Por: Raúl Prada Alcoreza. 23/12/2024
Ecclesiastes decía que:
“El simulacro nunca es aquello que oculta la verdad – es la verdad lo que oculta que no hay verdad alguna. El simulacro es cierto.”
En otras palabras, quizás más contemporáneas, el juego de la simulación y el montaje del espectáculo son lo cierto del mundo de la modernidad tardía. ¿Qué quiere decir que el simulacro es cierto, que el simulacro no oculta la verdad, sino que la verdad es la que oculta que no hay verdad alguna? No hay verdad en el sentido de esencialidad y sustancialidad. Lo que hay es realidad, ésta es la existencia misma, el Hay indiscutible. No hay que olvidar que la realidad está para nosotros, que la experimentamos, entonces que la interpretamos; en ese sentido, la realidad también es imaginada sin dejar de ser real. Pero el tema no es la realidad sino la verdad, la pretensión de verdad, que es denunciada por el simulacro, que muestra que todo es una simulación. Esto quedría decir que todo es un juego de apariencias, que también quiere decir que todo es fenómeno, que todo aparece, pero sin ocultar ninguna esencia, ninguna sustancia, por lo tanto ninguna verdad. Al respecto, podríamos decir que no hay verdad sino devenir, que la realidad es devenir, es decir, es constante transformación.
Jean Baudrillard nos coloca de lleno, de entrada, en la cuestión de la puesta en escena, de la simulación, por lo tanto, también de los juegos de la imaginación, sostenidos por montajes. Escribe:
“Podemos tomar como la alegoría más adecuada de la simulación el cuento de Borges donde los cartógrafos del Imperio dibujan un mapa que acaba cubriendo exáctamente el territorio: pero donde, con el declinar del Imperio, este mapa se vuelve raído y acaba arruinándose, unas pocas tiras aún discernibles en los desiertos – la belleza metafísica de esta abstracción arruinada, dando testimonio del orgullo imperial y pudriéndose como un cadáver, volviendo a la sustancia de la tierra, tal y como un doble que envejece acaba siendo confundido con la cosa real). La fábula habría llegado entonces como un círculo completo a nosotros, y ahora no tiene nada excepto el encanto discreto de un simulacro de segundo órden.” [1]
Interpretando, podríamos decir que, a lo largo del tiempo, la copia termina pareciéndose a lo copiado o, más bien, que la copia termina absorbido por lo copiado, volviendo a su referente por envejecimiento y deterioro. También podríamos decir que el olvido, la pérdida de memoria, termina confundiendo la copia y lo copiado, el dibujo y el referente, el mapa y el planeta. Pero esto sólo puede ocurrir imaginariamente. Si el mapa sirve para orientarse, para componer cartografías, para representar el planeta, cuando se confunde el mapa con el mundo y se termina actuando en el mapa y no en el mundo, se da lugar no solamente a una gran equivocación, que no tiene consecuencias en el mundo efectivo, sino en el delirio imaginario. Entonces, podemos hablar de enajenación.
Empero, Baudrillard no se ocupa aquí de la enajenación, sino, más bien, de la simulación, del papel de la simulación en el mundo moderno, sobre todo en su etapa tardía. Habla concretamente no solamente de simulacro sino de la hiperrealidad, de la representación extrema, de la copia monumental de la realidad, de su duplicación monstruosa.
“La abstracción hoy no es ya la del mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación no es ya la de un territorio, una existencia referencial o una sustancia. Se trata de la generación de modelos de algo real que no tiene origen ni realidad: un “hiperreal”. El territorio ya no precede al mapa, ni lo sobrevive. De aquí en adelante, es el mapa el que precede al territorio, es el mapa el que engendra el territorio; y si reviviéramos la fábula hoy, serían las tiras de territorio las que lentamente se pudren a lo largo del mapa. Es lo real y no el mapa, cuyos escasos vestigios subsisten aquí y allí: en los desiertos que no son ya más del Imperio, sino nuestros. El desierto de lo real en sí mismo.”
