Por: Jorge Luis Cerletti. CONTRAHEGEMONIA.WEB. 18/07/2020
Los logros tecnológicos y científicos hoy alcanzan niveles sorprendentes y en expansión en abismal contraste con el empobrecimiento de la mayoría de la población mundial, fenómeno que se expresa en sociedades de la abundancia y el desperdicio frente a las miserias y a la escasez. Obra del capitalismo que impera en el planeta y nos ha sumido en una crisis de civilización que abarca todos los planos de la actividad humana, El capital es el fetiche máximo que mercantiliza todo lo que toca, que erige a la ganancia, al dinero y al “éxito” económico en los supremos valores. La aplastante hegemonía que alcanzó el gran capital ha prohijado una dirigencia intelectualmente mediocre, moralmente cínica y mezquina y de una avidez sin límites. Sabe bien como producir más y mejor, pero se desentiende del destino colectivo y mientras acentúa las injusticias y los privilegios destruye a la naturaleza que es puesta al servicio del ansia de lucro. La penetración corrosiva de su imaginario deteriora sensiblemente el lazo social produciendo el encapsulamiento de las personas con grave perjuicio de los sentimientos solidarios y de la vida en sociedad. Estos efectos reales que genera el sistema dan fe de su irracionalismo una vez despojado del maquillaje de racionalidad con que se exhibe. Frente a ello, la postura anticapitalista parece resumir en esa palabra la carencia actual de propuestas emancipatorias. Estamos convencidos del carácter necesario de la negación, pero todavía no logramos construir alternativas superadoras. Y esto es lo que hoy nos convoca en este IV Taller (de GALFISA) y lo que concita las energías aún dispersas de las múltiples resistencias que brotan en los diversos rincones del mundo. Resistencias que tropiezan con una dificultad común: el problema del poder.
Por un lado, la avasalladora expansión del capitalismo ha generado una red de poder que involucra a toda la vida en el planeta y que alcanza un formidable grado de concentración en manos de las élites hegemónicas. Por otro lado, vivimos la paradoja de que los movimientos liberadores han implosionado devorándose a sí mismos bajo la influencia de las relaciones de poder que construyeron para luchar contra la explotación capitalista la cual rebrotó de sus propias entrañas. Y ese imprevisto giro histórico es lo que más nos debe hacer reflexionar.
Esa doble complejidad la resume de los compañeros de GALFISA cuando aluden al Sistema de Dominación Múltiple (SDM) que nos sojuzga y cuando buscan respuestas planteando la Emancipación Múltiple (EM). El primero surge con claridad de los numerosos estudios conocidos y ni qué decir por los efectos sobre quienes lo padecen. Pero la oscuridad y las dificultades comienzan cuando se asume la perspectiva de la Emancipación Múltiple.
Las trampas de la cultura del poder en los procesos emancipatorios
El marxismo ha explicado la naturaleza de la explotación y ha desnudado a fondo las relaciones sociales que la hacen posible pero ha chocado con un obstáculo fundamental: la cuestión del poder. Al extrapolar muchas de sus conclusiones teórico-económicas al plano de la política terminó por identificar las relaciones de explotación con las de dominio. De ese modo se asoció el fin de la explotación con las vísperas de la liberación sin advertir que la persistencia de las relaciones de dominio socavaba el proceso emancipador. Y esa persistencia se dio a través de las estructuras piramidales propias de la organización jerárquica de la sociedad y también en los hábitos internalizados en las personas que mantienen en la vida cotidiana el peso de la tradición histórica de siglos de opresión. Ésa posiblemente haya sido la mayor trampa en que cayó el socialismo que imaginó y proyectó una nueva cultura mientras en la práctica se fueron recreando los vicios de la había cuestionado. Se creyó que la revolución gestaría las condiciones de existencia del hombre nuevo pero la aspiración entraba en contradicción con el imaginario elitista de la vanguardia, con su metodología de construcción y con la cultura heredada.
Si bien se desarrolló un formidable instrumento de liberación capaz de vencer la resistencia de la burguesía explotadora el mismo se gestó bajo una concepción del poder afín a la del enemigo. Esta afinidad estaba implícita en las categorías de vanguardia; de revolucionario profesional; de dictadura del proletariado; del partido como conciencia lúcida en representación de la clase obrera que a su vez fue erigida en representante de las demás clases explotadas. Luego, las sucesivas delegaciones de poder coronaron en el “Estado Obrero” fusionado con el partido y así se cerró el círculo de las representaciones que divorciaron la cúpula de la base
La fuerza organizativa de dicha concepción y la justicia de su causa dejaron en la penumbra el contrabando que portaba. La consigna política de la “toma del poder” sintetizó los aspectos contradictorios que convivían y cuyo desarrollo derivó en la posterior “devolución”. Se “tomó” el poder del otro, pero el otro se cobró revancha al emerger bajo otra cara de la opresión que se pretendió erradicar.
