Por: José Antonio Gutiérrez Danton. La Pluma. 13/10/2017
La masacre que recientemente se ha producido en el corregimiento de Llorente, en Tumaco, en la que ha muerto un número aún indeterminado de campesinos, cifra que no baja de los ocho muertos según los datos que recibimos de personas en el terreno, nuevamente enluta al movimiento popular colombiano. Mientras hacen cuentas alegres en el Hospital Militar de la caída en las bajas del Ejército desde que las FARC-EP dejaron de quemarles tiros, en el campo popular no hay ánimo para hacer esos cálculos [1].
Los campesinos y dirigentes populares asesinados por las balas oficiales y paraoficiales siguen apilándose como si aquí no hubiera pasado nada, como si no hubiera habido proceso de paz ni nada. Pero la masacre de Tumaco, por su magnitud, es un punto de inflexión. De ahora en adelante, cualquier ilusión en la «voluntad de paz» del gobierno de Santos, o es mala fe o sencillamente es cándida estupidez.
«Fue el Estado»
Los hechos han sido relatados por las organizaciones con presencia en el terreno y que se han elaborado en base a los testimonios de quienes fueron testigos presenciales y sobrevivientes de la masacre del 5 de Octubre: Asociación de Juntas de Acción Comunal de los Ríos Mira, Nulpe y Mataje (ASOMINUMA), Coordinadora Nacional de Cultivadores de Coca, Amapola y Marihuana (COCCAM), y Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria (FENSUAGRO). Según el comunicado de la COCCAM:
«El día 29 de Septiembre, las comunidades campesinas asentadas en la Zona de Alto Mira y Frontera, zona rural del Municipio de Tumaco, donde hace presencia la Asociación de Juntas de Acción Comunal de los Ríos Mira, Nulpe y Mataje ASOMINUMA, denuncian la presencia de aproximadamente 1000 efectivos de la fuerza pública con orden de adelantar labores de erradicación forzada, en la vereda El Tandil.
Ante esta situación la comunidad se moviliza con más de 1000 personas concentradas en la vereda Puerto Rico Mataje a la espera del ingreso de una comisión DDHH, así mismo de evitar la erradicación forzada de los cultivos. [El] 5 de octubre, aproximadamente entre 10:30 y 11:00 am, la comunidad informa que en marco de los cercos humanitarios para evitar la erradicación que ha hecho la población a la policía, ésta sin mediar palabra abre fuego de forma indiscriminada contra la población. »
El testimonio de campesinos recogido por la Agencia Prensa Rural es claro: «Fueron ellos [la fuerza pública] los que nos dispararon, porque de frente, fueron ellos los que nos dispararon. (…) La gente se amontonó y llegó ahí, y ellos por ahí como un minuto hicieron un ‘rafagazo’, y ahí quedó el reguero de gente extendida». Otro testimonio recogidos por ellos refuerza el tratamiento de guerra que está recibiendo la protesta social: «Nosotros íbamos a una mesa de diálogo donde negociáramos los campesinos con ellos, para ver a qué podíamos llegar y estábamos en ésas. Cuando en medio de todos un soldado y un policía de los que estaban ahí armaron la balacera. (…) Sonaban bombas de aturdimiento de todo lo que ellos tienen y artillería pesada» [2]. Dicen los campesinos que los soldados han dicho actuar por orden directa del Ejecutivo. El veredicto es diáfano: La Fuerza de Tarea Pegaso del Ejército nuevamente se mancha las manos de sangre, manchando también la conciencia del Nobel de la «Paz”, Juan Manuel Santos.
No contentos con herir y asesinar a campesinos inermes, las autoridades han decidido echar sal a las heridas de éstos y burlarse de ellos, inventándose un cuento de que habrían sido atacados por una disidencia de la Columna Daniel Aldana de las FARC-EP [3]. Con esta mentira descarada, con este vil engaño, se corona la infamia. Esto ha sido desmentido por el propio comunicado de FENSUAGRO: «Se realiza un informe por parte de Ejército y policía Nacional, intentando justificar su accionar desmedido y en el cual se expone que el motivo de su agresión obedece a que se habrían presentado el lanzamiento y explosión de 5 cilindros bomba, sin embargo las comunidades manifiestan y clarifican que no se han encontrado evidencias de ningún tipo de artefacto ni rastros de explosión. » Más aún, no ha habido ningún uniformado herido ¿Cómo explicar esto? La mentira no puede ser más burda.
Violencia sistemática
Acá no hay que llamarse a engaños. Esto no es un hecho aislado. La violencia contra los de abajo estará a la orden del día en el mal llamado «post-conflicto». Esta será una paz más sangrienta que la de Guatemala, que la del Salvador. Aparte de eso, está la militarización del territorio: el ejército ha llegado a las zonas donde antes hacía presencia la insurgencia de las FARC-EP con una actitud revanchista odiosa. Instalan retenes militares, donde se reproducen las mismas humillaciones que los campesinos han conocido por décadas. Ponen restricciones al movimiento terrestre y fluvial de las personas. En las trochas de la Colombia profunda las cosas no son como en la Panamericana: ahí no hay pulgares alzados ni sonrisas pendejas. Allá hay insultos, cara de perro, amenazas. Se pasean como pavos reales con todo su armamento de guerra en pueblos en los cuales antes no se les veía porque les daba miedo asomar la nariz. Ahora sin guerrilla la cosa es diferente.