En otras palabras la hiperrealidad es impuesta, que es como decir, la tecnología de la copia se ha impuesto. Al mundo sobre-moderno le corresponde una hiperrealidad. La realidad habría desaparecido ante la mirada tan próxima, que producen los lentes de la fotografía y del cine. El espectáculo ya no es el del teatro, sino se trata de un espectáculo descomunal, que traga al público, lo absorbe, lo incorpora a la vorágine imaginaria de un mundo sin límites, en lo que respecta a las múltiples y proliferantes manipulaciones.
“De hecho, incluso invertida, la fábula es inútil. Quizá sólo queda la alegoría del Imperio. Puesto que es con el mismo imperialismo con el que los simuladores de hoy en día intentan que todo lo real coincida con los modelos de simulación. Pero ya no es cuestión que se decida entre mapas y territorio. Algo ha desaparecido: la diferencia soberana entre ellos que era el encanto de la abstracción. Ya que es la diferencia lo que forma la poesía del mapa y el encanto del territorio, la magia del concepto y el encanto de lo real. […]. Lo real se produce a partir de unidades miniaturizadas, de matrices, bancos de memoria y modelos de comandos y con estos puede reproducirse un número indefinido de veces. Ya no tiene que ser racional, puesto que ya no se mide respecto a algún ideal o instancia negativa. No es más que práctico, operacional.”
No solamente se trata de la pérdida de la realidad por la absorción desmesurada de la hiperrealidad, sino también de la pérdida de la racionalidad por la absorción compulsiva, de la racionalidad instrumental desbocada. La pérdida de la racionalidad no sería la locura, como se pensaba antes, sino, más bien, la vertiginosidad extrema de la instrumentalización.
En consecuencia, el poder no se daría en la realidad, tampoco el poder, como dice Michel Foucault, reproduciría la realidad, sino que se realiza abiertamente en la simulación permanente del espectáculo absoluto.
“Del mismo órden que la imposibilidad de redescubrir un nivel absoluto de lo real, es la imposibilidad de representar una ilusión. La ilusión ya no es posible, dado que lo real tampoco es ya posible. Es el problema político completo de la parodia, de la hipersimulación o de la simulación ofensiva, el que se plantea aquí. Por ejemplo: sería interesante ver si el aparato represivo no reaccionaría más violentamente ante una toma de rehenes simulada que ante una real. Al fin y al cabo, la real sólo cambia el órden de las cosas, el derecho a la propiedad, mientras que la simulada interfiere con el mismo principio de realidad. La transgresión y la violencia son menos dañinos, puesto que sólo desafían la distribución de lo real. La simulación es infinitamente más dañina, puesto que siempre está sugiriendo que la ley y el órden en sí mismos podían realmente no ser más que una simulación.”
Desde esta perspectiva la famosa interminable guerra contra el terrorismo se efectúa sin necesidad de que existan terroristas, sino basta suponerlos, concebirlos como posibilidad. Esto basta para comenzar una guerra devastadora contra la sociedad y el pueblo, que cobija supuestamente terrorista. Hacerlo de una manera descomunal y demoledora, genocida. También no es necesario de que existe un golpe de Estado para actuar contra los golpistas, basta suponerlo y señalar a los supuestos golpistas, para justificar una represión que se ensaña contra los enemigos de la “democracia”, de la que ya no se sabe qué es y en qué consiste. Aunque haya desaparecido, lo que importa es de qué se suponga su existencia, para defender un fantasma de un cuerpo que alguna vez fue. Asimismo no es importante de que haya habido o no un atentado, sino que lo que importa es concebirlo como posibilidad. Esto basta para desatar interminables, repetidos, constantes, bloqueos de caminos, dejando paralizado a todo un país, detenido en la inmovilidad y en la escasez, en la desaparición de la energía fósil, arrancada y transnacionalizada, dejando a los habitantes, ciudadanos y usuarios al abandono completo. Cómo hemos dicho, aunque no estén los terroristas, los conspiradores, los francotiradores, los perpetradores de los atentados, lo que importa es suponer su posibilidad, para desencadenar las más aberrantes violencias contra las humanidades vulnerables. El poder ya es otra cosa, el desenvolvimiento mismo de la violencia desmesurada desencadenada. Lo que importa es que la violencia se mantenga, como una gran amenaza, constante y permanente. Se trata del terror, del ejercicio del terror, de la manifestación del terror; sólo así, con la amenaza absoluta. puede reproducirse el poder en la época de la decadencia del sistema mundo capitalista y del modelo colonial extractivista del capitalismo dependiente. Regidos por la forma de gubernamentalidad clientelar, tambié en el país vecino, por la forma de gubernamentalidad de la expropiación desmedida sobre la sociedad, por parte del retorno de antiguas oligarquías.
