Por: Raúl Prada Alcoreza. 29/10/2024
Asistimos a la proliferación alarmante de los síntomas de la decadencia, al deterioro constante de todo, a la diseminación de las instituciones, al descoyuntamiento de las conjunciones, al desmoronamiento ético y moral, a la lumpenización social, en fin, asistimos a la disolución de todo. Y de contexto tenemos lo que se llama eufemísticamente el cambio climático, es decir, la crisis ecológica, que, a su modo, destiñe todo, lo vuelve descolorido, lo vuelve polvoriento, incluso gris, como el aire poluido, la contaminación en crecimiento, la depredación abrumadora y la destrucción de los ecosistemas, avanzando apocalípticamente. Es la decadencia en todas sus tonalidades en todas sus manifestaciones en todas sus cualidades descalificadas. Todo esto anuncia la muerte de la sociedad humana acompañada por la muerte de otras poblaciones orgánicas.
¿Qué nos dicen estos síntomas y estos signos sobre la crisis múltiple que asola el mundo? Los síntomas manifestados como patología; se trata de estados alterados del cuerpo afectado. Tienen que ser interpretados mediante un procedimiento adecuado, que busca develar la causa. En tanto que los signos clínicos son como datos, pueden comprobarse inmediatamente. Aunque tengan que ser interpretados, se lo hace de manera inmediata. Los síntomas de la crisis climática tienen que ver con la sequedad, el cambio de temperatura, el calor, la modificación de los ciclos climáticos. En tanto que los signos de la crisis ecológica tienen que leerse con las huellas ecológicas y el ecocidio sistemático en expansión.
En la sociedad la decadencia se nota en los cambios de comportamiento, en la alteración de las prácticas, incluso en la alteración de los valores, de las concepciones, que, en el caso de la crisis múltiple, se trivializan. Respecto a la sociedad se ha hablado de estructura social y de lucha de clases. Empero una clase no es homogénea, sino que está atiborrada de múltiples singularidades sociales, en la misma composición de la clase social de referencia. Ahora bien, se puede decir que la lucha de clases se da cuando la clase social que se rebela es consciente de sí misma. Por eso decía Edward Palmer Thompson que la lucha de clases constituye a las clases sociales. Tomando en cuenta estas consideraciones, ¿qué pasa cuando no hay conciencia de clase, cuando no hay conciencia para sí? ¿No hay lucha de clases? ¿Tampoco hay clases sociales? No necesariamente tenemos que llegar a estas conclusiones. Lo que se puede hacer es dar cuenta de lo saturado que se encuentra el panorama social, del confuso abigarramiento de las clases sociales, de las espirales de violencia que se desatan, sin parecerse necesariamente a la lucha de clases.
Descomposición
La decadencia también puede ser entendida como descomposición. En Desenlace de la descomposición generalizada escribimos:
Las figuras de la descomposición generalizada en las formaciones sociales aparecen cuando la crisis múltiple ha llegado lejos, se puede decir que ha barrido los propios cimientos que sostienen las edificaciones mismas de la formación social[1].
En este escrito tenemos que considerar los síntomas y los signos de esta descomposición social.
Se dice que la descomposición es un proceso común en biología y química. En biología, el término descomposición se refiere a la reducción del cuerpo de un organismo vivo a formas más simples de materia. El proceso es esencial para reciclar materia finita que se encuentra en un bioma. Aunque no hay organismos que se descompongan de la misma manera, todos sufren las mismas etapas secuenciales de descomposición. La ciencia, que estudia la descomposición, se refere a la tafonomía que viene de la palabra griega thaphos, que significa entierro.
Uno puede diferenciar entre descomposición abiótica y biótica, biodegradación. El primero significa “degradación de una sustancia por proceso físico o químico”; por ejemplo, hidrólisis. El segundo significa “la ruptura metabólica de materiales en componentes simples por organismos vivos”.
