más peligrosos, ese es el motor para continuar y enfrentarme a algo que me resulta trabajoso y doloroso, porque cuando hago un disco siempre acabo un poco deprimido y pensando que no voy a volver a hacer otro en mi vida. Hasta que al cabo de un tiempo vuelvo a tener ganas.
En tus discos se pueden diferenciar dos etapas. La primera, hasta El manifiesto desastre (Limbo Starr, 2008), y la posterior a ese disco, que me parece más propia, menos aferrada a modelos ajenos. ¿Compartes esta idea?
En líneas generales puede que sí. Ahora estamos ensayando con la banda y decidiendo el repertorio para la gira, y es un momento que me gusta mucho porque rescatas canciones antiguas y las pones junto a las nuevas y ves si dialogan o hay algún tipo de ruptura. Hemos rescatado canciones que hacía mucho tiempo que no tocaba, de El manifiesto desastre, y que son canciones que no escribiría ahora pero que sí me apetece interpretar, reinterpretar e incluso resignificar. El manifiesto desastre es un disco que yo percibía como uno de mis discos más caóticos y peores de los que he hecho. Con el tiempo me he reconciliado un poco con él.
Es tu peor disco.
Me he reconciliado con algunas canciones de ese disco y, de hecho, vamos a rescatar unas cuantas [risas] pero estuve mucho tiempo sin tocar ninguna. Yo creo que es mucho peor Cajas de música difíciles de parar, me parece un disco horrible y lleno de excesos que no tienen lugar.
¿Te ves haciendo música cuando seas mayor, con 65 años?
No sé, supongo que sí. Siempre me ha costado mucho mirar a largo plazo, me cuesta pensar ya en la gira de este otoño. Pienso por ciclos: álbum, gira y un ep que cierra el ciclo. Después me dedico a otras cosas, a hacer conciertos de otro tipo y pensar cómo puede ser el próximo disco. No miro más allá de dos años vista, no me hables de 65 años, que no sé ni si seguiré aquí.
Hay ejemplos como Julio Bustamante, que se ha hecho mayor y sigue sacando discos con mucha dignidad, sin grandes cambios pero bien hechos.
Sí, hay gente que ha llegado a esa edad y más con mucha dignidad. Me gustaría pero no sé si será posible.
También hay casos como Scott Walker, que a partir de los 50 ha hecho discos que son locuras.
Sí, hay gente a la que le mola pero yo no lo pillo.
¿Hay algo parecido al piloto automático en la escritura de canciones?
No, y si lo hay yo procuro evitarlo. Hay veces que das con una tecla que parece que funciona —porque al final la música no deja de ser una especie de juego en el que juntas acordes, melodías—, que encuentras un recurso que funciona, pero procuro no abusar de eso y dejar que siempre haya algo que rompa la canción.
Me acuerdo de que en el indie la gente estaba muy obsesionada con las melodías, con esto del pop perfecto, pero a mí siempre me interesó muy poco, también porque considero que no lo sé hacer bien, así que decidí que mis melodías iban a estar vinculadas a las letras, que estas iban a decidir por dónde tenían que ir la melodía y no al revés. Y esto ha hecho que a veces las canciones me salgan un poco extrañas y que sea difícil poner el piloto automático.
He aprendido a dejar que la canción mande, que se diluya un poco el ego del autor y que la canción esté por encima de mí y de quienes la tocamos. Y si consigues eso, creo que es cuando consigues las canciones más puras, en el sentido de pureza que tienen las canciones populares.
En “Crímenes cantados” cantas que “muere también la verdad si no podemos cantar que la historia de Samba es la de un asesinato” y que “mientras haya un CIE abierto, habrá un Gobierno criminal”. Es una canción muy emocionante, con una letra durísima, seguramente la más explícita que has firmado. ¿Te resulta más difícil escribir letras explícitas sobre cuestiones políticas o sobre otras temáticas?
[Duda] Hay veces que cuando escribes letras explícitas sobre cuestiones más íntimas resulta más duro. En este caso, es un tema que me resultaba muy duro, recuerdo que ya me impresionó mucho la historia de Samba Martine cuando vi la obra de teatro de Juan Diego Botto, Un trozo invisible de este mundo. Lo que hice con esta letra fue intentar ser muy fiel a la realidad. Hay algunos aspectos recreados por mí pero me basé en todo lo que fui leyendo, la documentación y testimonios que me pasaron desde la Plataforma por el Cierre de los CIE de Valencia. Al final ejercí un poco de cronista. Escribirla no fue duro, interpretarla sí está siendo más duro, porque es cuando ya no soy un cronista sino un intérprete de una realidad que me resulta muy violenta y aterradora.