Sin embargo, la política redistributiva y la lucha por la justicia social que impulsó el socialismo dejaron su marca en virtud de las revoluciones gestadas en el siglo XX y aparecen hoy como una tarea inconclusa de la humanidad. Esto no solo dejó una marca que constituye un referente insoslayable para cualquier proyecto emancipador futuro. Pero a su vez obliga a desarrollar un pensamiento crítico capaz de producir una visión enriquecida de la emancipación que sirva para impulsar nuevas alternativas tras el objetivo desvirtuado.
Surge entonces un interrogante clave: cuáles son los caminos para intentar vencer la opresión engendrada por las relaciones de poder vigentes sin reproducirlas cualquiera sea el nombre que se le dé al cambio de actores.
Las trampas de la cultura hegemónica
En la actualidad y ampliando una metáfora de Fidel, diríamos que el mundo está inmerso en un océano de capitalismo. Necesariamente entonces cualquier negación debe brotar de su seno. Y lo primero que nos surge es cómo construir algo distinto frente al peso de su cultura y la universalización de la mentalidad mercantil que le es constitutiva.
La desaparición del campo socialista y la clausura de los proyectos que en mayor o menor medida proliferaron a su sombra, despejaron el camino de la supremacía militar de los EE.UU. y a su actual predominio político-económico. La hegemonía absoluta del gran capital y la expansión planetaria de su influencia se refleja en la tendencia a la imposición universal de un patrón único, en el doble sentido del término. Los núcleos de poder mundial – el entramado entre potencias rectoras, los grandes conglomerados y el sector financiero – son los dueños de los principales recursos del planeta y del formidable instrumento que supone la revolución tecnológica que motoriza el actual modelo de acumulación. Esos profundos cambios alteraron la relación capital – trabajo dejando a este último sector en una posición de gran debilidad. Asimismo, semejante poder de condicionamiento ha acelerado el control económico y político de los países más débiles despojados de su soberanía nacional que se la exhibe como un anacronismo del pasado.
Este fenómeno ha creado luna nueva situación política a escala mundial. Como producto de esa gran hegemonía se ha impuesto el modelo de la democracia condicionada, una trampa cultural-política de última generación. Vale decir, el recurso electoral como garante de legitimidad y consenso, pero basado realmente en el vaciamiento de la representatividad tradicional por ausencia de oposición real. El poder dominante, con su discurso único, es el amo y el gran elector que tiende a uniformar la diversidad de expresiones y a desactivar las resistencias. Tal es el peso de su hegemonía que los diferentes partidos pasan a representar a dicho amo minimizando las diferencias. El espacio que se les concede es el de gestores de la situación constituyéndose en fusibles del descontento social. Y si bien esto no es un absoluto, señala la característica política más relevante de la época. Al ser asumida también por quienes ayer manifestaban distintas formas de oposición al gran capital, las gestiones de gobierno se unifican bajo ese signo que identifica el perfil de los políticos actuales incapaces de propiciar auténticas alternativas populares. En síntesis, tras la apariencia de la democracia y el consenso se esconde el unicato de un poder despótico que hace y deshace el destino de las grandes mayorías sin que éstas tengan posibilidades de participación real. Y en la medida en que la concentración del capital avanza más y más todo indica que se agudizará la tendencia al divorcio entre esa falaz institucionalidad democrática y los intereses del pueblo que dice expresar.
Este profundo vaciamiento de la representatividad tradicional no sólo crea importantes contradicciones al sistema, sino que ayuda a visualizar las trampas que encierra esa figura. Su engañadora apariencia encubre el poder real que la sostiene distorsionando su sentido. Mientras dicha figura indica delegación de poder en alguien que debe ceñirse a un mandato otorgado voluntariamente por otros, el poder es la capacidad de decidir sobre el destino ajeno, de imponer la propia voluntad per se. Luego a través de la representatividad tendría que expresarse la voluntad de los otros mediada por el ejecutor. Pero es aquí, en la mediación, donde comienza a realizarse la mutación que asocia sistemáticamente a la dominación.
En ese tránsito se produce el desplazamiento del sujeto del poder velado por la mediación. Como resultado de ello se concretan las relaciones de dominio y se legitima el poder del “representante” que enajena al de sus representados imponiendo su realidad oculta. De ese modo cobra fuerza esta figura tradicional que se constituye en vía regia para el ejercicio del poder lo cual resulta funcional a todas las organizaciones piramidales. Y hasta ahora, la historia del sometimiento muestra variadas formas de ese desplazamiento en el que se materializan políticamente las relaciones de dominio y de las que no pudieron librarse los procesos emancipatorios.