En química, la descomposición se refiere a la ruptura de sustancias constituidas por moléculas o iones, formando así otras sustancias constituidas por moléculas más pequeñas o sustancias elementales, constituida por un solo tipo de átomo, por ejemplo, el oxígeno, y se le denomina descomposición química. Esto pueden deberse a varios factores, ya sea por temperatura, termólisis, electricidad, electrólisis, radiación electromagnética, fotólisis o la presencia de otras sustancias químicas, ácidos, oxidantes; en algunos casos influye la presencia de un catalizador para acelerar la reacción.
En la descomposición humana, se describen cinco estados principales en el proceso de la descomposición: fresco, hinchado, de putrefacción activa, de putrefacción avanzada y seco o de restos. Las etapas generales de la descomposición están emparejadas con dos fases de descomposición química: autólisis y putrefacción. Estas dos fases contribuyen al proceso de descomposición química, que disgrega los principales componentes del cuerpo[2].
En lo que respecta a la descomposición social, podemos sugerir cuatro fases: inicial, en proceso, avanzada y terminal. La inicial se refiere al comienzo mismo del proceso de descomposición. La de en proceso se refiere a cuando se observa ya el proceso mismo de descomposición. La avanzada ocurre cuando los síntomas y los signos de la descomposición no solamente son evidentes, sino que ya han adquirido una constatación social, por ejemplo, en las narrativas que se refieren a la crisis social. Por último, la fase terminal, corresponde a lo que podemos llamar el desenlace de la crisis social.
Hemos venido observando lo que hemos llamado la decadencia política, aunque contemplada en la crisis económica y social del sistema mundo capitalista y del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. También la hemos asumido en el contexto mismo, mayor, de la crisis de la civilización moderna. Empero, ahora, nos interesa hacer hincapié en la crisis social y política, sobre todo en esta última. Al respecto de la crisis política, hemos resaltado la crisis de legitimidad o la perdida de legitimidad ideológica, que también puede considerarse crisis ideológica, así como correspondiente a la desaparición de las grandes narrativas.
La crisis política también corresponde a una crisis de credibilidad. La política, la clase política, la práctica política, el ejercicio del poder, el ejercicio de gobierno y el ejercicio del Estado ya no son creíbles. Se produce entonces una disociación entre discurso y realidad, a tal punto, que el discurso político va por un lado y la práctica política va por otro lado. Este fenómeno se da en toda la formación discursiva política, correspondan los discursos a lo que correspondan, se reclamen de “izquierdas” o de “derechas”. Toda la gama variopinta política experimenta esta descomposición.
Entonces podemos decir, considerando las genealogías de la decadencia, que las condiciones de posibilidad de la decadencia y de la descomposición social se encontraban antes, en las estructuras sociales, prácticas sociales, hábitos y habitus sociales, en los imaginarios colectivos, que formaban parte de la sociedad, en circunstancias de desenvolvimiento social, por así decirlo, positivo. El inicio de la de cadencia social es, sencillamente, el descoyuntamiento social, que se da en momentos de crisis, acontecimiento, el de la crisis, que desata lo que se guarda o esconde, así como está latente como posibilidad.
La hipótesis del mal supone que lo que llaman mal, desde la tradición religiosa hasta la herencia filosófica, siempre ha estado presente en el humano. Lo que hacen las iglesias y las instituciones es luchar contra el mal. Construir la cultura con violencia, como decía Friedrich Nietzsche. Sin embargo, nosotros no estamos de acuerdo con esta hipótesis del mal, usada por las religiones, incluso por las ideologías políticas, cuando se inventan el enemigo. Contra Thomas Hobbes y antes de Hobbes contra los sacerdotes, después de Hobbes contra los ideólogos, nosotros partimos de la premisa que es en la genealogía del poder donde se conforman y se desatan las condiciones de posibilidad de la decadencia.
