Por: Anne Fouquet. 04/01/2024
a muerte péndula de la vida, destino inevitable, implacablemente humano y la vez tan deshumanizado. La percepción sobre la muerte reviste diferente formas. ¿Qué se siente de las muertes? ¿Es uniforme el sentimiento? ¿Sentimos del mismo modo las muertes de quienes nos rodean, las cercanas y visibles, que las que ocurren a distancia, las lejanas? Boltanski se interrogaba sobre el sentimiento de sufrimiento en un texto llamado El sufrimiento a distancia[1], en el cual establece tres formas de abordar el sufrimiento: la de la denuncia, la del sentimiento y la de la estética. Modestamente, aquí nos proponemos abordar el sentir frente a las múltiples caras de la muerte desde la empatía y la apatía.
El fin de semana pasado cayó la noticia de la muerte de una querida colega profesora del Tec de Monterrey, la doctora Lumy Velázquez. Hace unos meses atrás fue otra colega de la misma institución, de la misma escuela de Humanidades y Educación, la doctora Florina Arredondo. Dos mujeres que dedicaron su vida a la enseñanza, que crecieron como personas en este camino, que marcaron generaciones de alumnas y alumnos. Cada una con sus propios enfoques: Lumy con sus luchas para desarrollar la reflexión en cuanto al lugar de las mujeres en la sociedad y Florina con sus investigaciones sobre conciencia entre ética y medio ambiente. Dos mujeres relativamente jóvenes. Los testimonios en las redes sociales de sus exalumnas y alumnos “testifican” de las huellas que dejaron. Las dos murieron a causa de una enfermedad, lo que llamamos muerte “natural”.
En paralelo a estas muertes conocidas y cercana, miles de otras muertes, más o menos alejadas a mi realidad han ocurrido en este mismo lapso de tiempo, tanto en México como en otras partes del mundo. En México, jóvenes víctimas de las múltiples violencias que aquejan a la sociedad caen cada día. En el marco de mi trabajo de coordinación de una intervención social en una colonia vulnerable en las faldas del Topo Chico, desde principio del año, van mínimo 5 muertes de jóvenes cercanos a las vecinas de la colonia. Muertes violentas, colaterales de una sociedad enferma, muertes “sociales” podríamos denominarlas. En Acapulco recientemente el Huracán Otiz dejó su saldo de muertes anónimas en las colonias de las partes altas de la ciudad. Encontradas en sus casas sumergidas de lodo detrás de las imágenes apocalípticas del malecón lleno de ruinas de lo que eran hoteles de lujo. Muertes “ambientales” podríamos llamarlas, muertes colaterales de otra violencia, la violencia económica.
En el mundo, miles de víctimas de guerras provocando muertes violentas debido a conflictos nacionalistas, ideológicos o religiosos que nos tocan más o menos según donde nos encontramos en el escenario mundial, muertes de “guerra”. En Europa, sigue el conflicto en Ucrania donde una potencia, Rusia, pretende seguir ejerciendo control sobre un territorio que no le corresponde; en África, las miles de muertes silenciadas de numerosos conflictos. Desde América Latina, estos conflictos están muy alejados a nuestra cotidianidad y estas muertes no se ven, no se sienten. Pero la lejanía geográfica no siempre es el factor para explicar la distancia humana con la muerte.
Este 7 de octubre 2023 ocurrió un ataque de Hamas en un festival de música en Israel, a pocos pasos de los territorios de Gaza, dejando muertes por su paso. A pesar de la distancia geográfica, esta noticia es vista y tratada como noticia mundial y tiene repercusiones casi inmediatas en todo el mundo. Toca una fibra de la historia mundial del siglo 20, reaviva el debate humanista del holocausto. El crimen humano organizado, sistematizado de un pueblo por sus creencias religiosas frente a otro crimen en contra de la humanidad: la negación al pueblo palestino de vivir en sus tierras.
Estas múltiples muertes distantes o cercanas, violentas o naturales, ambientales o económicas, criminales o bélicas, interrogan sobre nuestras posturas y capacidades de reacción. Nuestras capacidades de denunciar y actuar como sociedad, como humanidad. Las muertes cercanas suelen provocar empatía mientras que las lejanas nos dejan en la apatía. ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de empatía y de apatía?
La empatía, es el sentimiento humano que permite compartir e identificarse con el sentir del otro. Etimológicamente, la empatía deriva del latín In (em) y del griego pathien o pathos (sentir, sentimiento) siendo la capacidad de sentir, re-sentir los sentimientos, o de forma más coloquial ponerse en el lugar del otro. Así se trata de un sentimiento profundamente humano, fuente de la capacidad para vivir en sociedad o como lo define Husserl[2] la empatía es “el fenómeno decisivo sobre el cual la intersubjetividad se establece para constituir un mundo común”. En oposición a esta empatía, se encuentra la apatía construida a partir del latín apathia («impasibilidad, insensibilidad»), del a- («sin») y pathos («sentimiento»), o sea estar sin sentimiento. La apatía está más relacionada con la psicología individual, con la incapacidad de un individuo para sentir y el riesgo psicológico que eso conlleva: la depresión.
Así, cuando la empatía nos permite vivir juntos, la apatía está asociada a la incapacidad individual en hacerlo. Una breve consulta en internet del término apatía reenvía casi sistemáticamente a textos psicológicos y a imágenes de personas deprimidas, reforzando esta aparente distinción entre una dimensión colectiva y otra más individual.
Sin embargo, frente a las muertes lejanas, las de los jóvenes de barrios populares, las de migrantes, las de los pueblos africanos, etc. solemos denunciar la falta de reacción colectiva, culpamos a la apatía social. Como si se tratase de la suma de individualidades que se encuentran en la imposibilidad de sentir los sentimientos de otros hasta formar una apatía social, el despojo de la empatía que nos une como sociedad. Desde la sociología, Durkheim se refería a la anomia como “un estado sin normas que hace inestables las relaciones del grupo, impidiendo así su cordial integración”. Frente a las múltiples caras de las muertes cotidianas, la anomia social se ha vuelto apática.
14 de noviembre de 2023
[1] Boltanski, L. (1993). La souffrance à distance. Paris : Éditions Métailié.
[2] L’empathie : réflexions sur un concept. C. Boulanger, C. Lançon / Annales Médico Psychologiques 164 (2006) 497–505. https://centregranger.cnrs.fr/IMG/pdf/texte_empathie.pdf
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Fotografía: Academicxsmty43