No hemos sabido crear de la cultura popular un auténtico contrapoder, es decir, algo que pueda juzgar al poder institucional y que a su vez no pueda ser juzgado por este
¿Cómo es posible que haya personas con condenas de cárcel por lo que cantan?
Buena pregunta. Supongo que porque no hemos sabido crear de la cultura popular un auténtico contrapoder, es decir, algo que pueda juzgar al poder institucional y que a su vez no pueda ser juzgado por este. Esto debería ser una escena cultural sana, pero estamos justo en el estadio contrario, en el que la música popular es perseguida y juzgada, además por tribunales de excepción que solamente justifican lo que hace que un Estado exista y se justifique a sí mismo, que es tener un enemigo interno —que en este caso es Cataluña y antes era ETA— y que cada vez que se le cuestione, ya sea por el activismo o la música, se apliquen políticas represivas, autoritarias y hasta el terrorismo de estado si hace falta.
¿Te ha afectado este entorno para escribir las letras o crees que lo hará en el futuro?
No, no lo he pensado. No creo que sea algo que me vaya a condicionar. Tampoco es algo…eh…
Heroico. No debería, vaya.
No, no, para nada. Y estoy seguro de que quienes están perseguidos judicialmente por ello tampoco pensaban en eso cuando escribían lo que escribieron, simplemente se limitaban a expresar un tipo de rabia con unas palabras que te pueden gustar más o menos, pero que, desde luego, la libertad de expresión exige que se puedan cantar.
¿Es posible cantar desde la victoria?
[Se lo piensa mucho antes de empezar a contestar] Supongo que sí, si haces un himno tipo los de Quilapayún… Lo que pasa es que como yo he vivido siempre rodeado de derrotas, no sé muy bien cómo podría cantar desde la victoria. Ahora, sí que se puede, seguro. Igor Paskual [músico y escritor, guitarrista de Loquillo], que controla muchísimo de himnos de fútbol, te puede hablar de himnos maravillosos. En España no tanto, pero en Inglaterra, donde tienen muchísima tradición y cantan muy bien, hay himnos guapísimos, y son himnos épicos y que apelan a la victoria. Sí, seguro que se puede.
Taburete cantan desde el mismo punto, la misma posición, en que cantaban Le Mans o La Buena Vida en los años 90, no hay mucha diferencia
¿No es lo que hacen Taburete?
No, no lo creo. Tampoco los he escuchado demasiado, pero creo que cantan desde el mismo punto, la misma posición, en que cantaban Le Mans o La Buena Vida en los años 90, no hay mucha diferencia. Hablan de una realidad que no es incómoda ni conflictiva. Si Taburete cantan desde la victoria es porque lo que hace que tengan tanto éxito es que es un grupo que, a diferencia de la mayoría de grupos indies —que pertenecíamos a este invento llamado clase media, una clase absolutamente desmovilizada—, tiene conciencia de pertenencia de clase, al igual que sus fans. De clase alta y opresora, pero con conciencia de ello. Si Taburete pueden cantar desde la victoria es porque su público les reconoce como a iguales, no porque sus letras hablen de la victoria. Leí un reportaje en El Mundo cuando tocaron en Madrid, y hablaban unos fans llegados de Barcelona que se hacían llamar P.A.M., Pijos A Muerte.
Si la música tiene alguna función social, es la de ayudar a visibilizar el trabajo de algunos movimientos
¿Te ha generado contradicciones tu vinculación con la Plataforma de Afectados por la Hipoteca en los últimos años?
¿Contradicciones por?
Porque se enfoque en una persona lo que es un trabajo colectivo.
Sí, pero siempre he tenido muy claro lo que puedo hacer. Si la música tiene alguna función social, es la de ayudar a visibilizar el trabajo de algunos movimientos. Lo que hago con la PAH, sobre todo con la de Asturias que es con la que tengo más relación, es ayudar a darles visibilidad, porque sé que si yo salgo, les sacan más en el periódico. Si hay que hacer una fiesta, yo tengo más contacto con músicos. Si la gente de la Plataforma por el Cierre de los CIE, que no les hace ni puto caso nadie, puede salir con una pancarta y hacer una arenga en un concierto mío, eso les puede dar cierta visibilidad. Pero creo que nunca se trata de personalizar en mí, siempre intento hablar de ellos, yo solo aporto un granito de arena. Creo que la música puede acompañar determinados procesos sociales, que además están un poco más limpios que los que tienen que ver con la política institucional.