Al contrario de lo dicho por la hipótesis del mal, la decadencia se comienza a gestar ya en la misma genealogía del poder y de las dominaciones, en las mismas cartografías políticas, en los mismos mapas institucionales. Se hace alusión al ciclo, aunque también al desgaste y a la inadecuación en el tiempo por parte de las instituciones, sobre todo del Estado. No se trata tampoco, en contraste, de la tesis de Jean Jacques Rousseau del buen salvaje. No se trata de decir que las instituciones sociales corrompen lo natural, incluso lo dado en la hominización y después en la humanización, sino se trata de comprender la historicidad misma de las instituciones, de que han sido creadas para para la sobrevivencia humana, que, una vez llegado al punto de su inadecuación, así como de su anacronismo, lo que se debe hacer es cambiar las instituciones, sustituirlas por otras mejores, más adecuadas a los nuevos requerimientos sociales y humanos.
Perfiles y causales de la decadencia
Tiene que haber habido un desgaste, vale decir, una descomposición, si se quiere un incremento de la entropía, para que se manifieste la decadencia de manera abierta y definida. Es decir, las composiciones dadas, las estructuras dadas, las instituciones establecidas, sobre todo sus ámbitos de relaciones tienen que quebrarse, romperse, desajustarse, dejar de funcionar, para que se de lugar al disfuncionamiento, a la incoordinación e incongruencia, ocasionando el desordenamiento del conjunto.
¿Se puede decir que hay un momento, un punto de inflexión, a partir del cual todo se desajusta? ¿O, más bien, se trata de varios puntos, varios momentos diseminados, que van desajustándose, hasta que ocurre la desarticulación del conjunto? Puede tomarse de una manera puntual o de una manera diferida, lo que importa es el momento o el intervalo de inflexión.
Tanto el contexto como la organización de la institución cambian su situación en la medida que se producen los desplazamientos, incluso si son imperceptibles. A partir de un momento crítico el relacionamiento se convierte en problemático. No se garantiza ni la reproducción del entorno ni la reproducción de la organización de la institución. La institución se vuelve disfuncional y el entorno se desestructura. Todo tiende a colapsar.
La decadencia aparece como descomposición, desorganización, disfuncionalidad, experimentando el deterioro del ámbito de relaciones, de las estructuras y de los sistemas involucrados. Se experimenta, paulatinamente, la disolución y la diseminación de la maquinaria social. La decadencia corresponde al descoyuntamiento y desarticulación generalizados, a la diseminación de todas las composiciones sociales, incluyendo sus corpus representativos, así como sus imaginarios.
Los ejes de la descomposición
Hay que analizar ciertos fenómenos cuando se dan las crisis múltiples, en este caso, el que nos toca padecer, crisis ecológica y crisis social, además de crisis política y crisis económica, también crisis del orden mundial de las dominaciones y del Estado nación. ¿A qué fenómenos nos referimos? A fenómenos que, a pesar de que parezcan distintos, proceden de diferentes lugares, corresponden a distintas características y singularidades, terminan pareciéndose en la forma, en el modo de operar, proceder, funcionar y desenvolverse, ocasionando, además, consecuencias parecidas.
Ciertamente un bombardeo a ciudades, arrasándolas, no tiene nada que ver con el incendio provocado en los bosques y selvas del Amazonia y del Chaco, sin embargo, las consecuencias son, en ambos casos, catastróficas, con connotaciones ecocidas y genocidas, además de etnocidas. Los involucrados en estos sucesos violentos no están conectados, ni pertenecen a las mismas instituciones, sin embargo, el modo de operar desencadenando violencias extremas, adquiere el estilo y la forma de una voluntad destructiva desmesurada y demoledora, sin medir consecuencias, sin respetar los derechos colectivos y los derechos de la naturaleza y de los seres del planeta. Que esto ocurra simultáneamente, que coincida en un momento de crisis generalizada del sistema mundo capitalista y de la civilización moderna, implica que hay concomitancias profundas, no solamente de parecidos y de analogías generales, sino que evidencian vasos comunicantes no visibles, que manifiestan engranajes y estructuras operativas no vistas, desde las miradas acostumbradas en el análisis.
