Por: Democracia Abierta, Manuella Libardi. 11/10/2023
Al anunciar que pretende postularse a la presidencia en 2025, Evo Morales oficializa la crisis del movimiento que transformó el país
El partido de Evo Morales controla hoy el Ejecutivo y el Congreso de Bolivia. En abril, el actual mandatario, Luis Arce, lideraba la lista de los presidentes más populares de América del Sur. El escenario era perfecto para la reelección del Movimiento al Socialismo (MAS), que domina la política boliviana desde principios de siglo. Sin embargo, conflictos de poder dentro del partido, al fortalecer la oposición conservadora, amenazan no sólo su hegemonía sino también su legado.
Al anunciar la semana pasada que pretende presentarse en las próximas elecciones presidenciales de 2025, Morales oficializó la fractura del masismo. Aunque el MAS no decidirá quién será su candidato en las urnas hasta por lo menos finales de este año, la tensión interna marca la fractura del movimiento que elevó la calidad de vida de los bolivianos en todo el país.
Independientemente del resultado de las primarias, la izquierda más estable de América del Sur se encuentra amenazada. Pero a pesar de ser evitables, los acontecimientos no son inesperados. La fractura del MAS es el último ejemplo de la incapacidad de los movimientos de la llamada Marea Rosa de construir estructuras que permitan sostenerse más allá de sus principales líderes.
En el caso de Bolivia, lo vemos tanto en las ambiciones de Morales, como en las de Arce. Cuando se eligió en octubre de 2020, el actual presidente enfatizó la necesidad de renovación dentro de su partido. “Quiero estar cinco años [en el cargo] y ni un día más”, dijo en entrevista a The Guardian en aquel noviembre.
Pero el MAS no se ha renovado. De hecho, su polarización empieza ya en el 2016, cuando Morales decide buscar un cuarto mandato, ignorando la Constitución y los resultados del referendo en el cual los ciudadanos demostraron estar en contra de su candidatura. Esa opinión también la compartían muchos integrantes del MAS.
A pesar de la controversia, Morales se postuló – con el apoyo del tribunal electoral – y ganó las elecciones de 2019. Sin embargo, tuvo que renunciar luego de una revuelta de las fuerzas policiales y militares, que lo obligaron también a dejar el país frente a lo que él y sus apoyadores – y muchos analistas – consideran constituir un golpe promovido con apoyo de los Estados Unidos.
Después de un año de la caótica y controvertida gestión derechista de Jeanine Áñez, Arce – exministro de Economía de Morales – fue elegido presidente como el candidato nombrado por Morales. Con su partido otra vez en el poder, Morales volvió a Bolivia. Pero las divisiones dentro del MAS no se habían disuelto.
Ideológicamente, el partido se ha mantenido estable. Y de forma general los mismos Arce y Morales también, aunque tengan divergencias. La fractura del MAS se debe básicamente a la creencia de que un grupo promueve un distanciamiento de Morales mientras que otro grupo se mantiene ciegamente leal a su principal líder. La crisis política en Bolivia hoy es totalmente autoinflingida.
Morales lideró algunos de los avances más significativos de la historia moderna de Bolivia, reduciendo la pobreza extrema en 60% mientras que mantuvo el crecimiento económico a notables niveles del 4.8% entre 2004 y 2017. Pero él mismo puso en peligro su legado al negarse a abdicar del poder cuando le correspondía.
América Latina y el culto a la personalidad
Sin embargo, Morales no está solo en su obstinación. La política latinoamericana, marcada por un fuerte presidencialismo, está erigida sobre el viejo culto a la personalidad, que viene desde los tiempos en que Simón Bolívar lideró las luchas por la independencia para convertirse en libertador, presidente y dictador – todo a la vez.
Bolivia puede volver a entrar en la regla y dejar de ser excepción.
Movimientos políticos liderados por una figura populista marcan gran parte de la historia moderna de la región. En algunos países, los altibajos de esa dinámica son sinónimo de política, como en Argentina los distintos liderazgos del peronismo.
Argentina, de hecho, está en una situación similar a la de Bolivia. A pocos días de la primera vuelta de las elecciones generales del 22 de octubre, el peronismo gobernante se encuentra fracturado, con el gobierno del presidente Alberto Fernández marcado por sus conflictos con su vicepresidenta Cristina Kirchner.
Como Arce, Fernández también ha enfatizado la necesidad de renovación del movimiento como forma de criticar a Kirchner. “No creo que el peronismo pueda seguir siendo personalista, verticalista”, Fernández dijo en mayo en entrevista a elDiario.
En Argentina, la fractura del peronismo ha ayudado a allanar el terreno para la ascensión de la extrema-derecha simbolizada por el “narcocapitalista” Javier Milei quien tiene posibilidades reales de ganar.
Los ejemplos abundan: Brasil y el Partido de los Trabajadores, que depende fuertemente del liderazgo de Luiz Inácio Lula da Silva; Ecuador y Rafael Correa, cuya candidata disputará el segundo turno de elecciones el 15 de octubre; Venezuela y la omnipresencia del movimiento de Hugo Chávez; Colombia y Álvaro Uribe. En todos estos casos, los países atravesaron crisis al perder – temporalmente en el caso de Brasil – a sus líderes.
Bolivia era el caso atípico. El masismo demostró tener apoyo y destreza política suficientes para gobernar – y prosperar – en la ausencia de Morales. Pero el líder no parece querer permitirlo. Y así, Bolivia puede volver a entrar en la regla y dejar de ser excepción.
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Fotografía: Open democracy.
Presidente da Bolívia, Luis Arce, y el ex-presidente, Evo Morales, levantan las manos como parte de un ritual para celebrar o Solstício de Invierno el 21 de junio de 2022 en Tiwanaku, Bolívia |
Gaston Brito Miserocchi/Getty Images