¿Qué peso tuvo, o tiene, el 15M en tu trayectoria?
Supongo que me pasó lo mismo que le ocurrió a mucha gente pero, personalmente, fue algo que viví con una ilusión especial porque coincidió con un momento de especial hartazgo con la escena indie, en el que no sabía muy bien hacia dónde moverme, qué era lo que me apetecía hacer, si quería volver a repetir el mismo circuito de salas, festivales…
Siempre lo cuento, a lo mejor ya te lo he dicho a ti alguna vez: un poco antes del 15M vino Roberto [Herreros, crítico y músico, impulsor de Fundación Robo] a Gijón a entrevistarme para Mapa Sonoro, yo estaba atascado escribiendo la primera estrofa de la canción “Cómo hacer crac” y no sabía cómo continuar. Él me contó que se estaba armando algo, una especie de ola que podía acabar en un movimiento popular. Yo era más escéptico pero luego tuve que darle la razón.
Después del 15M terminé esa canción, de hecho ese ep también es un punto de inflexión en mi discografía, y descubrí espacios en los que me sentía más cómodo que en los espacios indies por excelencia. Me daba incluso reparo ir al Costello Prive y sitios así, me daban mucho bajón y prefería pasarme por el Patio Maravillas, aunque tampoco fuera asiduo porque vivo en Gijón. Me encontraba más a gusto tocando allí en su aniversario que en los festivales indies que estaban surgiendo, como el Arenal, que son sitios monstruosos en los que, cuando llegas, lo primero que quieres es escapar.
¿Dirías que el 15M cambió tu manera de entender la música?
Lo que cambió fue que hubo un nuevo clima social y eso nos afectó a todos. Siempre he tenido un compromiso político bastante firme, aunque no se reflejara en la música y se limitara a pequeños círculos de militancia, algunas apariciones puntuales en conciertos por la insumisión o los astilleros, contra la guerra de Iraq, o firmar un manifiesto de apoyo a Izquierda Unida. Pero de repente, con el 15M, la política bajó a la calle, que es lo que decía César Rendueles que era lo más bonito.
Los meses siguientes veías que se hablaba de política en los supermercados o en los bares, que ya no era esa cosa que hacían unos señores de traje en los despachos sino que la política te apelaba, afectaba a tu vida y tú tenías poder de transformarla. Creo que eso se quedó en las canciones de casi todos los que estábamos haciendo música en ese momento. Creo que la conciencia crítica está presente en la mayoría de músicos de aquella época, otra cosa es el posicionamiento político, que es algo de lo que los grupos se cuidan mucho. Yo no tenía problema en posicionarme, aun a riesgo de equivocarme, pero esa conciencia crítica sí la veo en la mayoría de mis compañeros, no es algo que me afectase a mí solo.
Seguro que hubo quien tachó ese giro de oportunista.
Sí, sí. En la primera entrevista que hice después de sacar Cómo hacer crac fue lo primero que me preguntó Íñigo López Palacios en El País.
“En el indie huele a derecha que flipas”, me dijo Esteban Girón, guitarrista de Toundra. ¿Estás de acuerdo?
[Duda] Depende de a lo que se refiera con indie. Si se refiere a los músicos, no lo creo. Es verdad que es una generación de músicos bastante desmovilizada, pero yo diferenciaría dos aspectos. Están los músicos, que son trabajadores por cuenta ajena. Y luego está la industria musical, que tiene que ver con los grandes festivales, las plataformas, y esto sí forma parte de un mundo con el que tenemos que tener mucho cuidado. En la gente lo que veo es una escena, una generación, muy desmovilizada pero también muy permeable a los cambios y procesos políticos, aunque lo sea de una manera muy curiosa: al carecer de ese posicionamiento que te comentaba antes, en cuanto hay un desencanto como el que vivimos ahora, son mucho más permeables y enseguida ese desencanto se convierte en una postura reaccionaria. Pero yo no confundiría ser reaccionario con ser de derechas, hay mucha gente de izquierdas muy reaccionaria y gente de derechas muy liberal.