¿A qué se debe esto, este compartir formas, modo de operar, procedimientos, desenvolvimientos, estilos y consecuencias análogas? En primer lugar, tenemos que decir que comparten una misma coyuntura mundial, aunque las coyunturas nacionales, regionales y locales sean diferentes. Entonces esto quiere decir que se trata de algo que es atribuible al mundo, al sistema mundo, al momento crítico del sistema mundo capitalista. Cuando distintos fenómenos, concurrentes en contextos diferentes, terminan adquiriendo una misma modalidad, a pesar de las diferencias, esto significa que el mundo es regido por otras estructuras subterráneas, desconocidas en el análisis. Se trata de estructuras subyacentes, también de substratos, que pueden ser compartidos o parecerse, que no eran visibles, sino que se hallan ocultos, apartados del funcionamiento ordinario de las instituciones del sistema mundo capitalista. Estas estructuras subyacentes y estos substratos ocultos tienen que ver con tendencias implícitas en las sociedades modernas, en la etapa tardía de la modernidad.
Cuando lo implícito se hacen explícito en el funcionamiento institucional, quiere decir que las instituciones han pasado a otra etapa, a la etapa que nosotros hemos reconocido como de la decadencia. Aunque este término resulta general, sobre todo cuando hay que apreciar de manera más detallada lo que ocurre. Que las tendencias de la descomposición se hallan implícitas en un momento, incluso en un periodo, que puede ser corto o mediano, significa que la decadencia y la descomposición se encuentran contenidas en las mismas estructuras e instituciones, que funcionaron de una manera reconocida por la experiencia y el sentido común. Lo que nos interesa saber es la razón por la que se desata esta decadencia y esta descomposición, que se hacen evidentes en coyunturas y en periodos de crisis.
Pasa como si se contara, de manera guardada, para el caso de una emergencia crucial, con un programa de autodestrucción, en momentos de contingencia extrema. Un programa de autodestrucción implícito, que no es conocido por los protagonistas, funcionarios y víctimas del funcionamiento de las instituciones, los agenciamientos concretos de poder. Este programa de autodestrucción se activa cuando el propio funcionamiento institucional llega a cierto umbral y cruza cierto límite, después del cual se dan lugar a otros agenciamientos, en otros escenarios, que, aunque se parezcan a los anteriores, no son los mismos.
Una hipótesis interpretativa tiene que ver con lo implícito, como acabamos de exponer. Otra hipótesis posible, en cambio, tiene que ver con el entorno, las modificaciones desplazamientos y cambios en el entorno, es decir, en la relaciones entre instituciones y entre éstas con el contexto. Esta hipótesis explicita es distinta a la anterior, corresponde a una exterioridad, no corresponde, entonces, al mismo caso; se da a partir de cambios imperceptibles y, después, se dan lugar cambios perceptibles. Estas modificaciones en el contexto cambian la situación de la institución, incluso su eficacia funcional es mermada. Puede ocurrir que la institución deje de servir, llegue a ser inútil, sin embargo, se la mantiene por costumbre o por fetichismo institucional. Cuando esto ocurre el cambio del entorno convierte a la institución en un aparato inadecuado, que se convierte en un obstáculo para seguir adelante, para seguir funcionando adecuadamente. Es cuando el mismo funcionamiento rutinario de las instituciones se vuelve anacrónico; este anacronismo es el que convierte al funcionamiento de las instituciones en un programa de autodestrucción.
Llamaremos a la primera conjetura hipótesis implícita o, mejor dicho, hipótesis de la causa implícita, en tanto que llamaremos a la segunda conjetura hipótesis explícita o, mejor dicho, de la causa explícita. Aclarando, llamemos a la primera hipótesis del funcionamiento interno, que se convierte en disfuncionamiento interno, y llamemos a la segunda hipótesis del disfuncionamiento externo o, mejor dicho, de la causa del disfuncionamiento externo. Se puede decir que ambas hipótesis se complementan, ambas dan lugar a la decadencia y descomposición de las instituciones.
