Por: Pradaraul. 19/12/2024
Los supremacistas se creen superiores, empero expresan las peores miserias humanas. Se consideran modernos, sin embargo, son un resultado incongruente de anacronismos retenidos y materializados con el barniz de la modernidad.
La modernidad propiamente hablando tiene que ver con la figura impresionista de cuando todo lo sólido se desvanece en el aire. Metáfora que aparece en la novela de William Shakespeare La tempestad. Retomada por Karl Marx y Friedrich Engels en el Manifiesto comunista. Metáfora de la vertiginosidad del tiempo y del desenvolvimiento histórico, de la suspensiones de las instituciones y de las transformaciones estructurales. Friedrich Nietzsche habla de la transvaloración de los valores. Sobre todo se expresa narrativamente la experiencia de la transformación estructural y de la suspensión de los valores, de la decodificación y la desterritorialización. La modernidad también está ligada al humanismo y al renacimiento, así como a la revolución estética. Tiene que ver, en pocas palabras, con la creación.
De ninguna manera con los arcaísmos y anacronismos, retenidos de una manera perversa. De ninguna manera con los prejuicios más atroces, más recónditos en forma vernacular. Lo que pasa con estos perfiles supremacistas es que son producto perturbado de la modernidad. Los rencores recónditos ateridos en una conciencia desdichada, en sujetos desgarrados en insolubles contradicciones. Miserias humanas armadas hasta los dientes, con instrumentos de muerte, que crearon para perpetrar genocidios.
Los supremacistas reducen el mundo a una estrecha concepción, no sólo esquemática sino elemental. Todo lo que está fuera de ellos es reducido a objeto y a materia de su propio poder. Lo de fuera es cosa o, en su caso, se trata de «salvajes» o «bárbaros». Se consideran «civilizados», sin embargo, ignoran la genealogía de la civilización. Entienden por «civilización» el oscurantismo matizado por una envoltura moderna. Creen que la modernidad es un arsenal de instrumentos tecnológicos avanzados, que se trata de un almacén de mercancías. Adoran el dinero; son fetichistas al extremo. Lo que muestra la superficialidad de sus concepciones artificiales, que no se sostienen ante una observación minuciosa y mediata contrastación, menos ante el inicio de la crítica.
Se consideran «blancos», pero no saben que lo blanco racial no es más que una construcción ideológica colonial, al inicio de la aventura Imperial. No es más que un artificio de presentación que no llega a ser argumentación. Su pretensión de supremacía deriva en un boomerang.
Al iniciar la historia de las exterminaciones, perpetradas por ellos, no saben qué ellos mismos se exterminan. Sus crímenes no solamente los convierten en monstruos, sino que la monstruosidad hundida en su subjetividad vulnerable los termina arrastrando al horror perpetrado, sino también al horror que anida en sus interioridades.
El supuesto de superioridad se basa en una ventaja militar, lo que equivale, en el fondo, a sostenerse en la dominación. La dominación constataría su superioridad. Aunque se supongan una «cultura» superior y una «civilización» superior, ésto es altamente discutible, no solamente dadas las consecuencias de la dominación de la «civilización moderna», que se ha convertido en la civilización de la muerte y arrastrado al mundo a la apocalipsis ecológico, sino porque una comparación entre culturas y civilizaciones nos muestra, más bien, una genealogía de las civilizaciones y una arqueología de las culturas que nos manifiésta la incidencia de las culturas antiguas hasta la actualidad, sorprendiéndonos por sus aportes dados en su tiempo y en sus épocas. La civilización moderna no se explica sino por ser parte de la genealogía de las civilizaciones. El substrato de la civilización moderna se encuentra en las antiguas civilizaciones. Por otra parte lo que consideran una revolución industrial, que se basa en la revolución tecnológica y científica no es otra cosa que el desarrollo del conocimiento basado en la investigación, en la objetividad, en el empirismo, combinado con la inclinación al iluminismo, sostenido por la intuición que viene de la apertura al pensamiento crítico, que supone también el pensamiento auscultador libre y sin tapujos. Es decir, libre de prejuicios y herencias oscurantistas, de fundamentalismos religiosos, de pretensiones supremacistas de toda clase.