La política de la simulación se opone a lo real, se opone a toda resistencia, puesto que sabe que el poder está ahí porque hay resistencias que vencer. Entonces de lo que se trata es de duplicar la realidad, incluso, como ocurre ahora, de inventar una hiperrealidad, puesto que en ésta puede el poder intervenir y manipular de una manera indefinida. No hay que olvidar que fue el capitalismo el que hizo desaparecer la realidad, después de haberlo utilizado a su beneficio, explotación y acumulación, sobretodo con el desenvolvimiento de la economía política, que separa valor de uso y valor abstracto, valorizando el valor abstracto. Convierte a la utilidad meramente en un medio para transportar el valor de cambio. Es el sistema mundo capitalista el que avanza obsesivamente en hacer desaparecer el planeta, para sustituirlo por la acumulación infinita, que cuando lo logre no se sostendría en nada. Se haría polvo.
Las consecuencias de este juego de escisión, de duplicación, este desarrollo descomunal de la abstracción, separada de su referente y sustento concreto, son proliferantes. En política, por ejemplo, ya no interesa que sea verdadero lo que se dice, sino que lo que se dice se crea y sustituya definitivamente a lo que se hace, porque lo que se hace es distinto y hasta contrapuesto a lo que se dice. De esta manera, se ha llegado lejos, muy lejos; la audacia política ha llegado a extremos, a inventarse intermitentes complots, constantes conspiraciones, esporádicos golpes de Estado, sorprendentes atentados contra el caudillo déspota, caído en desgracia. Caudillo arrastrado, por su deseo insatisfecho e insatisfacible de poder, de reconocimiento y de placer hedonista. Quizás sea la encarnación misma de la convocatoria del mito, imposible de realizarse. El síntoma más evidente de la decadencia política. Por eso mismo es menester simular que todavía hay un caudillo, que todavía tiene el reconocimiento, que todavía tiene la convocatoria, que todavía tiene el poder, que todavía puede agonizar placenteramente en el derroche sexual.
El simulacro de la simulación lo ha copado todo; en política, haciendo desaparecer, paradójicamente, el Estado, para imponer un Super-Estado, el Super-Estado de las corporaciones del lado oscuro del poder. En economía, haciendo desaparecer el campo productivo, para sustituirlo por la especulación, el extractivismo y los tráficos. En cultura, haciendo desaparecer las culturas, los saberes, las memorias colectivas, sustituyéndola por la provisionalidades artificiales de un folklore, cada vez más artificial. En cuanto a la formación cultural, ésta está desaparecida, sustituida por estridentes balbuceos de barbarismos, perpetrados por conciencias desdichadas, de sujetos desgarrados en profundas contradicciones.
¿Qué se hace frente al crimen perfecto de los simulacros y simulaciones, de las ilusiones, ocasionadas por las drogas y los estupefacientes, contra la demoledora violencia, que se ensalza con martirizar cuerpos y territorios, incendiando bosques, envenenando aguas, contaminando aires? No basta volver a los real, volver a incorporarse en la realidad, puesto que han desaparecido, por lo menos en el imaginario dominante del poder. Es urgente y necesario hacer emerger la potencia social, convocar a la subversión generalizada, pues sólo ella es capaz de inventar una nueva realidad, armónica con la vida.
[1] Jean Baudrillard: Simulacro y simulaciones.

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Fotografía: Pradaraul