Ahora bien, qué pasa cuando esto ocurre en un mapa institucional, en el conjunto de las instituciones, que hacen a la sociedad y al Estado, al relacionamiento entre Estado y sociedad. Yendo más lejos, qué pasa cuando esto ocurre en el mismo sistema mundo moderno. No sólo se desata el programa de autodestrucción institucional, sino se desata el programa de una manera mayúscula, que conlleva a la destrucción de la sociedad misma, del Estado y del sistema mundo moderno.
Síntomas y signos de la decadencia y la descomposición singulares
Nada mejor que seguir el itinerario de procesos de decadencia y descomposición en una formación social dada, en un país concreto, en un Estado particular.
Cuando se mira retrospectivamente, se tiene la impresión de lo que ocurre en el presente ya se había sembrado en el pasado, lo único que se hace ahora es cosechar los frutos de esa siembra. Esta impresión puede ser pertinente al momento de interpretar lo que está ocurriendo, otorgarle secuencias históricas, temporalidades de maduración, hasta que los frutos se desprendan y se pudran. Sin embargo, sabemos que no basta dejarse llevar por las impresiones, sino que es menester revisar detenidamente el desplazamiento de los procesos de decadencia y descomposición de las instituciones.
El ahora puede resumirse en una primera constatación de síntomas de la decadencia y la descomposición institucional y social. Lo primero que se observa es la extensión desmesurada de las relaciones clientelares. El manejo político recurre al chantaje, a la coerción, sobre todo a la incorporación mediante la prebenda. Estas relaciones clientelares socaban las estructuras y los tejidos sociales, los sustratos de la ética colectiva e individual. Convierten a los hombres y mujeres en sujetos dependientes, más aún, en cómplices del ejercicio del poder, del despliegue de las políticas gubernamentales, que no buscan, como se dice, el bien común, sino que realizan la satisfacción de las apetencias privadas, individuales y grupales de estratos gobernantes, de funcionarios de jerarquía y de dirigencias corrompidas.
Otra observación, que forma parte de un resumen de los síntomas de la decadencia y la descomposición institucional y social, tiene que ver con la expansión intensiva de las violencias, que se despliegan vorazmente, atacando los derechos consagrados en la Constitución. Es decir, los derechos son puestos en suspenso, de manera fáctica, por estas prácticas de la violencia de la economía política del chantaje. En relación a esto podemos decir fehacientemente que el poder atraviesa a todos, que todos lo usan a su manera; unos ejerciendo el poder, a través de las instituciones, ahora, también a través de sindicatos gremios y corporaciones, que han dejado de cumplir su papel para convertirse en dispositivos de poder de la economía política del chantaje. Otros la padecen, empero revierten la direccionalidad del ejercicio del poder al utilizarlo, invistiéndose de víctimas. Convirtiéndose en lo contrario, dentro una metamorfosis perversa, en verdugos, los nuevos verdugos, en la etapa bizarra del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente.
Las violencias se desatan de manera proliferante, adquieren distintos perfiles, diferentes tonalidades, ocurren en distintas partes, diferenciando lugares, momentos de ocurrencia y sujetos involucrados, sin embargo, las violencias se desenvuelven a sus anchas, desencadenadas con los vahos mismos de la descomposición social e institucional. Por ejemplo, se ocupa puestos de funcionarios, no para cumplir con la función, sino para hacerla disfuncional y usarla en beneficio propio.