Por otra parte la modernidad se explica fundamentalmente, desde el renacimiento, precisamente por la revolución estética y humanista como acontecimiento cultural. Lo que equivale a liberar la creatividad humana y concebir la inmanencia de la humanidad como potencia social, vinculada a la potencia creativa de la vida. Todo esto es lo que niega el supremacismo, que más bien deriva de los arcaísmos oscurantistas y los anacronismos ideológicos de castas restringidas y de minorías conservadoras, así como de anacronismos ateridos a prejuicios, que vienen del desconocimiento soterrado y de la ignorancia impávida.
En plena decadencia de la civilización moderna, del sistema mundo capitalista y de la crisis múltiple, desatada en el crepúsculo de la sociedad capitalista, del círculo vicioso del poder y de la espiral destructiva de un modo de producción reducido a la valorización abstracta y a la desvalorización de la vida, el balbuceo supremacista ha retornado con ira, sin argumentos, repitiendo elementales devaneos insostenibles, desde que se trata de “elegidos por Dios”, de que cumplen el «destino asignado por Dios», hasta de que son los portadores del desarrollo, que a estas alturas no corresponde más que a las devastadoras hendiduras de las huellas ecológicas, que inscriben los designios de la muerte en el planeta.
Si hay algo que ha caracterizado la modernidad en el sentido civilizatorio y cultural es precisamente la conquista de generaciones de derechos, la declaración de los derechos del hombre, convertidos después en los derechos humanos, las revoluciones estéticas, artísticas, musicales, incluyendo a las arquitectónicas. Si hay algo que ha empujado a la modernidad es precisamente el pensamiento crítico. El pensamiento moderno es propiamente crítico. Esto lo comprendió a cabalidad Emmanuel Kant. Las revoluciones científicas se dan lugar precisamente por las capacidades de ese pensamiento libre y crítico a paradigmas anteriores. Lo que se vino en llamar la revolución de las estructuras científicas. La tecnología es no solamente una aplicación de la ciencia, sino haber aprendido a imitar a la propia naturaleza. Hablando con claridad, ni la tecnología ni la ciencia han ido más allá de lo que puede la naturaleza, de lo que se encuentra inherente en la en la naturaleza, de lo que se encuentra inmanente en la naturaleza. La pretensión de estar sobre la naturaleza es una pretensión insostenible y equivocada. Primero, porque los humanos forman parte de la naturaleza y no pueden salir de ella, a no ser que se consideren fantasmas, incluso en este caso ficticio, hasta los fantasmas pertenecen a los imaginarios y los imaginarios pertenecen a los efluvios del cuerpo. Segundo, porque todo lo que se encuentra en el ser humano ya estaba con anticipación en las dinámicas infinitesimales, en las dinámicas atómicas, en las dinámicas moleculares y en las dinámicas molares del universo.
La pretensión supremacista sencillamente es una aberración. Responde a todos los oscurantismo acumulados a lo largo de la historia de las dominaciones. No sólo se trata de una inquisición contra el pensamiento, sino la desaparición misma del pensamiento. La ortopedia del cuerpo, el cercenamiento de su potencia creativa. El embelezamiento por la trivialidad y la estupidez proliferantes, de una civilización que se encuentra en plena decadencia. Una civilización que ha perdido lo más propio de la modernidad, lo que propiamente se puede designar como modernidad y la ha sustituido por los nuevos oscurantismos.
El supremacismo tiene su raigambre en el colonialismo moderno. La conquista y la colonización perpetradas destruyen las memorias y los bagajes de las informaciones culturales, dejando en la nada las tierras conquistadas y arrasados. Este desapego y desinterés inocuo por las otras culturas muestra el alcance patético de ignorancia de la supuesta “cultura” y “civilización” conquistadora.

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Fotografía: Pradaraul