Por: Richard Bernstein. 14/07/2022

La distinción misma entre theoria y praxis nos viene de los griegos. Pese a los numerosos cambios semánticos que ha sufrido a lo largo de la historia y pese a las diferentes posiciones asumidas por los filósofos en torno a ella, alguna versión de la distinción teórico/práctico sigue siendo tan fundamental hoy como lo fue en la Grecia clásica. Pero Nehamas está pensando en algo más específico cuando introduce esta distinción. Dirige nuestra atención hacia distintas formas de filosofar.
La forma teórica es aquella en la que estamos interesados en «volver las cosas claras» y en tratar de determinar lo que es objetivamente verdadero —mediante una presentación de los argumentos y justificaciones más fuertes para las tesis que proponemos—. Cualquier tema puede ser tratado de forma teórica, incluyendo a disciplinas prácticas como la ética y la política. Aunque los orígenes del estilo teórico son tan viejos como la filosofía misma, hay un sentido específico en el que la filosofía de nuestro tiempo se ha convertido primordialmente en una disciplina teórica.
Hoy, en tanto que la filosofía se ha convertido en una disciplina académica profesional, el estilo teórico se ha vuelto tan dominante que muchos filósofos apenas reconocen alguna otra alternativa, incluso creen (anacrónicamente) que la filosofía siempre ha sido teórica. Pero este prejuicio contemporáneo ignora una tradición filosófica cuyos orígenes también se remontan a los griegos. El propósito principal de esta otra tradición es cambiar el modo en que vivimos nuestras vidas. La obtención de conocimiento teórico del cosmos y de nuestro lugar en él tiene como fin alcanzar sabiduría práctica y concreta. Como observa Nehamas, incluso cuando Aristóteles, al final de la Etica Nicomáquea, identifica a la filosofía con la theoria, su propósito principal es sostener que «una vida de actividad teórica, la vida de la filosofía, era la mejor vida que los seres humanos podían llevar» (Nehamas, 2005: 12).
Sin negar la importancia de la reflexión teórica en la filosofía antigua, Pierre Hadot ha enfatizado el grado en que la filosofía antigua implicaba una visión y prácticas concretas, necesarias para vivir una determinada forma de vida en el mundo: «El discurso filosófico se origina por tanto en una elección de vida y en una opción existencial, y no a la inversa» (Hadot, 1998: 13). Esta distinción entre filosofía como disciplina teórica y filosofía como forma de vida práctica ha sido demasiado simplificada, en especial a la hora de separar a la filosofía antigua de la moderna.
Esto se ve claramente en Descartes, quien con frecuencia es llamado (sobre todo en las versiones de libro de texto de la historia de la filosofía) el «padre» de la filosofía moderna. Existe una vieja costumbre, aún muy viva en la filosofía contemporánea, de abordar a Descartes como el arquetipo del filósofo teórico enfocado en asuntos metafísicos y epistemológicos fundamentales. […]
Los filósofos contemporáneos que he examinado —Lear, Rorty, Vlastos y Nehamas (me incluyo también a mí mismo)— trabajan dentro de la tradición teórica. Todos somos profesores de filosofía; nuestros escritos son juzgados mediante los estándares prevalecientes de la profesión filosófica; y, a excepción de algunas declaraciones biográficas complementarias, nuestros colegas y lectores no están interesados en cómo vivimos nuestras vidas. Sin embargo, cada uno de nosotros se ha preocupado por rendirle justicia a la otra tradición soterrada de la filosofía. Esto es lo que motiva la exploración del papel que juega la ironía para vivir una vida humana.
No creo que la razón de ello tenga que ver tanto con una nostalgia por un pasado idealizado ya perdido como con una manifiesta falta de equilibrio. Seguimos profundamente afectados por la imagen de Sócrates, el ironista que, pese a su profesada ignorancia, pudo vivir una vida justa, moderada y valiente. Sócrates no es un sabio (solo los dioses son sabios), sino el ejemplo del amante de la sabiduría: una sabiduría manifestada concretamente en su vida diaria.
Sócrates no es un sabio, sino el ejemplo del amante de la sabiduría: una sabiduría manifestada concretamente en su vida diaria.
Para ilustrar la relación entre pensamiento filosófico y la manera en que uno vive su vida, basta pensar en el caso de Heidegger. Heidegger (junto con Wittgenstein) dedicó su vida filosófica a criticar el estilo teórico de filosofar: lo que Heidegger llamaba la tradición «onto-teológica». Muchos especialistas han interpretado su preocupación por el «arrojo», la «angustia», la «autenticidad» y el «cuidado» como señales de que está exhortándonos a retornar a la tradición de la filosofía como el arte de vivir. Pero las revelaciones de su duradera identificación con el nacional socialismo, su dudoso comportamiento ético durante el periodo nazi, sus comentarios antisemitas y su negativa a realizar una declaración inequívoca que condene al Holocausto, han provocado serias dudas sobre Heidegger como persona y sobre su filosofía. Las reacciones han sido extremas.
Hay quienes lo condenan por completo y sostienen que sus ofensivas opiniones nazis están profundamente arraigadas en sus ideas filosóficas; y hay quienes desean distinguir entre la sobresaliente genialidad de su filosofía y sus declaraciones y «desafortunada» vida personal. Sin importar la postura que se tome con respecto a Heidegger y sus escritos filosóficos, siempre habrá una viva polémica.
Mi propósito al formular aquí «el caso Heidegger» no es entrar en este debate, sino indicar cómo nos obliga a formular preguntas sobre la relación entre la filosofía y cómo vivimos nuestra vida, entre el pensamiento filosófico y el juicio práctico concreto y encarnado.
-Bernstein, Vida irónica. Un ensayo sobre el arte de vivir. Cap. 4
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Fotografía: Fundación filosófica