Esto de la violencia, correspondiente a los sujetos portadores de violencia, que se invisten de víctimas para cumplir su tarea feroz de venganza, usa de manera descomedida e inapropiada fragmentos de discursos, para buscar la legitimación de sus crímenes. Eso de investirse de hombres de “izquierda” cuando, en realidad, fácticamente, desempeñan la labor de agentes de intereses perversos, en unos casos de agentes encubiertos de las empresas trasnacionales, en otros casos de agentes perversos de intereses adulterados, de las formas de poder paralelas, es decir, del lado oscuro del poder, entre éstas, de los cárteles. En el trajín tenemos agentes intermediarios de los tráficos, no solamente de los tráficos ilícitos, sino también de los tráficos que se hacen “lícitos”, contando con la componenda de las instituciones, por ejemplo el tráfico de tierras. De esta manera se desatan otras violencias, todas son violencias contra la vida, contra la vida proliferante, contra los ecosistemas, contra los nichos ecológicos, contra los seres orgánicos, contra los territorios, las aguas y los aires. Se busca su destrucción, su arrasamiento, se podría decir su desterritorialización extrema, incluso abominable, puesto que se incinera todo. Esta violencia quizás sea la más descomunal, la que expresa de mejor manera el alcance demoledor de la violencia desmesurada, correspondiente a los ejercicios del poder, en la fase del capitalismo tardío y de la modernidad barroca. Violencia que parece desatarse, de la manera más despavorida, arrancando todo rastro de vida, para imponer la muerte, la marcha fúnebre de la muerte, para dar curso, de la manera más evidente, a los decursos crepusculares de la civilización de la muerte, que es la civilización moderna, que es el sistema mundo capitalista, bajo la dominancia del capital financiero especulativo y extractivista.
Estas violencias, de las que hablamos como síntomas de la decadencia y la descomposición institucional y social, se muestran de una manera desmesurada en lo que se viene en llamar la violencia contra las mujeres. La guerra, prolongada contra las mujeres de parte de estructuras de poder patriarcales, adquiere una desmesura inconcebible con la expansión de los feminicidios, que muestran tanto el miedo a la mujer como el odio a la mujer. Poniendo en claro que se teme y se odia a la vida, por lo tanto a la mujer, que es vida exuberante, que es de las mayores evidencias de la vida, teniendo en cuenta que la mujer está más cerca de la naturaleza, por lo tanto, es objeto y materia de destrucción, pasando antes por su cosificación y su mercantilización, pasando también por el uso comercial y por el uso demagógico del poder.
En este resumen podemos identificar violencias reiteradas contra el país y contra los recursos naturales. El modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente se lanza, de manera compulsiva, a una expansión intensiva de la explotación de los recursos naturales, volviendo a conceder, en condiciones onerosas los recursos naturales a la vorágine de las empresas trasnacionales.
En esta lista de violencias no podemos dejar de citar a las violencias mediáticas. Los medios de comunicación se han convertido en dispositivos de poder en los ámbitos de las comunicaciones, que adquieren inmediata capacidad de difusión, debido a los avances tecnológicos y a la cibernética. El ejercicio del poder por parte de los medios de comunicación tiene que ver con el control de la información, convertida en la invención de realidades virtuales, a través de la desinformación y del espectáculo. De esta manera podemos hablar no solamente de objetos mercantiles maleables, sino de objetos mediáticos, que adquieren presencia precisamente en los espacios de montaje, abiertos por los medios de comunicación. El mundo acaba de convertirse en un mundo virtual, de realidades mediáticas, que convierte a los hombres políticos y empresarios en hombres mediáticos. Lo destacable de esto es que se trata de sujetos inventados por los guiones de los medios de comunicación. La violencia, en este caso, radica en la manipulación y colonización de las mentes.
Quedándonos por el momento con esta lista de síntomas de la decadencia y la descomposición institucional y social podemos pasar a contrastar la impresión, de la que hablamos más arriba, de que esto se había sembrado hace tiempo, considerando la metáfora del ciclo agrícola.