Hoy es tan profunda la crisis de representatividad y el avance de la ficción que conlleva que ha dado lugar a la entronización de la política espectáculo: una combinación del reinado mediático unido a la desvinculación de los mandatos conferidos. A tal punto que la principal preocupación de los políticos funcionales al régimen es cómo exhibir a los candidatos en tanto que sus promesas electorales sólo importan como teatralización convincente. De allí que el descrédito ganado por esa “política” sólo sea comparable al escepticismo que despierta en la sociedad.
Al existir un solo mandante real, los representantes del gran capital con todos los matices que se quiera, aparecen muy debilitadas las anteriores representaciones clasistas que se le oponían. Y el centro de gravedad de los “irrepresentados” pareciera desplazarse al resto de la sociedad que se ve marginada de las decisiones que hacen a su existencia. O sea, la polarización ofrece la originalidad de una gran concentración del polo dominante frente a un considerable grado de dispersión de los sectores dominados. Esto acrece la importancia de la transversalidad en la problemática social frente al componente clasista tradicional lo que se manifiesta en la pérdida de peso del proletariado industrial y el notable aumento de los marginados por el sistema.
Como amortiguador de los efectos que genera esa gran hegemonía surge el discurso disfrazado de progresista que, salvo honrosas excepciones, es sostenido por una masa indiferenciada de políticos socialdemócratas oficiantes o no de la tercera vía, ex comunistas y ex nacionalistas populares que convergen en gobiernos dóciles al “unicato”. Su mayor fidelidad al pasado es la firme convicción de que en el presente poco y nada se puede hacer para alterar las relaciones de poder que les conceden espacios de supervivencia en el aparato del Estado mientras conserven la necesaria cuota de “realismo” que se les exige. O sea, postrarse ante el poder económico que es quien verdaderamente define la “política” a seguir.
Frente a este vacío emerge una figura todavía confusa y extraña a la tradición militante de épocas anteriores: la sociedad civil. Se diría que por contraposición a la sociedad política de la cual es marginada según las razones expuestas. Y dentro de ese marco aparecen los nuevos movimientos sociales cuya vitalidad y futuro todavía son un enigma. Pero como la gran burguesía no tiene un pelo de tonta, ya está lanzada a cooptarlos, en principio tratando de instrumentar a las ONG que dependen del apoyo oficial mientras los intelectuales orgánicos del poder dominante formulan planteos “teóricos” tipo tercer sector.
Los fuertes interrogantes que se abren en la actualidad dan lugar a líneas de búsqueda que deben hacerse cargo de la complejidad del mundo contemporáneo junto a los todavía dispersos intentos por desarrollar nuevas alternativas emancipadoras.
El poder y la emancipación
Un dilema decisivo se presenta al asumir el objetivo de construir “poder” antagónico a la opresión pues el mismo implica un doble desafío: 1º) que sea capaz de vencer la formidable estructura de poder capitalista; 2º) que ese poder no regenere opresión bajo otra forma. Y en base a la experiencia vivida, lo primero parece exigir organizaciones cerradas y piramidales; lo segundo, organizaciones abiertas y horizontales. Nos preguntamos: ¿cabe formular la cuestión en esos términos? Y si es válido el planteo, ¿cómo superar la contradicción que encierra?
Ahora bien, si pensamos en el capitalismo como una universalidad sólo reemplazable por otra universalidad, nos propondremos la sustitución de aquel sistema por otro más justo, lógica que nos lleva a plantear la creación de un contrapoder suficientemente fuerte como para encarar la aventura. Creemos que esa línea de pensamiento nos sitúa en una posición semejante a lo ya experimentado. Si en cambio l apreciamos como resultado histórico de un largo proceso de formación donde convivió con otras formas sociales a las que terminó imponiendo su hegemonía actual, privilegiaremos otros modos de oposición que valoricen más lo particular. Si bien ambos enfoques dan cuenta de una misma realidad, según sea lo que se acentúe conducirá a problemáticas y caminos de construcción diferentes.
Aquí se abren tantas vías tentativas como quienes tengan la voluntad de emprenderlas. Para lo cual las experiencias e ideas que han ido surgiendo y que provienen de las más diversas culturas y de sus respectivas historias son el abono indispensable para la fertilización del futuro. Lo novedosos del asunto es que frente a tanta diversidad se registran huellas comunes de un afán emancipatorio que no sólo aspira a desembarazarse del yugo capitalista, sino que también busca no reincidir en lo mismo que terminó por desbaratar a los movimientos populares. Como se desprende de esta exposición nosotros nos orientamos en este sentido.