El campo de batalla es internet, donde el mercado está muy presente por vía de las plataformas como Spotify, YouTube, Apple y todas estas
¿Hay algo en la industria cultural de este país que no desprenda ese tufo?
No, en la industria no, ahí están muy cómodos. Ahora el campo de batalla ha cambiado y en la industria musical ya no se habla de industria discográfica, porque realmente pivotaba en torno a la venta de soportes discográficos, y ahora es otro tipo de industria en el que han perdido mucho poder las multinacionales, los mánagers, los grupos de comunicación,… El grupo Prisa tenía mucho poder, con la Cadena Ser y Los 40, los hits se decidían en comidas llenas de cocaína y sobres con dinero donde se decidía el disco rojo y todo eso. Ahora todo eso ha cambiado y el campo de batalla es internet, donde el mercado está muy presente por vía de las plataformas como Spotify, YouTube, Apple y todas estas, pero lo que pasa es que no tienen cara, no es como antes.
El otro día nos comentaban que Spotify, que va a salir a bolsa o ha salido recientemente, no tiene a una persona que se dedique a contenidos en España. Han crecido tan rápidamente, y han desplazado a otras plataformas, que están buscando a gente para cubrir puestos y si necesitas hablar de contenidos, tienes que hacerlo con una mujer en Alemania, que se dedica a toda Europa. Es como pedir audiencia al Vaticano y es muy difícil combatirlo. Este tipo de plataformas forman parte de un capitalismo especulativo mucho más peligroso y difícil de combatir que aquel otro capitalismo de amiguetes de los que se daban un sobre y hacían que sonaran Los Secretos en el disco rojo.
¿Qué le pides al nuevo ministro de cultura?
Que cuide mucho los museos, las orquestas sinfónicas, los ballets de danzas y que no haga nada por la cultura popular, que estamos muy bien.
¿Se puede esperar algo bueno del PSOE a estas alturas?
Yo no confío en el PSOE. Vengo de Asturias, donde la FSA hizo mucho daño, y además Pedro Sánchez nunca ha demostrado ser alguien demasiado coherente. Si los veo derogar no solo la reforma laboral del PP sino la suya, que era hermana de la otra; cerrar los Centros de Internamiento de Extranjeros; impulsar una nueva ley de vivienda; reconocer que no existe separación de poderes; retirar completamente el 155; hacer algo para que no existan presos políticos ni que se persiga judicialmente a músicos, activistas, políticos, entonces diré que han hecho algo de izquierdas, pero me temo que no va a pasar eso.
¿Y de Podemos? Da la sensación de que se ha calcinado en los cuatro años que han pasado desde Resituación (Marxophone, 2014).
Sí, lo que pasa es que estoy un poco alejado de Podemos porque me di cuenta de que es un partido, o su cúpula, muy afincado en Madrid, muy en el centro de Madrid. Yo, que vivo en Asturias, me di cuenta de que los problemas que tenemos allí no los va a solucionar Íñigo Errejón ni Pablo Iglesias. Estoy con Anticapitalistas porque creo un poco más en lo que propone Teresa Rodríguez de tener figuras jurídicas propias en territorios.
Tengo cierta esperanza ahora en los procesos municipalistas. En Gijón apoyo a una de las candidaturas, ahora que estamos enfrentándonos a primarias. Me llevo bien con todo el mundo pero apoyo la candidatura de Rebeca Rodríguez. Me pidieron ir en listas pero preferí estar fuera porque me asomé dentro cuando estuve en primarias en Podemos en Movimiento y lo que vi me pareció muy feo. Había gente muy absorbida por el partido, un partido, además, que adopta estructuras tan verticales acaba siendo un partido en el que se habla en lógicas de deslealtades, traiciones, puñaladas,… En cambio, en el municipalismo sí veo que puede haber una forma diferente de hacer política, de crear poder popular, de no hacer política solo desde el despacho o los plenos del Ayuntamiento sino de bajar a la calle, hablar con los movimientos vecinales, que la cultura que se hace en la calle tenga presencia. Me parece que puede ser algo bonito y más transformador de lo que pensamos. Con esto sí estoy algo optimista, de Podemos como formación tan personalista y vertical me siento alejado.
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Fotografía: DAVID FERNÁNDEZ