Si nosotros observamos, en la historia reciente, el descurso de la marcha de la relaciones clientelares, vamos a constatar que, ciertamente, su expansión y, por así decirlo, su institucionalización comenzó antes. A mediados del siglo XX se experimentó socialmente y políticamente la conformación de las prácticas y estructuras clientelares, sobre todo para su uso político. Incluso podemos encontrar estas concomitancias mucho antes, por así decirlo, sembradas en expansión de la relaciones coloniales. Las complicidades y concomitancias de ciertas oligarquías nativas con los conquistadores, se explícita en el reparto del poder inicial colonial. Estás constataciones son ciertas, sin embargo, es indispensable contextualizarlas. Para hablar de relaciones clientelares necesitamos identificar la incorporación de importantes contingentes de la población. Esto no ocurre en los periodos coloniales, aunque se dé la complicidad de algunos estratos de las oligarquías nativas con los conquistadores. En cambio se hace notoria esta incorporación masiva en el caso de la revolución de 1952, durante su perdurabilidad de 12 años. No hay que olvidar que los sindicatos formaron parte del poder, del ejercicio del poder y de su legitimación. Esta situación es análoga a lo que ocurre ahora, durante las dos décadas de las gestiones de gobiernos neopopulistas. ¿Cuál es la razón por que se da esta repetición, esta reiteración de algo que podríamos llamar el paradigma político clientelar?
Ambos periodos, que se dan también como ciclos, el de 1952 – 1964, el del 2006 – 2024, comparten el mito y la realidad, a su manera, de la revolución, del imaginario de la revolución, también de su realización dramática. ¿Por qué después del entusiasmo de la revolución, que genera la misma revolución, se cae en la expansión de relaciones clientelares? ¿Para evitar que el desencanto derive en una nueva insurrección? Al respecto, podemos decir que si una revolución no es permanente, se estanca y al estancarse se vuelve contra-revolución en el transcurso. Se cambian las relaciones de convocatoria en relaciones clientelares. Nos vamos a seguir en detalle este desenvolvimiento, que lo hemos expuesto en otros escritos; por el momento nos interesa destacar esta repetición y reiteración histórica, aunque siempre parece que la historia se da una vez como tragedia y otra como farsa, tal como decía Karl Marx.
Lo que acabamos de observar contrasta con la impresión de que se trata de un ciclo, que se trata de que lo que se siembra se cosecha. En este caso, no hubo siembran ni cosecha, no podemos compararlo con un ciclo agrario, ni como metáfora, pues se trata de la conformación de estructuras de poder, que están vinculadas a la revolución, a la insurrección social contra el poder. Ocurre como si el poder se vengara recurriendo a la astucia de la historia para poder preservarse, sobrevivir y seguir su desarrollo destructivo. El poder revolucionario se convierte en más poder, en un poder desmesurado, en vez de destruir todo engranaje del poder para liberar la potencia social.
El truncamiento de la revolución provoca el Termidor. La conclusión con la que se termina la revolución, se la finaliza; todo a nombre de la revolución. Este evento de clausura no es obviamente revolucionario, todo lo contrario, es la contrarevolución en marcha, sin embargo, no se expresa de esa manera, sino que se inviste de “revolucionaria”, de continuación de la revolución, paradójicamente por la vía de la represión, por la vía de las armas, usadas contra el pueblo, ahora en manos nuevamente del Estado. Se desarma al pueblo, se desarma a los combatientes de la revolución, todo se lo hace a nombre del nuevo “ejército de revolucionarios”, que fusilan y entierran a los combatientes de la revolución.
En esas circunstancias emerge el paradigma de la gubernamentalidad clientelar. Se trata de conformar muchedumbres de clientelas, que sustituyan a lo que fue la masa rebelde insubordinada y en insurrección. Muchedumbres de clientelas marchan en defensa del Estado, que ha institucionalizado la “revolución”, el Estado se ha apropiado de la revolución simbólicamente, arremetiendo contra los mismos postulados de la revolución, contra las pasiones que desencadenaron la rebelión y devinieron revolución.
