Por: Mario Rivera Guzmán. 01/11/2024.
De una parte, su pasión por los ciclos largos, lo periodos de largo aliento, su viaje en el pensamiento a la Colonia y a la Revolución, quizá como expresión de su existencia mexicana sin antepasados en estas tierras, que marcha unida a un cierto desprecio teórico (aunque no práctico) por la “coyuntura”: en sus más de quince años de existencia y en sus cuarenta números, aprox., la revista Historia y Sociedad, que construyó y dirigió Enrique Semo, jamás abordó problemas de la coyuntura política, pues para eso estaban en su época el periódico Oposición, órgano informativo del Partido Comunista Mexicano (PCM) que dirigía Gerardo Unzueta, y las revistas de la izquierda mexicana Política, en los sesenta, y Proceso, una década después.
Contradictoriamente, en su crítica de las posiciones de Octavio Paz (revista Proceso, 1978) y para defender la actualidad de la revolución socialista en México, Semo parafrasea a Keynes con ese sarcasmo que reza: “en el largo plazo todos estaremos muertos”.
Lo mismo le ocurre a Enrique cuando se trata de explicar el derrumbe de la Unión Soviética. Parece reacio en este punto a considerar explicaciones estructurales en el centro de esa historia. En cambio, manifiesta simpatías por la explicación que pone el acento en los errores en la conducción del proceso de la Perestroika y la Glasnot.
(Estoy ahora fuera de mi casa y desprovisto de muchas de mis herramientas domésticas, pero prometo verificar y completar todas las afirmaciones que hago a continuación.)
En la explicación económica estructural, más allá de todas las estadísticas sobre un Estado benefactor, sano y rozagante, hiper, yo subrayaría los argumentos que expuso el comunista Roger Garaudy entre 1967 y 1969, referidos a la centralización burocrática de las empresas y el Estado en contradicción irreductible con las necesidades organizativas, horizontales, en la producción, impuestas por las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, dominantes ya en los polos del capitalismo desarrollado global.
Aunque Semo admite la “escasez” democrática en el régimen soviético entre las causas del derrumbe y pasa rápidamente por el problema de la violación al principio socialista de respeto a la autodeterminación de los pueblos (se refiere en la Introducción a Crónica de un derrumbe “a los movimientos nacionales que exigían soberanía en varias repúblicas”), sería preciso desarrollar está línea, pues, en efecto, no sólo respecto a sus propias repúblicas, sino en relación a los países del bloque socialista en Europa, sus satélites (Checoslovaquia, RDA, Polonia, Hungría), la Unión Soviética había negado desde los primeros años 1950, con su práctica imperialista, el principio leninista de respeto a la soberanía, algo que existía de modo central en el espíritu de aquel mundo cada vez más “vietnamizado”.