Por: Mario Rivera Guzmán. Perspectivas comunistas. 28/09/2024
Recuerdo que mi padre sostuvo muy tempranamente la tesis de que el movimiento encabezado por padres, madres y familiares de los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa constituiría en la práctica el Partido revolucionario que necesitaba México. También Ilán Semo planteó en algún momento de sus colaboraciones en el diario La Jornada el carácter motor de esta fuerza en el carro de la historia hacia adelante, en el corto y mediano plazo.
Por mi parte, dudé profundamente de esta fórmula, lo mismo que de una confianza semejante hacia la CNTE, profesada por el primero (mi padre). Pensaba yo que, con todo lo revolucionaria que pudiera parecer, esa solución no indicaba sino una sumisión, producida por la euforia de la desesperación, tanto al espontaneísmo de la lucha democrática de masas como al programa de socialismo campesino enarbolado en lo profundo desde los estados de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, con el cual, teóricamente hablando, sólo tenemos diferencias de principio (y aquí me remito al Manifiesto del Partido Comunista de Marx y Engels).
Los diez años transcurridos desde entonces no bastan para resolver tajantemente y de facto la discrepancia: por una parte, el movimiento por los 43 normalistas muestra sus limitaciones estructurales, sociales e ideológicas, para penetrar en las ciudades del país y avanzar en el seno del movimiento proletario, pero, por otro lado, ante la deglución de la vieja izquierda comunista, socialista y maoísta por el tsunami del Caudillo y su MORENA, el núcleo de padres y madres actuó en la realidad mexicana como el verdadero Partido contra la militarización del país y los intentos vergonzantes desde el gobierno por instrumentar una especie de capitalismo de Estado burocrático (organizado desde arriba).
Según parece, los años venideros nos mantendrán actuando sobre esa misma contradicción: de una parte, poniendo los elementos teóricos y organizativos para la construcción de una fuerza proletaria y comunista capaz de transformar desde las ciudades y de modo revolucionario las relaciones de producción capitalistas; de otra, debemos marchar al lado de las fuerzas democráticas-radicales del campo que libran consecuentemente la lucha por la trasformación de formas de sociedad muy cercanas a la esclavitud colonialista. En este tejido, el flujo migratorio jugará un papel fundamental hacia la homologación de condiciones y tareas para la construcción del socialismo en México.