Entonces el clientelismo hay que entenderlo como una perversión política, perversión que termina con la revolución, irónicamente a nombre mismo de la “revolución”, sirviendo a la nueva oligarquía en el poder, la jerarquía de la burocracia, que se llena de oropeles, de banderas, de museos, de festejos, que cantan a la revolución después de haberla acribillado.
Como dijimos y escribimos en un ensayo el clientelismo es una relación de dominación. El caudillo se convierte en el mesías político, idolatrado, el entorno palaciego es la corte más cercana a la encarnación del mito, a la convocatoria del mito, que solamente es una puesta en escena. Las demandas son manipuladas para incorporarlas como objeto de coerción, de chantaje, de intercambios, de concomitancias y complicidades. Esta violencia corresponde a una relación sadomasoquista entre los involucrados, entre gobernantes jerarcas de la burocracia y dirigencias, que manipulan a sus bases, en términos de la conformación de masas clientelares. Padeciendo esta relación sadomasoquista está el pueblo, que es convidado de piedra, solo se lo invita para aplaudir y a aparecer como público del teatro político.
No se trata, entonces, como dijimos antes, de lo que expresaba la impresión, de que se trataba de un ciclo, que corresponde a las siembra y a la cosecha, a la siembra de relaciones clientelares y a la cosecha de relaciones clientelares reiteradas. La genealogía del poder no se da en este sentido, sino en la genealogía de estructuras de poder truncadas, que corresponden al truncamiento, a la obstaculización institucionalizada en contra de una revolución permanente. Se trata de estructuras que no estructuran, no son estructuras estructurantes, al estilo que manifiesta y conceptualiza Pierre Bourdieu, sino son estructuras desestructurantes, por más paradójico que parezca. ¿Cómo pueden darse estructuras desestructurantes?
Como no se ha construido nada nuevo, como se ha interrumpido la revolución, la conformación abrupta de esta interrupción consiste en un barroco político e institucional. Se reutilizan las estructuras del anterior régimen derribado, estructuras que son útiles para la perpetración del poder, otorgándoles otras funciones, que no son las que tenían antes, pues corresponden a otra conformación política. Las finalidades son otras, no se trata de cumplir funciones, establecidas con anterioridad, sino de establecer disfuncionalidades, que permitan la reproducción de un régimen barroco.
Entonces se trata de la genealogía de la disfuncionalidad estructural, estructurada de tal modo que reproduce esta condición de interrupción constante, el Termidor se vuelve permanente, se construye y consolida de manera represiva en contra la potencia social, que pretende reconducir la revolución hacia su finalización y realización.
En este contexto se dan distintos espacios y escenarios para la proliferación de relaciones adulteradas y perversas, en todos los ámbitos intermedios entre sociedad y Estado. La gestión de la representación sindical es dañada completamente, pues se imponen dirigentes en contra de la democracia sindical. Se conforman organizaciones sociales paralelas allí donde hay resistencias, se hacen festejos que conmemoran los días de la instauración de la revolución, cuando lo que se hace es sacar la momia de la revolución para pasearla por las calles. Una momia que no podrá revivir porque la revolución está muerta, está en manos de sus verdugos, que se han convertido en los apologistas de una revolución muerta.
Entonces no es que se siembra y se cosecha esta genealogía de las relaciones clientelares, sino se trata de la genealogía de estructuras subyacentes, de un poder alterado, suspendido momentáneamente, que, a su vez, interrumpe la revolución, con lo que le queda, con las herramientas a su alcance, con la impostura, la retórica y la demagogia y sobretodo la represión.
Notas
[1] Raúl Prada Alcoreza: Desenlace de la descomposición generalizada. https://pradaraul.wordpress.com/2024/06/10/desenlace-de-la-descomposicion-generalizada/.
[2] Descomposición: Revisar en Enciclopedia Libre, Wikipedia.

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Fotografía: Pradaraul