Por: Manuel de Elías Muñoz /Jesús Rodríguez Rojo. Rebelión. 06/01/2018
El propósito del presente documento es realizar una crítica vehemente pero necesaria a la izquierda. Antes de comenzar, es imprescindible aclarar de qué hablamos cuando hablamos de «la izquierda». Y es que no nos referimos a la acepción más usual (en el argot político) de este concepto. Los autores no estamos en contra de la redistribución de la renta, menos aún de valores como la libertad o la igualdad. Así como tampoco tenemos intención de hacer ningún tipo de desarrollo de estos conceptos. Situarnos en ese plano convertiría este texto en uno más entre tantos presuntos aportes teóricos o conceptuales al pensamiento crítico (bien necesarios, por otro lado). Nada más lejos de nuestra intención. Este es un artículo de vocación práctica, que aspira a apelar directamente a los sujetos a los cuales critica.
Cuando hablamos de izquierda hablamos de la izquierda «alternativa» realmente existente; del sentido común imperante en los espacios y colectivos adscritos a la defensa de los valores antes mencionados. Más en concreto, hablamos de la izquierda como una subcultura, es decir, como un conjunto de prácticas y valores que diferencian al susodicho grupo de personas del conjunto de la sociedad de la que forman parte (aun operando estas prácticas y valores dentro de una matriz cultural común). En este sentido, nuestra tarea aquí no es la de hacer una lectura diacrónica ni una genealogía histórica de la izquierda, sino una radiografía de lo que la izquierda es hic et nunc. Nos referimos, entonces, a la izquierda occidental contemporánea que conocemos.
Tampoco tratamos de hacer una crítica a una expresión concreta del concepto más general de izquierda, no pretendemos cuestionar la versión post-moderna o comunista de ésta; sino revisar aquellos elementos comunes a sus diferentes expresiones. Como veremos, las diferentes tribus que existen en esta subcultura, pese a sus más que reseñables diferencias, ostentan lugares comunes —esto es precisamente lo que llamamos «izquierda»— que, en nuestra opinión, merecen ser cuestionados radicalmente en aras de construir un sujeto político transformador que pueda aspirar a actuar sobre el conjunto social.
A lo largo de las próximas páginas, el lector encontrará (a veces de manera caricaturesca) diferentes carencias endémicas que presenta la izquierda para apelar al que ha sido tradicionalmente su «interlocutor» preferente: el pueblo (o la clase obrera, las clases populares, los oprimidos, etc.) propio del marco nacional/estatal en el que esta actúa. Sea porque se ha perdido en un viaje por inhóspitos y atractivos parajes donde habitan bravos colectivos (la exofilia); porque se ha convertido a sí misma en un esperpento respecto al sujeto apelado (el esnobismo); o porque ha renunciado a la comprensión de aquello que la rodea (el desprecio por la teoría), lo cierto es que la cuestión del sujeto se erige como un obstáculo insoslayable ante estos grupos que conforman «la izquierda».
1. La exofilia: La búsqueda de un sujeto «fuera»
2 Declaramos aquí el carácter exofílico de la izquierda, pero, cuando afirmamos que la izquierda es exofílica, ¿a qué nos referimos? En el ámbito psiquiátrico, exófilico es aquel que toma por fetiche lo inusual y/o lo bizarro 1 (esta última palabra en su acepción de «raro o extravagante»). Trasladado este concepto al orden político, nosotros llamaremos exofilia a la atracción por asuntos y sujetos políticos exóticos, es decir, lejanos (ya sea en un sentido geográfico o en un sentido sociocultural). Además, a lo exótico debemos añadir lo inusual, pues en ciertos casos el elemento atrayente está presente y es cercano, pero se torna escaso, infrecuente. En ese sentido nuestro concepto de exofilia también hace alusión al gusto o interés desmesurado por lo minoritario. Pero, ¿por qué decimos que la izquierda siente esta atracción por lo exótico y lo minoritario? Para explicar esto vamos a tratar algunos de esos objetos insólitos y extravagantes que hacen las delicias de la izquierda.
1.1. Los cosmopolitas: el malinchismo
En primer lugar, mencionaremos el aspecto más evidente de la exofilia en la izquierda: el malinchismo. Como es sabido, este término hace alusión a una suerte de «nacionalismo a la inversa», esto es, a un planteamiento político que niega las virtudes de la nación, región o civilización a la que uno pertenece, asumiendo que las características de otras naciones, regiones y civilizaciones son superiores. Pues bien, la izquierda que mejor conocemos, la izquierda patria, participa de este rasgo. Es habitual oír, cada vez que nuestro Gobierno o algún dirigente de la derecha hace alguna fechoría, eso de «país de pandereta», o cualquier expresión similar que sirva para señalar que nuestro pueblo adolece del desarrollo cultural, político y/o económico de otros pueblos de referencia (generalmente los países centro-europeos, anglosajones y escandinavos). Nos hemos acostumbrado a añadir la coletilla «este país» a cualquier análisis de cualquier fenómeno que, pasando por particular y genuinamente español, en realidad es universal o, en el mejor de los casos, occidental. Por ejemplo, hablamos de nuestra transición como un auténtico desastre (y realmente lo fue), y tendemos a poner como modelo a seguir las transiciones de otros países como Italia o Alemania. No nos adentraremos aquí en las vicisitudes de las transiciones italiana y alemana, pero no podemos dejar de apuntar que en este último país el Partido Comunista fue prohibido y muchos de sus miembros encarcelados. Por su parte, Italia conoció la intervención directa y explícita de EEUU, obligando al presidente De Gasperi a expulsar de su Gobierno a socialistas y comunistas. ¿Qué hubiera pasado si en España se hubieran ilegalizado y perseguido el PCE y el PSOE? Quizás, en nuestra obsesión por colocarnos los últimos de la fila, frente a las cultas e iluminadas naciones europeas, hemos hecho un análisis comparativo algo sesgado y exagerado. Y este asunto de las transiciones no es más que un ejemplo de un fenómeno más amplio, fenómeno que podríamos llamar «el mantra de los países del entorno», es decir, para buena parte de la izquierda (hablaremos más abajo de la contrapartida de este tipo de malinchismo), España (a.k.a. «Españistán») representa lo más reaccionario y atrasado de Europa, y debe imitar en todo momento las trayectorias políticas y culturales del resto de los países del Norte.
En definitiva, este complejo de inferioridad es el que nos hace incapaces de sentir algún tipo de apego y orgullo por nuestros pueblos, y nos conduce a practicar falsos internacionalismos. Estos falsos internacionalismos en realidad, al negar toda particularidad local (las naciones no existen o deben ser ignoradas), abren las puertas al cosmopolitismo, y éste, de facto, no es otra cosa que la identificación con el occidente globalizado, es decir, con los valores, usos y costumbres del imperialismo cultural americano y euro-alemán…
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Fotografía: El Diario de Guayana