Tal vez la apuesta más difícil esté referida a cómo enfocar la problemática de la organización. Si trasladamos la cuestión al plano de la política se verifica la contradicción entre la operatividad necesaria para producir cambios sustanciales y las relaciones de dominio internalizadas en el comportamiento humano y social. Obviamente nos estamos refiriendo a perspectivas de largo plazo y no a las urgencias que brotan de las necesidades inmediatas insatisfechas. Pero estamos convencidos de que no debemos antagonizar los tiempos sino que es imprescindible hallar las vías de convergencia que potencien las prácticas emancipatorias.
Intentando respuestas destacamos la importancia de la circulación del poder. Puede ser un objetivo, en principio, realizable desde lo particular. Sabemos que las relaciones de dominio son un universal sobre el que se asienta la opresión. Esto favorece las condiciones de existencia de un inmenso poder como el que se padece en la actualidad. Si se debilita su cohesión interna por la dinámica de las partes, es presumible que se desarrolle un proceso donde se deteriore su universalidad. Si el mundo está regido por una plutocracia internacional, ¿qué tiene ver esto con los enunciados democráticos? Luego, luchar por una democracia real que garantice el bienestar de todos, donde circule el poder y no se privaticen las decisiones, pareciera un objetivo capaz de conjugar lo micro con lo macro y de inmunizar las prácticas internas abriendo su proyección al exterior. Esto plantea una construcción simultánea: contra la opresión capitalista y también contra la falla oculta que carcomió al socialismo. Desde este enfoque pensamos que la circulación del poder debe ser consubstancial a toda metodología revolucionaria en gestación.
Es indudable que la gran mayoría de las luchas de resistencia hoy se realizan siguiendo los cánones organizativos tradicionales. Esto posibilita resolver situaciones coyunturales, pero tiene pocas perspectivas en tanto no se transformen en algo distinto. Pensamos que esa forma de organización propia de la cultura que nos moldea, requerirá un proceso de duración imprevisible para gestar condiciones que permitan superarla. Por eso resulta tan importante alentar el desarrollo de experiencias que contribuyan a crearlas. Tal es el caso del zapatismo, de los nuevos movimientos sociales, de las redes del trueque y de las diferentes expresiones que aportan en ese sentido. Pero no hay por qué presuponer una desvinculación total entre las prácticas tradicionales y lo gérmenes de lo nuevo. Los múltiples intercambios de que se nutre el tejido social son mucho más ricos que los esquematismos que estrechan horizontes.
No se debe subestimar entonces el valor de las resistencias ni tampoco las dificultades que ofrece su articulación para genera la necesaria energía social capaz de producir transformaciones. Contribuye a ello la enorme diversidad de situaciones y la heterogeneidad de la Sociedad Civil como agente de cambio. Al tiempo que redescubrimos la importancia de lo local respecto de un salvacionismo inspirado e impulsado desde un centro que se atribuye la suma de las representaciones, somos conscientes de la vulnerabilidad de las partes si resultan expresiones aisladas. A ese convencimiento se debe la idea de vincular en red la diversidad de experiencias. Es muy grande el peso de la cultura en que estamos inmersos y muy escaso el tiempo transcurrido desde que circula la idea como para vaticinios apresurados. Pero lo interesante del asunto es que emergió de muy distintos lugares y que éste y otros conceptos ya forman parte de un lenguaje común inexistente hace varios años atrás. El fantástico avance de la cibernética y las comunicaciones al instante vía Internet habilitan posibilidades inéditas en cuanto a intercambiar experiencias y compartir decisiones, terreno fértil para el ejercicio de la democracia directa. Se diría que estamos en los umbrales de un proceso que resignifique los alcances de la democracia y que instaure una modalidad nueva de concebir y de hacer política. No es una vana ilusión entonces proyectar objetivos comunes respetando la pluralidad a la vez que impulsar la gestación de una nueva cultura política que formule la unidad de acción junto a la intercambiabilidad de roles. Que respete las decisiones locales potenciando su articulación en formas federativas que se extiendan sin limitaciones geográficas y que erosionen el poder concentrado de la opresión.
Es muy probable que se dé un prolongado período en que se combinarán distintas prácticas y concepciones acerca del poder en las luchas que se realicen en oposición al orden existente. Y en la medida en que se desarrollen proyectos que contemplen internamente formas de circulación del poder o que al menos tomen conciencia de su importancia para la construcción de alternativas emancipatorias, se irán dando pasos en ese sentido. Pensamos que si no se marcha en esa dirección no se podrán superar los logros obtenidos por los movimientos revolucionarios en este siglo y el capitalismo seguirá renaciendo, como el ave fénix, desde la entraña misma de sus circunstanciales enemigos.
Nota: Intervención-ponencia en GALFISA: “Grupo (de investigación) América Latina: Filosofía Social y Axiología”) del Instituto de Filosofía del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente de Cuba. (16/12/00).
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Fotografía: CONTRAHEGEMONIA.WEB.