En un retén militar en Cartagena de Chairá, Caquetá, donde nos revisaron hasta las muelas con un amigo para decirnos que no había autorización para seguir hasta las 6 a.m. del día siguiente, obtuvimos una clave para entender lo que está pasando. Cuando él les preguntó, «oiga, ¿no dizque estamos en proceso de paz? Y ustedes haciendo esto…», un soldado, que no quiso identificarse y que se tapó con un trapo las insignias del batallón y todo, respondió sencillamente, «claro, por eso es que podemos hacer esto». Corto, claro y preciso. En Piñuña Blanco, Putumayo también me tocó presenciar tropas armadas hasta los dientes interrumpiendo una reunión comunitaria campesina, diciendo que no se podían celebrar reuniones sin autorización previa de los mandos militares y sin su presencia [4]. Una dictadura militar en todo regla. En estos territorios la gente se queja que bajo las propias narices de estos soldados, se pasean atracadores, paramilitares, y ellos tan frescos, sin hacer nada. Eso sí, para maltratar a los campesinos sí son buenos.
Como si esto fuera poco, el paramilitarismo campea por todo el país, asesinando dirigentes populares incluso a un ritmo más acelerado que en época de conflictos. Sus balas también se están cobrando la vida de farianos desmovilizados y, demostrando un ensañamiento diabólico, de sus familiares también. Pero el problema para el gobierno no existe, aunque sabemos que la raíz de este conflicto está en el mismo aparato del Estado: en sus fuerzas represivas, de inteligencia y en la bancada parlamentaria del odio. Eso, sin olvidar a los ganaderos, latifundistas y agroindustriales que han acumulado millones de hectáreas mediante el terror paramilitar, a los que hoy el gobierno recompensa generosamente con las ZIDRES* y con la nueva ley de tierras que les facilita la legalización de su acumulación violenta de tierras mediante el galimatías jurídico de los «ocupantes de buena fe” [5].
¡Qué diría RCN si esto estuviera ocurriendo en Venezuela!
Sangre colombiana ofrendada para aplacar la ira de Estados Unidos
Hechos como los de Tumaco son particularmente graves por el número de muertos, pero son escasamente excepcionales: en el marco de las erradicaciones forzadas, se han venido presentando hechos de violencia similares en el Meta, Guaviare, Caquetá, Putumayo, Cauca, Antioquia, Catatumbo. Recientemente el 21 de Septiembre corría la sangre en la vereda de Río Negro, Corinto (Cauca), donde fue asesinado el coordinador de la Guardia Campesina de ese municipio, José Alberto Torijano, a manos del Ejército durante acciones contra un supuesto laboratorio que ocasionaron abusos contra las comunidades y la consecuente reacción campesina. En eso murió Torijano [6]. Lo extraño no es lo ocurrido en Tumaco: lo extraño es que no haya más muertos (por ahora). Nos llegan noticias que los militares ya se están posicionando en Argelia, Cauca y que, probablemente, se prepare una arremetida igualmente violenta en contra de ellos, cosa de la que se viene hablando ya hace más de un mes [7].
Hay que resaltar que en todos estos casos los campesinos han manifestado su interés de participar en los programas de sustitución voluntaria, y que, de hecho, en muchas regiones ya han comenzado a sustituir voluntariamente. Pero el gobierno no ha cumplido con nada de su parte –un reciente informe sobre la implementación de los acuerdos, revelaba que el Estado sólo ha cumplido con un magro 18% de lo pactado en los acuerdos [8]. Para los cocaleros no ha habido nada. No hay planes de desarrollo alternativos, no hay concertación con los campesinos, no hay programas viables, no hay ayudas, no hay nada que haya llegado al campesino, aparte de amenazas y de violencia desmesurada. Trump chasquea los dedos, amenaza con descertificar a Colombia, exige más erradicaciones, y Santos le ofrece a su amo, servilmente, sangre colombiana para quedar bien y aplacar su ira.
Del repudio y las náuseas a la movilización
Hoy no basta la palabra. Se necesitan acciones contundentes, solidaridad, movilización, desobediencia civil. Hoy ha sido Tumaco. Mañana puede ser Argelia. Pasado mañana puede ser cualquiera. Hay que evitar, por todos los medios a nuestro alcance, que se vuelva a materializar una masacre como esta. Porque sin la acción popular este escenario se seguirá reproduciendo, de ese no quepa duda. Al gobierno no le temblará la voz para ordenar derramar más sangre si así lo estima conveniente. Por eso es necesario que hoy, todos quienes tengamos un poco de sentido moral, nos comprometamos a hacer cuanto podamos para rodear y proteger a las comunidades campesinas vulnerables. Donde quiera que estemos, podemos aportar un grano de arena a esta lucha. Es hora de una fuerte resistencia cívica para expresarle al Estado que sus acciones lo condenan a la letrina de la historia, que no nos cruzaremos de brazos ante la violencia oficial, que ya no más. Ya no más.
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Fotografía: La Pluma